vergonzoso ataque contra julian assange
Vergonzosa exhibición de matonaje y servilismo de Estados Unidos y sus países subalternos.
[David Samuels] Julian Assange y el soldado raso Bradley Manning han hecho un enorme servicio público al subir, para ponerlos a disposición del público en WikiLeaks, cientos de miles de documentos clasificados del gobierno estadounidense, y, previsiblemente, nadie que se los agradezca. Manning, ex analista de inteligencia del ejército, podría ser condenado a 52 años de prisión. Actualmente está recluido en régimen de confinamiento solitario en una base militar en Quantico, Virginia, donde no se le permite ver a sus padres ni recibir visitas.
Assange, el cerebro detrás de Wikileaks, disfruta de un nivel más alto de libertad viviendo como fugitivo en Inglaterra bajo la estrecha vigilancia de agencias de inteligencia estadounidenses y de otros países -pero probablemente no por mucho tiempo. [Efectivamente, se entregó a la policía]. Desde que el presidente Nixon ordenara a sus subalternos perseguir a Daniel Ellsberg, que filtró los Papeles del Pentágono, y al periodista del New York Times, Neil Sheehan -"un furioso pacifista", según lo llamó un enrabiado Nixon cuando el escándalo de las cintas de Watergate- ha sido un periodista y su fuente sometido al tipo de intimidación oficial y amenazas que se han dirigido contra Assange y Manning de parte de altos personeros del gobierno de Obama.
Los informes publicados sugieren que un equipo de investigadores del ministerio de Justicia y del Pentágono está explorando la posibilidad de acusar a Assange por la Ley de Espionaje, que podría enviarlo a la cárcel durante décadas. "Estas no son meras amenazas", dijo el fiscal general Eric Holder, comentando la posibilidad de que Assange sea llevado a juicio por el gobierno. La secretaria de Estado Hillary Clinton calificó las revelaciones de WikiLeaks como "un ataque contra la comunidad internacional" que ponía en peligro a personas inocentes. El secretario de Prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, sugirió de manera ligeramente orwelliana que "esas revelaciones ponen en peligro a nuestros diplomáticos, profesionales de la inteligencia, y personas en todo el mundo que vienen a Estados Unidos a pedir ayuda para promover la democracia y el gobierno abierto".
Para cualquiera que aprecie la tradición estadounidense de libertad de prensa es desalentador y desconcertante ver a Eric Holder, Hillary Clinton y Robert Gibbs convertirse en H.R. Haldeman, John Erlichman y John Dean. Solo podemos rogar porque nos veamos pronto inundados por cintas secretas de la Casa Blanca con Obama bebiendo whisky y balbuceando insultos contra Assange.
La respuesta, verdaderamente escandalosa y vergonzosa ante la revelación de los documentos de WikiLeaks, ha sido la de otros periodistas que hacen que el gobierno de Obama suene como la ACLU. En un reciente artículo en The New Yorker, el periodista ganador del Premio Pulitzer, Steve Coll, se lamentó de que "los archivos publicados por WikiLeaks son mucho menos valiosos que los Papeles del Pentágono en su momento" mientras que describir a Assange como un "freak del control y fanfarrón" con página web que "carece de la cultura ética que es consonante con los ideales de la prensa libre". Al estilo de Richard Nixon, Coll definió las actividades de WikiLeaks -conocidas previamente como periodísticas- recurriendo a los nuevos términos que prefiere, como "vandalismo" y "subversión inspirada en la Primera Enmienda".
No dispuesto a dejar que los demócratas adopten el legado anti-democrático y de odio a la prensa de Nixon, el congresista republicano Peter King afirmó que la publicación de cables diplomáticos clasificados es "incluso peor que un ataque físico contra los estadounidenses" y que WikiLeaks debería ser calificada oficialmente como una organización terrorista. Mike Huckabee llevó ese disparate a su conclusión lógica sugiriendo que Bradley Manning debería ser ejecutado.
La invectiva de Coll no es única. De hecho, fue sólo un pálido eco del estilo utilizado antes este año por un columnista de un antiguo empleador, el Washington Post. En una columna titulada ‘WikiLeaks Debe Ser Parado’, Mark Thiessen escribió que "WikiLeaks no es una organización de prensa, sino una empresa criminal" e instó a que la página web fuera cerrada "y sus directivos llevados a tribunales". El decano de los corresponsales extranjeros de Estados Unidos, John Burns, del New York Times, con dos premios Pulitzer a la espalda, contribuyó con un perfil de Assange en el que utiliza, para describir al fundador de WikiLeaks, expresiones como "delirio de grandeza". El habitualmente educado David Brooks, del Times, afirmó en su columna esta semana que "Assange es un anarquista anticuado" y se preocupaba de que WikiLeaks dañara "la conversación global".
Por su parte, Assange no ha mostrado ninguna reserva al expresar su desprecio por la incapacidad del periodismo tradicional para informar al público, y su creencia en la conveniencia de sus propios métodos. "Cómo es posible que un equipo de cinco personas haya logrado entregar al público más informaciones confidenciales que todo el resto de la prensa?", le dijo al Sydney Morning Herald. "Es una desgracia."
Assange puede o no ser presuntuoso, paranoico y padecer alucinaciones -términos que se podrían aplicar perfectamente, en uno u otro momento, a los más prominentes periodistas investigativos que conozco. Pero el hecho de que muchos prominentes periodistas de la vieja escuela lo estén atacando con tanto desenfrenado vigor es un síntoma del fracaso de los métodos periodísticos tradicionales a la hora de penetrar la cultura del secreto oficial que ha ido creciendo a grandes pasos desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, y amenaza el funcionamiento de la prensa libre como una piedra angular de la democracia.
La verdadera importancia de WikiLeaks -y la clave para entender los motivos y conducta de su fundador- no reside en el contenido de los últimos documentos liberados sino en la tecnología que lo hizo posible, que ya ha demostrado ser una potente arma para derrumbar las mentiras oficiales y defender los derechos humanos. Desde 1997 Assange ha dedicado una considerable parte de su tiempo a inventar sistemas de codificación que hace posible que los activistas de derechos humanos y otros protejan y suban datos sensibles. La importancia de los esfuerzos de Assange para los activistas de derechos humanos en el campo fueron reconocidos el año pasado por Amnistía Internacional, otorgando el Premio Amnistía Internacional de los Medios a la investigación de WikiLeaks ‘The Cry of Blood - Extra Judicial Killings and Disappearances’, que documentó el asesinato y desaparición de quinientos jóvenes en Kenia a manos de la policía, con la aparente connivencia del gobierno.
Sin embargo, las dificultades de documentar los asesinatos oficiales en Kenia empalidecen junto a la tarea de penetrar el secreto mundo que amenaza con engullir el discurso público informado en este país sobre las guerras de Estados Unidos. Los 250 mil cables que publicó WikiLeaks este mes representan solamente una gota en el océano que contiene cerca de dieciséis millones de documentos clasificados como altamente secretos por el gobierno federal todos los años. De acuerdo a una serie de tres investigaciones de Dana Priest y William Arkin publicada antes este año por el Washington Post, se calcula que cerca de 854 mil personas tienen acceso a información clasificada -1.5 veces más que la población de Washington, D.C. "El secretísimo mundo que ha creado el gobierno en respuesta a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 ha crecido tanto y se ha hecho tan poco manejable y tan secreto", concluyó el Post, "que nadie sabe cuánto dinero cuesta, a cuánta gente emplea, cuántos programas existen en él o exactamente cuántas agencias hacen lo mismo".
El resultado de esta manía clasificatoria es la división del público en dos grupos distintos: los que tienen acceso a la conducción real de la política exterior estadounidense, pero que no pueden ni escribir ni hablar sobre ella, y el público informado, que cae fácilmente presa de las mentiras oficiales que dejan al descubierto los documentos de WikiLeaks: el fracaso de los programas contra la resistencia en Afganistán, la participación de China y Corea del Norte en el programa nuclear iraní, el probable fracaso de los intentos de separar a Siria de Irán, la implicación de Irán en la desestabilización de Iraq, la orientación anti-occidental del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y otros principios de la política exterior norteamericana durante los gobiernos de Bush y Obama.
Es un hecho del actual panorama de la prensa que el escalofriante efecto de las acciones legales con que se amenaza normalmente impiden que periodistas y editores prosigan informes que pudieran servir el bien público -y cualquiera que diga otra cosa es o ignorante o está mintiendo. Cualquier periodista y editor honesto en Estados Unidos sabe que el hecho de que la mayoría de las organizaciones de prensa estén en bancarrota, combinado con la creciente amenaza de acciones legales agresivas de parte de poderosas entidades, privadas y públicas, ha hecho mucho más difícil que los buenos periodistas hagan su trabajo y ha hecho un forado en el delicado tejido que mantiene en pie nuestra democracia.
La idea de que WikiLeaks es una amenaza para la práctica tradicional del periodismo pasa por alto el hecho de que lo que Assange y sus colegas han inventado es una poderosa herramienta que puede ayudar a los periodistas a eludir las barreras legales que dificultan su trabajo. Incluso cuando critica la evidente incapacidad de la prensa tradicional, Assange insiste en que WikiLeaks debería facilitar el periodismo y el análisis tradicionales. "Somos el peldaño antes de que llegue el primer investigador", dijo al aceptar el premio de Amnistía Internacional por exponer los asesinatos policiales en Kenia. "Luego alguien familiarizado con ese material debe dar un paso adelante para investigarlo y ponerlo en el contexto político. Una vez que está hecho, se convierte en algo de interés público".
Wikileaks es un poderoso y nuevo medio para periodistas y activistas de derechos humanos para utilizar los sistemas tecnológicos globales de información y correr el pesado velo del secreto oficial y empresarial que está sofocando lentamente a la prensa estadounidense. El probable arresto de Assange en Gran Bretaña por las dudosas acusaciones suecas de delitos sexuales no tiene nada que ver con la importancia del sistema que ha construido, y que el gobierno de Estados Unidos parece empecinado en destruir con tácticas más apropiadas para el Partido Comunista de China - ejerciendo presión sobre Amazon para sacar a la página de sus servidores y lanzando poderosos ataques de DDOS que amenazan con impedir que los lectores puedan acceder a los cables recibidos.
En un memorando titulado ‘Transparencia y Gobierno Abierto’ dirigido a los directores de ministerios y reparticiones federales y subido a WhiteHouse.gov, el presidente Obama instruye que "la transparencia fomenta la rendición de cuentas y proporciona información a los ciudadanos sobre lo que está haciendo su gobierno". El gobierno haría bien en prestar atención a sus propias palabras -y recordar lo mal que terminó para el gobierno de Nixon la vengativa persecución de Daniel Ellsberg. Y los periodistas estadounidenses, incluidos sus Premios Pulitzer, deberían avergonzarse por unirse al colérico coro que defiende el floreciente mundo secreto cuya existencia es una amenaza para la democracia.
10 de diciembre de 2010
3 de diciembre de 2010
©the atlantic
cc traducción mQh
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