dentro del cartel 4
¿Por qué empezaron a ser descubiertos y requisados los cargamentos de cocaína del cartel de Sinaloa en todo el territorio de Estados Unidos? El capo en México estaba exigiendo explicaciones. No tenía ni idea de que el Servicio de Control de Drogas (DEA) estaba tras sus pasos con la Operación Emperador Imperial. Cuarta y última entrega.
[Richard Marosi y Tracy Wilkinson] Calexico, California / Badiraguato, México. Los altos portones de hierro daban a una calzada flanqueada por palmeras que pasaba frente a la parroquia familiar, un tobogán de agua en forma de caracol y dos lagunas artificiales -una con a abundantes peces, la otra con motos acuáticas.
Con sus altos campanarios gemelos, cada uno coronado por una cruz, la hacienda en las esmeraldas colinas en las afueras de Culiacán, México, tenía un esplendor casi irreal. A Carlos ‘Charlie’ Cuevas le hacía pensar en Disneyland, aunque sin las sonrisas.
Cuevas, un narcotraficante de Calexico, México, había sido convocado por Víctor Emilio Cazares, presuntamente importante jefe del cartel de Sinaloa. Se decía que Cazares estaba molesto por una ola de recientes incautaciones de drogas por parte de las autoridades estadounidenses.
En una de esas operaciones, la policía había allanado un escondite en Paramount, al sudeste de Los Angeles, y confiscado casi 205 kilos de cocaína, con un valor de casi 3.3 millones de dólares.
Sospechaban de Cuevas no sólo porque él se había encargado del cargamento. Criado en California, era un extraño. No podía presentar orígenes sinaloenses. El patrón y sus amiguetes fuertemente armados se reían de su español con acento gringo y lo llamaban con un término peyorativo para referirse a su origen mexicano-americano.
Los choferes y centinelas de Cuevas también estaban bajo sospecha. Le habían ordenado que los llevara a México para ser interrogados. Pero no lo había hecho.
Cuevas le temía a su patrón -chupaba Pepto-Bismol para aliviar sus problemas de acidez- pero esta vez se le plantó.
"Estoy seguro que no es ninguno de mis hombres. Mátame si es alguno de ellos", dijo Cuevas.
En las Sombras
El careo reflejaba las frustraciones de un cartel confundido. Los embarques de cocaína estaban siendo requisados en todo el territorio estadounidense por la policía de Nueva Jersey y Nueva York, los agentes de la Patrulla de Carreteras de California, los policías del estado de Oklahoma y otros. La gama de agencias era una fachada para ocultar a la principal fuerza que estaba detrás de la mayoría de las confiscaciones: el Servicio de Control de Drogas [Drug Enforcement Administration, DEA].
Cazares no lo sabía, pero era un importante blanco en una de las investigaciones más importantes de la DEA en toda su historia sobre una organización criminal mexicana. La Operación Emperador Imperial estaba pelando las capas de una organización de distribución de drogas que contaba con cientos de camioneros, empaquetadores, correos de dinero y encargados de escondites en todo Estados Unidos.
La policía local se encargaba de las detenciones mientras los agentes de la DEA miraban desde la sombra, reuniendo evidencias y escuchando las conversaciones por celular.
Mantener en secreto la participación de la DEA era crucial.
A un importante sospechoso de tráfico de drogas como Cazares no le preocupaban las confiscaciones locales, pero una pesquisa federal lo pondría sobre alerta. Los teléfonos interceptados dejaron de sonar, las evidencias desaparecieron, los sospechosos pudieron escapar.
La DEA estaba permitiendo que el transporte de drogas continuara funcionando, de modo que los agentes pudieran ampliar su lista de objetivos. Seguirían allanando y requisando drogas y dinero, pero sin dar el golpe final.
El gobierno estaba tratando de desangrar a la organización.
No sería fácil. La economía de la cocaína generaba millones de dólares a la semana para un reputado barón de la droga como Cazares, cuyos contactos iban desde Colombia hacia el sur del Bronx. La cocaína comprada a productores sudamericanos por cerca de tres mil 600 dólares la libra se vendía a siete mil 200 dólares en Los Angeles, y a nueve mil en Nueva York.
El mayor coste era el transporte. Cuevas ganaba cerca de 250 dólares por libra transportando la cocaína por la frontera mexicano-estadounidense hacia centros de distribución en el área de Los Angeles.
Los camiones cobraran 250 dólares por libra hacia la Costa Este. En avión, un piloto de Carlsband, John Charles Ward, cobraba 450 dólares por libra.
A diferencia de los traficantes colombianos del pasado, los capos del cartel de Sinaloa no controlaban todo el sistema de distribución. Se dice que Cazares se asociaba con organizaciones criminales locales -los miembros de la banda del condado de Orange, los mafiosos italiano-canadienses, los dominicanos en el nordeste- para llevar las drogas a los usuarios.
El margen de ganancias a nivel de mayorista era impresionante: Después de descontar los costes de transporte, una tonelada de cocaína podía rendir 5.4 millones de dólares. En tres años, Cazares había introducido en Estados Unidos unas cuarenta toneladas, generando más de doscientos millones de dólares de ganancias.
Y eso creaba otro problema logístico: llevar el dinero de regreso a México.
De acuerdo a agentes federales y a la acusación de la fiscalía del condado de Los Angeles, de eso se encargaba la hermana de Cazares. Blanca, que aparecía frecuentemente en las páginas sociales de Culiacán y era conocida como "la Emperadora", controlaba las casas de cambio de Tijuana y otras ciudades fronterizas donde el dinero traído por correos desde California del Sur era convertido en pesos mexicanos. El dinero se cortaba en sumas no superiores a diez mil dólares y depositado en bancos a lo largo de la frontera.
Blanca Cazares podía retirar o transferir fondos a voluntad, distribuyendo beneficios entre los socios, distribuidores y su hermano.
Hacendado
A mediados de los años noventa, Víctor Cazares era un inmigrante ilegal con grandes ilusiones que vivía en una destartalada cabaña en la ciudad de Bell, al sudeste de Los Angeles.
Cuando la policía lo arrestó con una bolsa de drogas, dijo que trabajaba como paisajista, que ganaba cincuenta dólares al día y confesó que le gustaba la cocaína. Juró dejarla.
"Los planes del acusado eran trabajar y convertirse al cristianismo", escribió en su informe su agente de libertad condicional.
Para 2005, Cazares había vuelto a su país natal donde cumplió su promesa de construir una iglesia en su hacienda de diez hectáreas en Badiraguato, en las afueras de Culiacán. Cultivaba su reputación como un generoso hacendado y el gobierno mexicano le otorgó más de 129 mil dólares en subsidios para que criara ganado.
Cazares contrataba a lugareños para cosechar sus campos de tomate, pimiento, berenjena y calabaza, pagándoles el doble del salario habitual.
"Era un buen vecino. Le daba trabajo a la gente. Cuando pasaba, nunca dejaba de saludarte", dijo Guadalupe Rubio, que viven en un pueblo cerca de la hacienda.
Cazares era presuntamente el principal distribuidor de Joaquín ‘Chapo’ Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa y uno de los traficantes más buscados del mundo.
Sin embargo, de muchos modos, actuaba mucho más como el vicepresidente de transporte de una firma estadounidense, obsesionado con temas logísticos y control de costes.
Mientras los soldados del cartel libraban guerra en ciudades mexicanas fronterizas, asesinando a cientos de rivales y agentes de policía, trabajadores en Estados Unidos preparaban la ruta de las drogas en el anonimato, conduciendo coches pequeños, alquilando casas modestas y llevando por lo general vidas apacibles sin llamar la atención.
Se evitaba derramar sangre en las calles de Estados Unidos. Las disputas se arreglaban en México, donde la disciplina y la venganza podían ejercerse en el peligroso campo en las afueras de Culiacán.
El Gato
Hacia 2006, el dinero llegaba a raudales y Cazares trataba de trazar cada centavo, según constató la pesquisa de la DEA. Llamaba a sus asociados en Estados Unidos a cualquier hora y hacían inventarios semanales de los envíos de cocaína que cruzaban el país.
Cuando las autoridades interceptaban cocaína o dinero, Cazares exigía que los subordinados entregaran pruebas de las confiscaciones: recortes de prensa, partes policiales, documentos judiciales. Si la confiscación era resultado del trabajo policial, la carga era descontada como uno de los costes del negocio. Si era considerada como error del distribuidor, Cazares exigía compensación.
Determinar la culpa exigía a veces métodos extremos, o al menos muy cercanos al interrogatorio. En esos casos, Cazares llamaba a reunión en su hacienda, como hizo después de un allanamiento en marzo de 2006 cerca de Los Angeles.
Cuevas había arreglado una entrega de tres toneladas de cocaína desde Mexicali a un centro de distribución en Paramount. La célula era supervisada desde México por un hombre conocido por sus subordinados sólo como "el Gato."
Apenas horas después de la entrega, la policía allanó el escondite del grupo.
Eligio ‘Pescado’ Ríos, que era el encargado del escondite, huyó a México para evitar ser detenido. Una vez al otro lado de la frontera fue capturado por soldados del cartel. Creyendo que pudo haber causado el allanamiento por descuido o por una traición deliberada, lo ataron a una cama y lo golpearon durante varios días.
Sin embargo, Cazares seguía sin saber por qué había ocurrido el allanamiento.
Así que Cuevas fue llamado para ser interrogado. Quizás las respuestas ayudarían a determinar quién debía pagar por las drogas requisadas y si alguien merecía una golpiza, o algo peor.
Al cruzar la mansión de Cazares, Cuevas miró maravillado el cristal reluciente del suelo del salón junto a una piscina interior. A Cazares le enorgullecía mostrar sus caballos bailarines, y los niños jugaban en un patio lleno de columpios y estructuras para trepar.
Cazares y Cuevas fueron acompañados por un tercer hombre que no fue presentado y que guardó silencio.
Cazares empezó a interrogar a Cuevas sobre el allanamiento en Paramount, sugiriendo que alguien de su grupo había sido seguido o se había convertido en informante.
Dijo que de acuerdo al Gato, el equipo de Cuevas tenía la culpa.
Cuevas responsabilizó al Gato.
En ese momento, Cazares introdujo al hombre silencioso que estaba junto a él. Era el Gato.
Discutieron acaloradamente.
Los choferes de Cuevas habían entregado las drogas, pero el encargado del escondite del Gato habían recibido el envío. Ninguno de los dos quería hacerse cargo de 3.3 millones de dólares.
Finalmente Cazares intervino.
Le impresionó el temple de Cuevas. Después de todo, Cuevas había viajado a Sinaloa sabiendo que podría no volver, y había defendido a su equipo, incluso a los que tenían demasiado miedo como para viajar con él.
Al final, Cazares decidió no imponer ningún castigo. Fue una decisión pragmática, y ejemplificaba el tipo de distribución del cartel. Necesitaba que el Gato y Cuevas siguieran trabajando juntos, para que las drogas siguieran fluyendo. Y Cuevas todavía le debía dinero por requisas pasadas.
Sin embargo, sí trataron de intimidarlo. Antes de permitirle volver a casa a California, le mostraron la habitación donde había estado Ríos. El colchón estaba lleno de sangre.
Hora de Intervenir
Cuando Cuevas volvió a Calexico, la DEA reanudó su vigilancia. Durante más de un año, la operación había logrado datos valiosos, pero ahora los agentes estaban preocupados de que su fachada pudiera ser descubierta.
Un concesionario de San Diego que arregló los frenos del BMW de Cuevas le informó que en el coche había encontrado un dispositivo de seguimiento -que habían instalado los agentes.
Temiendo que Cuevas huyera del país -había estado buscando casa en Culiacán- el grupo de trabajo decidió actuar. En la mañana del 20 de enero de 2007, un grupo especial de operaciones echó abajo la puerta trasera de la casa de Cuevas y lo arrestó en ropa interior. Ese día, y en un otro allanamiento el mes siguiente, el grupo arrestó a dos docenas de miembros de su equipo.
Una serie de barridas se encargó de otros actores en la cadena de suministro, desde la South Gate hasta el sur del Bronx. En total, las autoridades acusaron a 402 personas, requisaron dieciocho toneladas de cocaína y marihuana y 51 millones de dólares en dinero y propiedades durante los veinte meses que duró la Operación Emperador Imperial.
Cuevas se declaró culpable de tráfico de drogas y conspiración, dio testimonio contra algunos de sus antiguos socios y fue sentenciado a trece años de cárcel -mucho menos que algunos de otros acusados.
En cuanto a Cazares, un gran jurado federal lo acusó en febrero de 2007. Agentes federales mexicanos lo vieron en el centro de Culiacán más tarde ese año. Pero estaba protegido por veinte guardaespaldas fuertemente armados, y las autoridades desistieron.
Algunos meses más tarde, soldados mexicanos atacaron su hacienda, pero aparentemente Cazares había sido avisado. Vieron a tres hombres saltando una muralla para huir. El gobierno mexicano confiscó la propiedad.
Unos meses más tarde, los funcionarios se la devolvieron por razones que no están claras.
Sin embargo, los agentes podían enorgullecerse de lo que habían logrado con la Operación Emperador Imperial. Sus turnos de vigilancia a altas horas de la noche, las búsquedas en los tachos de basura y las tediosas sesiones de escuchas telefónicas, realizadas en un cuarto parecido a un búnker lleno de menús para llevar, habían dado importantes resultados.
Pudieron componer una elaborada imagen de cómo introducía el cartel las drogas en Estados Unidos y las distribuía por todo el país. Habían desmantelado su sistema de distribución y habían provocado importantes pérdidas económicas. Habían hecho el trabajo preliminar para una campaña posterior, la Operación Xcellerator, que resultó en 755 nuevas detenciones.
Pero el sentimiento de victoria fue atenuado por el hecho de que la capacidad de recuperación del cartel podía superar incluso las operaciones más vigorosas de la policía.
Cuando se anunció la acusación contra Cazares, la entonces administradora de la DEA, Karen Tandy, dijo: "Hoy hemos acabado con la infraestructura de este imperio en Estados Unidos... y lo hemos arrojado al tacho de basura de la historia."
Más de cuatro años después, el cartel continua introduciendo drogas a través de la frontera en Calexico.
Desde la detención de Cuevas se han formado varios otros equipos de traficantes y el puerto sigue siendo considerado una de las principales vías de acceso de la cocaína en la frontera sudoeste.
Se desconoce el paradero de Cazares. En su hacienda, el césped y la entrada flanqueada de palmeras siguen siendo cuidadosamente mantenidos. Los campesinos dicen que su madre viene de vez en vez y abre la parroquia de murallas blancas, llena de vitrales y decorada con pinturas de ángeles y un sereno Jesús.
richard.marosi@latimes.com
tracy.wilkinson@latimes.com
12 de septiembre de 2011
28 de julio de 2011
©los angeles times
cc traducción c. lísperguer
0 comentarios