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investigan a fábricas de cachorros


Activistas animalistas y autoridades se unen en lucha contra el maltrato animal en criaderos comerciales en Estados Unidos.
Ronks, Pensilvania, Estados Unidos. Megan Anderson tiene los nervios destrozados. Pero sigue adelante: un perro la necesita.
Entra a un criadero de perros llamado Scarlet-Maple Farm Kennel. Le dice al chiquillo que la atiende que quiere comprar un cachorro como regalo de Navidad para sus sobrinos.

Es mentira. Necesaria, piensa Anderson, pero mentira de todos modos. Es por eso que está nerviosa. ¿Se tragará el niño la historia? ¿Y el tipo amish, el hombre de larga barba canosa, sombrero de paja y tenida tradicional -el dueño del criadero? ¿Descubrirá su artimaña y la echará?
Espera que no. Si todo sale bien, Anderson se marchará con al menos un perro, quizás más, y quizás con evidencias que ayuden a cerrar para siempre este criadero.
En los últimos cuatro años, Anderson -que trabaja para Main Line Animal Rescue, un refugio en las afueras de Filadelfia- ha logrado convencer a algunos de los criaderos comerciales más grandes de Pensilvania para que le entreguen a sus perros no deseados, normalmente hembras que ya han pasado su edad reproductiva, o machos que no pudieron vender.
Al fundador de Main Line, Bill Smith, le gustaría cerrar Scarlet-Maple Farm Kennel y otros criaderos parecidos. Smith y otros activistas animalistas propusieron una nueva ley para el estado -considerado como el más estricto del país- para poner fin a los tratos crueles en la crianza de perros en los grandes criaderos comerciales conocidos popularmente como fábricas de cachorros. Los dueños de criaderos dicen que la ley es innecesaria y difícil de cumplir, por lo cara, y que equivale a eliminar a muchos criadores buenos por culpa de unas pocas manzanas podridas.
Después de escuchar la historia de Anderson, el niño desaparece en el criadero, dejándola esperar fuera en el frío de noviembre.
Conoce el procedimiento. Criaderos grandes como el Scarlet-Maple rara vez permiten entrar a sus clientes potenciales. No quieren que el público se entere cómo viven los perros que crían.
No sorprende.
Inspectores del estado dicen que el olor de una fábrica de cachorros grande es inolvidable, un asfixiante hedor a orina y excrementos. El humo de amoníaco irrita la nariz y los ojos. Los ladridos simultáneos de cientos de perros crea un muro de sonido que hace difícil pensar, para no decir nada sobre conversar.
Los perros de los criaderos pasan la mayor parte de sus vidas apretujados en jaulas de alambre, apiladas unas encima de otras. Reciben poco cariño, cuidados veterinarios o atención.
Sin un hueso ni un juguete con que pasar el tiempo, algunos perros se ponen frenéticos cuando ver a un humano. Otros perros caminan en círculo, sin parar. Otros permanecen sentados, mirando, como una "estatua tibia", dice Jessie Smith, subsecretaria especial para la implementación de las leyes caninas en el Departamento de Agricultura del estado.
Los criadores actúan a menudo como si fuesen médicos veterinarios, realizando delicadas intervenciones quirúrgicas, cortando rabos, cercenando las cuerdas vocales de los perros, realizando cesáreas en hembras preñadas. La falta de formación médica puede tener resultados desastrosos. Hace poco Main Line recogió a una boxer gravemente enferma y encontró un cachorro momificado en su vientre, el aparente resultado de una cesárea mal hecha. Fue llevada a toda prisa al hospital, con hemorragia y una severa infección.
Las heridas físicas, por más horribles que sean, son tratables. Más difícil de sanar son las heridas psicológicas. Bill Smith dice que los voluntarios de Main Line pasan semanas o incluso meses trabajando con perros rescatados antes de que puedan ser ofrecidos en adopción.
"Para ellos debe ser muy difícil intentar cosas nuevas, especialmente cuando tienen siete u ocho años y han pasado toda su vida en una caja en un establo oscuro", dice Smith, 48.
Todo esto ha contribuido a la sórdida reputación de Pensilvania como la capital de las fábricas de cachorros de la Costa Este. Es una imagen con la que los legisladores del estado y el gobernador Ed Rendell quieren terminar.
En 2008, Rendell aprobó estrictas normas de salud y seguridad para los grandes criaderos. Disposiciones importantes que entraron en vigor en octubre exigen que los criadores de gran escala doblen el tamaño de las jaulas, eliminen los suelos de alambre y permiten que los cachorros puedan moverse. Esta nueva ley también prohibió el apilamiento de jaulas, instituyó los controles veterinarios dos veces al año, y dispuso nuevas normas de ventilación y limpieza.
Entre la nueva legislación, el mal funcionamiento de la economía y una mayor conciencia pública -el estado ha fundado una línea anónima de denuncias y Bill Smith convenció a Oprah Winfrey para que hiciera un programa sobre las fábricas de cachorros- está aumentando la presión en múltiples frentes contra gente como Daniel Esh, el dueño de Scarlet-Maple.
El chiquillo vuelve con tres perros. Cuestan quinientos, cuatrocientos y trescientos dólares, dice. Demasiado para Megan Anderson.
"¿No tienes nada más barato?", pregunta.
El chico vuelve a entrar al canil. Esta vez vuelve con dos perros pequeños, ofreciendo a ambos por un precio rebajado de doscientos cincuenta dólares. Ya tienen cinco meses y es difícil venderlos como cachorros, dice. Le dice a Anderson que podrían hacer una buena pareja para crianza.
De acuerdo, dice Anderson.
Es una transacción poco común. Main Line no compra casi nunca cachorros en estos criaderos. Pero puede comprar un perro si es necesario como parte de una investigación sobre maltrato animal. Si estos perros muestran signos de haber sido maltratados, Main Line los lleva a PSPCA para determinar si se presentarán cargos o no. Una condena por maltrato animal puede resultar en que Daniel Esh pierda su permiso federal para operar, apresurar el retiro de sus perros e impedir su incorporación al negocio del canil de su padre, que funciona en el mismo terreno, dice Smith.

Mientras Anderson y el chico hablan, un hombre de edad mediana entra al terreno en una calesa jalada por caballos. Esh desciende y se dirige hacia ellos.
Su negocio ya está al borde de la quiebra.
Los inspectores del estado que registraron el canil de Esh encontraron perros cojos, con lesiones, deshidratados y con enfermedades dentales; las patas de los cachorros caían por el suelo de alambre; había excrementos en los cuencos de comida. En enero de 2009, Esh se declaró culpable de tres violaciones de la ley canina y como consecuencia perdió el permiso del estado. Eso quiere decir que ya no podrá criar perros -aunque puede seguir vendiendo los que tiene en el canil- y debe reducir la población de su criadero a veinticinco perros o menos, de los más de quinientos que tenía hace dos años.
Los inspectores planean volver visitar a Esh para cerciorarse de que ha cumplido.
Esch niega haber maltratado a sus perros, diciendo a la Associated Press en una entrevista posterior que fue víctima de una campaña política radical que busca poner fin a la crianza comercial de perros en Pensilvania y en todo el país.
"Los perros estaban alimentando a mi familia. Me estaban ayudando a mantener mi granja. Y lo estábamos disfrutando", dijo Esh, que se ha dedicado a la venta de perros en los últimos veintiún años. "Si [los activistas y políticos] supieran cuántas vidas están perjudicando, no creo que pudieran dormir por la noche... Creo que los criadores estamos condenados a desaparecer".
Muchos criaderos comerciales en Pensilvania son gestionados por granjeros amish y menonitas en el condado de Lancaster. Con la fuerte reducción del precio de la leche, los granjeros de productos lácteos habían empezado a depender crecientemente de la crianza de perros para poder pagar las cuentas, vendiéndolos a tiendas de mascota o directamente al público a través de internet.
Como Esh y muchos otros criadores, Edwin Zeiset, 34, culpa a las nuevas regulaciones del derrumbe de su negocio. Zeiset dijo que tenía un canil limpio y muchos clientes habituales. Pero hace poco prefirió cerrar su canil EZ Puppies antes que gastar decenas de miles de dólares en una nueva construcción.
No es el único: Casi cuatro de diez caniles comerciales en Pensilvania informaron al estado que cerrarán sus operaciones para fines de diciembre.
"Los activistas animalistas vienen de las ciudades a decirnos cómo quieren exactamente que hagamos las cosas", incluso aunque "no existe ninguna ciencia al respecto", dijo Zeiset, un granjero lechero de tercera generación que calcula que con la pérdida de su canil sus ingresos se reducirán a la mitad. Dice que deberían atacar a los criadores que maltratan a sus perros.
Bill Smith ha oído argumentos similares antes. Dice que su objetivo no es arruinarles la vida a los dueños de caniles. Simplemente quiere mejorar la vida de los perros.
Anderson contiene las lágrimas cuando besa en la cabeza a un mestizo de caniche-bichon blanco y negro. Daniel Esh creyó en su historia.
"Nueva vida, chicos. Nueva vida", murmura desde el asiento trasero de un todoterreno gris. "No podrán seguir con el criadero. Lo lamento".
Cuando el coche se aleja de Scarlet-Maple, aprieta a los perros contra su pecho.
Están sucios y fétidos.
Anderson se reúne con Smith, que ha estado esperando en un estacionamiento a unos kilómetros de distancia, y pone a los perros en un cajón de embalaje en la parte de atrás del todoterreno de Smith.
Misión cumplida, y se ponen en marcha hacia la siguiente fábrica de cachorros, y la siguiente. Terminado el día, los colaboradores de Main Line han visitado cinco caniles, y recogido doce perros.
De regreso en el refugio, Anderson revisa a los chuchos para determinar si tienen parvo, una enfermedad viral muy contagiosa y a menudo fatal. Los exámenes revelan que los cachorros de Scarlet-Maple tienen los oídos infectados y parásitos intestinales; dos chuchos de un canil cercano al pequeño pueblo de Georgetown tienen lombrices. Está claro que ninguno de estos perros han sido cepillados, quizás nunca. Tienen el pelo sucio y enmarañado, las uñas largas, las orejas llenas de mugre.
Pero, de hecho, estos perros tienen suerte. Lograron salir de ahí.
Los perros son esterilizados y castrados, curados de sus achaques y dados en adopción. En comparación con los perros recogidos previamente en Scarlet-Maple, estos chuchos -ambos mestizos de perros de diseño- están bien. Y son amistosos. No hay evidencias de maltrato.
Los caniches de Georgetown, rescatados ese mismo día, requerirán mucho más trabajo para prepararlos para la vida fuera del criadero. Casi dos semanas después de su rescate, los caniches -llamados Mr. White y Mrs. White [Señor y Señora White]- todavía se ven muy flacos, no comen mucho y le tienen terror a los humanos.
Nada de esto desconcierta a Mary Remer, una reputada adiestradora y psicóloga que trabaja con los perros de Main Line Animal Rescue. Ha visto montones de perros de criaderos en condiciones mucho peores que han terminado como excelentes mascotas de familia.
Sólo toma tiempo y paciencia, dice. Y un montón de cariño.
En realidad, hacia el final de su clase de 45 minutos sobre ‘perros tímidos’, Mrs. White se ha puesto a caminar, y deja de temblar. Mr. White, más viejo, sigue acurrucado en los brazos de la voluntarias, todavía demasiado asustado como para dejarlo en el suelo. Pero está parpadeando normalmente y reconociendo el ambiente; mueve la nariz, una señal de que sus sentidos olfativos están despertando.
No es mucho, pero es algo.
"Es un inicio", dice Remer.

10 de abril de 2010
11 de enero de 2010
©usa today
cc traducción mQh
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