la vida en zimbabue
11 de noviembre de 2008
Avanzaron sigilosamente entre los niños durmiendo en el suelo de su casa de un dormitorio -Cinderella, 9, y Chrissie, 10- y empezaron su ruta nocturna de todos los días hacia el banco. El guardia del turno de medianoche les dio un número. Llegaron en el lugar 29, todos con la esperanza de retirar la cantidad máxima de dinero zimbabuense permitida el mes pasado por el gobierno: el equivalente de apenas uno o dos dólares.
Zimbabue está en las garras de una de las más grandes hiperinflaciones en la historia mundial. Los habitantes de esta otrora orgullosa capital han sido empujados a una lucha darwiniana por la supervivencia. Muchos se han visto reducidos a la condición de vendedores de drogas e indigentes, vendedores callejeros y contrabandistas, comiendo sólo una o dos veces al día. Sus mejillas hundidas son un testimonio de su hambre.
Como innumerables zimbabuenses, la señora Moyo ha calculado el precio de las mercaderías por el número de días que ha tenido que gastar en el banco para retirar el dinero con que comprarlas: un día para un pan de jabón; otro para una bolsa de sal; y cuatro para un saco de harina de maíz.
El máximo de retiro aumentó el lunes, pero con una inflación que supera incluso lo que economistas independientes dicen que es casi inimaginable: 40 millones de veces, dijo que el valor del nuevo monto pronto será una miseria.
"Es la supervivencia del más fuerte", dijo Moyo, 29, trenzadora, que vende las verduras que cultiva en su patio a diez centavos por ramo. "Si no eres fuerte, te mueres".
Economistas de aquí y del extranjero dicen que el colapso económico de Zimbabue está ganando velocidad, irradiando inestabilidad en el corazón de África del sur. Mientras el gobierno en bancarrota imprime más dinero, la inflación se ha desbocado, subiendo de mil por ciento en 2006 a doce mil por ciento en 2007, una cifra tan alta que el gobierno tuvo que quitar diez ceros a la moneda en agosto para impedir que se estropearan las calculadoras del país. (Si hubiera dejado caer la moneda, un dólar valdría hoy diez trillones de dólares zimbabuanses).
De hecho, la hiperinflación de Zimbabue es probablemente una de las cinco peores de toda la historia, dijo Jeffrey D. Sachs, un profesor de economía de la Universidad de Columbia, junto con la de Alemania en los años veinte, Grecia y Hungría en los años cuarenta y Yugoslavia en 1993.
Para empeorar las cosas, la moneda misma se ha hecho escasa. Ejecutivos y diplomáticos dicen que el gobernador del banco central de Zimbabue, Gideon Gono, desesperado por divisas extranjeras para avivar la máquina de patronazgo del partido, envían a la calle a mensajeros con maletas de dinero nacional para comprar dólares americanos y rand sudafricanos en el mercado negro-, apropiándose de los dólares zimbabuenses que, de otro modo, terminarían en los bancos.
Debido a la escasez de moneda, el gobierno limita estrictamente la cantidad de personas que pueden hacer retiros. Incluso así, los zimbabuenses dicen que a menudo tienen que esperar durante horas en bancos que despachan a sus clientes con las manos vacías.
Gono, que acusa a las sanciones occidentales de los problemas del país, no respondió a nuestras peticiones de entrevista. Pero fue citado en la prensa oficial esta semana como diciendo "Voy a imprimir y a imprimir y a firmar dinero hasta que se levanten las sanciones".
Solución Política
Algunos economistas dicen que lo único que puede detener la espiral inflacionaria de Zimbabue es una solución política que controle la economía del país que está en manos de Robert Mugabe, el presidente de 84 años que todavía se aferra fuertemente al poder después de veintiocho años en el cargo.
"Este es el fin del último juego", dijo el profesor Sachs.
Mugabe, que vive en todo esplendor en una mansión oculta por altas murallas, volvió a Harare el lunes después de asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York. Él y el líder de la oposición, Morgen Tsvangirai, firmaron un acuerdo para compartir el poder, pero todavía están en punto muerto en cuanto a la división de los ministerios. De momento, Mugabe se ha negado a entregar el control de los cruciales ministerios de Finanzas e Interior.
Los servicios públicos básicos, ya devastados por el éxodo de profesionales en los últimos años, se están estropeando en una escala todavía mayor, ahora que decenas de miles de maestros, enfermeras, recolectores de basura y fontaneros simplemente han dejado de aparecerse por sus trabajos porque sus salarios, que se reducen con cada hora que pasa, ya no cubren el coste del billete del autobús para ir al trabajo.
"Es terrible y es patético", dijo Tendai Chikowore, presidente de la Asociación de Maestros de Zimbabue", el más grande y radical de los sindicatos de maestros. Dijo que el salario mensual de un maestro no alcanzaba para comprar más que dos botellas de aceite para cocinar. "Esto es el colapso del sistema, y no solamente para los maestros", dijo. "En los hospitales no hay enfermeras ni medicinas".
Los que siguen apareciéndose en el trabajo a menudo ganan algo extra. Los maestros venden a sus estudiantes caramelos y galletas, por ejemplo, o aceptan que los padres les paguen en harina de maíz o en aceite para cocinar, dijo Raymond Majongwe, secretario general del Sindicato de Maestros Progresistas.
Los zimbabuenses poseen la legendaria capacidad de sobrevivir pese a extraordinarias penurias, y el dinero enviado a casa por millones de compatriotas que se han marchado al extranjero para escapar a la represión política y a las privaciones económicas sigue manteniendo en vida a muchos de ellos. Pero las condiciones cada vez peores están creando presiones hacia un nuevo éxodo, aunque la gente utilice todas su creatividad empresarial para sobrevivir.
Entre los que piensan en marcharse se encuentra Fortunate Nyabinde, cuyo salario de 3.600 dólares zimbabuenses al mes (o 36 trillones de dólares antes de que el gobierno reajustara la moneda en agosto) no alcanza ni siquiera para cuatro días de billetes de autobús hacia su trabajo en el Hospital Parirenyatwa, una de las instituciones públicas más importantes de Zimbabue.
Sin embargo, de momento sigue yendo a su trabajo, empujando un carrito lleno de gachas de maíz de pabellón en pabellón principalmente porque puede ganar hasta veinte centavos al día vendiendo artículos básicos que el hospital normalmente no tiene en existencia: papel higiénico, pasta de dientes, jabón.
"Si vienen la hospital sin nada, tendrán que comprarnos a nosotras", dijo Nyabinde.
Signos de Calamidad
Se pueden encontrar claves sobre el desastroso estado del país en recientes artículos insertados en el portavoz de Mugabe, The Herald, el único diario que permite que siga apareciendo.
Cuerpos de indigentes en avanzados estados de descomposición se apilaban en la morgue del Hospital de Distrito Beitbridge, porque ni el gobierno se estaba ocupando de su sepultura.
El Hospital Central de Harare cortó las admisiones a casi la mitad porque muchos empleados de la limpieza ya no podían llegar al trabajo.
La mayor parte de la capital, aunque bella debajo de su canopia primaveral de lavanda y jacaranda, estuvo sin agua debido a que las autoridades habían dejado de pagar las cuentas del transporte. La basura se amontona, sin que nadie la recoja. Cerca de Chitungwiza han muerto dieciséis personas en un estallido de cólera, propagado por el agua contaminada y las aguas negras. En Kewkwe unos vigilantes mataron a un hombre acusado de haber robado dos pollos, huevos y un cubo de maíz.
Y los jefes tradicionales se quejaron de los políticos y oficiales del ejército corruptos que venden los granos que necesitan los hambrientos, a los conectados políticamente
Zimbabuenses que hacían colas en la capital contaron sobre las estratagemas que tenían para sobrevivir. En el centro comercial Avondale, un pequeño recinto con una cafetería que sirve cappuccinos y un multicine que proyectaba ‘Sexo en Nueva York’ [Sex and the City], más de doscientas personas sudorosas y mal humoradas hacían la cola una mañana hace poco para retirar lo que pudieran del banco.
Moyo, la madrugadora, tenía su usual número bajo -el 26-, mientras que Nyabinde, la enfermera en el turno nocturno, no se hizo más que con el 148, porque había llegado tarde -a eso de las 5:15 de la mañana.
El 132 era Stanford Mafumera, 35, un guardia de seguridad que pasa la mayor parte de su tiempo en su trabajo o haciendo la cola en el banco; es tan pobre que duerme debajo del alero del centro comercial antes que pagar el billete del bus para volver a casa. Su ropa cuelga suelta de su cuerpo delgado, y sus polvorientos zapatos se están desarmando.
"El lunes, martes y miércoles no había dinero", dijo. "Empezaron a pagar recién ayer".
La mayor parte de las veces, dice, sólo come una bolsa de cereales para conservar su paga mensual: diez dólares hace una semana y media, pero ahora sólo cinco dólares, debido a la inflación.
Cada día compra una cajetilla de cigarrillos y los vende sueltos, ganandose unos veinte a treinta centavos adicionales. Pero no pudo reunir el dinero para llevar a su hija de cinco años al doctor hace poco, cuando ella enfermó de diarrea después de beber agua sucia de un pozo.
Mafumera responsabilizó al programa de reforma agraria del gobierno de los males de Zimbabue. Expulsó a los agricultores blancos que había convertido al país en un centro de producción agrícola, dijo, así como a donantes de Gran Bretaña y otros países europeos y Estados Unidos, que mantuvieron durante años a los hambrientos de Zimbabue.
"Un montón de gente adquirió armas, pero no pueden producir nada y esto es lo que está causando pobreza y hambre", dijo. "No hay alimentos".
Caótica Reforma Agraria
En realidad, el deterioro económico de Zimbabue se ha acelerado con las a menudo violentas y caóticas ocupaciones de fincas poseídas por blancos que empezaron los partidarios de Mugabe en 2000. Ahora las grandes fincas producen menos de la décima parte del maíz -aquí el principal cultivo- que se producía en los años noventa, informó en junio la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
Desde entonces, el país ha sufrido escasez de alimento extrema, inflación desenfrenada, una economía menguada y el colapso de los servicios públicos. En el barrio de Nyabinde, en todas partes brotan las verduras que la gente come con gachas de cereales, evidencia de la lucha por los alimentos.
Y en un país que acostumbraba a tener un sistema educativo que era el orgullo del continente, las escuelas a las que asisten los hijos de Nyabinde -Chenai, 10, y Darlington, 6- ahora no tienen maestros. Así que los envía a Stella Muponda, una maestra que renunció a la escuela pública el año pasado, por un par de horas al día. El dinero que paga Nyabinde a Muponda para las lecciones de los niños vale ahora sólo cuarenta centavos, el equivalente de un pan de molde.
Muponda, viuda con gemelos de catorce años, dijo que ella y sus hijos han adelgazado, están más débiles y enfermizos que el año pasado, porque no pueden comer lo suficiente con su escasa paga. Cuando ya no tenga fuerzas para la caminata de ocho kilómetros hacia y desde la escuela, lo dejará.
Demacrada y fatigada, dice: "Lo único que quiero es tener un trabajo decente".
2 de octubre de 2008
©new york times
cc traducción mQh
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