la otra casa de nariño
Los cables de WikiLeaks muestran que la embajada de Estados Unidos, por la genuflexión criolla, deja a veces la residencia oficial de los presidentes colombianos como si fuera una sucursal.
Colombia. Cuando los guerrilleros salvadoreños se decidieron a negociar a finales de los años 80, pidieron que el gobierno de Estados Unidos estuviera en la mesa. "Queremos hablar con el dueño del circo y no con los payasos", pensaban. Esa es la misma actitud que se infiere de muchos dirigentes colombianos en los cables de WikiLeaks publicados hasta ahora en diversos medios.
Los cables dan la sensación de que en el búnker de la avenida Eldorado, donde funciona la embajada, hay una sede alterna de gobierno, a veces más importante que la oficial. Políticos que piden aprobación a sus candidaturas, policías y militares que ponen quejas sobre el gobierno, guerrilleros que buscan acuerdos y magistrados y opositores tratando de influir en las percepciones del tío Sam muestran que, para gran parte de la dirigencia colombiana, los dueños del circo son los gringos.
¿Genuflexión criolla o intervencionismo? Si bien todas las embajadas son cotarros donde se ventilan los chismes domésticos de los países, de los papeles del Departamento de Estado se puede inferir que la diplomacia gringa influye en las políticas locales mucho más de lo que se piensa y que los 6.000 millones de dólares que Washington le ha transferido al país en una década han convertido al embajador en un virrey al que todos temen y buscan seducir.
No siempre fue así. Si bien Colombia ha hecho parte de la órbita del tío Sam, también daba de vez en cuando sus gritos de independencia, como cuando el presidente Alfonso López Michelsen, caprichosamente, le negó el beneplácito a un embajador. Eran épocas en las que para Colombia era menos importante lo que pensara Estados Unidos, porque para Estados Unidos Colombia significaba muy poco. Con el narcotráfico y la violencia hubo un cambio, especialmente durante el gobierno de Ernesto Samper, cuando el embajador Myles Frechette inauguró el estilo de opinar sobre política interna sin tapujos. A eso se sumaron medidas que desde entonces penden como una espada de Damocles sobre la dirigencia colombiana: la certificación de buena (o mala) conducta en la lucha antinarcóticos y la temida cancelación de la visa.
Este juego se agudizó con el Plan Colombia. Como ha escrito la analista Arlene Tickner, en Colombia se da un caso muy peculiar de "intervención por invitación". El argumento de que el narcotráfico lo permea todo y el temor que inspiró la ofensiva de las Farc de fines de los noventa abrieron las puertas a Washington para injerir en temas que van de los derechos humanos a las políticas laborales, pasando por la justicia, la corrupción y las elecciones.
Durante el periodo de Álvaro Uribe, que es al que pertenecen los cables de WikiLeaks, hay elementos que llaman la atención. La embajada se convirtió en vértice de una especie de ’triangulación’ para enviar mensajes al presidente. ¿Dónde en el mundo, el vicepresidente pide al embajador gringo que le ayude a convencer al presidente de la gravedad de las ’chuzadas’ del DAS? Los dirigentes colombianos acudían a la sede diplomática en busca de bendiciones sobre temas locales, como lo hicieron Mario Uribe, para la configuración de sus listas a Senado y Cámara, o un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, frente a la controversia entre esta y el Ejecutivo. Y hasta las ONG y la oposición buscaban en la embajada influir en el juego de ’castigos’ entre Washington y Bogotá, como la no aprobación del TLC o el congelamiento de fondos del Plan Colombia, lo que, curiosamente, en lugar de cuestionar la ’intervención’, como era típico en la izquierda del pasado, lo que hace es legitimarla. La imagen del presidente Uribe llamando, delante del embajador, al fiscal general para pedirle premura en las investigaciones de los ’falsos positivos’ es elocuente.
Aunque los cables denotan comprensión de los problemas y respeto a la democracia colombiana por parte de la embajada, hay que recordar que las filtraciones provienen solo del Departamento de Estado, es decir, de la sección política, y del despacho del embajador. En el caso de Colombia, muchas otras decisiones se toman en el Departamento de Defensa, el Comando Sur y el Departamento de Justicia (extradiciones), de los que no se conocen filtraciones. Debe haber más de uno rogando para que no aparezca ninguna. Con las que hay, ya la embajada gringa luce a veces como la sede principal y la Casa de Nariño de la Plaza de Bolívar, como la sucursal.
1 de marzo de 2011
26 de marzo de 2011
©semana
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