sobre la seducción del poder
El autor es psicólogo y docente de psicología en UNR. 6 de marzo de 2010
Lo político es, sobre todo, una manera de urdir relaciones asimétricas. Es difícil encontrar algo, en el ámbito en el que se lo busque, que iguale la fascinación que el poder genera en quién lo detenta, que lo ejercita, que lo cuida de cualquier amenaza y que apunta siempre a hacerlo más efectivo.
[Andrés Cappelletti] Es preciso dejar de lado la idea de que lo político debe necesariamente vincularse a los "partidos", o peor aún, a los individuos o grupos a los que suele adjetivarse de tal modo. Lo político es mucho más importante que eso; se vincula con las formas en las que, en una sociedad determinada, se establecen, se favorecen o se niegan ciertas relaciones de poder.
Dos misteriosos enigmas recubren casi desde siempre los nexos entre los humanos y las relaciones políticas que ellos mismo crean. El primero de ellos atañe al carácter gregario de la vida comunitaria, y más específicamente a la desigual relación que se establece entre los pocos que gobiernan y las multitudes gobernadas. Lo esencial del asunto podría resumirse en las siguientes preguntas: ¿Cómo es posible que las personas procuren ser gobernadas, dominadas, dirigidas, controladas? ¿Por qué los hombres luchan por su servidumbre como si se tratara de su salvación? Estos interrogantes no son ni con mucho novedosos; con la mayor claridad imaginable fueron formulados por un ya lejano joven francés Etienne de la Boètie en la mitad del siglo XVI. El alcance de estas preguntas no se limita sin embargo a una situación de la época en las que fueron por primera vez formuladas; no fueron determinadas sólo por las circunstancias políticas y sociales de su época, sino que valen de igual modo para nuestro presente. Otra vez: ¿Cómo es posible que la mayoría no sólo obedezca a uno solo, sino que también le sirva, y no tan sólo le sirva sino que también desee servirle? Debe decirse que la sociedad en la que vivimos tiene por lo menos dos grandes fracturas: una es la división que se establece entre los propietarios de los medios de producción y lo que no lo son. La otra división, menos publicitada y más naturalizada, es la que se establece entre los que mandan y los que obedecen, división que como todo lo humano tiene su historia, su lugar en la historia, o por decirlo de otro modo, ha ocurrido en un momento, y antes de ese momento no existía. Se trata de la irrupción histórica del Estado, momento en el que comienza la sumisión voluntaria de todos a uno solo; momento también en el que lamentamos la aparición de un mutilado hombre nuevo, que ha perdido parte de sí mismo al perder su ser para la libertad. Paradoja de la historia: el único ser que posee la capacidad y los atributos para ser libre construye formas sociales en las que uno o unos pocos mandan y el resto, la inmensa mayoría, obedece voluntariamente, como si este hecho fuera lo más natural y agradable del mundo.
El otro enigma que sobrevuela las relaciones políticas que los hombres han construido es el que podemos mencionar como el "amor al poder", aunque tal vez la palabra "amor" no logre dar una idea lo suficientemente exacta del lazo que el hombre establece con el poder; es difícil encontrar algo, en el ámbito en el que se lo busque, que iguale a la seducción que el poder ejerce sobre el hombre que lo detenta, que lo ejercita, que lo cuida de cualquier amenaza, que imagina y cree ver peligros para ese poder en cualquier parte, que quiere siempre, si es posible, acrecentarlo y hacerlo más efectivo. Habría que preguntar, para entender tal vez un poco mejor todo esta cuestión, qué cosa es el poder. Reflexionado en la época moderna desde Maquiavelo hasta Foucault, el poder es en el sentido esencial de su existencia una forma de relación entre uno y los otros. Precisamente Foucault ha querido mostrar cómo las relaciones de poder no se establecen sólo entre el Estado y los gobernados, sino que se integran en todas las relaciones sociales y constituyen en buen grado las diferentes modalidades que esas relaciones asumen. La fascinación incomparable que el poder ejerce se produce sin embargo en cualquier nivel en el que éste se establezca, por el misterio del enigma, deberemos cifrar por el momento la oscuridad del asunto.
4 de marzo de 2010
©rosario 12
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