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en la mente de un asesino


Un asesino disfrazado de Santa Claus. Bruce Pardo pasó meses reuniendo armas y planificando la masacre de vísperas de Navidad, de su ex esposa y otras ocho personas.
[Tami Abdollah] Era casi medianoche cuando un hombretón bajó de su Dodge azul de alquiler y se acercó a la casa de ladrillos al fondo de una calle sin salida en Covina. Llevaba un traje de Santa Claus hecho a mano, con protectores de zapatos, barba, gafas y guantes. Para nada sospechoso. Era vísperas de Navidad.
Pero debajo de la ropa llevaba ropa de calle negra, cinco revólveres de 9 milímetros y diecisiete mil dólares en efectivo, amarrado con plástico a su cuerpo. Llevaba un compresor envuelto en papel de Navidad, con combustible de alto octanaje. En un zapato guardaba un boleto para un vuelo con la Northwest Airlines, hacia Moline, Illinois.
El hombre golpeó a la puerta. Dentro terminaba una fiesta de Navidad, y los familiares de Sylvia Pardo se habían reunido cerca de la puerta para despedirse.
La puerta se abrió y una niña de ocho años corrió hacia Santa Claus, que le disparó a la cabeza. Luego entró a la casa y abrió el fuego. La hermana de Sylvia marcaba frenéticamente el 911.
"Su nombre", le dijo a la telefonista, "es Bruce Pardo".

En la masacre de Knollcrest Drive murieron nueve personas, incluyendo a la ex esposa de Pardo y sus padres. Pardo, 45, se suicidó unas horas después.
Seis meses después se ha hecho un retrato más completo del asesino y del crimen, sobre la base de entrevistas con familiares, amigos y detectives. El FBI y la policía de Covina están creado un retrato criminal de Pardo, en su pesquisa sobre la causa de una de las peores masacres del condado de Los Angeles.
Aunque atormentado privadamente por el deterioro de su matrimonio, en público Pardo brillaba de simpatía y generosidad. Ni el más íntimo de sus amigos podría haber intuido que en junio pasado, antes de que su divorcio fuera definitivo, había empezado a almacenar en secreto todo un arsenal y estaba elaborando un elaborado plan de escape.
Cuando crecía en el Valle de San Fernando en los años setenta, Pardo, hijo de un ingeniero, mostró cierta disposición por las matemáticas. Después de graduarse en la Escuela Secundaria Politécnica John H. Francis en Sun Valley, se marchó a estudiar informática en la Cal State Northridge.
Le encantaba ser el centro de la atención. En su graduación en Cal State, llevó una muñeca inflable de tamaño natural.
Sus amigos y colegas lo recuerdan como un tipo excepcionalmente inteligente y consiguió una posición como ingeniero de software en el Jet Propulsion Laboratory en La Cañada Flintridge. Pero no era el empleado más industrioso. Parecía disfrutar de la posibilidad de burlarse del sistema. Una vez, recordó un colega, se metió en el sistema informático JPL para informarse sobre los salarios de sus colegas. Parecía hacer lo que quería, desapareciendo después de una fresca nevada para volver bronceado, excepto los ojos.
En 1988, a los veinticuatro, Pardo se comprometió con una colega de JPL. Invitaron a 250 personas a la boda en San Francisco Mission. Pardo no tenía demasiado dinero, y en esa época estaba viviendo con su madre. Así que la novia canibalizó sus ahorros para pagar la recepción en un club de campo y dos reservas de luna de miel en Tahití.
El día de la boda, el 17 de junio de 1989, su novia, así como su hermano Brad y su madre, Nancy Windsor, esperaron durante casi hora que apareciera Pardo. Nunca llegó. A la semana siguiente, su novia se enteró de que había retirado los tres mil dólares que quedaban de su cuenta de crédito.
"Hacía lo que quería", recordó Delia, la ex novia. Pidió que no publicáramos su apellido debido a que, desde entonces, se casó con otro y se mudó a otro estado. "No tenía ningún sentido de la responsabilidad".
Semanas después, volvió a ver a Pardo. "Estaba bronceado, y se veía muy bien", dijo Delia. "Resulta que había ido a Palm Springs, y se gastó todo el dinero".
Los fines de semana, Pardo invitaba a menudo a sus amigos para pasear en su lancha por el Lago Havasu.
"Era un niño grande, tontorrón y amoroso", dijo Tina Westman, 39, que salió con él a principio de los años noventa. A veces demasiado bobalicón. Pardo convenció a Westman para que lo acompañara para un paseo en balsa con amigos y cuando ella cayó al agua y casi se ahogó, Pardo se rió. "No entendía lo grave de la situación", dijo. "Era muy, muy inteligente, pero no tenía sentido común".
Para 2001, a los 37, Pardo parecía finalmente haber sentado cabeza. Estaba viviendo con su novia, Elena Lucano, y el hijo de ambos, Bruce Matthew, en Woodland Hills.
Una semana después de Nochevieja, Matthew se cayó en la piscina en el patio trasero mientras Pardo miraba televisión en la casa. Cuando Lucano volvió a casa, encontró a Pardo gritando, con Matthew en los brazos -de acuerdo a su abogado. Pardo mantuvo vigilia durante la semana que el niño estuvo en el hospital. Pero cuando los doctores determinaron que Matthew no se recuperaría nunca completamente, Lucano y Pardo se separaron.
Matthew, ahora de 9, tiene un daño cerebral severo y es parapléjico. Ni Lucano ni Matthew volvieron a ver a Pardo.
En 2004, Pardo conoció a Sylvia Orza. Fueron presentados por su cuñado, un colega de Pardo en JPL.
Orza, 40, tenía tres hijos de dos matrimonios anteriores. Los amigos de Pardo pensaban que eso era lo que él necesitaba: una mujer con los pies en la tierra y una familia grande.
Se casaron el 29 de enero de 2006 y Pardo compró una casa de tres dormitorios de 565 mil dólares, en Montrose, con una hipoteca de 452 mil dólares. También compararon un perro akita, al que bautizaron Saki, y parecían vivir felices con la hija de cuatro de Sylvia. Pardo colaborada regularmente con la misa del domingo en la iglesia católica del Sagrado Redentor, a unas cuadras de distancia.
Al principio, Pardo se sentía atraído por la cálida y hospitalaria familia de su esposa. Pero después de su primer año de matrimonio, contó ella a sus amigos, se había convertido en un hombre frío, mezquino y distante. A menudo peleaban por dinero.
Al mismo tiempo, la madre de Pardo veía a Sylvia y sus hijos con muy buenos ojos. A fines de 2006, dice la policía, le confió a su nuera que Pardo tenía un hijo gravemente disminuido, al que deducía de los impuestos, pero no ayudaba.
La pareja se separó el 7 de marzo de 2008. Sylvia preguntó a Pardo si se podía quedar en la casa mientras su hija terminaba sus últimos meses de guardería, pero Pardo puso sus pertenencias en el camino de entrada un día que ella asistió  a la fiesta de cumpleaños de una sobrina. Ella pidió el divorcio y se mudó a vivir con su hermana en Glendale.
En abril, Pardo contrató a Stanley Silver, un abogado de San Fernando, y dijo que esperaba que se pudieran reconciliar. Silver llamó al abogado de Sylvia, Scott Nord, que le dijo que [su cliente] ya lo había decidido.
Aunque el hermano de Pardo pensaba que parecía deprimido, otros creían que se había resignado al divorcio. Silver dijo que Pardo "no se alteraba nunca. Era siempre simpático".
Pardo había dejado JPL y estaba trabajando como ingeniero para ITT Radar Systems, un contratista de defensa de Van Nuys, y ganaba 122 mil dólares al año. Sylvia estaba ganado cerca de treinta mil dólares como asistente administrativa de la compañía de flores El Monte. El 18 de junio de 2008, un juez de Burbank conminó a Pardo a pagar 1.785 dólares al mes por concepto de alimentación. El primer cheque de Pardo rebotó y no pagó el segundo, según dijo el abogado de Sylvia al tribunal.
Para entonces, Pardo ya tenía su plan.
El 13 de junio viajó a Burbank y entró a Gun World, una pequeña tienda debajo de un toldo azul, y pagó 999.95 dólares por un revólver Sig Sauer de 9 milímetros.
El 31 de julio Pardo fue despedido por cobrar horas inexistentes. Acudió al seguro de desempleo, pero los empleados despedidos con motivo fundado no tienen derecho a este y su solicitud fue rechazada.
El 8 de agosto, Pardo volvió a Gun World a comprar otro revólver Sig Sauer de 9 milímetros. Las leyes californianas limitan la venta de armas de fuego ocultables a una por cliente por mes. Un mes después, el 8 de septiembre, Pardo compró un tercer revólver en la misma tienda. Volvió por un cuarto revólver el 11 de octubre, y un quinto, el 13 de noviembre.
Mientras los abogados de Pardo y Sylvia intercambiaban escritos en el otoño, Pardo pasó la mayor parte del tiempo en su casa en Montrose. Algunas veces a la semana tomaba su almuerzo en Montrose Bakery & Cafe, donde pedía un bocadillo de pavo o de pastrami y, de postre, un bollo de frambuesas. Se sentaba normalmente en una cabina cerca de la ventana, vigilando a Saki, que dejaba en la acera.
El 8 de septiembre llamó a un vecino, Jeri Deiotte, propietario de Jeri’s Costumes. Le encargó un traje de Santa Claus, diciéndole que era para una fiesta de niños. Dejó el depósito de doscientos dólares y prometió volver en noviembre.
En agosto y septiembre, Pardo pidió trabajo en la industria de la alta tecnología, pero las compañías no estaban contratando. Debido a las dificultades económicas de Pardo, el juez que llevaba su caso de divorcio accedió a suspender el pago de alimentación.
En esa época llamó Steve Erwin, un viejo amigo de la secundaria. Erwin, su esposa y seis hijos vivían en Iowa, y él y Pardo estuvieron siete años sin verse. Erwin invitó a Pardo a Iowa en octubre para celebrar que Erwin cumplía 45 años.
Cuando llegó Pardo, le contó a Erwin sobre el divorcio y dijo que había "estado en casa y pensado sobre todo".
Pardo parecía avergonzado de que su vida personal, incluyendo su despido y sus finanzas, estaba siendo exhibida públicamente en el tribunal de divorcios, dijo Erwin. Pardo le dijo que él y su madre apenas se hablaban y que él se sentaba con la familia de Sylvia en las audiencias por el divorcio.
Pardo parecía disfrutar de los hijos de Erwin. Los ayudaba con sus deberes en álgebra y les daba dinero para el bolsillo. Cuando se marchó, dejó siete billetes de un dólar debajo de la almohada del hijo de nueve de Erwin.
Pardo también visitó una armería en Iowa y compró dieciséis cargadores de revólver, cada una con dieciocho balas, ocho más que las permitidas en cargadores en California.
Volvió a California y fue a recoger su traje de Santa Claus a Deiotte. La mayor parte de sus clientes alquilaban los trajes, pero Pardo, de un metro noventa y cinco y 123 kilos, lo había pedido a la medida. Y había pedido específicamente que tuviera un bolsillo extra.
Cuando recogió el traje, pagó los restantes cien dólares y dejó una propina de veinte.
Su plan cristalizaba. En un cuarto en la casa tenía cinco revólveres y un compresor DeWalt, una manguera de quince metros y un depósito de combustible de alto octanaje en un cobertizo en el patio trasero.
Unos días antes del Día de Acción de Gracias, encendió sus luces de Navidad.
Una semana antes de Navidad, en una sala de audiencias de la segunda planta del tribunal de Burbank, el matrimonio de Bruce Pardo y Sylvia Orza fue oficialmente terminado. La causa: diferencias irreconciliables.
Pardo accedió a pagar diez mil dólares a su ex. Ella se quedó con la sortija de compromiso de diamantes, y él con el perro, Saki.
Al día siguiente, el viernes antes de Navidad, Pardo entró a una agencia de viajes en Montrose a preguntar el precio de un boleto de avión para visitar a la familia de Erwin. Volvió a la agencia el lunes y pagó 650 dólares en efectivo por un boleto de ida y vuelta a Moline, Illinois, el aeropuerto más cercano a la casa de Erwin. Saldría en Navidad las 12:20 horas y volvería dos semanas después. Llamó a Erwin diciéndole que pensaba pasar de visita.
En la semana anterior a Navidad, alquiló un Dodge Caliber en un local de Budget y un Toyota Rav-4 plateado en un Rent-a-Wreck. Llenó el Toyota de mapas del sudoeste de Estados Unidos y México, agua, comida, ropa, un bidón de gasolina, y un portátil y ordenador de mesa.
En Vísperas de Navidad, condujo el Toyota hasta Glendale y lo aparcó cerca de la casa de Nord, el abogado de su ex. Los detectives suponen que Pardo planeaba, después de los asesinatos en Covina, llevar el Dodge a casa de Nord, atacarlo y escapar con el Toyota.
A las seis de la tarde, Pardo llamó a Erwin y su esposa, Michelle. Pardo sonaba deprimido, pero dijo que los vería al día siguiente. Le prometieron prestarle ropa de invierno. Los detectives no están seguros de si realmente pensaba viajar a Iowa: podría ser un plan B o un intento de despistar a la policía.
En algún momento esa tarde, esnifó cocaína; en su cuerpo se encontraron trazas del narcótico.
Más tarde esa noche, Bong García, el otro vecino de Pardo, salió a la terraza a fumar un cigarrillo con su sobrino. Pardo pasó por ahí los saludó, diciéndoles que iba a una fiesta de Navidad.
"Como siempre", dijo García. "No parecía enfadado ni nada parecido".
Pero García observó algo extraño: Su vecino dejó su Cadillac Escalade negro y su Hummer blanco en la entrada, para marcharse con el Dodge azul aparcado en la calle.
A eso de las diez de la noche, el hermano menor de Pardo, Brad, paró por la casa de Montrose. Habían quedado en ir a una fiesta de vacaciones de un amigo, pero Pardo no estaba en casa.
Más tarde, Pardo no apareció por la iglesia del Sagrado Redentor, donde había quedado en ayudar con la misa de medianoche.
La primera llamada al 911 de Covina fue hecha a las 11:27 de la tarde.
Cuando llegaron los bomberos, la casa ardía en llamas. Pardo había asperjado combustible de carreras, con la idea de encenderlo con una llama, pero las llamas en las dos chimeneas provocaron una explosión -que mató a Sylvia, sus padres, sus dos hermanos y sus esposas, su hermana y su sobrino de diecisiete. La sobrina de ocho años, a la que disparó en la cara, sobrevivió. Quedaron huérfanos trece niños.
Mientras ardía la casa, un vecino vio alejarse a un coche azul con sus focos apagados. En el jardín había unas gafas de juguete y una capa de Santa Claus.
Pardo condujo los 64 kilómetros que lo separaban de casa de su hermano Sylmar. Tenía quemaduras de segundo y tercer grado en sus brazos, manos, y en el cuello. También tenía quemaduras en una pierna; su traje de Santa se había fundido con su piel. Un escape limpio ya no sería posible.
Cuando el hermano de Pardo volvió a casa a las 3:10 de la mañana, encontró el cuerpo de Pardo estirado sobre el sofá en la sala de estar, con dos revólveres a su lado. Se había disparado en la boca. Todavía llevaba su anillo de bodas.
Brad Pardo marcó el 911.

Scott Kraft contribuyó a este reportaje.

20 de julio de 2009
11 de julio de 2009
©los angeles times
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