el hombre que sabe demasiado
26 de octubre de 2008
Después de My Lai, Hersh fue contratado por The New York Times para seguir la pista del escándalo Watergate, una historia que había sido lanzada por un periódico rival, The Washington Post. Aunque fueron Bob Woodward y Carl Bernstein quienes revelaron el significado de la irrupción en el edificio Watergate, Hersh se convirtió en uno de las más duros críticos de Nixon y dio a conocer historias de cómo el gobierno había apoyado el golpe de Pinochet en Chile, en 1973; bombardeado secretamente a Camboya y utilizado a la CIA para espiar a enemigos domésticos. Su libro de 1983 sobre Nixon, ‘El precio del poder’, es definitivo.
Su reciente libro sobre la ‘guerra contra el terrorismo’, ‘Cadena de mando’, está basado en una serie de artículos que escribió para la revista The New Yorker. Entre otras cosas, Hersh nos cuenta allí de los torpes esfuerzos para capturar a Osama bin Laden en Afganistán; de los dudosos tratos comerciales del super halcón Richard Perle, un artículo que condujo a la renuncia de Perle como jefe de la oficina de política de defensa del Pentágono. (Hersh sostuvo que Perle mezcló indebidamente sus negocios con su influencia en la política exterior estadounidense cuando se reunió con el vendedor de armas saudita Adnan Khashoggi en 2003. Perle amenazó con querellarse, pero prefirió optar por un extraño silencio).
La Huella de Abu Ghraib
Hersh también escribió sobre de qué manera los famosos intentos de Sadam Hussein para comprar uranio en África, denunciados por el presidente Bush en su discurso sobre el estado de la nación en 2003, eran una ficción. La historia más impactante, sin embargo, fue su triple andanada sobre el abuso contra prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib.
Hersh fue el primero que reveló la magnitud de estas torturas y siguió cuidadosamente la línea de responsabilidad hasta los peldaños más altos de la administración. "En cada reportaje sucesivo", escribe David Remnick, editor del New Yorker, en su introducción al libro, "se hace claro que Abu Ghraib no fue un ‘incidente aislado’, sino más bien un intento concertado del gobierno y el liderazgo militar para burlar las convenciones de Ginebra a fin de extraer inteligencia en contra de la insurgencia iraquí".
Se dice que Bush afirmó ante el entonces Presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, que Hersh era un "mentiroso"; después de su tercer reportaje, un vocero del Pentágono anunció que Hersh no había hecho más que "lanzar un montón de basura contra la pared y espera que alguien separe lo que es real". A comienzos de este año, el periodista volvió su atención hacia Irán: al deseo de Bush de bombardear este país y las operaciones encubiertas que realiza allí Estados Unidos. Ahora se enfoca en Siria, donde estuvo recientemente. Dice que en los días finales de la administración Bush es mucho más fácil reunirse con contactos (Cheney, el vigilante, es menos poderoso) y la información que está obteniendo es buena. Por coincidencia, fue en Siria donde escuchó por primera vez sobre lo que ocurría dentro de la prisión de Abu Ghraib, mucho antes de que viera evidencias documentadas. "Me contacté con una persona en Irak después de la caída de Bagdad, un hombre del antiguo régimen. Vino a Siria en taxi. Conversamos durante cuatro días y una de las cosas de las que hablamos fue el tema de las cárceles. Me dijo que algunas de las mujeres encarceladas estaban enviando mensajes a sus padres y hermanos pidiéndoles que fueran a matarlas porque habían sido ultrajadas Por lo que cuando me enteré por primera vez de las fotografías supe que eran reales ( )".
El Colapso de la Prensa
Cuatro décadas separan My Lai de Abi Ghraib. En 1970, después de su historia sobre My Lai, Hersh habló ante una manifestación contra la guerra y le pidió a un veterano que subiera al escenario y le contara a la multitud qué es lo que hacían algunos soldados cuando regresaban a sus bases tras un día recogiendo a sus heridos. El traumatizado veterano describió cómo pasaban en vuelo rasante sobre los campesinos y a veces los decapitaban con las aspas de los helicópteros. "Así es la guerra", dice Hersh. "La pregunta es, ¿cómo se escribe sobre eso? ¿Cómo se le cuenta eso al pueblo estadounidense? Pero, como sea, es mejor intentarlo que quedarse callado". Lo que realmente impresiona a Hersh es la cómplice docilidad y, de hecho, el virtual colapso, de la prensa estadounidense desde el 11 de septiembre de 2001. Desdeña sobre todo el fracaso de los medios en cuestionar las "evidencias" acerca de las así llamadas armas de destrucción masiva de Sadam. "Cuando veo ahora el New York Times me siento choqueado. Ingresé (al diario) en 1972 y llegué con la marca de Caín sobre mí, porque yo estaba claramente en contra de la guerra. Pero mi editor, Abe Rosenthal, me contrató porque le gustaban las historias [...]. Por algún motivo, los periodistas ahora no son capaces de conseguir historias. Me asombraba ver cuántas personas buenas y racionales, gente a la que respeto, apoyaron ir a la guerra en Irak. Y me asombraba la cantidad de personas que pensaban que se puede ir a la guerra contra una idea".
Periodismo y Psicoanálisis
Seymour M. Hersh nació en Chicago, hijo de inmigrantes de lengua yiddish originarios de Lituania y Polonia. La familia no era rica; su padre, que murió cuando Seymour tenía 17 años de edad, manejaba un lavaseco. Estudió derecho en la universidad local, pero abandonó sus estudios e ingresó como reportero a Associated Press. Allí fue ascendiendo hasta que renunció para trabajar con el senador demócrata Eugene McCarthy. Pero pronto regresó al periodismo. "Usar palabras para hacer que otras personas se sientan menos grandes me hace sentir a mí más grande aunque no quiero explorar la dimensión sicológica de eso", señala. Su esposa Elizabeth, a quien define como "el amor de mi vida" en la dedicatoria de ‘Cadena de mando’ y con quien tiene tres hijos crecidos, es psicoanalista. "¿Ella nunca le habla sobre su ego?".
Hersh se nota incómodo: "No, no el matrimonio es diferente. Lo más duro para ella es cuando me dice que saque la basura y yo le digo ‘¿perdón? No tengo tiempo. Estoy salvando al mundo’". Sin embargo, después me dice que el periodismo consiste, como el sicoanálisis, "en sacar fuera las cosas".
Una Mañana en My Lai
Era un reportero freelance cuando supo lo de My Lai. Un abogado militar le comentó que un soldado estaba enfrentando una corte marcial en Fort Benning, Georgia, por asesinar a lo menos a 109 civiles vietnamitas. Hersh viajó a esa base militar y no dejó piedra sin remover hasta que dio con el paradero del teniente William L. Calley. Hablaron por más de tres horas. Calley le dijo que sólo había seguido órdenes, pero igual le contó lo sucedido: más tarde resultó que soldados de la Undécima Brigada habían matado esa mañana a 500 o más civiles. Pronto, 36 diarios publicaron la historia firmada por Hersh. Otros, sin embargo, no lo hicieron, entre ellos The New York Times, pese al hecho de que el abogado de Calley había confirmado su contenido. El relato causó no sólo horror, sino también incredulidad. Hersh, sin embargo, no cejó. "Para la tercera historia encontré a este tipo sorprendente, Paul Meadlo, de una pequeña ciudad de Indiana; un muchacho campesino, que de hecho había matado a muchos niños vietnamitas, probablemente a 100 personas. Siguió disparando y disparando y al día siguiente le volaron una pierna y le dijo a Calley mientras lo atendían: ‘Dios me ha castigado y ahora te castigará a ti’". Hersh escribió esto, CBS puso a Meadlo en las noticias de la televisión y finalmente la historia ya no pudo ser ignorada. Al año siguiente, 1970, obtuvo el Premio Pulitzer.
Aciertos Versus Errores
¿Cómo opera Hersh? Como siempre lo ha hecho: todo se basa en contactos. Al revés de Bob Woodward, cuyos recientes libros sobre Irak han incluido largas conversaciones con el Presidente Bush,
Hersh busca sus datos más abajo en la cadena alimenticia. Woodward fue de aquellos que se convencieron de que en Irak había armas de destrucción masiva. "Él reportea arriba", dice Hersh. "Yo no lo hago porque pienso que es más bien inútil. Me reúno con personas a las 6 de la mañana, en algún lugar, informalmente". ¿Son en su mayoría personas a las que ha conocido por mucho tiempo? "No. Yo busco personas nuevas". Sus críticos apuntan a lo que consideran su uso excesivo de fuentes no identificadas. Tuvo un bajón en los años noventa, cuando preparaba un libro sobre Kennedy, ‘El lado oscuro de Camelot’. Se le mostraron documentos que afirmaban que Kennedy estaba siendo chantajeado por Marilyn Monroe y, aunque descubrió que eran falsos y tuvo tiempo para eliminar toda referencia a ellos en su libro, el daño a su reputación ya estaba hecho y los críticos de todas maneras lo destrozaron por su descripción de Kennedy como un adicto sexual y bígamo. En 1974 acusó al embajador de Estados Unidos en Chile, Edward Korry, de participar en un complot de la CIA para derrocar al presidente Allende. Algunos años más tarde,
Hersh tuvo que escribir una larga corrección; salió en la portada del New York Times. Sus partidarios, sin embargo, creen que sus errores debieran ser siempre puestos en el contexto de su tasa de aciertos. Un ex periodista del Washington Post, Scott Armstrong, lo dijo una vez de la siguiente manera: "Supongamos que Hersh escribe una historia sobre un elefante que golpea a alguien en un cuarto oscuro. Si era un camello, o tres vacas ¿qué diferencia hace? Estaba oscuro y se suponía que no tenía que estar allí [...]".
¿Qué Otra Cosa Voy a Hacer?
¿Le preocupa que a veces lo describan como "el último reportero norteamericano"? ¿Quién viene después de él? Hersh tiene más de 70 años de edad es un año menor que John McCain, aunque no lo representa- y no puede seguir para siempre. ¿O puede? La mayoría de los reporteros arrancan hambrientos pero en algún lugar del camino quedan saciados. No
Hersh. "Tengo información, tengo gente que confía en mí. ¿Qué otra cosa voy a hacer? Me gustan el golf y el tenis, y si fuera lo bastante bueno sería profesional. Ya que no lo soy ¿qué otra cosa voy a hacer? ¿Por qué no debiera ser enérgico? Nuestro país está en riesgo. Nunca habíamos tenido una situación como esta. Estos hombres han arruinado completamente a Estados Unidos. ¡Es tan deprimente mi oficio!". ¿Le gusta ganar dinero? "¿Está bromeando? ¡Claro que me gusta!".
En su oficina está enmarcado un memorando que Lawrence Eagleburger y Robert McCloskey enviaron a Henry Kissinger, entonces su jefe en el Departamento de Estado, fechado el 24 de septiembre de 1974. Dice: "Creemos que Seymour Hersh pretende publicar nuevas afirmaciones sobre la CIA en Chile. No se detendrá en esta campaña. Usted es su blanco final".
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