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defensa de occidente como encubrimiento


columna de lísperguer
Tras atentados terroristas en Noruega, el escritor Mankell propone dialogar con la extrema derecha.

Si Breivik es un psicópata, como parece que lo es, ninguna consideración del contexto podría explicar sus actos. Se podría creer que ciertas experiencias pueden haber desencadenado un odio incontenible contra los extranjeros, o contra cierto grupo de extranjeros, como los musulmanes o los árabes, y que se ha buscado su justificación, y fundamentalmente su encubrimiento, en un discurso imaginario que mezcla aspectos diversos del fundamentalismo cristiano, episodios históricos, autoritarismo y hasta mitos nórdicos y textos de videojuegos. Yo creo que es muy importante uno de los motivos que explica en su declaración: su convicción de que las mujeres noruegas, y las occidentales en general, estaba allanando en camino de los musulmanes en sus imaginarios planes de invasión de Occidente. ¿Será muy arriesgado sugerir que un desengaño amoroso -digamos, una novia noruega que lo deja por un árabe- puede haberlo llevado a la construcción de esta gigantesca trama para encubrir sus verdaderos motivos? Una humillación personal es probablemente mucho más fuerte que un detalle ideológico, como su admiración por el cristianísimo Conde Drácula, al que considera un exponente de la resistencia occidental contra los moros. Con un demente, es difícil saber qué es un motivo.
Pero sin ninguna duda los ingredientes de esa obnubilación se encuentran presentes en la Europa de hoy, donde incluso dirigentes nacionales del calibre de Cameron, Merkel, Sarkozy y Wilders defienden discursos racistas y xenófobos. No es la inmigración ni la incapacidad de integrarse de los extranjeros la causa del terror del noruego, como tampoco es la causa de las posiciones moralmente aberrantes de esos políticos. Incluso esos políticos inmorales saben que Europa se hundiría sin inmigrantes. Y según intuyen muchos ahora, es precisamente la integración exitosa la que los nativos viven como peligrosa. Es también lo que ocurrió antes de la Segunda Guerra Mundial: los nazis protestaban que los judíos no se integraban, cuando la verdad era que los temían porque la integración empezaba a provocar lo que los nativos veían como su propio desplazamiento.
La democracia debe defenderse, ¿pero cómo hacerlo cuando quienes la amenazan gobiernan en gran parte de Europa? Lo más lógico sería, evidentemente, reprimir y controlar a la extrema derecha, que en su odio y descarada arrogancia han llegado a proponer que los extranjeros usen un distintivo para facilitar las tareas de control de la policía (la ministro de Extranjería de Holanda, Verdonk, en 2001, propuso obligar a los extranjeros a llevar en su cuerpo una tarjeta donde se especificaba el grado de integración cultural) o a concentrar a los extranjeros en guetos o a prohibir que hablen sus lenguas maternas en espacios públicos, al mismo tiempo que se prohíbe el uso del pañuelo de cabeza musulmán y se implementan leyes antiterroristas que permiten que inmigrantes árabes sean encarcelados indefinidamente sin acusación ni derecho a defensa). En Europa la democracia ha sido usurpada por la extrema derecha que la gobierna. Estos actos de terror, en lugar de provocar un rechazo de las ideologías que los amparan, podrían reactivar los debates sobre la inmigración. Si ocurriera, Breivik habría ganado una incoherente guerra que inventó para ocultar una humillación personal.
lísperguer

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