de secuestrado a terrorista 2
Julie Tate contribuyó a este reportaje. 24 de abril de 2009
En Guantánamo, no se usaban nombres. Hay demasiados Ahmed y Abdallah. Y trascribir del árabe al inglés produce a menudo inconsistencias. Para los guardias que patrullaban al otro lado de la alambrada, Ajmi era conocido por su Número de Serie de Internación, 220. Lo llamaban ISN 220. O Detenido 220. O simplemente 220.
Ajmi pasaba sus días básicamente en su celda. Durante sus primeros años allá, los detenidos no tenían acceso a materiales de lectura, excepto ejemplares del Corán. Los interrogatorios, que ocurrían aleatoriamente y podían durar algunos días, eran los únicos cambios de la monotonía.
A principios de 2002, la familia de Ajmi y otras once familias kuwaitíes contrataron a un importante bufete de abogados estadounidense para que examinaran el destino de sus familiares desaparecidos en Afganistán. Entonces, nadie sabía si estaban o no en Guantánamo: las fuerzas armadas norteamericanas consideraban confidencial el destino de los prisioneros. Pero los primeros bufetes a los que se aproximaron las kuwaitíes rechazaron sus peticiones. Les dijeron que defender a sospechosos de terrorismo en los meses posteriores a los atentados del 11 de septiembre de 2001 eran jugar con materiales políticamente radioactivos. Finalmente, un cazatalentos que trabajaba para los kuwaitíes llamó a Wilner, que entonces era socio en Washington del bufete de Shearman & Sterling.
Wilner es un especialista en comercio internacional, no un experto en derecho humanitario, y su currículum era mucho más convencional que los de algunos de los abogados que habían rechazado a los kuwaitíes: St. Albans, Yale, la Corte Suprema. Llevaba más de treinta años ejerciendo la abogacía en Washington. No sabía si algunos de los kuwaitíes eran inocentes, pero eso no le importaba. Lo que sí le importaba eran dos principios jurídicos básicos: que Estados Unidos no debía mantener incomunicados a los detenidos y que incluso los sospechosos de terrorismo tienen derecho a defenderse. Le dio al cazatalentos la respuesta que los otros no quisieron.
Otros socios de Shearman no estaban contentos con la decisión de Wilner de representar a loskuwaitíes, y algunos se lo hicieron saber. Wilner dijo a sus críticos que Shearman no ganaría nada con el caso: la firma donaría todos los honorarios, que finalmente llegaron al millón y medio de dólares, a obras de beneficencia.
Algunas semanas después, se dirigió en avión a Kuwait para reunirse con los familiares de los detenidos. Vio a dos hermanos de Ajmi y a su padre, un hombre mayor de barba gris, nariz puntuda y ojos penetrantes. Todavía lo logra olvidar la angustiada petición de su padre de que lo ayudara a obtener la libertad de su hijo.
Fue durante ese viaje que Wilner se enteró dónde estaban los doce hombres. El Departamento de Estado informó al gobierno kuwaití que ocho de ellos estaban en Guantánamo. En pocos días el Comité Internacional de la Cruz Roja confirmó que los otros cuatro también se encontraban allá.
Pero cuando Wilner trató de ver a sus clientes, los militares no lo dejaron. El gobierno de Bush afirmaba que los detenidos en Guantánamo no tenían derecho a ser representados por abogados civiles.
Así que Wilner presentó una querella, alegando que Ajmi y los otros once kuwaitíes merecían que un juez federal revisara su detención. El caso se consolidó con otro recurso de habeas corpus, Rasul contra Bush, y finalmente se hizo camino hasta la Corte Suprema, que, en junio de 2004, resolvió que los detenidos de Guantánamo tenían derecho a impugnar su encarcelamiento en tribunales federales.
Aunque tomaría otros cuatro años para que se viera el habeas corpus, debido a los planteamientos jurídicos adicionales presentados por el gobierno de Bush y los intentos del congreso de aprobar un compromiso, el impacto práctico más significativo de la resolución sobre Rasul fue que allanó el camino para que abogados como Wilner pudieran visitar a sus clientes.
La última semana de diciembre de 2004, después de meses de discusiones con el Pentágono sobre las normas y la logística -el ministerio de Defensa insistió al principio que se le debía permitir el control de las conversaciones entre el abogado y sus clientes-, el equipo de Shearman llegó a Guantánamo.
Para la visita Ajmi fue instalado en una pequeña cabaña de metal. Sus piernas fueron encadenadas a un ojete en el suelo. Una de sus manos fue atada a su propio cinturón.
La abogado que habló con él, Kristine Huskey, le llevó una caja de baclava de una panadería de Detroit y le explicó que formaba parte del equipo de abogados en Washington que lo estaba representando. Le dijo que su familia se había reunido con Wilner. Incluso le mostró un DVD de sus familiares.
Wilner y Huskey querían ganarse la confianza de los detenidos, que no tenían modo de saber si realmente eran abogados o simplemente otro grupo de interrogadores. "Teníamos que convencerlos de que estábamos ahí para representarlos", dijo Huskey. "Apenas si les dimos la posibilidad de decir algo, para que no nos dijeran: ‘¿Quiénes son ustedes? Lárguense’".
Sus temores no eran completamente infundados. En reuniones posteriores, contó Wilner, que es judío, uno de los detenidos kuwaitíes, Fouad Mahmoud al-Rabiah, le dijo que uno de sus interrogadores le dijo que debía desconfiar de sus abogados debido a su religión. "¿Cómo puedes confiar en un judío? Durante toda la historia los judíos han traicionado a los musulmanes. ¿Crees tú que tus abogados, que son judíos, no te traicionarán?", le dijo el interrogador, según Rabiah.
En esa primera reunión, Huskey recuerda a Ajmi como "amable y reservado". Le dijo que estaba agradecido de que lo estuviese defendiendo y por el tiempo que dedicaba a su caso. Le preguntó por su familia, y parecía resignado sobre su detención. "Pese a los malos tratos, estamos felices de estar aquí. Es la voluntad de Dios", le dijo a Huskey.
Pero había también señales ominosas. El sargento que lo llevó a la cabina le advirtió a Ajmi que había un "problema de conducta". A diferencia de la mayoría de los detenidos, Ajmi llevaba pantalones naranja cortos. Huskey vio las cicatrices en sus rodillas. Le parecía que Ajmi había sido arrastrado por los guardias. Le preguntó, pero él no quiso hablar sobre el tema, excepto para decir que sus secuestradores "habían denigrado al islam" y que había tenido "un problema" con los guardias.
Otro de los kuwaitíes le dijo que a Ajmi le habían quitado la manta y su ejemplar del Corán por su mala conducta. Pero no sabía qué había hecho Ajmi.
Huskey no presionó a Ajmi para que le contara qué estaba haciendo antes de ser detenido, y él no dijo nada sobre el asunto, excepto la declaración: "Estoy aquí como enemigo combatiente, y saldré de aquí como enemigo combatiente. Dile eso a mi familia".
22 de febrero de 2009
©washington post
cc traducción mQh
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