Hasta hace poco, Pete Jordan había pasado siete años sin fregar profesionalmente un plato. Ahora escritor, Jordan se ganaba la vida como lavaplatos, siguiendo los pasos de ancestros literarios como Theodore Dreiser y George Orwell. Este, recordando sus tiempos en el fregadero en París, escribió:
"Fregar era un trabajo completamente odioso -no difícil, pero sí aburrido y terriblemente estúpido. Es horrible pensar que alguna gente pase décadas enteras de sus vidas en este tipo de ocupaciones".
Jordan, 40, pasó más de diez años en un oficio como ese antes de colgar finalmente su toalla y su mandil. Ahora vive en Amsterdam, donde él y su esposa llevan un taller de bicicletas y está trabajando en un libro sobre el ciclismo en Holanda.
Pero cuando estuvo en Nueva York la semana pasada, promoviendo su libro recién publicado, ‘Dishwasher: One Man's Quest to Wash Dishes in All 50 States' (Harper Perennial), trabajó por un turno en Union Picnic, un pequeño restaurante sureño en Williamsburg, Brooklyn, cuya propietaria es su amiga Suzy O'Brien. Llevaba antes un local mexicano donde Jordan trabajó de vez en vez en los años noventa, y ella lo dejaba dormir en su cama de mimbre.
O'Brien lo recibió con malas noticias: su lavavajillas se había estropeado. "No me duró dos meses", dijo. "La compré en eBay".
En realidad, Jordan se sintió aliviado después de que descubriera que la máquina estropeada, una Hobart, era un modelo intervenido, lo que iba a significar un montón de trabajo. En lugar de eso, se dirigió hacia el fregadero, compuesto de tres cubas de acero inoxidable, echó a correr el agua caliente, vertió algo de Palmolive de un frasco gigantesco y empezó a trabajar con sus manos.
Observó con aprobación que la Hobart es la máquina lavavajillas profesional por excelencia en estos, y explicó: "Es una heredera directa de la máquina Josephine Cochrane. Hobart la compró en 1926".
(Josephine Cochrane, descubrirán los lectores del libro de Jordan, es la santa patrona de los lavavajillas. Cochrane era una importante mujer adinerada de Shelbyville, Illinois, que inventó el lavavajillas en 1886, después de aburrirse de que la servidumbre le rompiera la porcelana).
Cuando se enfrenta a una cuba llena de platos, Jordan adopta una posición ancha, con sus pies instalados hacia fuera, para acercarse al nivel del fregadero. Mantiene el plato en su mano izquierda y después de fregar el centro, le da una cuidadosa limpiada por los bordes, siguiendo las agujas del reloj. Friega las cacerolas con una esponja gigante de estopa de acero y una generosa aplicación de jabón.
Esta noche en particular, dijo, los cocineros le estaban haciendo el trabajo fácil. "De momento marcha muy lento", dijo. "Así que no tienen nada que quemar. Se pone héctico, y nunca sabes qué vas a encontrar en el fregadero".
El subtítulo del libro de Jordan es algo engañoso. Se le ocurrió fregar platos en los cincuenta estados en febrero de 1990, después de un año que lo había pasado fregando, vagabundeando, y rebotando de trabajo en trabajo en Alaska y en la costa Oeste, pero durante la década siguiente sólo fregó platos en 33 cocinas. Un día, parado frente a un restaurante Cracker Barrel en Myrtle Beach, Carolina del Sur, decidió vender su furgoneta y marcharse, abandonando su grandioso plan con la misma facilidad y ausencia de remordimiento con que había abandonado muchos de sus trabajos.
Pero su carrera no carecía de variedad. Entre los lugares donde trabajó Jordan se encuentran una envasadora de pescado, una plataforma petrolífera en el mar, una cantidad universitaria, un balneario de esquí, una residencia kosher (donde había dos fregaderos: uno para la carne y otro para los lácteos), una comuna, un hospital, el balneario Lawrence Welk en Branson, Montana, y en el restaurante de un tren en Rhode Island donde alguien olvidó llenar el depósito de agua.
Sus favoritos, contó la semana pasada, eran lugares de barrio, como Suzy. "Lo que más odiaba", agregó, "eran los lugares donde tenías que ponerte un uniforme, donde había luches fluorescentes y montones de gerentes mirando por encima de tus hombros".
Jordan es uno de siete hermanos de una familia de San Francisco que no tenía un lavavajillas. Su padre pensaba que debía terminar la universidad, y durante un tiempo no pudo aceptar la profesión de su hijo, que en una encuesta de atractivo laboral ocupaba el lugar 735, de 740. Sólo los encargados de la correspondencia, las prostitutas, los vendedoras de drogas, los adivinos y mendigos estaban más abajo.
Jordan se metió a lavaplatos por la misma razón que muchos otros: porque estaba en la ruina y porque era un trabajo fácil de obtener. Decidió rápidamente, sin embargo, que lavar platos era más digno que servir mesas, que hace poco definió como "mendigar propinas".
También le gustaba la comida gratis (gentileza de lo que llama el Buffet del Fregadero, vale decir, las sobras de los platos de la gente), los ocasiones tragos gratis y la libertad que le permitía un descubrimiento que hizo al terminar su primera semana: "Una mañana desperté pensando que debía levantarme para ir al trabajo, me di vuelta en la cama y seguí durmiendo. Eso fue lo que hice". Lo más que estuvo en un trabajo fue seis meses, y fue en un vano intento por demostrar que podía recibir un crédito hipotecario; su trabajo más breve duró 45 minutos.
‘Dishwasher' se lee en partes como el idilio de un gandul. Jordan no pasa día sin alguna novia, y hay innumerables camas donde es bienvenido. Pero parte de su gandulismo es nocional, aunque reclama hasta el día de hoy que "yo, obviamente, preferiría no trabajar, y creo que lo he demostrado en muchas ocasiones".
Fue un concienzudo lavaplatos durante la mayor parte del tiempo, recurriendo rara vez al viejo truco de esconder los platos sucios. Mantuvo una extensa correspondencia con otros colegas lavaplatos y buceadores de perlas (como se llaman en el oficio) y también publicó una revista de los lavaplatos, lleno de historias en torno al fregadero y trivialidades de los lavaplatos. Descubrió, por ejemplo, que los presidentes Ford y Reagan había fregado platos por dinero, lo mismo que Malcolm X y Little Richard.
La revista no tenía nada de convencional y era suficientemente original, y con el tiempo Jordan se convirtió en todo un personaje, Pete el Lavaplatos. "La gente estaba tratando de ‘descubrirme' todo el tiempo", dijo cuando estaba en Nueva York. "Se suponía que yo debía ser un tipo medio excéntrico. Eso me volvía loco. Yo no necesitaba que me descubrieran, América no necesitaba ser descubierta por Colón".
A fines de los años noventa, el programa de televisión de David Letterman se enteró de su existencia y le envió una carta pidiéndole que participara en un programa. Por modestia y travesura, Jordan envió a un amigo, el impostor de Pete el Lavaplatos, mientras él esperaba en la sala de espera, comiendo.
Tiene ganas de empezar su gira por el país porque para él es una oportunidad para ver a viejos amigos y también para distribuir el número dieciséis y último de su revista, que terminó hace poco -la última de las cosas por terminar de sus días de perro como lavaplatos. Poco después de mudarse a Holanda, dijo que mientras trabajaba en Union Picnic, había solicitado, en un momento de pánico económico, para trabajar como lavaplatos en Amsterdam. Le dijeron que para alguien mayor de 23, podría costar demasiado debido a las leyes laborales holandesas.
Sin embargo, siete años después, literalmente el día que terminó ‘Dishwasher', lo llamaron por teléfono desde un restaurante ofreciéndole un trabajo. Respondió su mujer y ella deliberadamente olvidó apuntar los detalles. "Es como la mujer de un jonqui", dijo. "Simplemente colgó".
24 de mayo de 2007
23 de mayo de 2007
©new york times
©traducción mQh