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murió joanna russ


Introdujo a las mujeres a la ciencia ficción.
[Margalit Fox] Murió el 29 de abril, en Tucson, la escritora Joanna Russ, que durante cuatro décadas contribuyó a poner en manos de mujeres las criaturas más alienígenas que haya visto nunca el género. Tenía 74 años.
Su muerte, por complicaciones tras un derrame, fue anunciada en la página web de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de Estados Unidos.
Russ se dio a conocer con su novela ‘El hombre hembra’ [The Female Man], publicada en 1975 y considerada como un hito histórico. Con ese libro, que narraba las historias entrelazadas de cuatro mujeres en diferentes momentos de la historia, contribuyó a inaugurar la ahora floreciente tradición de la ciencia ficción feminista. También publicó ensayos, crítica literaria y cuentos.
Russ misma fue materia de numerosos estudios críticos, incluyendo los reunidos en ‘On Joanna Russ’, compilado por Farah Mendlesohn y publicada en 2009 por la Wesleyan University Press.
La escritora de ciencia ficción tiene el privilegio de rehacer el mundo. Debido a esto, el género, especialmente en manos de escritores marginados, se convirtió en un poderoso vehículo de crítica política. En la época en que era adolescente, Russ se sentía tres veces relegada: como mujer, como lesbiana y como la autora en el género de ficción que se ganaba vida en medio de la pompa de los departamentos de inglés.
Algunos críticos la encontraban demasiado polémica, pero muchos elogiaron su líquido estilo en prosa, ferocidad intelectual y un enfoque alegremente poco ortodoxo para construir sus narrativas, que podían incluir desde divagaciones sobre historia y filosofía y secciones de diálogos cuasi dramáticos. (Originalmente era autora de teatro.)
Había una palpable rabia en la obra de Russ, pero era contrarrestada por su ingenio y humor. En una escena de ‘El hombre hembra’, Janet Evason, que vive en un idílico futuro en Whileaway, un planeta sin hombres, visita la Tierra, donde es prontamente llevada a un programa de televisión. Se entabla un diálogo entre Janet y el maestro de ceremonias:

MC: Yo, señorita Evason, nosotros, bueno, sabemos que usted forma eso que usted llama matrimonios, señorita Evason, que usted traza la descendencia de sus hijos a través de los dos miembros de la pareja... Confieso que usted nos lleva de lejos la delantera en las ciencias biológicas... Pero hay más, mucho más... estoy hablando del amor sexual.
JE (encantada): Oh! Quiere decir copulación.

MC: Sí.
JE: ¿Usted dice que no conocemos eso?

MC: Sí.
JE: Qué tontería. Por supuesto que lo conocemos.

MC: Ah? (Quiere decir: "No me diga".)
JE: Se necesitan dos para eso. Déjeme explicarle.

La cortaron inmediatamente con un comercial que describía poéticamente el placer del pan entero.
En una edición del New York Times de 1983, Gerald Jonas calificó a Russ como "parte de la pequeña banda de logrados estilistas en la ciencia ficción."
Recibió el premio Hugo de 1983 por ‘Souls’, una novela de fantasía histórica breve sobre una abadesa que debe defenderse contra los sádicos y brutos Norsemen invasores, y un premio Nebula en 1972, por el cuento ‘When It Changed’, precursora de ‘El hombre hembra’. El premio Hugo, ofrecido por los miembros de la World Science Fiction Convention, y el Nebula, presentado por la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de Estados Unidos, son considerados ambos como los premios Pulitzer del género.

Joanna Russ nació en el Bronx el 22 de febrero de 1937. En 1957 terminó sus estudios de inglés en la Universidad de Cornell, donde estudió con Vladimir Nabokov. En 1960 se licenció en dramaturgia y literatura dramática de la Escuela de Teatro de Yale.
Pero para entonces ya se dedicaba a la ciencia ficción, y había publicado el año previo su primer cuento, ‘Nor Custom Stale’, en la revista The Magazine of Fantasy & Science Fiction.
El género era un bastión masculino tan enraizado que hasta mediados del siglo veinte el puñado de escritoras con que contaba a menudo usaban seudónimos masculinos. (Ursula K. Le Guin, que hoy es mujer mejor conocida en el mundo de la ciencia ficción, no empezó a publicar sino en los años sesenta.)
En la ciencia ficción de hombres y mujeres de mediados de siglo, los personajes femeninos se parecían a sus contrapartes terrestres: atractivas, obedientes y caseras. "Suburbios galácticos", llamó Russ despectivamente a este universo imaginario, y empezó a explorar sus confines.
En una serie de cuentos publicados a fines de los años sesenta, introdujo a la heroína Alyx, una inteligente y no muy guapa mercenaria, ladrona y asesina que deambula enérgicamente a través de los siglos, desde la antigüedad en adelante.
Alyx también es la protagonista de la primera novela de Russ, ‘En el Paraíso de Joanna Russ’ [Picnic on Paradise], publicada en 1968; la novela fue reeditada más tarde con los cuentos en un tomo antológico titulado ‘The Adventures of Alyx’.
El feminismo de Russ es quizás más explícito en ‘El hombre hembra’. Presenta a una mujer moderna, Joanna, y tres alter egos: Jeannine, que vive en un lúgubre pasado; Jael, una guerrera que vive en un mundo donde la guerra entre hombres y mujeres es literal ("El mejor modo de acallar a un enemigo es arrancarle la laringe a mordiscos", dice); y Janet, la utópica.
Russ, que vivía en Tucson, tuvo un breve matrimonio que terminó en divorcio. No deja sobrevivientes.
Como académica, se dio a conocer por un estudio de Willa Cather que invocaba el lesbianismo de Cather, un tema que fue tabú durante largo tiempo. Enseñó en las universidades de Nueva York, Binghamton (ahora Binghamton University, State University of New York), Colorado, Washington; y otras.
Entre sus otros libros se encuentran la novelas ‘We Who Are About to ...’ y ‘The Two of Them’, y los libros documentales ‘How to Suppress Women’s Writing’ y ‘Magic Mommas, Trembling Sisters, Puritans & Perverts’, en los que denuncia como censura la posición contra la pornografía de algunas feministas.
En su obra crítica, Russ se destacó por su perspicacia. En la revista The Magazine of Fantasy & Science Fiction de 1969, terminó diciendo sobre la novela ‘The Last Starship From Earth’, de John Boyd, publicada el años antes por Berkley Books:
"Le perdono a Boyd la angustia que me causó su novela y espero que finalmente me perdone la angustia que esta reseña le pueda causar, pero a Berkley no se le puede perdonar. Sólo reformar. No lo vuelva a hacer."
27 de mayo de 2011
8 de mayo de 2011
©new york times
cc traducción mQh

quién era carlos trillo


El adiós a un creador irrepetible del mundo de las viñetas. Trillo, padre de personajes que no fueron sólo de papel. Nada en su carrera fue predecible, y nunca se conformó con los estereotipos; su inusual producción jamás fue en desmedro de la calidad, y la muerte lo sorprendió lleno de proyectos, historias y personajes. El comic del mundo perdió a un grande de verdad.
[Andrés Valenzuela] Argentina. Carlos Trillo tenía 68 años recién cumplidos y quizá por haber nacido un 1º de mayo trabajaba tanto que parecía un pibe. Creó personajes y relatos memorables en compañía de dibujantes excepcionales, pero su legado excede en mucho su extraordinaria obra. También fue maestro de guionistas, muchos de ellos ya con discípulos propios y, desde su labor crítica, ayudó a entender la influencia de Héctor Germán Oesterheld en el derrotero de la historieta argentina. Murió el domingo en Londres, donde estaba de visita con su esposa, la escritora Ema Wolf. Allí se descompuso, lo llevaron a un hospital y ya no se recuperó. Se fue estando lejos y sin nada que lo anunciara, mientras todas las miradas del mundo de la historieta local estaban puestas en la recuperación de Francisco Solano López, el dibujante de ‘El Eternauta’. Se fue cuando todavía tenía muchos personajes por brindar y tanto más por enseñar a sus colegas más jóvenes.
Carlos Trillo fue un guionista sorprendentemente prolífico, en cantidad y en calidad. Sus trabajos "flojos" tenían una solidez técnica y un oficio que ya quisieran para sí muchos de sus colegas. Pero su legado artístico es mucho más complejo. Si hoy la historieta argentina tiene a los Diego Agrimbau, a los Fernando Calvi y tantos otros, es porque Trillo estuvo ahí, enseñando, guiando, ayudándolos a entrar en esos mercados difíciles que él conocía como pocos. Si hoy se entienden las innovaciones formales y estilísticas de Oesterheld, si hoy se comprende qué cambió en la historieta local tras la aparición del guionista de ‘El Eternauta’, de quien además él era heredero, es gracias al enorme trabajo de Trillo, como crítico y divulgador de la historieta. Además de guionista, fue columnista de la revista Skorpio en la sección ‘El Club de la Historieta’, y en 1980 publicó una historia de la historieta argentina junto a Guillermo Saccomanno, trabajo del que se publicó una revisión en Italia hace poco.
Fue, sin exagerar ni un poco, una figura fundamental del noveno arte nacional de los últimos años, y también mundial. Su trabajo ya había sido reconocido muchas veces en Italia, Francia y España, países donde publicaba asiduamente y era leído por miles. En la Argentina publicaba ‘Clara de Noche’ en la contratapa del Suplemento No de Página/12, junto a Eduardo Maicas y el español Jordi Bernet. También era número fijo con distintas historias en la revista Fierro. En el último número había concluido ‘Sasha Despierta’, junto al dibujante Lucas Varela, con quien ya había creado ‘El síndrome Guastavino’, una novela gráfica terrible que le había valido nominaciones y premios en Francia e Italia. En la revista antológica también publicaba ‘Bolita’, junto a Eduardo Risso. Además, llevaba años colaborando en la revista infantil Genios, haciendo historieta para chicos. Uno de esos trabajos, ‘Torni Yo’, también en colaboración con Maicas y con Gustavo Sala, había sido recopilado recientemente en un libro, quizás el formato que mejor le sentaba a sus historias en los últimos años, en que se había volcado a la novela gráfica.
Trillo comenzó su carrera como colaborador de la revista Patoruzú, en 1963. Todavía no hacía guiones ni había descubierto el placer de "contar con dibujos", aunque desde chico había sido un lector devoto de historietas. Las maestras de su escuela, que acostumbraban romper las revistas que encontraran a sus alumnos, no consiguieron frenar su pasión por dibujos y globitos. Amaba particularmente las del Pato Donald. "Pero el bueno", aclaraba siempre del personaje que adoraba. Porque, explicaba, aunque los comics de Disney no aparecían firmados, su olfato lector le indicaba que "no podía ser que el mismo tipo que hacía algunas historias buenísimas hiciera otras tan pavas". Décadas después, en una convención europea de esas a las que solían invitarlo, reconoció un tomo recopilatorio de Carl Barks, su "señor de los patos". Era el mismo olfato que lo llevaba a cada martes, cuando rondaba los 7 u 8 años, a juntar algunas chirolas con sus amigos para que uno de ellos tomara el subte hasta Tribunales, donde había un kiosco que recibía la revista Hora Cero la tarde anterior a su salida oficial. Ahí leía apasionadamente El Eternauta.
Trillo apuntaba esto en las entrevistas, calmo en su estudio en Olivos, a pocas cuadras de la quinta presidencial, rodeado de libros de toda clase y, por supuesto, centenares de títulos propios acumulados en décadas dedicadas a las viñetas. Lo contaba con las manos entrelazadas en una rodilla, las piernas cruzadas y pestañeando cada tanto detrás de sus anteojos de marco grueso. Recordaba, también, que su esposa lo había enamorado el día que le reveló que podía recitar de memoria el primer capítulo de ‘Los Tigres de la Malasia’. Creía que un buen guionista debía ser un gran lector, y que contar buenas historias en viñetas requería saber de ritmo, estructura narrativa y, ante todo, saber escribir.
Justamente empezó su carrera escribiendo. Fueron cuentos en distintas publicaciones, incluyendo esa misma Patoruzú, y se destacó con una serie de cuentos policiales humorísticos a cuatro manos, con Alejandro Dolina, en la revista Siete Días. En algún punto de su carrera alguien le enseñó cómo explicarles a los dibujantes qué había que meter en cada viñeta: jamás paró.
Le interesaba particularmente la construcción de sus personajes. Detestaba los personajes chatos y evitaba los estereotipos en los personajes femeninos, que solían ser de gran carácter. Despreciaba los iconos comiqueros que vivían perpetuamente en la aventura. Solía poner de ejemplo a Tex, un cowboy italiano que "siempre se iba por un camino polvoriento". Trillo siempre preguntaba, "¿Es que nunca le daban ganas de quedarse, descansar un poco, ponerse de novios?". Pudo empezar a probar eso en la historieta a partir de 1975, cuando empezó a dar forma a sus primeros seres de tinta. Entonces se unió a Alberto Breccia para crear ‘Un tal Daneri’ y prácticamente al mismo tiempo presentó en Clarín la idea del ‘Loco’ Chávez, junto a Horacio Altuna. Según él mismo contaba, la coincidencia quiso que se encontrara con ambos en la redacción el día que iban a mostrarle los primeros bocetos, y los tres terminaron en un bar cambiando opiniones sobre esos trabajos. La colaboración con Altuna se extendería por años y de allí saldrían títulos como ‘Charlie Moon’, ‘Merdichevsky’, ‘El último recreo’. Junto a ‘Las puertitas del señor López’, inolvidable símbolo de la revista Humor, la más recordada es la del "Loco", que retrató la Buenos Aires de su época como pocos y, de paso, reinventó el prototipo de la mujer soñada en la figura de Pampita.
Uno de sus grandes méritos como guionista fue la capacidad de escribir el relato correcto para cada dibujante. Un talento que dio historietas superlativas. Entre ellas destacaron ‘Fulu’, ‘Boy Vampiro’ y ‘Chicanos’, junto a Risso; ‘Cosecha Verde’, ‘Spaghetti Brothers’ y ‘El caballero del Piñón fijo’, con Domingo ‘Cacho’ Mandrafina; ‘Alvar Mayor’, con Enrique Breccia; ‘Cybersix’ e ‘Irish Coffee’, con Carlos Meglia; ‘Sarna’, con Juan Sáenz Valiente, y ‘Custer’, junto a Bernet.
La enumeración parece extensa, pero en el fondo es apenas un resumen injustamente sucinto en que quedan fuera títulos y artistas, tanto veteranos como jóvenes, porque Trillo trabajaba con cualquiera en quien percibiera talento. Preguntarle "¿en qué andás trabajando?" era saber que la respuesta podía durar un largo rato. Por un lado, estaban los proyectos en marcha, las nuevas historias, los personajes que tan bien construía. Por otro, estaban las ediciones nacionales de material que sólo se había conocido fuera y a los que el reverdecer actual del medio abría nuevas posibilidades de publicación. Apenas días atrás, un editor comentaba feliz que había estado charlando con él para editar libros suyos. Esperaba su regreso de Londres para seguir la conversación.
A lo largo de los años había acumulado muchos premios. Dos veces ganó el Yellow Kid al mejor autor internacional en el festival de Lucca, Italia (1978 y 1996). Ganó el premio al mejor guión en el festival de Angoulême, Francia, por ‘Cosecha verde’, en 1998, entre otros premios en España, Suiza y, nuevamente, Francia e Italia. En Argentina fue reconocido por su trayectoria por el Museo Severo Vaccaro y con una muestra especial en el Festival Internacional Viñetas Sueltas de 2009 con "apenas" 25 de sus personajes. Él se encogía ligeramente de hombros. "Son premios del ambiente", decía antes de seguir hablando del trabajo que disfrutaba. Parecía bastarle con el cariño y la admiración que le profesaban sus colegas y lectores. Le gustaba publicar en el país, aunque era estricto en lo que a contratos refiere. Como su antiguo compañero Altuna, Trillo era un militante del respeto a los derechos del trabajo del historietista, fuese dibujante o guionista.
Quizá lo más llamativo de su obra es lo imbuida que estaba por el espíritu de su época, por la reflexión que mostraba sobre el mundo que Trillo recorría. Sin embargo, él aseguraba no estar interesado en el testimonio político o ideológico. Cuando alguien apuntaba las referencias políticas del ‘Loco’ Chávez, las inequívocas críticas a la discriminación en ‘Chicanos’, el lirismo alegórico de las "escapadas" fantasiosas de López, el simbolismo de un sacerdote castigando a golpes de cruz en la cabeza a un hermano mafioso o la terrible potencia de la psicosis de Guastavino, él rechazaba cualquier interpretación. "La gente tiene ganas de que le digan cosas y te las enchufa a vos", explicó dos años atrás a Página/12.
Cuando un artista muere, es lugar común decir que perdura en su obra. Es lugar común, pero suele ser cierto: Trillo seguirá en sus innumerables personajes, en cada relato y en cada lector. Pero sobre todo, seguirá vivo en un legado intangible, el de un tipo sencillo que había empezado a leer porque los anteojos le impedían jugar al fútbol. El de un tipo que repartía consejos a los guionistas más jóvenes, pero los trataba de igual a igual y los asistía en cuanto podía. El de hombre fundamental, que ayudó a construir la historieta argentina tal como la conocemos.
11 de mayo de 2011
10 de mayo de 2011
©página 12

murió carlos trillo


Un historietista de fierro. El autor de ‘El Loco Chávez’, ‘Las puertitas del señor López’ y ‘Clara de Noche’, historieta publicada en la contratapa del Suple No de Página/12, falleció este fin de semana en Londres, donde estaba de viaje con su mujer.
Argentina. Trillo tenía 68 años y se encontraba en la capital inglesa en el marco de un viaje familiar con su esposa, la escritora Ema Wolf. "La noticia llegó hace una hora, desde Londres. No lo puedo creer. Estamos desvastados, sus amigos. Carlos querido...", escribió Rep en su Blog.
Nacido el 1 de mayo de 1943, Trillo comenzó su carrera profesional en 1963. Un año después se transformó en colaborador de la revista Patoruzú semanal, hasta 1968. Escribió para Ediciones García Ferré episodios de los personajes ‘La familia Panconara, una familia muy rara’, ‘El topo Gigio’ y ‘El hada Patricia’ y colaboró con el programa de televisión ‘El Club de Hijitus’, además de realizar trabajos de locutor junto a Carlos Marcucci, Eduardo Belgrano Rawson y Alberto Broccoli, en Radio Municipal.
Satiricón fue el próximo destino, en el año 1972, y ya comenzaba a codearse con los dibujantes Oswal, Horacio Altuna y Lito Fernández. En 1975 pasó a la revista Mengano, donde colaboró desde el número uno con Altuna y realizó ‘Un tal Daneri’ junto a Alberto Breccia. Con el hijo de Alberto, Enrique Breccia, comenzó a abrirse al mercado internacional con ‘Alvar Mayor’, publicada íntegramente en la revista Skorpio de Argentina y también en Italia, España y Francia.
Junto a Altuna fue el creador de la popular tira cómica ‘El Loco Chávez’, un periodista que cuenta de una manera particular los vaivenes socio-económicos por lo que atravesaba el país. La tira se publicó diariamente en el diario Clarín entre el 26 de julio de 1975 y el 10 de noviembre de 1987.
Otro de los personajes emblemáticos de Trillo fue ‘Las puertitas del Sr. López’, un oficinista cobarde y sumiso que ingresaba a mundos imaginarios al traspasar la puerta del baño. La publicación apareció por primera vez en la revista de cuentos de ciencia ficción El Péndulo en octubre de 1979, y luego en la revista Humor a partir de 1980. El cómic, realizado durante la dictadura militar, alcanzó tanto éxito que fue llevada al cine en el año 1988, y obtuvo el Gran Premio en el Festival Chaplín del Humor, en Vevey, Suiza.
Ya en el año 1982, Trillo publica ‘El último recreo’ en la revista española ‘1984’. En Argentina la serie comenzó en Superhumor, que publicó tres episodios, para continuar en Fierro, a partir del número 7.
El ‘Negro Blanco’, junto al dibujante Ernesto García Seijas, representó la continuidad de ‘El Loco Chávez’ en las páginas de Clarín hasta septiembre de 1987. Desde el 28 de abril de 2002, el guionista publicó en el mismo periódico ‘CaZados’, junto a O´kif.
Y junto a Jordi Bernet realizó ‘Clara de noche’ que se publica semanalmente en el suplemento ‘No’ de Página/12. Clara es una prostituta con un perfil de mujer liberal, muy atractiva e independiente.
10 de mayo de 2011
9 de mayo de 2011
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superman deja de ser gringo


Polémica: Superman renuncia a la nacionalidad de EEUU en comic. En el último número de las historias del ‘Hombre de Acero’, el superhéroe manifiesta su rechazo a que sus acciones sean utilizadas como instrumento de la política estadounidense. Esto provocó críticas de sus fans.
"Estoy cansado de que mis acciones se interpreten como instrumentos de la política de EEUU", es parte de lo que dice el superhéroe en la última revista.
La intención expresada por Superman en su última aventura de renunciar a su nacionalidad ha disparado las críticas hoy en EEUU contra el icónico superhéroe y la editorial DC Comics, a la que se acusa de menospreciar al país.
Las polémicas declaraciones del Hombre de Acero fueron publicadas en la edición número 900 de las historias de Superman, que se puso a la venta el miércoles y no pasó desapercibida para los fanáticos y para los sectores más tradicionales que ven en ese personaje de ficción un abanderado de sus valores nacionales.
"Pretendo hablar en Naciones Unidas mañana e informarles que renuncio a mi ciudadanía estadounidense. Estoy cansado de que mis acciones se interpreten como instrumentos de la política de EEUU", aseguró el superhéroe tras ser recriminado por asistir en el cómic a una manifestación en Irán contra el dirigente Mahmoud Ahmadinejad.

Críticas de los Fanáticos
Las palabras puestas en boca de Superman por DC Comics fueron calificadas por publicaciones conservadoras como The Weekly Standard como "la mayor tontería que DC Comics podía hacer", al tiempo que se insistió en que lo "único realmente interesante del personaje es su devoción completa a EEUU que establece sus límites morales".
Algunos seguidores del mítico héroe de ficción expresaron su indignación en Internet, donde comentarios a la noticia en publicaciones como Wired atacaban duramente la decisión de la editorial.
"Otro símbolo de la fuerza y la libertad de EEUU que cae ante la corrección política", dijo un lector del medio, mientras que otro invitaba a DC Comics a mudarse a China y había quienes sugerían que la idea del héroe de origen extraterrestre era convertirse en inmigrante ilegal.
Para la publicista de Hollywood y activista republicana Angie Meyer, esas manifestaciones supusieron "además de una falta de patriotismo y respeto", una "inquietante metáfora del actual estatus económico y de poder que tiene el país en el mundo", comentó a la cadena Fox.

Respuesta de DC Comics
Desde DC Comics se argumentó que el plan del personaje a partir de ahora era dar un "enfoque global a su batalla interminable, aunque siempre vaya a estar comprometido con su hogar adoptivo y sus raíces de niño de granja en Kansas".
Según The Hollywood Reporter, detrás de la declaración de intenciones de Superman está la voluntad de la editorial y de los estudios de cine para consolidar al Hombre de Acero como un personaje trasnacional que atraiga a un mayor número de audiencia y de taquilla en todo el mundo.
Resulta significativo que el autor de la historia del número 900 de Superman y el guionista de la nueva película del héroe (‘Man of Steel’), que se va a empezar a rodar este verano, sea la misma persona, David S. Goyer.
La historia de Superman ha estado ligada desde sus inicios en 1938 a EEUU, con un traje que evoca los colores de la bandera del país y con portadas como una de 1942 que se convirtió en un símbolo de su patriotismo en plena Segunda Guerra Mundial, cuando posó con el escudo de las barras y estrellas y un águila en su brazo.
2 de mayo de 2011
29 de abril de  2011
©la nación

sábato y sus fantasmas


El vecino "cascarrabias" de Santos Lugares, autor de ‘Sobre héroes y tumbas’, novela fundamental del siglo XX, murió a los 99 años.
[Silvina Friera] Argentina. Su voz era un como un "río negro" con ese timbre cavernoso de orador sagrado. El acento pesimista de Ernesto Sábato coronaba a esa otra voz, la del monstruoso mundo de sus tinieblas, como decía en sus páginas, que surgía en sus novelas, especialmente en ‘Sobre héroes y tumbas’. Autor entrañable para miles de lectores, sin más patria o nacionalidad que el hachazo y la conmoción que significa transitar por los universos y laberintos de ‘El túnel’ o ‘Abaddón el exterminador’, su muerte, hoy a la madrugada en su casa de Santos Lugares, a los 99 años, cuando parecía que festejaría su centenario de vida, no lo exime del "juicio de la historia". El dolor por la pérdida de un escritor fundamental del siglo XX de la literatura argentina no puede deslizar bajo la alfombra de la sociedad argentina heridas muy hondas que aún no han cicatrizado. El respeto y la admiración no debería traducirse automáticamente en indulgencia a las convicciones políticas de un intelectual ambivalente y paradójico, una especie de predicador atormentado que encarnaba la voz y los sentimientos de "todos", una mascarada tan convincente que escapó a su control.

El "maestro", el "genio", el "quijote lúgubre" de nuestras pampas y cuantos calificativos se desprendan y multipliquen por las bocas apesadumbradas o las páginas que se están escribiendo en este mismo instante, fue una figura compleja, polémica, contradictoria. Almorzó con el dictador Jorge Rafael Videla, encabezó la Conadep, la comisión encargada de recoger los testimonios de los familiares de desaparecidos durante la dictadura militar y prologó el Nunca más, donde formula la "teoría de los dos demonios" y equipara el terrorismo de la guerrilla con el terrorismo de Estado. En esta trama enrevesada reside el desafío que genera el escritor; hay que "penetrar en las grietas para que pueda volver a filtrarse el torrente de la vida", una frase de Jünger que Sábato recuerda en ‘España en los diarios de mi vejez’ (Seix Barral), su último libro publicado en 2004. El escritor que nació en Rojas en 1911, que siempre fue un hombre de pueblo, que se instaló en Santos Lugares cuando casi literalmente no había nada, cuando todo era horizonte en construcción, escribió en ese último libro que "cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia". Se refería al lugar decisivo de la solidaridad en un "mundo acéfalo" que excluye a los diferentes. Lo avergonzaba -afirmaba- que existan doscientos cincuenta millones de niños explotados. Pero se puede atisbar en las entrañas de esta frase algo más que la mera coyuntura a la que aludía. Quizá su deseo –inconfesable- era sortear esas "fatalidades" y peripecias interminables que padeció; buscar afanosamente un hilo de Ariadna que pudiera hacer comprensible su propio desconcierto íntimo.
Sábato es un ícono de la cultura argentina con todo lo positivo y negativo que trasunta ocupar esa posición en el imaginario de una sociedad. Supo articular, declaración tras declaración, páginas tras página, la estela del escritor torturado y sufriente que luchaba contra las tinieblas y fantasmas. Su conciencia parecía que nunca lo dejaba en paz. A menudo repetía que "quemaba lo que había escrito a la mañana". Comenzó a garabatear su novela más emblemática, ‘Sobre héroes y tumbas’ (SHT) en 1936. La primera publicación fue en 1961, pero en el ínterin, como se recuerda en la edición crítica publicada en la colección Archivos por la editorial Alción(2008), coordinada por María Rosa Lojo, hubo avances y retrocesos y quemas periódicas de manuscritos descartados. Nunca dejó de corregir y depurar ese texto capital hasta la edición definitiva de 1991. Novela total, SHT "entreteje múltiples voces e historias con la Historia, expande en direcciones contrapuestas los ámbitos geográficos, abre, desde la ciudad cotidiana, una grieta en la percepción, una ventana oscura hacia el otro lado de lo que creemos real", subraya Lojo en el estudio liminar.
"A veces la literatura se inviste con los poderes del sueño, ilumina territorios imaginados y perdidos –plantea Lojo-. ‘Sobre héroes y tumbas’, gótico surrealista y argentino, galería de fantasmas familiares, geología fantástica, perverso libro de viajes fabulosos en el corazón de lo cotidiano, nos ofrece la ilusión de recobrar un tesoro siniestro. De asomarnos a la forma oculta del mundo, y de atisbar en ella, como en un diseño abismal de cajas chinas, todos los otros mundos que están en éste". Sábato es un tesoro problemático y muy incómodo: genera amores y rechazos tan intensos como imposibles de conciliar. Su literatura y parte de sus ensayos –‘El escritor y sus fantasmas’, ‘Hombres y engranajes’ o ‘Uno y el Universo’- preservan un encanto difícil de negar, aun en aquellos que refieren a esas primeras lecturas como un "hechizo" o "pecado" de juventud. Pero escindir su impronta entre una "verdad nocturna" (sus ficciones) y una "verdad diurna" (sus intervenciones públicas), como él mismo proclamaba, simplifica el problema de su laberinto existencial y político. ¿Se puede parcelar a Sábato en esferas puras, incontaminadas entre sí? Difícil, aunque a menudo se haga, acaso para dejar al margen, como una "equivocación menor", el almuerzo con Videla y su "teoría de los demonios".
Murió Sabato en su patria adoptiva de Santos Lugares. Hace un puñado de años que estaba recluido, como desterrado en su propio terruño. En silencio, escuchando música. Una de sus últimas apariciones fue en noviembre de 2004, en Rosario, cuando en el marco del III Congreso Internacional de la lengua Española asistió a un homenaje en el que participó José Saramago, Víctor García de la Concha, ex director de la Real Academia Española de la lengua, y la entonces senadora Cristina Fernández. Más de 1600 personas lo ovacionaron de pie al Premio Cervantes 1984. Sábato lloraba, se sacaba los anteojos, se limpiaba las lágrimas y saludaba. Se despedía. Lo sabía él y todos los que fueron testigos de ese momento de extrema emoción. Debilitado por tanto cariño, moviendo su mano para saludar a todos, se esforzaba por comprender por qué él, que escribió en Abaddón… que el "universo es horrible, o trágicamente transitorio e imperfecto", logró, en el tumulto de sus ficciones, construir una obra que tendría como destino la revelación de un territorio fantástico: la conciencia del hombre.
Entre las citas que le gustaba evocar, solía recordar una de Nietzsche: "Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en el ocaso. Pues ellos son los que pasan al otro lado". En el club de su barrio, Defensores de Santos Lugares, los vecinos y lectores comienzan a despedirse del autor de ‘El túnel’. Su hijo Mario reveló en una carta el gesto póstumo de su padre: "Cuando me muera, quiero que me velen acá, para que la gente del barrio pueda acompañarme en este viaje final. Y quiero que me recuerden como un vecino, a veces cascarrabias, pero en el fondo un buen tipo. Es a todo lo que aspiro".
1 de mayo de 2011
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salgari y el santo pirata


Fue, desde siempre, el sinónimo de la fabulación aventurera atravesando todos los medios.
[Juan Sasturain] Aunque parezca mentira, Sandokán no fue –no se pensó, no se deletreó– siempre así. Alguna vez, en la imaginaria reconstrucción de la grafía de su nombre, el llamado Tigre de la Malasia se convirtió en el habitante titular de una herética estampita con el probable rótulo de ‘San Docán’, patrono de la aventura.
Es que muchos en este país, antes de leerlo, muy chicos aún, lo escuchamos por radio, al igual que al mítico Tarzán de Radio Splendid. Sandokán (que así se escribía), el Tigre de la Malasia no era un texto sino una audición. Ya existían, en esos albores de los cincuenta, las ediciones de tapa amarilla y con ilustración de Pereyra de la Colección Robin Hood, pero los que apenas si leíamos a los tropezones sólo teníamos que buscarlo en el dial: Tremal Naik, Yáñez, Mariana la perla de Lebuán, los ominosos thugs y los encantadores y terribles "tigrecitos" de Mompracem nos entraron primero por las orejas. Para que así fuera –combates navales, cañonazos, abordajes, choque de espadas, estrangulamientos con grito ahogado incluido– tenía que haber un sedimento cultural, un hábito no sólo de "consumo de piratas" sino una complicidad tácita hecha de la frecuentación amistosa del autor. Tanto, que se lo omitía.
Es que Salgari, pues de ese fabulador se trataba, tuvo un destino privilegiado en la Argentina, una popularidad excepcional. Fue el escritor de aventuras por excelencia, el ejemplo emblemático de un tipo de literatura inconfundible. Tal vez el fenómeno de resonancia se pueda hacer extensivo a la lengua –ediciones españolas de Calleja mediantes, con los dibujos de Penagos que le encantaban al viejo Breccia–, pero siempre con un anclaje especial en estos confines del idioma.
No le fue tan bien ni fue tan leído (y mucho menos considerado) en otras capitales culturales fuera de Italia: en Francia e Inglaterra, Salgari no existió. Sigue no existiendo, siendo hoy apenas un epifenómeno paraliterario, un fabulador enfático y efectista de vuelo bajo y recursos mínimos, un impostor en el fondo, un aventurero de biblioteca.
Y eso no es toda la verdad, pero es cierto. Porque nada tiene que hacer este italiano ante un sir Rider Haggard, nada que oponer dignamente al prócer Jules Verne. Aquel inglés y otros ingleses –de Stevenson a Kipling, de Conan Doyle al converso Conrad, para quedarnos sólo con escritores a secas– escribían (bien y muy bien) en la lengua de un imperio y ambientaban las historias en los arrabales de un mundo en última instancia propio: la tierra y la lengua eran espacios por los que se iba y de los que se volvía con la naturalidad de andar entrecasa. Y el francés de los inventos escribía o picaba hacia adelante desde la Ciencia, hija de la Razón, y aventuraba a partir de una geografía, una física y una ciencia natural que lo rigoreaban, le bendecían la invención de profecía. Y ni hablar de Wells, parado siempre dos pasos adelante y mirando para allá, tratando de diagnosticar el porvenir.
¿Dónde estaba parado Salgari, desde dónde escribía Salgari, en cambio? Analistas de la literatura de género suelen explicar las diferencias: Italia no fue una potencia colonial, no participó de ese moderno reparto, asistió de espectadora, disgregada, provinciana, al desplegarse de las naciones que la primerearon. Así, el atrevido Salgari escribía desde ninguna parte, no tenía (entonces) un imperio, una lengua, una idea de sociedad o una ciencia que encarnar, defender o representar, escribía desde la impunidad del fabulador por placer pero a (miserable) sueldo.
Como el autor de Tarzán y de las aventuras en Marte o en Venus, Edgar Rice Burroughs –con quien tiene tanto en común no en la biografía trágica sino en su manipulación del imaginario– o, yendo un poco más lejos, como el mismo Arlt, son gente que escribe desde ninguna parte o desde el deseo y la lectura, lugares de la fantasía. Desde la falta de autoridad, desde la impunidad, desde la marginalidad cultural y literaria. No tienen ni historia ni aventuras detrás, por eso las escriben. Son, tal cual le gustaría a Wilde, mentirosos como se debe. Como Scherezade, Salgari inventa desde la necesidad o, en su caso, desde la desesperación de zafar: escribir para comer. Y se zafa sólo entreteniendo: no son historias para dormir o detenerse sino para quedarse despierto. En Salgari hay una especie de histeria aventurera, una hiperkinesis heroica.
No sólo escribió mucho, sino que la proliferación de la peripecia hace que sus más de ochenta novelas de aventuras se atomicen en infinidad de breves episodios de acción sin solución de continuidad. Y Salgari no para de escribir mientras sus héroes se muevan. Es una carrera de persecución a pluma cuyo término es –literalmente– la muerte.
Pocos textos más patéticos que Mis memorias, su libro autobiográfico, que culmina con las últimas confesiones y los arrebatos previos –apenas en horas– al sangriento suicidio. Lo notable, lo grotesco casi, es que en esas circunstancias Salgari no deja, no puede dejar, de fabular. Su loca versión de las aventuras juveniles que habría vivido en la Malasia con romance incluido –la emblemática amada inglesa se llama Eva Stevenson–, el conocimiento del mítico Sandokán y la amistad de Tremal Naik sólo pueden entenderse como desafueros de una mente obsesionada no tanto por la necesidad de ser conocido (ser veraz respecto de su vida) como por la necesidad de ser creído, de ser personaje, de tener un tipo de existencia a partir de la fabulación: ser verosímil, en suma. Al "mentir" sobre sí mismo, Salgari se aproxima al status de sus personajes, se coloca en su mismo plano, hace inútil la pregunta por la veracidad y coloca a todo su universo narrativo en un mismo plano de existencia: lo verosímil desaforado, las aventuras y desventuras de la pasión, las razones del corazón en suma. Para que su vida (de escritor) tenga sentido tiene que ser la transposición de una experiencia aventurera. Paradójicamente, en ‘Mis memorias’, en lugar de decirnos que tomó sus personajes de la realidad, como se supone que quiere demostrar, lo que en realidad nos dice es que él es (quiere ser) su personaje más fantástico.
En la Argentina lo consiguió plenamente; fue, desde siempre, el sinónimo de la fabulación aventurera atravesando todos los medios. A tal punto llegó, que cuando los Civita –italianos, dueños de Editorial Abril– se lanzaron en 1948 al mercado local de las revistas de historietas, comenzaron con una publicación centrada en adaptaciones suyas que se llamó simplemente así: Salgari. Después vendrían Misterix, Rayo Rojo y alguna otra, pero en principio, el lugar de la indudable aventura fue ese apellido mágico, casi una garantía, una marca. La marca de la pasión.
En un libro muy agradable y preciso en su diversidad, ‘La infancia recuperada’, Savater rinde homenaje –sin pudores y entre otros–, a los héroes de Salgari. Y a Sandokán, claro está. El Tigre de la Malasia es el héroe exótico que sólo se puede leer escuchando música de Verdi, imaginando los gestos ampulosos y estatuarios, los arrebatos de ira y los ojos llameantes, las lágrimas de amor, la carne blanca bajo telas rojas y espesas, la piel aceitunada y la espada de plata, los escenarios tormentosos de cielos enrojecidos, fieras sanguinarias y traidores inolvidables. Sandokán es un héroe transgresor, impar, sin caja, impensable entre franceses o sajones, para quienes encarna el enemigo. Movido por impulsos terribles y definitivos, el Tigre arrasa con incontables chinos –que operan como los mexicanos del western– y combate por principios, pero sobre todo por venganza personal al extranjero invasor –ingleses, holandeses, europeos colonialistas en general– movido sólo por pasiones básicas: el odio y el amor. La lealtad que va poco más allá de la familia y una sangre licuada en combate sólo se templa y se prueba en la aventura compartida. La única moraleja es la de Jacinto Chiclana: "Siempre el coraje es mejor".
En el día del centenario de su muerte, 25 de abril de 1911, vaya pues este recuerdo a don Emilio Salgari.
26 de abril de 2011
25 de abril de 2011
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murió gonzalo rojas


Falleció tras encontrarse en un estado de extrema gravedad desde hace dos meses, producto de un infarto cerebral. Rojas, considerado uno de los más grandes poetas latinoamericanos y uno de los últimos surrealistas vivos, recibió en 2003 del premio Cervantes.
Chile. La muerte de Gonzalo Rojas se produjo "tras sufrir un accidente vascular cerebral en febrero pasado que lo mantuvo en estado delicado por cerca de dos meses", dijo su hijo Gonzalo Rojas-May Ortiz a radio Cooperativa. "Tuvo una vida maravillosa, estuvo en China, Cuba, Alemania", evocó su informar el fallecimiento de su padre, nacido el 20 de diciembre de 1917 en Lebu, tierra de indígenas mapuches y pescadores.
Considerado uno de los poetas más relevantes de Chile, Rojas había sido trasladado en las últimas semanas a la capital chilena a causa de un debilitamiento de sus defensas, con el objeto de ser monitoreado por especialistas a pedido de su familia, según informó la agencia de noticias Ansa.
Miembro prominente de la generación de 1938, su poesía está más cerca de Huidobro (y del peruano César Vallejo) que de Neruda o Parra. Estudió Derecho y Pedagogía en la Universidad de Chile y ejerció la docencia en Valparaíso; también en Concepción, donde fundó el Departamento de Español de esa casa de estudios.
Rojas continuó una tradición clásica en su país: ejercer, como escritor, la diplomacia (tal como Neruda y Jorge Edwards, entre otros notables). Y así conoció la China de Mao y la Cuba de Fidel Castro.
"La miseria del hombre", su primer libro, se publicó en 1948. Las críticas no fueron favorables, pero la razón para tardar en publicar su segundo volumen es la necesidad de estudiar y encontrar una voz propia. Eso consigue en ‘Contra la muerte’, de 1964. "Mientras mi primer libro había tenido un grado de audiencia dispar, pero intensa, el segundo tuvo una acogida mayor. Sin presumir, puedo decir que situó mi nombre en América Latina", dijo entonces el poeta.
En 1979 publicó ‘Transtierro’; en 1980, ‘Antología breve’ y ‘50 poemas’; en 1981, ‘Del relámpago’; en 1986, ‘El alumbrado y otros poemas’; en 1988, ‘Antología personal’, ‘Esquizotexto y otros poemas’ y ‘Materia de testamento’; en 1990, ‘Desocupado lector’; en 1991, ‘Zumbido’ y ‘Antología del aire’; su ‘Poesía esencial’ es de 2006; y el año pasado, ‘Con arrimo y sin arrimo’.
Rojas cultivó en su vida amistades y distancias con César Vallejo, Pablo Neruda, Octavio Paz, Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro. "Ellos fundaron la identidad latinoamericana", dijo en el living de su hogar en Chillán, la tierra que lo vio crecer, emigrar y volver, en una entrevista con la agencia Dpa. "Los poetas no escribimos más de cinco poemas que valgan la pena", afirmó.
26 de abril de 2011
25 de abril de 2011
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murió arthur marx


Escritor. Guinoista. Hijo de Groucho.
Murió Arthur Marx, veterano guionista de televisión, biógrafo de famosos y memorialista que escribió extensamente sobre su a menudo irritable padre, el legendario comediante Groucho Marx. Tenía 89 años y murió el jueves, por causas naturales, en su casa en Los Angeles -informó su hijo Andy.
Marx era el único hijo de Groucho, el que, con sus exageradas cejas, mostacho y dominio del rápido ninguneo, fue el miembro más prominente de los Hermanos Marx.
"Su padre no estuvo nunca lejos de él", dijo el actor Frank Ferrante, que representó al icónico comediante en la producción en off-Broadway ‘Groucho: A Life in Revue’, escrita por Marx y Robert Fischer, en 1986-87. "Groucho proyectaba una enorme sombra. Pero Arthur hizo carrera propia, la que fue bastante impresionante".
Siguiendo los consejos de su padre, Marx se convirtió en escritor en lugar de actor, escribió una novela y varios guiones antes de concentrarse en guiones para populares series de televisión, como ‘McHale’s Navy’ y ‘Mis tres hijos’ [My Three Sons], y biografías de personajes clásicos de Hollywood, como Samuel Goldwyn, Red Skelton, Bob Hope y Mickey Rooney.
Aunque se forjó su propia carrera, "su tema favorito fue siempre su papá", dijo el escritor Robert S. Bader, historiador de los Hermanos Marx.
Además de su obra en off-Broadway, que Marx también dirigió, escribió los libros ‘Mi vida con Groucho’ [Life With Groucho] (1954); ‘Hijo de Groucho’ [Son of Groucho] (1972), cuya cubierta mostraba a Marx saliendo de la cabeza de Groucho; y una versión combinada y actualizada de los dos primeros tomos titulada ‘My Life With Groucho’ (1992). También menciona a su padre en ‘Not as a Crocodile’ (1958), una colección de historias sobre su familia, y mostró cándidas fotografías de él en ‘Arthur Marx’s Groucho: A Photographic Journey’ (2003).
Su padre y tíos inspiraron una pieza de Broadway en 1970, ‘Minnie’s Boys’, escrita con Fisher.
Los libros de Marx retrataban a su padre como un hombre mezquino con sus emociones y que una vez amenazó con llevarlo a juicio. En los últimos años de vida de su padre, Marx se convirtió en la figura central detrás de un exitoso litigio para recuperar el control de los asuntos de Groucho, que estaban en manos de su compañera durante sus últimos años, Erin Fleming.

Nacido en Nueva York el 21 de julio de 1921, Marx era el segundo de los tres hijos de Groucho y su primera esposa, Ruth Johnson. De niño acompañó a menudo a su padre y sus tíos Harpo, Chico y Zeppo cuando salían de gira con su espectáculo de vaudeville. Se mudó a Los Angeles con su familia a principio de los años treinta.
Marx estudió en la Universidad de Carolina del Sur durante un año antes de enrolarse en la Guardia Costera en 1942 y sirvió en Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, trabajó como lector para MGM. Sus primeros guiones incluyen varias películas en la serie ‘Blondie’, incluyendo ‘Blondie in the Dough’ (1947).
Hizo su debut como novelista en 1950 con ‘The Ordeal of Willie Brown’, basada en sus experiencias como un talentoso jugador de tenis en los años treinta y principio de los cuarenta. Groucho "recomendaba romperla", recordó Marx en una entrevista con el Times en 1986.
Su padre aborreció mucho más su siguiente libro, ‘Mi vida con Groucho’. Padre e hijo dejaron de hablarse, y se comunicaban a través de los abogados.
Cuando el libro fue aceptado para ser publicado por entregas en el Saturday Evening Post, Marx le pasó a su padre las pruebas de impresión. Groucho las rellenó de correcciones y las entregó a su hijo. "Le dije: ‘Gracias. Me encargaré’, y camino a casa, las arrojé a un tacho de basura", recordó Marx en una entrevista de 2003. Contó luego que su padre nunca supo la diferencia y terminó promoviéndolo en su popular programa de preguntas, ‘You Bet Your Life’.
Ninguna de las biografías que escribió fueron autorizadas, contó Marx, porque "los famosos nunca dicen la verdad, al menos no toda la verdad". Quería tener libertad para mostrar algunas de sus verrugas, como en ‘The Secret Life of Bob Hope’ (1993), en el que sostuvo que el popular artista había "hecho el amor con mujeres más bellas que Errol Flynn, mi tío Chico y Bing Crosby combinados".
Marx escribió en colaboración con Fisher varias películas de Hope, incluyendo ‘Ocho en fuga’ [Eight on the Lam] y ‘Lecciones de amor en Suecia’ [I’ll Take Sweden]. Con Fisher escribió también la exitosa comedia de Broadway ‘The Impossible Years’, de 1965, con Alan King -que fue adaptada en 1968 para una película con la actuación estelar de David Niven.
Empezó a escribir para la televisión en 1960 con un episodio de ‘General Electric Theater’. Trabajó en ese medio consistentemente durante las siguientes tres décadas, escribiendo para comedias como ‘Petticoat Junction’, ‘Love, American Style’ y ‘Alice’.
Dijo que lamentaba no haberse acercado a su padre en los últimos días de la vida de Groucho, pero creía que se había ganado el respeto del viejo.
"Mi padre fue a Broadway a ver mi obra ‘The Impossible Years’", contó a la Associated Press doce años después de la muerte de Groucho en 1977. "Por supuesto yo le había pedido a la cajera que le diera entradas gratis. La chica empezó a ponérselo difícil, y le dijo: ‘No sabes quién soy? ¡Soy el hijo de Arthur Marx!’"
Su primer matrimonio terminó en divorcio. Además de su hijo Andy, a Marx le sobreviven su segunda esposa, Lois; su hijo Steve; una hijastra Linda; sus dos hermanas Miriam y Melinda; y cuatro nietos.
24 de abril de 2011
15 de abril de 2011
©los angeles times
cc traducción mQh