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katz y los perros


Algunos han postulado que el fiel chucho de la familia es en realidad un "parásito social". ¿Cuál será el próximo error de la modernidad?
[Jonah Goldberg] Hay una famosa frase de Harry Truman sobre Washington, que dice: "¿Quieres hacerte con un amigo en Washington? Cómprate un perro". Pero Truman se equivocó, al menos si tenemos que creerles a los expertos.
No estoy hablando de Washington, sino de los perros. Y no me refiero Primer Perro Bo, que ha recibido una tonelada de atención que en realidad debió haber recibido un perro de refugio, como había prometido el presidente. No, estoy hablando de los perros como perros.
Y de amor.
Mientras que las relaciones tradicionales se disuelven en el ardor de la época actual, o quizás justamente bajo los incandescentes focos de ‘Oprah’, se nos dice constantemente que hay muchas "clases de amor". En realidad, este no es un punto de vista novedoso. Pero podemos dejar este debate, y el otro sobre el significado y utilidad de esta observación, para otro día. Lo que duele no es dónde se extiende la línea, sino de dónde está siendo retirada.
Hablando figurativamente, hasta antes de ayer todo el mundo entendía que entre las expresiones de amor más honorable -un tipo de amor- estaba la relación entre un hombre y su perro. Según Platón, los canes eran amantes del conocimiento por ser capaces de distinguir entre amigos y enemigos. Sigmund Freud observó que "los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos, muy diferentes a la gente, que son incapaces del amor puro y tienen siempre una mezcla de amor y odio".
Charles Darwin, un verdadero santo secular de la edad moderna, amaba a los perros incondicionalmente. Y, en ‘El origen del hombre’ [The Descent of Man], se maravillaba de la capacidad de los perros de expresar un amor recíproco. Observó que incluso "en la agonía de la muerte se ha sabido de un perro que acarició a su amo".
Pero, aparentemente, Darwin también era un imbécil. Eriz Zorn, escritor del Chicago Tribune, se burlaba hace poco de una vecina, Jess Craigie, que se zambulló en aguas gélidas para salvar de la muerte a su perro. Zorn escribió: "Nota para Jess Craigie: Eso no quiere decir que tu perro te quiera".
La fuente de esta infamia es Jon Katz, que, pese a su nombre, ha escrito historias maravillosas sobre los perros. Zorn usa una desafortunada cita de Katz para propagar la idea de moda de que los perros, en palabras del escritor de ciencias Stephen Budiansky y otros, son "parásitos sociales". Según esta teoría, los cánidos son estafadores por evolución que han engañado a los humanos haciéndoles creer que son nuestros amigos. "Los perros desarrollan fuertes vínculos instintivos con la gente que los alimenta y cuida", dijo Katz a Zorn. "Con quince mil años de domesticación, han aprendido a hacernos creer que nos quieren". (En su libro ‘Soul of a Dog’, Katz escribe con mucho más moderación sobre el afecto canino, sugiriendo un pro quo de comida por amor).
Mira, pocos ponen en discusión que los perros son criaturas complicadas con vidas interiores que están cerca de una conciencia similar a la humana o de conciencia de sí mismo. Y cualquiera que haya pasado más de cinco minutos con un perro, sabe que sus prioridades difieren dramáticamente de las nuestras. Esa es una de las cosas maravillosas que tienen los perros. Se preocupan por ti. O, en el caso de mi perro, Cosmo (un perro de refugio) se preocupa por mí y se preocupa de mantener un perímetro seguro y disciplinado, sin carteros, ardillas, mapaches, zorros, chitas ni ñúes. De momento, sus mayores éxitos los ha tenido con las chitas y los ñúes.
Esta es la pregunta que los reduccionistas como Zorn no responden. ¿Por qué tiene que ser el afecto de un perro un ardid o un truco? Después de todo, según la misma lógica, yo quiero a mi esposa e hija porque tengo fuertes vínculos instintivos con ellos anclados en mis genes. Pero incluso si la explicación genética es absolutamente correcta, eso no cambia el hecho de que yo quiero a mi familia.
¿Por qué tendría que ser diferente con los perros? Los perros no tienen como Terminator una pantalla de ordenador en la cabeza que dice "realice la rutina de falso amor" cuando sus amos vuelven del trabajo. Los perros no posan frente al espejo para practicar con sus rabos, como quien lee frases de un guión para que suenen convincentes. Si es verdad para los otros seres vivos, entonces también es verdad para los perros: Ellos son lo que son. Un perro feliz no puede simular su alegría, del mismo modo que un león no puede simular sus ganas de comer.
¿De verdad queremos vivir en una sociedad en la que el amor es un timo anclado genéticamente?
En realidad, si adoptar la modernidad quiere decir que tengo que aceptar semejante necedad mejor no cuenten conmigo. Me iré a otro lugar. Si me necesitan, sigan el ladrido de los perros.

15 de mayo de 2009
12 de mayo de 2009
©los angeles times 
cc traducción mQh
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