droga en todas partes
15 de enero de 2009
Sus colegas acogieron la idea con aplausos. Luego les volvió a sorprender: Dos técnicos de laboratorio estaban esperando entre el público para someter a los legisladores presentes al test de drogas. Dijo que eso serviría como ejemplo.
En la estampida hacia la puerta que estalló seguidamente, los legisladores se pisotearon unos a otros, dijo Del Rincón.
Del Rincón no estaba sorprendida para nada. Nació y creció en Sinaloa, un estado en la costa del Pacífico, sede de los capos más importantes del narcotráfico, de sus empresarios más talentosos y de algunos de los más viciosos policías y funcionarios de gobierno.
Enormes extensiones de Sinaloa se convierten periódicamente en zonas prohibidas para desconocidos; el gobierno central abdicó su control hace mucho tiempo. Según algunos, 32 ciudades son gobernadas por gángsteres.
En Culiacán, la capital del estado, hay más casinos que librerías, y las concesionarias de yates y Hummers sirven a los inexplicablemente ricos.
Aquí es donde empezó el folklore narco, con canciones e iconos que rinden homenaje a gángsteres, y donde los niños quieren ser gángsteres cuando grandes. El modo en que Sinaloa se enfrenta a su alma dividida ofrece una visión sobre el curso de la guerra de las drogas en México, donde en lo que va de año han muerto asesinadas más de cinco mil personas en incidentes relacionados con el tráfico de drogas.
"El monstruo perdió toda proporción", dijo Del Rincón, que es miembro del conservador Partido de Acción Nacional.
Una arrojada mujer de grandes ojos y manos que no están nunca quietas, Del Rincón recorre con la vista las mesas de las cafeterías donde se reúne con gente, identificando a los que pueden escucharla; baja la voz cuando menciona algún nombre. Su marido y estrecho colaborador controla su paradero todos los días.
Esos son los riesgos que se corren por abrir la boca.
"Los narcos tienen redes incrustadas en el tejido social de los negocios, la cultura, la política, en todos los aspectos de la vida".
Cosechas
La amapola y la marihuana se han cultivado en las montañas de Sinaloa desde fines del siglo diecinueve. Los campesinos mexicanos han cosechado sus siembras durante décadas y dinastías enteras se han dedicado a su comercio.
Excepto por la brutal represión de los años setenta, gobiernos sucesivos se han adaptado al tráfico de drogas, incluso cuando México se convirtió en el teatro de operaciones de la cocaína colombiana en dirección a su principal mercado: Estados Unidos.
Entonces sólo un partido gobernaba México. El Partido Revolucionario Institucional, PRI, controlaba todo, desde las más pequeñas organizaciones campesinas hasta la presidencia.
"El estado era el referí, e imponía sus reglas del juego a los traficantes", dijo el historiador nacido en Sinaloa, Luis Astorga. "El mundo de los políticos y el mundo de los traficantes contenía y protegía al otro, simultáneamente".
Poco a poco, el monopolio comenzó a resquebrajarse. Otros partidos aparte del PRI empezaron a ganar las elecciones, aquí y en todo el país. Otras caras se incorporaron a las legislaturas regionales, mientras el PRI luchaba por mantenerse en el poder. El PAN de Del Rincón ganó la alcaldía de Culiacán y otros cargos en Sinaloa.
Finalmente, en 2000 el PRI perdió la presidencia.
El pluralismo político de México puede haber hecho un hueco para revoltosas como Del Rincón, pero también lo ha hecho para la guerra declarada entre las pandillas de narcotraficantes, que empezaron a dividirse y competir.
"El estado ya no era el referí, y así los traficantes tuvieron que arbitrar ellos mismos", dijo Astorga. Y ese no iba a ser un proceso con buenas maneras.
Gradualmente, la gente respetuosa de la ley aprendió un nuevo código de conducta: Mantén la cabeza gacha, no preguntes demasiado, aléjate de los restaurantes y tiendas de lujo donde los gángsteres pasan el tiempo. Las reuniones familiares terminan pronto; todos quieren volver a casa antes de la puesta de sol.
"México fue una bomba de tiempo durante mucho tiempo, y ahora finalmente se perdió el control totalmente: más armas, más dinero, más peleas internas", dijo Marco Antonio Castrejón, un dentista cuyos abuelos bajaron de las montañas y se asentaron en Culiacán hace unos sesenta años. Castrejón y sus siete hermanos trabajaron duro, obtuvieron sus diplomas y empezaron negocios legítimos, incluso cuando hombres armados y de aspecto amenazador ocuparon las calles.
Hace unos ocho años, Castrejón impidió que su hijo mayor se marchara de Culiacán. Generación tras generación, la familia se había mantenido unida. Quedarse era importante, dijo.
Pero este año, cuando su hijo menor cumplió los diecisiete y quiso marcharse, la puerta estaba abierta.
"Antes me asustaba que mis hijos estuvieran lejos de nosotros", dijo Castrejón, 48. "Ahora el temor más grande es que se queden".
Policía en Peligro
Pedro Rodríguez, 41, ha sido agente de policía durante la mitad de su vida en uno de los lugares más mortíferos para los polis del mundo. Entró a la policía directamente tras salir del ejército. Pensaba que la disciplina que admiraba de los militares continuaría en el cuerpo de policía de Sinaloa. Y le gustaba la autoridad que le daba el uniforme de policía.
Dijo que todo eso cambió hace siete años.
"Antes, como un agente de policía uniformado, yo podía alzar la mano en la calle y parar a un trailer", dijo Rodríguez. "Hoy en día los camiones te pasan directamente por encima".
Más de cien agentes de policía han sido asesinados este año en Sinaloa, la mayoría de ellos acribillados. Otros han huido, o han aceptado sobornos y cambiado de barricada. Casi el setenta por ciento del cuerpo de policía está bajo el dominio de los traficantes, según algunas estimaciones.
Se cree ampliamente aquí que muchos legisladores y otros políticos son elegidos con la ayuda del dinero de los narcotraficantes, a cambio de un poder de veto sobre el nombramiento de los jefes policiales.
Rodríguez sabe que puede ser traicionado por algún agente corrupto. Reza todos los días antes de salir de su modesta casa donde vide con su mujer y cuatro hijos. Trabaja en una ciudad que a primera vista parece normal, con sus calles atascadas por el tráfico y los oficinistas que salen a almorzar.
Luego esas mismas calles se convierten en una galería de tiro. Hombres armados en SUVs de cristales oscuros disparan contra rivales o policías de día y de noche. Cinco agentes federales y del estado fueron asesinados en una lluvia de balas en el importante Boulevard Emiliano Zapata, de Culiacán, una noche hace poco. El camión con sus cuerpos ensangrentados se detuvo frente a un concurrido casino bajo las luces de neón azules y púrpuras y palmeras sintéticas. Fue la tercera vez en las últimas semanas que todo un pelotón de agentes fue exterminado en una emboscada. Nunca se arresta a nadie; las balaceras, incluso de los polis, son rara vez investigadas.
"Hace veinte años conocíamos a algunos padrinos de la mafia, pero eran discretos", dijo Rodríguez. "Hoy tenemos que vérnoslas con aprendices, que se quieren hacer ricos rápidamente, que cometen enormes excesos, que quieren llamar la atención".
Ese caos hace que algunos se muestren nostálgicos de los viejos tiempos, cuando unas pocas dinastías de Sinaloa dominaban el tráfico de drogas, como habían hecho durante generaciones. Amado Carrillo Fuentes se trasladó de Sinaloa a Chihuahua en los años ochenta y noventa y dirigió la red de narcotráfico de Juárez, lo que lo convirtió en uno de los hombres más ricos del planeta, dueño de una flota de aviones privados y enormes propiedades inmobiliarias en todo el mundo.
Cuando el sistema centralizado cedió, los sinaloenses se enfrentaron a un nuevo reto: el cartel del Golfo.
Con sede en el estado de Tamaulipas, la pandilla del Golfo tenía la reputación de gozar de la protección y de tener lazos con Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente de México, Carlos Salinas de Gortari. Después de la detención de su capo, Osiel Cárdenas, el cartel del Golfo fue el primero en introducir un ejército paramilitar.
La organización de narcotráfico reclutó a fuerzas especiales de los ejércitos mexicano y guatemalteco y formó los Zetas, despiadados asesinos a sueldo. Los Zetas dejaron una de sus primeras tarjetas de visita en Uruapán, en el estado de Michoacán, en septiembre de 2006, cuando arrojaron cinco cabezas cercenadas al suelo de un salón de baile.
Los sinaloenses, a su vez, reforzaron su seguridad, y los Zetas al otro lado adiestraron a nuevos reclutas. Ahora, según los investigadores, actúan como mercenarios varios cientos de ellos, la mayoría de entre 17 y 35 años.
"Cada cartel necesita su propia policía, su protección, su grupo de choque, y esa dinámica ha estado creciendo exponencialmente en los últimos dos años", dijo un alto personero policial estadounidense. "Y ahora se trata de que un cartel supere al otro".
Represión
Cuando Felipe Calderón asumió la presidencia hace dos años, la violencia ya había empezado. Calderón desplegó al ejército durante los primeros días después de su investidura. El presidente, según sus asesores, estaba genuinamente impresionado por la ola de asesinatos que barría el país y la capacidad de los traficantes para infiltrar el mundo político e incluso posiblemente tratar de ser elegidos.
Sin embargo, incluso entre los partidarios de Calderón hay quejas de que el presidente subestimó la dimensión del problema, de que despachó un ejército mal preparado para la tarea y que no están peleando en los frentes político y económico. La consecuencia es que las reacciones han resultado ser más sangrientas de lo que se había anticipado.
Con montones de dinero, los traficantes siguen protegiéndose a sí mismos y se hacen camino en el gobierno mediante sobornos, dice Edgardo Buscaglia, experto en el crimen organizado que asesora al congreso mexicano.
En el último escándalo, y potencialmente el más explosivo, se dice que los traficantes de Sinaloa sobornaron a funcionarios antidrogas en la remota Ciudad de México, adquiriendo información desde dentro sobre la guerra de Calderón contra los contrabandistas.
Buscaglia advierte contra la "afganización" de México, en que barones de la droga rivales ocupan poco a poco diferentes estados.
"Si una organización criminal se apodera de un estado, y otra organización de otro, entonces tienes todos los ingredientes de una guerra civil", dijo Buscaglia. México todavía no llega a ese nivel, dijo Buscaglia, pero esa descomposición se presiente como un verdadero peligro.
Buscaglia cree que los traficantes controlan el ocho por ciento de las municipalidades de México, cerca de doscientas ciudades y pueblos, sobre la base de su análisis de datos como las órdenes de detención contra agentes de policía, detenciones realizadas por el ejército de funcionarios elegidos, y la presencia de actividades criminales sancionadas, como la venta de drogas y la prostitución.
A la cabeza del grupo estaba el estado de Sinaloa, con 32.
Jesús Vizcarra Calderón, alcalde de Culiacán, se sintió obligado el año pasado a negar los rumores de que su considerable fortuna proviene de los traficantes sinaloenses. Vizcarra ha sido señalado por el gobernador de Sinaloa como el próximo candidato del PRI para la elección de gobernador este año [2009].
El legislador del estado de Sinaloa, Óscar Félix Ochoa, también negó estar implicado en actividades criminales después de que fueran detenidos en junio sus tres hermanos, presuntamente por la posesión de dieciocho kilos de cocaína, armas y dinero. Al mismo tiempo, el ejército descubrió una casa de seguridad donde alojaban pistoleros implicados en el asesinato de un agente federal, con más de cinco millones de dólares en una caja fuerte.
Del Rincón, la arrojada legisladora, dirigía la carga contra Félix Ochoa. Un día alguien le envió una corona fúnebre a su casa, con su nombre en ella.
En estos días se muestra más cuidadosa, pero está más determinada que nunca a desafiar al status quo narcotizado.
"Toda la sociedad está contaminada", dijo. "Somos rehenes... Si nos callamos, ¿dónde terminaremos?"
Después de luchar toda una vida para mantener a su familia a resguardo de los traficantes, Del Rincón estaba consternada cuando su hijo empezó a vestirse como buchón -los jóvenes que emulan a los traficantes.
"Si no nos vestimos así, las chicas ni siquiera nos miran", le dijo su hijo.
"Ser narco está de moda", dijo Del Rincón, moviendo la cabeza. "Es el status".
En los cementerios de Sinaloa, yacen muchos miembros de la nueva generación, tras morir prematuramente. Las familias gastan cientos de millones de dólares en la construcción de mausoleos que adulan la vida que llevó a la tumba a sus familiares. Las criptas son construidas con mármol italiano, candelabros de cristal, columnas corintias y puertas francesas.
En una, ‘Lupito’ descansa en paz con su AK-47; ‘Beta’, ‘Payan’ y decenas más emprenden viaje hacia el más allá entre estatuas de la Virgen María, y acompañados por botellas de tequila, latas de cerveza Tecate y cajetillas de Marlboro.
La edad promedio de estos hombres, enterrados todos en los últimos meses, es de menos de veinticinco años.
28 de diciembre de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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