animal, vegetal, miserable
Gary Steiner es profesor de filosofía en la Bucknell University y autor de ‘Animals and the Moral Community: Mental Life, Moral Status and Kinship’. 12 de marzo de 2010
Es difícil ser un vegano estricto en estos días. Y es más difícil ser animal en una sociedad obsesionada por el consumo de carne.
Gary Steiner. Últimamente más gente ha empezado a manifestar interés en temas como de dónde viene la carne que comen y cómo fue criada. ¿Fueron los animales tratados humanamente? ¿Tuvieron una buena calidad de vida antes que la muerte los convirtiera en la cena de alguien?
Algunas de estas preguntas, que alcanzan un estado de extrema agitación en los días previos al Día de Acción de Gracias, tienen que ver con la manera en que se trata a los animales. (¿Su pavo vivía al aire libre?) Otras se concentran en la pregunta sobre cómo afectará a la salud y bienestar del consumidor el consumo de animales. (¿Le metieron hormonas y antibióticos?)
Sin embargo, ninguna de estas interrogantes se detiene a pensar sobre si es correcto matar animales para el consumo humano. E incluso cuando la gente pregunta esto, encuentran casi siempre toda una variedad de respuestas ingeniosas para justificar la muerte y consumo de animales en nombre del bienestar humano. Los veganos estrictamente éticos, entre los que me cuento yo mismo, son habitualmente denunciados por hacer equivaler la manera en que nuestra sociedad trata a los animales con un genocidio. ¿Puede alguien considerar seriamente que el sufrimiento animal sea incluso remotamente comparable con el sufrimiento humano? Los que responden con un resonante no se defienden normalmente de dos modos.
Algunos sugieren que los seres humanos, y no los animales, están hechos a imagen de Dios y por tanto están mucho más cerca de la divinidad que cualquier animal no humano; de acuerdo con esta línea de pensamiento, los animales fueron creados expresamente para su uso por los humanos y pueden ser utilizados sin escrúpulos para satisfacer sus necesidades y deseos. Hay un amplio apoyo en la Biblia y en los escritos de filósofos cristianos como San Agustín y Tomás de Aquino para este modo expresamente antropocéntrico de despojar de valor la vida de los animales.
Otros argumentan que la capacidad humana para pensar abstractamente nos hace capaces de sufrir de una manera que cualitativa y cuantitativamente excede el sufrimiento de cualquier animal no humano. Filósofos como Jeremy Bentham, que es famoso por haber basado la condición moral no en las capacidades lingüísticas o racionales sino más bien en la capacidad de sufrir, argumentan que debido a que los animales son incapaces de pensar abstractamente viven prisioneros en un eterno presente, sin ninguna percepción de un futuro y por tanto no se puede decir que tengan algún interés en una existencia continuada.
La respuesta más aguda e inconformista a este tipo de razonamiento provino del escritor Isaac Bashevis en su cuento ‘El escritor de cartas’ [The Letter Writer], en el que llamó al sacrificio de animales la "Treblinka eterna".
El cuento describe un encuentro entre un hombre y un ratón. El hombre -Herman Gombiner- reflexiona sobre su lugar en el esquema cósmico de las cosas y concluye que hay un vínculo esencial entre su propia existencia como "hijo de Dios" y la "criatura divina" que corre frente a él en el suelo.
Piensa que el ratón ciertamente tiene alguna capacidad de pensamiento; Gombiner cree incluso que el ratón es capaz de sentir amor y gratitud hacia él. No solamente como medio para la satisfacción de deseos humanos, ni tampoco meramente un incordio que debe ser exterminado, esta pequeña criatura posee la misma dignidad que cualquier otro ser sensible. Frente a esa dignidad inherente, concluye Gombiner, la práctica humana de llevar a los animales a la mesa en forma de alimento es aborrecible e inexcusable.
Muchas de las personas que denuncian la manera en que tratamos a los animales durante su crianza para el consumo humano no se detienen nunca a pensar sobre esta profunda contradicción. En lugar de eso, hacen apasionados llamados para producir carne de manera más "humana". Mucha gente apacigua su conciencia comprando solamente aves y huevos de granja, felizmente inconscientes de que "de granja" no tiene ningún significado práctico. Los pollos pueden ser etiquetados como de granja incluso si nunca han estado al aire libre ni hayan visto nunca ni una pizca de luz diurna en la vida. ¿Y el pavo de Acción de Gracias? Incluso si es criado en una granja, todavía vive una vida de dolor y encierro que termina con el cuchillo del carnicero.
¿Cómo puede gente inteligente que dice estar profundamente preocupada del bienestar animal y que respetan la vida hacer la vista gorda ante semejantes prácticas? ¿Y cómo puede la gente seguir consumiendo carne cuando se enteran de que casi 53 mil millones de animales terrestres son sacrificados cada año para el consumo humano? La respuesta más simple es que a la mayoría de la gente simplemente no le preocupa ni la vida ni el destino de los animales. Si les preocupara, tratarían de saber todo lo posible sobre las maneras en que nuestra sociedad los maltrata sistemáticamente, y tomarían una decisión que es a la vez simple y difícil: abjurar del consumo de productos animales de todo tipo.
La parte fácil de esto consiste en considerar las exigencias de la ética y luego simplemente ponerlas en práctica. La parte difícil es que no has vivido realmente sino cuando tratas de funcionar como un estricto vegano en una sociedad obsesionada con la carne.
Las que antes eran las actividades más simples se convierten en una prueba permanente. Podrías pensar que se trata solamente de eliminar la carne, los huevos y los productos lácteos de tu dieta, pero en realidad es mucho más que eso.
Para ser un vegano estricto de verdad se requiere evitar todo producto animal, y esto incluye evitar materiales como el cuero, la seda y la lana, así como toda una gama de cosméticos y medicamentos. Mientras más exploras, más sabes sobre productos que nunca hubieras pensado que contenían o implicaban a componentes animales en su producción -como el vino y la cerveza (la ictiocola, una especie de gelatina derivada de la vejiga de los peces, se usa a menudo para refinar o purificar estas bebidas), el azúcar refinada (a veces se usan huesos carbonizados para aclararla) o tiritas (se usan productos animales en su adhesivo). La semana pasada me dijeron que las pequeñas tiritas que se utilizan en la mayoría de las hojas de afeitar contienen grasa animal.
Continuar por este camino es asomarse imprudentemente a un abismo que, para parafrasear a Nietzsche, terminará por engullirnos.
Los retos a los que hace frente un vegano no terminan con los elementos básicos de la existencia material. También debes hacer frente a algunas dificultades sociales, entre las cuales quizás la principal es cómo se podría sentir uno de pasar el tiempo con personas no veganas.
¿Está bien cenar con gente que consume carne? ¿Qué deberías decir cuando otro comensal dice: ‘En realidad soy vegetariano: en casa no como carne roja’? (Lo he oído muchas veces, sin ninguna provocación mía). ¿Qué haces cuando alguien empieza a ponerte en la parrilla (para decirlo así) por tu ética vegana durante una cena? (Los veganos sensatos prefieren discutirlo cuando no hay comida a la vista). ¿O cuando alguien empieza a lanzar acusaciones de que te consideras moralmente superior a los otros, o de que es ridículo preocuparse tanto de los animales cuando hay tanto sufrimiento humano en el mundo? (Sonríe amablemente y pídele que te pase el seitán).
Seamos francos: en general, los consumidores de carne son personas que se creen moralmente superiores. Los veganos que conozco personalmente son... cinco. Y llevo quince años de vegano, después de haber sido vegetariano durante otros quince años.
Cinco. He perdido mucho más que cinco amigos debido a estas discusiones sobre la ética animal. Una lapidaria conclusión que debe ser extraída aquí es que la gente se toma muy en serio la prerrogativa de usar a los animales como fuente de satisfacción. No solamente como alimento, sino también como bestias de carga, como materias primas y como fuente de diversión en cautiverio -que es como son tratados los animales en zoológicos, circos y cosas parecidas.
Estos usos de los animales están tan institucionalizados, tan normalizados en nuestra sociedad que es difícil encontrar la distancia crítica que se necesita para ver lo horrorosos que son como formas de sometimiento, de servidumbre y - en el caso del sacrificio de animales para consumo humano y otros propósitos- de descarados asesinatos.
Los que son veganos éticos creen que las diferencias en inteligencia entre humanos y animales no humanos no tienen ninguna significación moral. El hecho de que mi gato no pueda apreciar las últimas sinfonías de Schubert y no puedan dominar la lógica silogística no quiere decir que tengo derecho a utilizarlo como un juguete orgánico, como si yo fuera de algún modo no solamente moralmente superior a él sino además que estuviera autorizado para tratarlo como mercancía con un minúsculo valor de mercado.
Hemos sido formados por una historia del pensamiento en la que apenas estamos conscientes de que vemos a los animales como recursos que tenemos derecho a emplear del modo que creamos conveniente para satisfacer nuestras necesidades y deseos. Sí, hay leyes de bienestar animal. Pero estas leyes han sido formuladas para y por personas que proceden de la proposición de que los animales son en lo fundamental inferiores a los seres humanos. En el mejor de los casos, estas leyes hacen que las condiciones de vida de los animales sean marginalmente mejor que como serían sin ellas -hasta que llegue la hora, claro está, de enviarlos a los mataderos.
Piensa en esto cuando estés comprando tu pavo de granja, que no tiene absolutamente nada que agradecer el Día de Acción de Gracias. Todo lo que tuvo fue una vida breve y miserable, gracias a nosotros, seres humanos inteligentes y piadosos.
21 de noviembre de 2009
©new york times
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