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lo tentaron unos demonios


Declaró el acusado. Apresan a dos jardineros por la muerte de mujer de Montgomery de 83 años.
[Nick Miroff] Cuarenta y ocho horas después de haber golpeado y quemado viva a una mujer de 83 años, Lila Meizell, Ramón Alvarado se puso sus zapatos de cuero blanco nuevos y se encaminó hacia La Frontera, una cantina de estilo mexicano en un centro comercial del condado de Montgomery.
Fue el día después de Acción de Gracias, y Alvarado había pasado gran parte de la tarde ensimismado en sus cosas, ocultando a sus compañeros de piso las quemaduras que tenía en sus piernas. Ahora podía relajarse. Sus bolsillos estaban repletos de dinero.
Un gandul de 32 años que había llegado a El Salvador diez años antes, Alvarado vivía en el sótano de la casa de su tía, donde dormía en un colchón en el lavadero junto a la caldera. Pequeño y delgado, de rasgos angulosos y pesados párpados, sus amigos le llamaban ‘El Garrobo’ -la Iguana. Al cabo de un rato estaba comprando Miller Lite e invitando a todo el mundo.
¿Dé dónde había sacado el dinero? Normalmente Alvarado era tranquilo y estaba siempre en bancarrota, pero esa noche se mostró fanfarrón. "Estaba pagando los tragos de todo el mundo", dijo Joel Guevara, que alquilaba el cuarto junto al de Alvarado. "Pero había algo raro en él".
Mientras Alvarado seguía bebiendo, Guevara volvió a casa y se echó a dormir. Despertó cuando la policía lo sacó de la cama. Los agentes estaban revisando la casa y cuando Guevara vio a los perros policiales olfateando por el lugar, asumió que sus compañeros de piso tenían problemas de drogas. "Pensé: ‘Ah, así es cómo obtienen el dinero’", dijo.
Pero los perros estaban siguiendo una pista de gasolina que los llevó al cuarto de Alvarado. Cuando la policía se llevaba a Alvarado esposado, un agente llevó a Guevara a un lado y le explicó que Alvarado, su primo José Antonio Alvarado y Ana Rodas, la mujer de José, eran sospechosos del asesinato de la afable anciana, a la que José se refería como "la viejita", o "la abuelita".
"Acostumbraba a darle refrescos en los meses de verano y siempre tenía una propina extra", dijo Guevara, que ya no vive en la casa de Alvarado. Suspiró profundamente. "Es espeluznante".
Los archivos judiciales muestran que los Alvarado no tenían antecedentes criminales. José Alvarado y Rodas, que podrían ambos ser condenados a la pena capital por homicidio en primer grado, eran buenos trabajadores y sumisos, dijeron amigos y familiares, y tenían dos hijos en casa, Darwin, 13, y David, 10. Los hombres trabajaban como jardineros para Lila Meizell. Pero José Alvarado le robó y pidió a su mujer y a su primo que le ayudaran a encubrir el delito.
Una tarde planearon y ejecutaron un sórdido plan de asesinato, tan mal concebido como cruel.
"Perdí la cabeza", dijo José Alvarado, hablando desde un teléfono de pago en la cárcel del condado de Montgomery la semana pasada. "No sé qué decir. Todo pasó tan de repente. Me tentaron los demonios".
José Antonio Alvarado, ‘Tony’ para sus amigos, llegó a Estados Unidos hace catorce años. Provenía de San Miguel, una ciudad salvadoreña, contó su madre, María Alvarado. Algunos amigos creen que cruzó la frontera ilegalmente, pero como su mujer, su primo Ramón y muchos inmigrantes salvadoreños y centroamericanos, obtuvo un permiso temporal protegido -un tipo de residencia condicional otorgado ampliamente después del huracán Mitch-, que le permitía vivir y trabajar legalmente en Estados Unidos.
La portavoz del Servicio de Inmigración y Aduanas, Ernestine Fobbs, dijo que la agencia no haría comentarios sobre los tipos de residencia de los tres sospechosos ni sobre sus antecedentes, pero indicó que el servicio de inmigración había emitido órdenes de detención para los tres, lo que quiere decir que podrán ser deportados después de cumplir sus penas de prisión cuando sean condenados. La orden de detención no indica necesariamente que los Alvarado estuvieran ilegalmente en el país, dijo.
Los Alvarado se habían asentado en los suburbios de Maryland y llevaban una de otro modo tranquila vida de largas horas de trabajos mal pagados. Mientras Rodas trabajaba en una tintorería en Rockville, dijeron sus amigos, José Alvarado consiguió empleo como jardinero en el Club de Campo de Rockville, en Chevy Chase. (El club de campo no confirmó si Alvarado había trabajado ahí).
"Mi hijo es un hombre bueno, es un hombre amable", dijo María Alvarado, 53, en su casa en Silver Spring la semana pasada. La estaban llamando desde la escuela de sus nietos cuando buscaba frenéticamente un abogado para que lo defendiera, asombrada por la tarifa de trescientos dólares la hora que le estaban pidiendo.
"No bebe", dijo María Alvarado sobre su hijo, temblando. "No fuma ni usa drogas".
María Alvarado dijo que José y su mujer no tenían problemas económicos. Sus amigos y compañeros de piso dijeron lo mismo: que José había tenido montones de trabajos durante el otoño -recogiendo hojas, recortando setos y otras ocupaciones de jardinería. Su camión permaneció aparcado frente a la casa de la familia durante la semana pasada, relleno de ramas de árboles de su último trabajo.
Pero documentos judiciales muestran una historia económica llena de problemas. Ana Rodas pidió la bancarrota según el Capítulo 7 de 2002, y el año pasado, José Alvarado debió pagar 2.169 dólares a Montgomery Housing Partnership, una organización sin fines de lucro que ofrece viviendas para personas de bajos ingresos. En diciembre pasado José fue acusado de pagar con cheques sin fondo, pero el caso fue desechado después de que devolviera el dinero.
Entretanto, la familia estaba viviendo en una casa cada vez más atiborrada. Archivos de propiedad dejan ver que la madre de José Alvarado compró, en enero de 2007, una casa de 102 metros cuadrados en Downer Drive, por 450 mil dólares. Con su trabajo preparando ensaladas en Marshall’s Bar and Grill en Foggy Bottom, donde dice que trabajó los últimos dieciocho años, María Alvarado ganaba once dólares la hora y trabajaba normalmente de once de la mañana a diez de la noche, seis días a la semana.
Para cubrir la hipoteca, María Alvarado llenó su casa con inquilinos. José, Ana y sus dos hijos dormían arriba con ella. Otro primo, Inmar Alvarado, dormí en el sofá en la salita. Alquilaba un cuarto en el sótano a Joel Guevara por cuatrocientos dólares al mes, y otro espacio en el sótano a una pareja con un bebé, que también se marcharon después del asesinato de Meizell.
Su sobrino Ramón se instaló en el lavadero con una vieja televisión y cubrió las ventanas con toallas. Para mantener su privacidad, colgó una sábana entre su colchón y la zona de la lavadora y la secadora. Sus ropas todavía yacían dispersas la semana pasada, incluyendo los arrugados pantalones negros que llevó a La Frontera la noche de su detención.

Lila Meizell era una de las mejores clientes de José Alvarado y debía aparecerse cada tanto para ocuparse del pequeño jardín de su rosal trepador en Inwood Avenue en Wheaton. Hacía todo lo que ella le dijese.

"Cuando llegaba la señora lo abrazaba", contó Inmar Alvarado, 45, que acompañó a Alvarado a casa de Meizell en algunas ocasiones. "Era muy amable".
Recuerda una visita a casa de Meizel en que José le llamó la atención sobre las escaleras, que debían ser reparadas. "Va a caer y se va a matar", dijo Alvarado entonces, preocupado por la seguridad de la mujer cuyo asesinato ayudaría a preparar algunos meses después.
El 19 de noviembre Alvarado recibió un cheque de Meizell por 75 dólares, de acuerdo a su declaración a la policía. Agregó dos ceros a la suma, depositando el cheque de 7.500 dólares y retirando el dinero. Pronto empezó a preocuparse: ¿Qué pasaría cuando Meizell revisara su cuenta bancaria?
El plan fue urdido en el dormitorio de Alvarado el 26 de noviembre, según la declaración que hizo Alvarado a la policía. Después de informar a su mujer y primo sobre el fraude con el cheque, Ramón Alvarado propuso una solución. Por 1.200 dólares él mataría a la mujer. Luego los tres discutieron el mejor modo de matar a Meizell, según la policía, y fue Ana Rodas la que sugirió que quemaran la casa para destruir las evidencias.
En una furgoneta Dodge, José y Ramón Alvarado se trasladaron hasta Inwood Avenue, a unos diez minutos de distancia, y aparcaron en la calle de Meizell. Poco antes de las ocho de la noche, José Alvarado llamó a la puerta y cuando Meizell respondió le pidió los 43 dólares que le debía por otra trabajo en el jardín. Ella estaba hablando por teléfono con su novio, Roosevelt Saverino, y le dijo que José estaba en la puerta.
Ramón estaba acechando en la oscuridad, detrás de José.
"Ella dijo: ‘Espera un segundo, no cuelgues’", dijo Saverino. Meizell no parecía preocupada.
Luego se cortó la comunicación.
Cuando José Alvarado se alejó con el cheque de 43 dólares, Ramón embistió la puerta y entró para atacar a Meizell, según contó Ramón a la policía. Gritó cuando Ramón la estrangulaba y golpeaba, golpeándole la cabeza contra varios muebles. Mientras José esperaba en la furgoneta, Ramón controló el pulso de Meizell y concluyó que estaba muerta.
Luego, según la confesión de Ramón a la policía, arrojó gasolina sobre su cuerpo y en la salita. Encendió una cerilla, la dejó caer sobre Meizell, que aún respiraba. La salita estalló en llamas. Pero las llamas alcanzaron sus pantalones, y Ramón se quemó las dos piernas, lanzándose sobre el césped de Meizell para apagar las llamas. Volvieron a casa porque Ramón no quiso pedir ayuda médica por temor a ser descubierto. La policía y los bomberos ya estaban en camino.
De regreso en el dormitorio donde habían urdido el plan, Ramón detalló cómo había asesinado a Meizell, de acuerdo a la declaración que prestó Ana Rodas a la policía. José entonces pagó a su primo los 1.200 dólares acordados y pasó mil dólares a su mujer. Poco después se fueron de compras.
Dos días después, cuando Joel Guevara volvió a casa después de un viaje de Acción de Gracias para ver a sus hijos, el recién comprado sedán Volvo de fines de los años noventa de José Alvarado estaba aparcado frente a su casa. Y Darwin y David le pidieron ayuda para instalar su nuevo ordenador.
"¿Cómo puedes hacer eso y luego dormir por la noche?", preguntó la hija de Meizell en una conferencia telefónica la semana pasada. Residente de Virginia del Norte, habló a condición de conservar su anonimato para proteger su duelo. No conocía a los Alvarado, ni sabía que su madre los contrataba para trabajar en el jardín. "La recordarán y tendrán que vivir con eso por el resto de sus vidas", dijo.
En el porche de la casa de Meizell, donde los paramédicos trataron sin éxito de resucitarla, amigos y parientes han instalado un monumento improvisado entre cristales rotos y escombros calcinados. Los adornos en su jardín yacían por el suelo, pero su patio se veía todavía arreglado desde la última vez que José Alvarado recogió las hojas.
"Ella estaba siempre en el patio, y en el vecindario la conocía todo el mundo", dijo Rob Segreti, que vive en la casa de al lado y a menudo veía a los Alvarado desde su ventana.
Desde la cárcel José Alvarado dijo que lo carcomía el remordimiento y estaba desesperado por salir. ¿Quién se ocuparía de sus hijos? ¿Por qué se metió su mujer en esto?
"Esta es una pesadilla", dijo en español. "Estoy arrepentido".
"Sé que esto crea una imagen negativa de los hispanos", dijo. "Los norteamericanos van a pensar que somos todos iguales, que somos todos criminales".
Pero ¿por qué hizo? Quizás habría tenido que pasar algún tiempo en la cárcel por el fraude con el cheque, pero ahora su familia está destruida y él, su esposa y su primo pueden ser condenados a muerte.
Fue una tentación repentina e impulsiva, dijo. "Demonios".
Después de que se le acabara el crédito de la llamada, su madre trató de explicar algo más. Semanas antes alguien había arrojado dos huevos contra su casa, dijo -el primer mal augurio. En El Salvador, la madre de Ramón fue a ver a una médium para saber qué significaba.
La psíquica le dijo que alguien había maldecido a su familia, y que los podía proteger a cambio de trescientos dólares. Pero la familia no pagó. Diez días después, la casa fue nuevamente atacada con huevos, y la semana pasada las cáscaras eran todavía visibles. "Brujería", dijo María Alvarado en español. "Fue brujería lo que los hizo hacer eso".

Matt Zapotosky Meg Smith contribuyeron a este reportaje.

20 de diciembre de 2008
10 de diciembre de 2008
©washington post
cc traducción mQh
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