el jefe blanco randy borman
8 de agosto de 2010
Ayuda a sobrevivir a los indios cofanes de Ecuador.
[Juan Forero] Pizarras, Ecuador. Hace poco, el hombre conocido como el Jefe Gringo llevaba una tradicional bata negra y un collar hecho con dientes de jaguar y de jabalí, perfectamente convenientes para la ceremonia de los indios cofanes en celebración por la compra de otro segmento de selva tropical.
A un grupo de otros cofanes, Randy Borman dio un discurso celebrando el último logro de un pueblo nativo resuelto a recuperar sus extensas tierras ancestrales. Hablaba perfecto cofane, y nadie tuvo reparos sobre sus orígenes: hijo de padres misioneros estadounidenses que llegó a convertirse en el más importante e influyente líder cofane.
Borman, de ojos azules y pelo cano, de 54 años, es descrito por quienes le conocen como un activo y casi frenético administrador que en los últimos treinta años ha ayudado a encabezar el renacimiento de un pueblo zarandeado por invasiones de colonos y compañías petrolíferas.
En el camino, ha ganado respeto por su capacidad para cazar monos con cerbatana y ha pasado semanas abriéndose camino penosamente en una implacable jungla.
Pero sus amigos cofanes dicen que su logro más duradero fue ayudar a los cofanes a adquirir tanto territorio que ahora administran un territorio que es casi del tamaño de Delaware. Su éxito, dicen los que saben sobre los pueblos nativos del Amazonas, es un ejemplo para otros grupos indígenas.
"Su cuerpo, su piel, todo eso es gringo, pero el corazón de Randy es cofane", dijo Roberto Aguinda, 39, que dirige una red de guardas de parque cofane que recorren las reservas de la comunidad. "Se entiende con los dos mundos, los cofanes y el de sus padres. Pero cuando está aquí en la comunidad, sabe más sobre esta vida que los mismos cofanes".
Sobrevivir
En toda América del Sur, las tribus indias se ven cada vez más confrontadas a mineros, ganaderos, campesinos, y los caminos y embalses de compañías hidroeléctricas que parecen siempre acompañarlos. Algunos grupos continúan viviendo aislados, y no han visto nunca a un extranjero. Algunos están desapareciendo rápidamente, pero otros están prosperando, y ahora controlan territorios tan grandes como países.
Entre los más inusuales se encuentran los cofanes, que conservan muchas de sus tradiciones, pese a que han adoptado aspectos del mundo exterior que los mayores piensan que garantizan un futuro brillante para la comunidad.
Eso incluye contar con un extranjero étnico, Borman, que como jefe de territorios gestiona las tierras y el financiamiento necesario para pagar por ellas. También significa construir alianzas con funcionarios del gobierno ecuatoriano y enviar niños cofanes a escuelas privadas en Quito, la capital, y a universidades en Estados Unidos para preparar a líderes aptos en varias culturas.
La estrategia ha dado sus frutos: los cofanes controlan seis veces más tierra que a principios de los años noventa, lo que es muy impresionante porque no son una comunidad muy grande. Viven en Ecuador 1.200 cofanes, y quinientos más al otro lado de la frontera con Colombia.
"En los años ochenta, algunos pensaban que iban a desaparecer. Eran pocos, y sólo hablaban su idioma; no tenía estructuras políticas fuertes", dijo Michael Cepek, antropólogo de la Universidad de Texas que ha estudiado a los cofanes durante dieciséis años. "Curiosamente, veinte años después no solamente han sobrevivido, sino que además están prosperando".
Labor Comunitaria
La comunidad que encontraron los dos misioneros estadounidenses en los años cincuenta era muy diferentes: eran menos de quinientos, y su tierra era codiciada por colonos, compañías petrolíferas y madereras. Bub y Bobbie Borman habían llegado para evangelizar y ayudar a desarrollar un alfabeto cofane, para hacer un diccionario.
Fue aquí, en la selva, que nació Randy. Con dos hermanos y una hermana, vivía en una casa con techo de paja y aprendió trucos para cazar tapires y pescar monstruosos bagres. Borman dice que se siente tan cofane como cualquier otro, pero que también tuvo privilegios de los que no disfrutó ningún cofane: estudió en una escuela privada en Quito y fue a la universidad de Estados Unidos.
Y Entonces, Volvió a Casa
"No creo haber tenido nunca ninguna duda de que mi comunidad estaba aquí y que mi cultura era la cultura cofane", dijo Borman, que habla con un ligero acento del Midwestern. Se casó con una mujer cofane, Amelia Quenama, tuvo tres hijos y siguió viviendo gran parte de su vida en la selva.
"Todavía me gusta", dijo Borman. "Me encanta cazar y pescar".
También trabajó con un grupo de dedicados caciques para hacer renacer la sociedad cofane, usando las ricas tierras ancestrales y su importancia para el mundo, como atractivo comercial.
Los cofanes forjaron lazos con organizaciones como el Chicago Field Museum, que ha enviado a científicos para estudiar la flora y fauna de la selva, y recibieron financiamiento de las fundaciones MacArthur y Gordon and Betty Moore.
Los cofanes también se han convertido en algo parecido al servicio de guardabosques del gobierno ecuatoriano, adiestrando a decenas de guardas forestales, que pasan hasta un mes abriéndose camino en la jungla con mochilas de cincuenta kilos a la espalda. Acuerdos con el gobierno han conducido a un creciente dominio, de los 776 kilómetros cuadrados bajo control cofane a principio de los años noventa, a los casi 4.402 kilómetros cuadrados de hoy.
Hace un poco en un día lluvioso, junto al torrentoso río Aguarico, Borman miró la gruesa alfombra de espesa selva que se eleva a tres mil kilómetros, la Reserva Ecológica Cayambe-Coca, uno de los siete bloques que controlan los cofanes.
En este, dijo, hay seiscientas especies de aves, cuarenta especies de grandes mamíferos y una de las poblaciones anfibias de más alta densidad del mundo.
"Es un ecosistema increíblemente diverso", dijo Borman.
Explicó que los cofanes ven la selva como un "producto" que puede ser vendido al mundo. "Esp es lo que es: el producto es una selva tropical intacta, funcionando", dijo.
Ahora Borman pasa gran parte del tiempo en Quito o en el extranjero, trabajando en un plan de créditos de carbono que llama a los países ricos, inversores y fundaciones a pagar a los cofanes para proteger la selva y así ayudar a contrarrestar las emisiones de dióxido de carbono.
"Aquí manejamos casi un dólar por hectárea al año", dijo Borman sobre el coste de administrar las tierras cofanes, medio millón de dólares en total. "No tenemos deforestación, no tenemos ningún daño".
21 de junio de 2010
©washington post
cc traducción mQh
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