sosegando a la muerte
[Michael Luo] Exposición de cadáveres viaja por todo el mundo. En 2006 estuvo en Manhattan, donde monjes budistas aprovecharon de meditar entre los muertos.
Nueva York, Estados Unidos. Durante siglos los monjes budistas en Asia han meditado entre los muertos, contemplando la transitoriedad y preciosidad de la vida. Normalmente la práctica toma lugar en un osario, entre cuerpos en descomposición y supurando al aire libre.
Por razones obvias, la práctica no ha ganado muchos adeptos entre los budistas norteamericanos.
"Nosotros en Occidente desinfectamos la muerte", dice Rande Brown, presidente de la Fundación Tricycle, una organización budista.
Pero hace algunos meses, visitando la exposición de cadáveres ‘Bodies... the Exhibition', en el piso de arriba de la Baby Gap en South Street Seaport, Brown, que alguna vez viajó a India para meditar entre cuerpos antes de su incineración, tuvo una idea luminosa.
"Se me ocurrió rápidamente", dijo. "Llamé a la exposición de cuerpos y les dije: ‘Me gustaría meditar en vuestro espacio'".
Así que fue la noche del martes que unas ciento ochenta personas, distribuidas en todo el sistema nervioso y muscular de las galerías, se sentaron sobre cojines para rezar y sobre la moqueta misma para meditar durante media hora entre cuerpos conservados en silicona.
Las puertas se habían abierto media hora antes para que la gente visitara la exposición. Justo después de las seis de la tarde, un grupo de monjes budistas, con túnicas azafranadas y cabezas rapadas, se acercaron al ascensor. Entre ellos se encontraba el Venerable Bhante Henepola Gunaratana, un diminuto monje de 78 años, de Sri Lanka, que vive en un monasterio en Virginia del Oeste pero estaba visitando Nueva York. Es considerado uno de los maestros budistas theravadas más importantes en Occidente.
Brown se apresuró a saludarles, procurando no tocarles para no poner en peligro sus votos: los monjes no pueden tocar ni mujeres ni dinero.
Mientras les informaba sobre el esquema de los eventos de la velada, ellos le dijeron que estaban preocupados por el aparcadero. El Venerable Bhante Heenbunne Kondanna, administrador jefe del templo srilankiano Staten Island Buddhist Vihara, dijo que tenía miedo que el estacionamiento cerrara antes de que él pudiera retirar su coche.
Brown dijo que probablemente no había motivo para preocuparse, y pronto deambulaban los monjes reverentemente por las galerías.
La exposición, que empezó en noviembre y provocó críticas de algunos grupos debido al historial que exhibe el gobierno chino en cuanto a los derechos humanos -todos los cuerpos fueron importados desde China-, incluye veinte cadáveres conservados. Fueron diseccionados y dispuestos en varias posturas, entre ellas una de un cuerpo con un balón de fútbol debajo del brazo y un par de cuerpos haciendo un choque de cinco para ilustrar la simetría humana.
"Deberías ver la sala siguiente", dijo un monje, instando a sus hermanos a avanzar por la galería del sistema circulatorio. "Es realmente extraordinario".
Un voluntario daba garantías a un grupo diferente de visitantes en cuanto a los orígenes de los cuerpos. "En la mayoría de los casos se trata de cuerpos no reclamados".
Poco después una desencarnada voz entonó por los altavoces: "Por favor, avanzad hacia las galerías nerviosas y musculares para la meditación. La meditación empezará en diez minutos".
En la última década, el budismo ha vivido un pequeño auge en Occidente, mayormente entre conversos de la clase media blanca que se han acercado en tropel a las clases de meditación y retiros espirituales. Su versión de la religión, sin embargo, en muchos casos ha adquirido un aspecto diferente al del budismo practicado en Asia.
La velada del martes era decididamente occidental. Aparte de los monjes srilankianos y el Reverendo T. Kenjitsu Nakagaki, líder espiritual de la Iglesia Budista de Nueva York, los otros asistentes eran casi todos blancos. Muchos dijeron de antemano que habían llegado sin tener ni idea de qué esperar, pero sí con una vaga sensación de que se trataba de una oportunidad excepcional e importante.
Muchos lograron permanecer inertes durante toda la meditación; otros lucharon tenazmente por lograrlo. Una mujer que se apoyaba contra una pared, cambiaba constantemente de pierna. Otro hombre se levantó a mitad de camino y se tendió de espaldas.
Hector Cariño, 39, consultor de recursos humanos de SoHo, que empezó a interesarse en el budismo hace algunos años, estuvo sentado inerte sobre el cojín negro que había traído. Después, dijo que la experiencia había sido profunda.
"Estuve pensando en lo complejo que es nuestro cuerpo", dijo. "Y, al mismo tiempo, cuán frágil".
Para otros, las formas sin piel no causaron gran impresión. Sentada con su espalda contra la pared en la sala siguiente, Kristin Speranza, 22, asistente editorial en Tricycle, que empezó sólo hace poco a explorar en el budismo, dijo que había tenido que luchar para concentrarse. "Empecé a escuchar el ruido que venía de arriba", dijo, refiriéndose al suave zumbido del aire acondicionado. "Ese sonido me gustaba. Me dejé absorber totalmente y me conecté con eso".
Debido a que el martes, casualmente, era también el Día de Recuerdo del Holocausto, Judy Seicho Fleischman, una sacerdotisa budista zen en la Village Zendo en Manhattan, y coordinadora del capítulo neoyorquino de la Buddhist Peace Fellowship, dijo que había pensado en el terrible suceso que hace medio siglo se cobró la vida de la familia de su abuela.
"Sentí que me estaba curando a mí misma", dijo Fleischman, que también asiste a un templo judío reformado en el Upper West Side de Manhattan. "Es una curación de mi familia por todos los que murieron".
Al final, sonó un timbre, provocando que muchos se levantaran y terminaran la meditación. El grupo se encaminó hacia las salas para oír las charlas de algunos monjes que habían sido invitados.
Michael Hershfield, 48, judío y vendedor de software, que empezó a explorar el budismo en un centro de meditación en Chelsea hace unos ocho meses, dijo que estaba impresionado por los monjes entunicados, describiéndolos como "fanáticos".
"No creo en las túnicas ni en los atuendos ni en cosas como esas", dijo, contando que se había sentido atraído por el budismo más por sus beneficios psicológicos que religiosos.
Pero observando a los monjes y escuchándoles hablar, dijo, le había hecho preguntarse: "¿Soy un budista lite?"
Al final de la noche todavía no tenía una respuesta.
Por razones obvias, la práctica no ha ganado muchos adeptos entre los budistas norteamericanos.
"Nosotros en Occidente desinfectamos la muerte", dice Rande Brown, presidente de la Fundación Tricycle, una organización budista.
Pero hace algunos meses, visitando la exposición de cadáveres ‘Bodies... the Exhibition', en el piso de arriba de la Baby Gap en South Street Seaport, Brown, que alguna vez viajó a India para meditar entre cuerpos antes de su incineración, tuvo una idea luminosa.
"Se me ocurrió rápidamente", dijo. "Llamé a la exposición de cuerpos y les dije: ‘Me gustaría meditar en vuestro espacio'".
Así que fue la noche del martes que unas ciento ochenta personas, distribuidas en todo el sistema nervioso y muscular de las galerías, se sentaron sobre cojines para rezar y sobre la moqueta misma para meditar durante media hora entre cuerpos conservados en silicona.
Las puertas se habían abierto media hora antes para que la gente visitara la exposición. Justo después de las seis de la tarde, un grupo de monjes budistas, con túnicas azafranadas y cabezas rapadas, se acercaron al ascensor. Entre ellos se encontraba el Venerable Bhante Henepola Gunaratana, un diminuto monje de 78 años, de Sri Lanka, que vive en un monasterio en Virginia del Oeste pero estaba visitando Nueva York. Es considerado uno de los maestros budistas theravadas más importantes en Occidente.
Brown se apresuró a saludarles, procurando no tocarles para no poner en peligro sus votos: los monjes no pueden tocar ni mujeres ni dinero.
Mientras les informaba sobre el esquema de los eventos de la velada, ellos le dijeron que estaban preocupados por el aparcadero. El Venerable Bhante Heenbunne Kondanna, administrador jefe del templo srilankiano Staten Island Buddhist Vihara, dijo que tenía miedo que el estacionamiento cerrara antes de que él pudiera retirar su coche.
Brown dijo que probablemente no había motivo para preocuparse, y pronto deambulaban los monjes reverentemente por las galerías.
La exposición, que empezó en noviembre y provocó críticas de algunos grupos debido al historial que exhibe el gobierno chino en cuanto a los derechos humanos -todos los cuerpos fueron importados desde China-, incluye veinte cadáveres conservados. Fueron diseccionados y dispuestos en varias posturas, entre ellas una de un cuerpo con un balón de fútbol debajo del brazo y un par de cuerpos haciendo un choque de cinco para ilustrar la simetría humana.
"Deberías ver la sala siguiente", dijo un monje, instando a sus hermanos a avanzar por la galería del sistema circulatorio. "Es realmente extraordinario".
Un voluntario daba garantías a un grupo diferente de visitantes en cuanto a los orígenes de los cuerpos. "En la mayoría de los casos se trata de cuerpos no reclamados".
Poco después una desencarnada voz entonó por los altavoces: "Por favor, avanzad hacia las galerías nerviosas y musculares para la meditación. La meditación empezará en diez minutos".
En la última década, el budismo ha vivido un pequeño auge en Occidente, mayormente entre conversos de la clase media blanca que se han acercado en tropel a las clases de meditación y retiros espirituales. Su versión de la religión, sin embargo, en muchos casos ha adquirido un aspecto diferente al del budismo practicado en Asia.
La velada del martes era decididamente occidental. Aparte de los monjes srilankianos y el Reverendo T. Kenjitsu Nakagaki, líder espiritual de la Iglesia Budista de Nueva York, los otros asistentes eran casi todos blancos. Muchos dijeron de antemano que habían llegado sin tener ni idea de qué esperar, pero sí con una vaga sensación de que se trataba de una oportunidad excepcional e importante.
Muchos lograron permanecer inertes durante toda la meditación; otros lucharon tenazmente por lograrlo. Una mujer que se apoyaba contra una pared, cambiaba constantemente de pierna. Otro hombre se levantó a mitad de camino y se tendió de espaldas.
Hector Cariño, 39, consultor de recursos humanos de SoHo, que empezó a interesarse en el budismo hace algunos años, estuvo sentado inerte sobre el cojín negro que había traído. Después, dijo que la experiencia había sido profunda.
"Estuve pensando en lo complejo que es nuestro cuerpo", dijo. "Y, al mismo tiempo, cuán frágil".
Para otros, las formas sin piel no causaron gran impresión. Sentada con su espalda contra la pared en la sala siguiente, Kristin Speranza, 22, asistente editorial en Tricycle, que empezó sólo hace poco a explorar en el budismo, dijo que había tenido que luchar para concentrarse. "Empecé a escuchar el ruido que venía de arriba", dijo, refiriéndose al suave zumbido del aire acondicionado. "Ese sonido me gustaba. Me dejé absorber totalmente y me conecté con eso".
Debido a que el martes, casualmente, era también el Día de Recuerdo del Holocausto, Judy Seicho Fleischman, una sacerdotisa budista zen en la Village Zendo en Manhattan, y coordinadora del capítulo neoyorquino de la Buddhist Peace Fellowship, dijo que había pensado en el terrible suceso que hace medio siglo se cobró la vida de la familia de su abuela.
"Sentí que me estaba curando a mí misma", dijo Fleischman, que también asiste a un templo judío reformado en el Upper West Side de Manhattan. "Es una curación de mi familia por todos los que murieron".
Al final, sonó un timbre, provocando que muchos se levantaran y terminaran la meditación. El grupo se encaminó hacia las salas para oír las charlas de algunos monjes que habían sido invitados.
Michael Hershfield, 48, judío y vendedor de software, que empezó a explorar el budismo en un centro de meditación en Chelsea hace unos ocho meses, dijo que estaba impresionado por los monjes entunicados, describiéndolos como "fanáticos".
"No creo en las túnicas ni en los atuendos ni en cosas como esas", dijo, contando que se había sentido atraído por el budismo más por sus beneficios psicológicos que religiosos.
Pero observando a los monjes y escuchándoles hablar, dijo, le había hecho preguntarse: "¿Soy un budista lite?"
Al final de la noche todavía no tenía una respuesta.
8 de agosto de 2007
29 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh
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