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retos de la transición en libia


El cruento asesinato del coronel Gadafi subraya las dificultades que deberá enfrentar el nuevo gobierno. El país se encuentra al borde de su autodestrucción en ruta a convertirse en un estado fallido.
[David D. Kirkpatrick] Túnez. Como la huida del dictador de Túnez o el juicio del de Egipto, la captura el jueves en la tarde del coronel Moamar al-Gadafi cautivó al mundo árabe, creando una renovada sensación de poder y esperanzas. Pero las fotografías de su cadáver ensangrentado que circularon momentos después en celulares y pantallas de televisión morigeraron rápidamente esa euforia, haciendo recordar los numerosos conflictos no resueltos que ha desencadenado la Primavera Árabe.
"Esto no es justicia", dijo el activista sirio Mustafa Haid, 32, mientras miraba las transmisiones de Al Yazira en una oficina de Beirut. El coronel Gadafi debería haber sido llevado a juicio, sus delitos debiesen haber sido investigados, Libia debe reconciliarse para tener confianza en la ley, dijo, como si todavía esperara algo mejor de la rebelión regional que empezó con pacíficas demostraciones de unidad nacional en Túnez y El Cairo.
En toda la región, el sangriento fin del coronel Gadafi nos ha vuelto a recordar la creciente conciencia de los retos que deben ser superados: el equilibrio entre la venganza y la justicia, entre la impaciencia por obtener trabajo y el lento ritmo de la recuperación económica, entre la fidelidad al islam y la tolerancia de las minorías, y entre la necesidad de estabilidad y el impulso a derrumbar los pilares de los antiguos gobiernos.
"Es un camino difícil para todos nosotros porque nuestra guerra es contra nosotros mismos", dijo Ahmed Ounaies, ex embajador tunecino que fue brevemente ministro de Relaciones Exteriores después del derrocamiento del presidente Zine el-Abidine Ben Ali. "Tenemos que respetar nuestros valores, nuestras aspiraciones, nuestro presente, contra todo el pasado que hemos vivido. Es una prueba difícil, y el éxito no es seguro."
El camino de Libia es de muchos modos el más tortuoso de las revoluciones norafricanas. Cuando el coronel Gadafi llegó al poder hace 42 años, Libia estaba dividida entre tres provincias apenas confederadas y decenas de tribus insulares. Convirtió a Libia en una sola nación, construida en torno a su propio y bizarro culto a la personalidad. No levantó ninguna institución nacional; insistió en que Libia era una democracia directa de comités populares que no necesitaban ningún gobierno -que pudiera amenazar su poder.
Incluso después de que huyera de Trípoli, la persecución para capturarlo servía como un pegamento que mantenía unida a la incierta confederación de las brigadas locales que derrocaron su gobierno. El gobierno provisional en Bengasi, incapaz de resolver la lucha entre varios centros de poder por posiciones de gobierno, pospuso la redistribución prometida hasta después de la captura del último bastión y escondite del coronel Gadafi, Sirte, lo que quiere decir que ahora deberán reanudar esa tarea.
"Libia va a pasar por momentos terribles", dijo Lisa Anderson, una politóloga que estudia a Libia. "Durante largo tiempo, lo que los unió fue una especie de morbosa fascinación con Gadafi, y hasta ahora todo el mundo pensaba, hasta que vieron su cadáver, que casi podría volver, como un vampiro", dijo Anderson, que es presidente de la Universidad Americana en El Cairo. Pero cuando la euforia atempere descubrirán que "no tiene ninguna institución creíble en todo el país", dijo. "No tienen nada que los una."
Túnez, preparada para celebrar sus primeras elecciones libres el domingo, puede ser el estado árabe en mejor posición para una transición exitosa hacia una democracia liberal. Entre los factores a su favor está el hecho de que es un país con una población relativamente pequeña y homogénea de doce millones de habitantes, con niveles de educación comparativamente altos, una amplia clase media, fuerzas armadas apolíticas, un movimiento islámico moderado y una larga historia como una identidad nacional unificada.
Pero con la remoción del conservador Ben Ali, la élite tunecina se ha dividido encarnizadamente por muchas de las cosas que Libia deberá enfrentar pronto, especialmente el papel del islam en su nueva sociedad, legislación y gobierno. En los últimos días de la campaña electoral, el partido liberal laico más grande ha prometido tratar de formar una coalición de gobierno que excluya a los islámicos, mientras el líder de los islámicos dijo que los miembros de su partido "ocuparán las calles" si creen que les han robado las elecciones.
Ni Túnez ni Egipto han resuelto las frustraciones de los ejércitos de jóvenes desempleados que participaron en las revueltas por razones económicas, no para luchar por las libertades civiles. En la atribulada ciudad de Kasserine al sur de Túnez, por ejemplo, muchos dicen que se sienten tan desilusionados por la falta de cambios -el desempleo- desde la revolución, que ya no piensan votar.  "¿Quieren que yo vaya a votar para que ellos puedan obtener un escaño?", dijo Mabrouka Nbarki, 43, cuyo hijo de diecisiete fue uno de las decenas de jóvenes asesinados en Kasserine durante la revuelta.
"¿Por qué debería votar yo?", dijo, sollozando. "No tiene sentido."
Su hijo de siete años, dijo, soñaba con crecer para ser agente de policía de manera que pudiera llevar a la justicia al que mató a balazos a su hermano mayor. Pero el hijo menor murió de fiebre; su madre cree que fue la angustia.
Egipto, además de sus niveles mucho más altos de pobreza y analfabetismo, también está luchando contra profundas tensiones religiosas. Su movimiento islámico está dividido entre facciones ansiosas de incorporar los códigos morales islámicos en el código civil y otras comprometidas con la tolerancia liberal. El debate abierto sobre el futuro del país ha agregado tensiones con su minoría cristiana cóptica, que conforma cerca del diez por ciento de la población.
Luego está la contradictoria situación de las fuerzas armadas de Egipto. Aunque proporcionó el tipo de estructura nacional para un cambio de gobierno del que Libia carecía, sigue aferrándose al poder desde el derrocamiento del presidente Hosni Mubarak, lo que ha llevado a muchos a preguntarse si fue una "revolución" o un "golpe". La mayoría de los actores políticos cree que los militares quieren algunas garantías de su autonomía e influencia bajo el nuevo gobierno civil.
"La gente que veía los beneficios de esto al principio, ahora están empezando a ver los costes", dijo Anderson, de la Universidad Americana de El Cairo. "Todos tendrán que decidir qué parte de esos costes podrán soportar, incluyendo el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas".
Sin embargo, los militares parecían estar interesados en una negociación gradual "en un tipo de gobierno más civil", dijo, observando que "nunca renunció nadie al poder sin negociación".
Algunos en la región dicen ahora que esperan que el éxito de la rebelión libia con el derrocamiento del coronel Gadafi sin la ayuda de una institución como las fuerzas armadas egipcias, y por la fuerza de las armas antes que por persuasión moral, podría reforzar a los activistas en las violentas luchas en otros países, especialmente Siria y Yemen.
El presidente Ali Abdullah Saleh, de Yemen, con su débil estado, fragmentado ejército nacional y fuertes lealtades tribales, puede ser la analogía más cercana a Libia –menos el petróleo, dijo Paul Sullivan, politólogo de Georgetown.
"La brutalidad del régimen de Assad en Siria y el régimen de Saleh en Yemen todavía se sienten", dijo. "Pero con la muerte de Moamar al-Gadafi, la luz al final del túnel es mucho menos tenue".
O, agregó, Libia podría seguir el camino de Yemen hacia el caos. "Libia todavía puede convertirse en un estado fallido", dijo.
Sin embargo, Ounaies, el ex embajador tunecino, argumentó que, de cierto modo, el gobierno del coronel Gadafi preparó al pueblo libio para evitar ese destino. "Ahora están todos bien preparados para no aceptar el gobierno de un líder o de un partido único", dijo.
"Y esta experiencia de liberaciones desde dentro es en sí misma una experiencia de unidad e integración nacional", dijo. "A través del martirio, a través del sacrificio, a través del heroísmo, han construido una unión fuerte, una Libia fuerte, y eso es muy importante para la construcción de una nación".
[Anthony Shadid contribuyó al reportaje desde Beirut, El Líbano, y Heba Afify desde El Cairo.]
22 de octubre de 2011
20 de octubre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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