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carta de damasco


[Katherine Zoepf] Llegan turistas, pero sin demasiada alegría.
Hace sólo unos meses, las autoridades turísticas de Siria estaban diseñando campañas de márketing más ingeniosas para atraer a los turistas hacia las antiguas ruinas y ajetreados mercados cubiertos del país. Organizaron un Festival de la Ruta de la Seda, incluyendo conciertos y carreras de camellos, y programaron fastuosas fiestas para celebrar la designación de Aleppo, la segunda ciudad más grande de Siria después de Damasco, como ‘capital mundial de la cultura islámica'.
Ahora, bastante antes del inicio de la temporada turística de agosto-septiembre, los hoteles de Damasco están trabajando a toda capacidad, y sus restaurantes, pasajes comerciales y tradicionales mercados vibran de actividad. Siria está viviendo un inesperado auge turístico, pero que ni siquiera sus operadores de hotel más exitosos tienen ánimos para celebrarlo.
Desde que empezara el bombardeo israelí del Líbano a mediados de julio, decenas de miles de personas han estado cruzando la frontera libanesa hacia Siria. Las pistas de aterrizaje de los aeropuertos del Líbano, tanto civiles como militares, han sido extensamente dañados, convirtiendo a Siria en la única ruta disponible por tierra para salir del Líbano. La multitud de recién llegados incluye a turistas cuyas vacaciones de verano fueron interrumpidas por los bombardeos, trabajadores expatriados que huyen y refugiados libaneses y palestinos. Los ricos están haciendo el peligroso viaje en taxis con aire acondicionado o en coches particulares y alojando en hoteles de primera clase; los pobres viajan en atestados camiones de remolque o a pie, y duermen en el suelo de las mezquitas y escuelas públicas sirias o en las casas de familias anfitrionas voluntarias.
A pesar de las quejas contra Siria de parte de Israel y Estados Unidos, el país se ve seguro, de momento, dicen visitantes y sirios. Entretanto, los gerentes de hotel parecen estar de acuerdo en que los recién llegados han venido en varias oleadas distintas. Los primeros en cruzar hacia Siria fueron turistas asustados de países del Golfo Pérsico, junto a un puñado de europeos y norteamericanos. El Líbano, con sus montañas, playas, clubes nocturnos y temperaturas estivales relativamente más suaves, ha sido durante largo tiempo una popular destinación turística de kuwaitíes, saudíes, qataríes y de los Emiratos Árabes Unidos.
Fouad Saleh, un empleado del gobierno kuwaití que condujo en un todoterrenos a los ocho miembros de su familia y la criada filipina a través de la frontera siria la semana pasada, dijo que su familia iba de vacaciones al Líbano todos los veranos desde 1996 y que habían programado permanecer allá otros dos meses.
"Ahora pensamos quedarnos en Siria por algunos días para ver cómo se desarrolla la situación", dijo Saleh. "Si las cosas se calman, volveremos y continuaremos nuestras vacaciones. Pero de momento, basta. Vimos los puentes bombardeados. No podemos dormir. Todos estos bombardeos han impresionado mucho a los niños".
Los gerentes de hotel en Damasco dicen que la mayoría de los visitantes del Golfo Pérsico, como Saleh, ya se han marchado, renunciando a sus vacaciones levantinas después de dos o tres días y dirigiéndose a destinos alternativos en Europa. Otros están haciendo el largo y agobiante viaje por tierra, de vuelta a través de la Península Arábiga a sus países natales.
Tras los turista en fuga de otros países árabes, vinieron los libaneses, naturalmente más reluctantes a dejar sus casas, pero finalmente decidiendo que, después de tantos días de bombardeos israelíes, tenían más que suficiente.
Markus Iseli, gerente general del Hotel Four Seasons en Damasco, dijo que el hotel había estado completamente lleno desde el 13 de julio.
"Empezó el día en que fue bombardeado el aeropuerto de Beirut", dijo Iseli. "En ese momento estábamos recibiendo turistas principalmente del golfo, pero también algunos libaneses, desde el principio. Algunos de ellos se quedan unos días, pero muchos de ellos quieren tomar el próximo avión. Algunos de ellos ni siquiera se quedan por la noche; simplemente reservan una habitación por el día, se duchan y esperan en el aeropuerto la confirmación de su vuelo".
May Mamarbachi, dueña del Beit al Mamlouka, un lujoso hotel boutique en la vieja ciudadela amurallada de Damasco, dijo que aconsejaba a su inesperados clientes del Golfo Pérsico a visitar algunos de los sitios de interés de Damasco.
"Trato de alentarlos a salir, a comer en restaurantes, a visitar la Mezquita Ommayad para que hagan algo durante el día", dijo. "Pero muchos de ellos ni siquiera tienen la energía para dar un paseo por el mercado. En su mayor parte, sólo tienen ganas de marcharse".
El estado de ánimo de su segunda ola de huéspedes, los refugiados libaneses, ha sido todavía más sombrío, dijo Mamarbachi.
"Los libaneses no saben qué hacer", dijo. "Simplemente quieren marcharse de la región. Todos ellos tienen recuerdos del pasado. Han tenido 25 años de guerra y ahora ¿otra vez? Los que se quedan conmigo son usualmente los que tienen casa en Europa, y familiares allá. Pero no pudieron volver más que con una maleta. Están muy deprimidos".
"Los hoteles están llenos, pero nadie anda con ánimo de vacaciones", dijo Mustafá Harwill, gerente general de la agencia de viajes Omaweyin. "Si tienes un pequeño apartamento en Jaramana", dijo, refiriéndose a un suburbio al sur de Damasco, "lo puedes alquilar por hasta cien dólares al día".
Aunque muchos sirios están acogiendo en sus casas gratuitamente a esas necesitadas familias libanesas, la escalada de precios ha sido desenfrenada durante la crisis.
El precio del trayecto en taxi desde Beirut a Damasco, que era normalmente de unos cincuenta dólares para el viaje de dos a tres horas, ha subido diez veces su valor, incluso veinte, a medida que los conductores tasan el riesgo de viajar bajo una lluvia de bombas israelíes.
"El viernes 14, hablé con una mujer libanesa que pagó dos mil dólares para salir en taxi de Beirut", dijo Mamarbachi. "Desgraciadamente, algunos hoteles se están aprovechando de la gente. El precio de las habitaciones en la ciudad ha subido dos o tres veces, y la gente está pagando porque quieren pasar la noche en una cama".
El personal de hoteles y restaurantes, poco habituados a semejante nivel de tráfico en el punto más álgido del brutal julio sirio, cuando los turistas usualmente escasean, están al borde del colapso. Iseli, el gerente general de Four Seasons, dijo que sus empleados habían estado haciendo turnos de doce horas, en lugar de las habituales nueve. El desgaste natural de las habitaciones de los hoteles, que ahora son aseados hasta tres veces al día, eran también muy intenso, dijo.
Iseli mismo a menudo ha trabajado hasta altas horas de la madrugada, ayudando a los operadores turísticos para ‘huéspedes especiales', como los miembros de la familia real saudí. Muchos miembros de la familia real saudí estaban pasando las vacaciones en el Líbano cuando estallaron los enfrentamientos entre Israel y la milicia Hezbolah, dijo. Iseli ayudó a los operadores de viaje de la familia real con un plan de evacuación que implicó una estadía de varios días en el Four Seasons y ocho aviones privados para llevar a la familia de vuelta a Arabia Saudí.
Todavía hay muchos libaneses alojando en la zona de los hoteles en Damasco, pero a medida que la crisis se hace más profunda y amenaza con involucrar a Siria, muchos están alquilando apartamentos, huyendo a terceros países y haciendo planes de largo plazo.
"La mayoría de los libaneses simplemente se sienta y habla", dijo Mamarbachi. "Tienen mucho miedo. Está al borde del agotamiento. Quieren volver a casa y quieren saber cuánto tiempo va a durar esto. Están diciendo: ‘Quizás puedo reconstruir mi vida una vez, o dos veces, pero ¿otra vez? ¿Quién va a reconstruir el Líbano ahora? ¿Dónde encontraremos otro Hariri?" (Refiriéndose a Rafik Hariri, un ex primer ministro libanés asesinado el año pasado).
Iseli, práctico hasta el tuétano, ofreció una mirada de la efervescente crisis a través de los ojos de un hostelero. "La mayoría de los visitantes de los países del golfo ya se han marchado, y ahora muchos de los refugiados libaneses se están marchando también", dijo. "En la fase siguiente, empezaremos a ver a delegaciones de gobiernos, y a periodistas".

25 de julio de 2006
©new york times
©traducción mQh
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el saigón de marguerite duras


[Matt Gross] Una visita a la tumba del Amante.
No hay un mejor lugar que Ho Chi Minh para vivir una aventura. Prácticamente todas las calles de la ciudad tienen un hotel o residencial cuyos recepcionistas no pestañean cuando entras con tu amante. Lo que ocurra en Saigón, como todavía se dice, queda en Saigón.
Nadie lo entendió mejor que Marguerite Duras, la escritora francesa que nació en la colonial Indochina en 1914 y pasó allá su infancia. A los quince, Duras, que entonces vivía con su madre y dos hermanas en Sa Dec, una ciudad en el río Mekong, empezó una aventura con el hijo de 27 años de un rico hacendado chino. Se conocieron en el ferry y pronto ella se escapó de su internado en Saigón para pasar algunas noches de pasión en su apartamento de soltero en Cholon, el enorme barrio chino de la ciudad.
Su escandalosa aventura sirvió de materia prima para la exitosa novela ‘El amante', de Duras, 1984, para una versión cinematográfica rodada en Vietnam y para la visita de Duras a su pasado en la novela-memoria de 1992, ‘El amante de la China del Norte'.
Pero por populares que sean las varias versiones de ‘El amante', la vida de Duras sigue estando ausente en el Vietnam de hoy. Sin embargo, como descubriría en el curso de algunos días el otoño pasado, tratando de seguir los pasos de parte de su historia, su mundo sobrevivió en gran parte los últimos 75 años de trastornos.
Mi cacería empezó en la calle de Dong Khoi, en el corazón del Distrito 1 de Ciudad de Hi Chi Minh. Dong Khoi era conocida como Rue Catinat, la elegante calle comercial y de los espectáculos; todavía es comercial, con boutiques y cafés que van desde la Catedral de Nuestra Señora, en uno de sus extremos, hasta el río Saigón, en el otro. Justo en el centro hay un pequeño callejón lleno de libreros: es la Librería Lan Anh, administrada por un amable saigonés de 69 años que se presentó a sí mismo como el señor Thach y lleva una pequeña colección de vietnamiana.
En una engorrosa mezcla de inglés, francés y vietnamita, describí mi proyecto, y por 200 mil dong, unos 12 dólares, Thach me vendió el Annuaire des États-Associés: Cambodge, Laos, Vietnam, de 1953, un directorio comentado de las colonias, completo con mapas, anuncios de cigarrillos Mic Extra y un folleto con los viejos nombres de las calles en francés, las que Duras debió haber conocido, y sus equivalentes contemporáneos. El gordo.
Mientras las motocicletas pasaban a toda velocidad por Dong Khoi y los vendedores me ofrecían los diarios de ayer, hojeé los listados al estilo de las páginas amarillas hasta que en un encabezamiento me llamó la atención: "Cinéma (Salles de)". Debajo estaba el Eden Cinéma, donde la madre de Duras trabajaba como pianista. La dirección: 183, rue Catinat. Yo estaba en el número 201.
Para Duras, el Eden representaba un escape de su miserable familia. Hoy ha sido rebautizado como el Video Mini Dong Khoi, y se ubica algo abandonado en la parte de atrás de una galería donde las tiendas venden reproducciones de famosas pinturas vietnamitas y europeas. Su amplias butacas revestidas de cuero rojo han sido arrancadas y dejadas en el vestíbulo, mientras el teatro mismo está lleno de escombros. Los únicos recuerdos del pasado son unos pocos carteles de películas pintados a mano (‘Cleopatra') y letreros que sugieren que el edificio es gestionado por una entidad llamada Eden Company.
A la vez eufórico y decepcionado con mi hallazgo -e incapaz de encontrar el internado de Duras, la Escuela Lyautey, en ningún mapa-, decidí seguir el ejemplo de Duras y salir de Saigón.

Cholon ocupa el mismo espacio en la imaginación saigonesa que el barrio chino de Los Angeles en la película ‘Chinatown'. Está aquí -los distritos 5 y 6-, pero es desconocido, extranjero. Mis amigos vietnamitas no conocen a nadie de su millón de habitantes y apenas conocen las calles, que se ven como las otras calles de Saigón, sólo que diferentes: caracteres chinos complementan la escritura romano-vietnamita de los letreros; cerdos y patos asados cuelgan de las vitrinas de los restaurantes; y las calles muestran a los dos lados casas-tiendas con balcones bajos de la era colonial durante la que el padre del Amante amasó su fortuna.
Encontrar un hotel que correspondiera con el nido de amor de planta baja -"decorado apresuradamente, según parecía, con muebles que se suponía eran ultra-modernos"- demostró ser imposible. Me consolé con el Hotel Phoenix, con una fachada de falso Bauhaus y una escalinata que me permitía ignorar la recepción -un rasgo esencial para cualquier adúltero interesado en mantener el anonimato. (No es que yo tuviese algún interés, y, de todos modos, mi novia, Jean, no lo habría aprobado).
Cuando el sol empezó a ocultarse, el mercado nocturno en el cruce de las calles de Nguyen Trai y Phung Hung empezaba a animarse y aunque los patos asados eran tentadores, yo prefería una comida durasiana. Las famosas escenas gastronómicas en ‘El amante' toman lugar en caros restaurantes chinos -"ocupan todo el edificio, son tan grandes como grandes almacenes o barracones y desde sus terrazas y balcones se puede ver la ciudad"- donde las hermanas de Duras se emborrachan con Martell y Perrier y luego ignoran e insultan al Amante, que, de todos modos, paga la cuenta.
Como Duras no menciona nunca los nombres de los restaurantes, retorné al anuario, que tenía un anuncio para el Arc-en-Ciel, haciendo alarde de "une ambiance inégalable et unique" y de "taxi-girls de Hongkong". Sorprendentemente, cincuenta años después el Arc-en-Ciel de estilo deco, sigue abierto, pero sin taxi-girls. Ahora es fundamentalmente un hotel, pero con tres pisos de restaurantes.
Se había celebrado una boda en la terraza-jardín de la azotea, así que mis amigas Christine y Sita se unieron a mí en la planta baja -un pulcro comedor que podría haber estado en cualquier hotel, en cualquier parte del mundo- para disfrutar de chisporroteantes vieiras con crujientes pasteles de arroz. Luego junté coraje para hacerle una proposición a Sita, una artista casada de Rhode Island. ¿Te gustaría, le pregunté, tener un simulacro de aventura en Sa Dec?
Claro que sí, dijo.

A la mañana siguiente, bajé de la habitación 205 con un traje de lino italiano, lo más cercano que tenía al traje de seda cruda del Amante. Afuera había un Citroën Traction blanco, un descapotado de los años treinta, un substituto del Morris Léon Bollée negro del Amante, que había alquilado para que nos llevara a Sita y a mí a Sa Dec por el día. El conductor era el señor Chien, un elegante y ágil vietnamita bien entrado en sus treinta, que condujo suavemente la lujosa mole del Citroën a través de las atiborradas calles hasta la casa de Sita al otro lado del río.
Emergió como una Marguerite Duras reencarnada. Delgada como chiquilla, llevaba un vestido de playa y sus cabellos colgaban en trenzas desde debajo del sombrero que siempre lleva, incluso cuando no está pretendiendo ser la amante ficticia de alguien.
Durante quince minutos nos deleitamos en la imagen que presentábamos -dos elegantes viajeros pasando el fin de semana en el campo. Entonces empezamos a sentirnos culpables; esto era demasiado neo-colonial. Entretanto, nos dimos cuenta de que no teníamos aire acondicionado y nada que impidiera que se levantara el polvo en las carreteras de Vietnam. El camino hacia el delta del Mekong no es, como en la película ‘El amante', un sendero color herrumbre que pasa por verdes y desiertos arrozales. La emergente economía de Vietnam ha traído consigo el crecimiento urbano, y durante kilómetros y kilómetros lo único que se veía eran fábricas, oficinas y parques industriales.
Pero las monstruosidades finalmente terminaron y justo antes de que cruzáramos el puente My Thuan, un brillante tramo de un kilómetro y medio sobre el Mekong que fue construido por Australia en 2000 y convirtió en obsoleto el ferry en el que se conocieron Duras -entonces Marguerite Donnadieu- y su amante. Desde ahí, un camino lleno de baches, salpicado de fábricas de ladrillos llevaba hasta Sa Dec.

Sa Dec, con una población de 96 mil habitantes es una ciudad rivereña por excelencia. Metida entre dos brazos del Mekong, está entrelazada por riachuelos y canales sobre los que se alzan arqueados puentes de todos los tamaños. En las riberas hay tiendas y almacenes que envían harina de arroz y cerdos a lo largo de una ruta comercial que ha servido a la ciudad durante siglos.
Sin embargo, los más famosos residentes de Sa Dec no estaban a la vista. En el Hotel Bong Hong, Sita y yo reservamos habitaciones separadas (¡vaya aventura!), nos cambiamos nuestras elegantes porquerías y, mientras Chien lavaba su polvoriento Citroën, empezamos nuestras pesquisas: ¿Dónde podíamos hallar la casa junto al río de un chino rico? Nadie de los que preguntamos dio respuestas coherentes, pero todos ellos sabían de quién estábamos hablando: de Huynh Thuy Lee, es decir, el Amante.
Sin embargo, de algún modo, llegamos a la mansión colonial que fue la residencia de los Donnadieu en la película (ahora son las oficinas del departamento de Educación) y luego a una casa baja con un tejado de tejas de cresta de estilo chino. ¿Era esta la "gran mansión" con "balaustradas azules" y "capas de terrazas mirando al Mekong" donde vivía el Amante? Sus actuales ocupantes, la policía antinarcóticos, no estaba interesada en hablar con nosotros.
Finalmente, nuestros taxis-motocicletas nos llevaron a la Escuela Básica Truong Vuong, que nos habían dicho que había sido construida por los franceses. En realidad se veía colonial, y mientras Sita y yo estábamos en el apacible patio, un hombre de pantalones blancos y zapatillas negras nos hizo señas desde la puerta de su oficina y nos llamó: "¡Bonjour!"
El señor Sang era un tímido y amable maestro de francés en sus sesenta que había pasado toda su vida en Sa Dec. Esta escuela, explicó detenidamente, había sido con toda probabilidad dirigida por la madre de Duras, aunque no tenía la absoluta certeza.
"No hay documentos que lo digan", dijo. "Otros han dicho que Madame Donnadieu vivió aquí, ya que el director tenía una casa al lado para poder vigilar la escuela. Pero todo ha cambiado. Ahora no se puede encontrar el sitio exacto".
Preguntamos por el edificio de la brigada antidrogas, y confirmó que había sido, en realidad, la mansión del Amante. Luego se ofreció a servirnos de guía: "Usted y su amiga son extranjeros en mi país", dijo. "Así que, como vietnamita, es mi deber mostrarles mi país?" ¿Cómo podíamos negarnos?

Nuestra primera parada fue la tumba del Amante y de su esposa china, en una isla de cemento en un estanque cubierto de algas cerca de nuestro hotel. Una verja blanca marcada con caracteres chinos colgaba arriba de las tumbas; un islote vecino tenía dos más, las de los padres del Amante, que no aceptaron que se casara con Duras.
Sang nos llevó enseguida a la pagoda de Chua Huong, construida en 1838, a la que el Amante colmaba con abultadas donaciones. En su interior, pasando un estanque lleno de tortugas, descubrimos un recargado santuario con dos fotografías. Eran, dijo Sang, Huynh Thuy y su esposa.
El Amante parecía haber entrado en los setenta, delgado y en gran parte calvo, pero con "la blanca piel de los chinos del norte" que había llamado la atención de Duras. ¿Había pena en sus ojos? Años después de la aventura, el Amante telefoneó a Duras en París para decirle "que él la amaría siempre hasta el fin de sus días". Quizás es por eso que su esposa, en la foto, se ve tan incómoda, tan falta de cariño.
Afuera había comenzado a caer una ligera lluvia y volvimos apresuradamente al coche. Chien nos condujo a través de las calles húmedas, y luego invitamos a Sang a una cena de cerdo estofado y sopa ácida de pescado canh chua con bong dien dien, una especie de flor de calabacín vietnamita. Después, Sita y yo nos retiramos a nuestros cuartos respectivos y puse un DVD pirata de ‘El Amante' en mi iBook. Pero no pudo reproducirlo. En lugar de eso, miré ‘Ciudad del pecado' [Sin City] y me quedé dormido solo.

30 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh

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capital de contradicciones


[Matt Gross] En Albania, su capital Tirana.
"¡Albania kaput!", anunciaba un lunático en las calles de Tirana. Miré a mis nuevos amigos, un par de cineastas serbios y un mochilero holandés que conocí en un café y tratamos de alejarnos. Pero su demencia era ineludible y pronto éramos una audiencia cautivada por sus incoherentes delirios sobre Bill Clinton, el 11 de septiembre de 2001 y el futuro de Albania. Yo llevaba apenas cuatro horas en Tirana y esos momentos habían dejado de desconcertarme.
Yo había llegado a Albania esperando descubrir un paraíso oculto en los Balcanes. Lo que encontré en realidad fue un lugar profundamente raro: un país de mayoría musulmana donde las mezquitas son silenciosas y las minifaldas ruidosas, donde los carros tirados por caballos comparten las autopistas con todoterrenos, y donde la gente sacude la cabeza para decir no -excepto que a veces lo hacen para indicar sí.
Sí, Albania puede lograr que sacudas tu cabeza confundido, pero ¿qué se puede esperar después de casi cincuenta años de hermético comunismo y, más recientemente, una manía por las pirámides que casi zambulleron al país más pobre de Europa en la más completa anarquía? En este tambaleante país, yo esperaba que mi presupuesto de Viajero Frugal que permitiría darme más lujos que los que había tenido en otros lugares.
Sin embargo, amigos en Montenegro, Croacia e Italia me habían advertido contra esas ideas románticas. Los albaneses, me decían, eran criminales, corruptos y de poca confianza. Pero Tirana, según descubrí, es encantadora.
De hecho, me había entregado a la refrescante locura del país cinco minutos después de cruzar la frontera desde Montenegro (visado de entrada: diez euros), cuando vi un carro tirado por caballos trotando por una carretera pavimentada a medias, seguido por una larga caravana de veloces RV y motos con la bandera alemana.
Llegué por bus una calurosa tarde e inmediatamente me sorprendió la asombrosa sosería gráfica de la arquitectura colonial italiana, la épica fealdad de la arquitectura soviética y las ingenuas aspiraciones de las nuevas torres de acero y cristal. Todas irradiaban una energía que yo no podía desdeñar. Muchos bloques de apartamentos tenían brillantes capas de pintura subsidiadas por el ayuntamiento, gracias al ex alcalde Edi Rama, artista y ahora jefe del Partido Socialista en la oposición. Grupos de verde y amarillo, los cuadrados edificios parecían bloques de Tetris caídos del cielo.
Pronto me encontré en el Bloque, como se conoce al centro de la vida en Tirana. En el pasado reservado para las familias de funcionarios de alto nivel del Partido Comunista, hoy el barrio está lleno de boutiques, restaurantes italianos (aquí nadie come comida albanesa) y bares y cafés donde los albaneses de todo pelaje toman espressos desde el amanecer hasta el ocaso. Me desplacé rápidamente hasta el Flex Cafe, que se convirtió en mi base de operaciones para los siguientes tres días gracias a su moderno decorado, baratas bebidas y WiFi gratis.
Flex es también un centro de reunión de la joven elite de la ciudad, y a los pocos minutos trabé amistad con varios cineastas de Serbia, Montenegro, Kosovo y Albania, que estaban en la ciudad por un seminario sobre la reconciliación regional. Uno estaba documentando la BBF, un canal de televisión donde, por doscientos euros, cualquiera puede grabar en la calle un video clip; otro había enfocado su cámara en un puente de peatones bloqueado por un hombre sin brazos y bandas enemigas de niños pordioseros.
Pero aparte de los vagabundos, tenía la impresión de que Tirana era extrañamente segura y acogedora. Caminé hacia casa por la noche en la más absoluta oscuridad, y sólo temía que pudiera tropezar en la estropeada acera o ser amenazado por un gato callejero. Y si me sorprendió la energía de Tirana, su accesibilidad satisfizo todas mis esperanzas. El menú en los restaurantes más lujosos, como el Sky Club en el piso superior de las Torres Gemelas cuesta menos de 15 dólares por persona, con platos como sopa caliente de yogur y medallones de ternera, y el pescado a la parrilla rara vez excedió los 30 dólares.
Lo único que me frustó fueron los taxis sin taxímetro y el alojamiento. Los hoteles son escasos y caros. Alojé en el céntrico Hotel Lugano, que me había recomendado el amigo de un amigo. Mi cuarto con aire acondicionado me costó 40 euros, el doble de lo que pagarías por lo mismo en Phnom Penh.
Mucho más frustrante fue el rechazo de Albania a diluirse en una imagen más nítida. Se elevan rascacielos al mismo tiempo que se desintegran las aceras; el Museo Nacional de Arte exhibe bellas piezas de arte, pero rara vez identifica a los pintores y escultores realistas socialistas. Un cóctel en el Flex te hace sentirte como en la cumbre de la vida cosmopolita, hasta que tienes que contender con los adorables, pero deprimentes gamines que pueden hasta besarte los brazos con la esperanza de recibir alguna moneda. Pero cuando vi a otro demente amenazando con lanzar ladrillos contra los buses, y también la extraña respuesta de un transeúnte que blandió sus zapatos como armas, supe que era tiempo de partir.

Me despedí de Lugano, paré un taxi y pronuncié dos palabras al conductor: "autobús" y "Gjirokastra". El autobús es el modo más barato (pero no el más fácil) de llegar a la sureña ciudad de Gjirokastra, que vio crecer a dos de sus más famosos -e infames- ciudadanos: el novelista Ismail Kadare y Enver Hoxha, el dictador que gobernó Albania desde 1944 hasta su muerte en 1985.
Seis y media horas más tarde, descendí del bus, pagué y eché a andar con la esperanza de encontrar la clave para comprender Albania.
Gjirokastra es impresionante, con un enorme castillo del siglo 19, altísimas casas con tejados empizarrados y calles de adoquines tan empinadas que toda caminata es un ejercicio masoquista. Afortunadamente, la gente era tan amistosa y abierta como en Tirana. Esa primera noche, tuve una cálida conversación en italiano con Zini, un hombre de 80 años que estaba jugando dominó con sus amiguetes cerca de una mezquita e hice migas con Emi, 15, camarero de Festivali, uno de los pocos restaurantes de la vieja ciudad. Lo mejor de todo es que el menú nunca superó los diez dólares.
Incluso mi alojamiento fue perfecto: reservé en el Hotel Kalemi, una casa restaurada laboriosamente con intrincados cielos rasos de madera tallada y espectaculares vistas de la vieja ciudad y de todo el valle de Drinos.
Pero yo quería más que buena comida y sábanas limpias. Yo quería entender los dos temas que gobernaron a la Albania del siglo 20: la veta intelectual, cosmopolita, ejemplificada por Kadare, y las violentas y represivas tendencias estimuladas por Hoxha. Desgraciadamente, ni la casa de infancia de Kadare, que se quemó en 1999, ni la casa de Hoxha, que también se incendió, pero fue reconstruida y hoy alberga al Museo Etnográfico, proporcionan ninguna visión de un lugar designado como ‘ciudad-museo' por la Unesco.
Retrocediendo en el tiempo, caminé por la ciudadela que domina la ciudad. Data al menos del siglo sexto, tiene una estructura tristemente fascinante que explorar, con altos pasajes arqueados y escalinatas que llevan hacia las frías y húmedas grutas abajo (una alberga hoy un bar). Pero aquí el visitante también es dejado en la oscuridad. ¿Quién construyó este lugar? ¿Para qué se construyó la prisión? ¿El avión estadounidense que se exhibe es realmente el avión espía que se estrelló aquí en 1957? Las respuestas estaban solamente en mi guía.
Después de cinco días, salí de Albania inseguro de lo que dejaba atrás. Traté de reconciliar las contradicciones del país -sus surrealistas escenas callejeras y la sed de civilidad; su violento legado y extraordinaria hospitalidad, y fracasé. Mientras me hacía camino hacia Grecia, después de visitar brevemente la ciudad balneario de Saranda y las antiguas ruinas de Butrint, mi mente se llenó de corroyentes preguntas. Creo que tendré que volver.

3 de julio de 2006
©new york times
©traducción mQh
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buenos aires de borges


[Larry Rohter] Una ciudad poblada por la imaginación de uno de sus hijos predilectos.
El taxi avanzó por la Avenida Garay y se detuvo pocas calles antes de la Plaza de la Constitución. La esquina parecía familiar, aunque nunca había estado ahí antes, y cuando vi el letrero de la Calle Tacuarí, lo recordé: en su cuento ‘El Aleph', Jorge Luis Borges había escogido un sótano en uno de esos edificios anónimos de esta calle anónima como el centro de unos místicos "puntos del espacio que contienen todos los otros puntos" en el universo.
Para los admiradores de Borges, caminar por Buenos Aires es tropezarse con las creaciones de su fervorosa imaginación. Su lugar de nacimiento lo tenía hechizado, y le gustaba sobre todo recorrer sin rumbo fijo sus calles, aunque se quejaba de que no tenía ‘fantasmas' y decidió que poblar esa ciudad de inmigrantes y rápido crecimiento con sus propias fantasmagorías sería una de sus tareas. "En mis sueños nunca salgo de Buenos Aires", escribió, aunque sus sueños eran a menudo angustiantes, como lo expresó en uno de los varios poemas llamados ‘Buenos Aires':

Y la ciudad ahora es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.


En junio se conmemora el vigésimo aniversario de la muerte de Borges, y entre entonces y su nacimiento en agosto, la ciudad organizará lecturas, mesas redondas, exposiciones, un concierto y otros homenajes. La mayor parte del tiempo, sin embargo, buscar huellas visibles de Borges en Buenos Aires es, para usar una imagen borgesiana, como tratar de leer un palimpsesto: tienes que mirar por encima de la última capa para sentir su presencia subyacente.
Por ejemplo, la calle en la zona de Palermo, donde Borges creció, conocida entonces como Serrano y ahora rebautizada en su honor. Hoy el vecindario es quizás el más chic de Buenos Aires, lleno de elegantes bares, restaurantes y boutiques visitadas por jóvenes escritores, artistas y cineastas que es más probable que mencionen como influencias a Paul Auster o Martin Amis que a Borges.
En la juventud de Borges, sin embargo, Palermo estaba en los miserables suburbios del norte de la ciudad, como lo dijo él, un lugar semi-rural frecuentado por gauchos y delincuentes buenos para beber y pelear en las pulperías que salpicaban el barrio. Sus historias de bravura y las repentinas erupciones de violencia a las que estaban inclinados impresionaron al libresco chico conocido como Georgie, y lo dejaron con una fascinación por los cuchillos que más tarde impregnaría los cuentos y poemas de ‘El puñal'.

Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.

La casona de la familia Borges en Palermo todavía existe, en Serrano 2135, pero no está abierta al público y no hay nada que indique que Borges vivió allí excepto una pequeña placa. Justo más arriba en la calle, sin embargo, en la esquina de Guatemala y Serrano, está el sitio que, en el poema ‘Buenos Aires', Borges imaginó como la "fundación mítica de Buenos Aires", una ciudad que "juzgo tan eterna como el agua y el aire".
A primera vista, la esquina no parece muy prometedora: un boliche de hamburguesas, una tienda de diseño y un bar llamado Mundo Bizarro, cuyo lema es ‘In Alcohol We Trust', reflejan el carácter actual de Palermo. Pero el cuarto ocupante de la esquina es una taberna llamada ‘Almacén el Preferido', en un edificio que data de 1885 y que Borges describe como el bastión de los matones:

Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco.


Sin embargo, todavía más que las tabernas, Buenos Aires es una ciudad de cafés, y Borges y sus amigos eran parroquianos de varios. La mayoría de estos han desaparecido o, como La Perla, en el barrio judío conocido como Once, se han convertido en pizzerías y, como el Gran Café Tortoni, cerca de la esquina de Suipacha con Avenida de Mayo, se transformó en una trampa de turistas, en la que se puede apreciar una figura de cera de Borges sentado a una mesa con Carlos Gardel, el más grande cantante de tangos.
Pero el Richmond, en Florida 468, todavía conserva algo de la atmósfera de los años veinte, cuando Borges estaba publicando una revista literaria de vanguardia, Martín Fierro, justo a la vuelta de la esquina, y pasaba gran parte del tiempo con otros escritores. Como sugiere su nombre, da la sensación de ser un club inglés, con paneles de madera y grabados de escenas de caza y de mansiones de campo en las paredes. Eso habría atraído a Borges, que se enorgullecía de su origen inglés por el lado materno de la familia.
El círculo de conocidos de Borges incluía al joven escritor Adolfo Bioy Casares, con el que escribió una serie de cuentos de detectives escenificados en Buenos Aires, y la esposa de Bioy, la poetisa Silvina Ocampo. Pero quizás el más encantador e influyente de sus amigos fue el pintor y poeta Alejandro Schulz Solari, al que alguna vez Borges llamó "nuestro William Blake". El pintor, que usaba el nombre artístico de Xul Solar, era doce años mayor que Borges y compartía su debilidad por la invención de universos y lenguajes imaginarios y la exploración del esoterismo de este mundo. En los años cincuenta, Borges huiría periódicamente de la sofocante atmósfera del apartamento que compartía con su madre y se marcharía a casa de Xul Solar en Laprida 1212, donde los dos hombres a menudo pasaban el día hablando de la cábala o de sagas nórdicas.

La casa de Xul Solar es hoy un museo dedicado a su trabajo, con más de cien de sus pinturas así como de los extravagantes objetos que creó y que llamaba ‘reliquias de otro cosmos'. Mirar las pinturas deja en claro la afinidad intelectual entre los dos artistas: las acuarelas de Xul Solar están llenas de utopías, ciudades flotando en el cielo, criaturas que son mitad hombre, mitad máquinas, universos alternativos y otros detalles que ahora tenemos por típicas de Borges.
Visitar estos y otros sitios donde vivió o trabajó Borges ayuda a apreciar la potente imaginación que tenía. En 1937, por ejemplo, su carrera originalmente promisoria parecía haberse estancado, y se vio obligado a tomar un trabajo catalogando libros en la biblioteca municipal Miguel Cané, donde permaneció hasta 1945. Allí tenía poco que hacer, así que pasaba gran parte del tiempo en su pequeño cuarto sin ventanas en la parte de atrás del segundo piso, donde escribió muchas de las historias que llegaría más tarde a publicar bajo el título de ‘Ficciones', incluyendo el cuento ‘La biblioteca de Babel'.
"El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios", escribió.
Borges escribió más tarde que "la cantidad de libros y anaqueles que mencioné en mi relato fueron literalmente los que tenía a mi alcance". Pero como el cuarto en el que fue escrito el cuento, que puede ser visitado, la biblioteca misma es pequeña, posee una limitada colección de libros y es difícilmente meritoria de la inmortalidad con que la ungió Borges. Está en Carlos Calvo 4321, en la sección obrera de Boedo; Borges acostumbraba a viajar en el tranvía 7 para ir a su trabajo, y leía a Dante de pie, y aunque el tranvía ya no existe, un recorrido de autobuses con el mismo número todavía hace el mismo trayecto.
Para un hombre cuya vida personal era a menudo infeliz, las bibliotecas le daban una especie de consuelo: "Yo, que me figuraba el Paraíso / bajo la especie de una Biblioteca", escribió en un poema. Tras el derrocamiento del dictador Juan Perón en 1955, Borges fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. Este fue el tipo de lugar que se presta para ser el escenario de su cuento sobre la biblioteca de Babel -una estructura octogonal de cuatro pisos cuyas columnas están grabadas con los nombres de grandes escritores y pensadores, como Shakespeare, Goethe y Platón.
La biblioteca, en México 564 en el barrio de San Telmo, es ahora el conservatorio nacional de música y está abierto a los visitantes. La puerta de al lado es la sede de la Sociedad Argentina de Escritores, donde Borges, a veces, ofrecía lecturas públicas. Actualmente la sociedad comparte el espacio con un restaurante, Legendaria Buenos Aires, cuyo comedor principal está adornado con retratos de cantantes de ópera famosos. Hay, sin embargo, un recuerdo de Borges en una pared del restaurante: una placa de metal con el listado de los miembros de la directiva entre 1942-1944, entre ellos Jorge Luis Borges.
Aparte cuchillos, quizás un motivo favorito en la obra de Borges son los felinos, evocados en poemas como ‘El otro tigre', en el que medita sobre la diferencia entre el animal real y aquellos que pueblan su imaginación. Desde la infancia sintió fascinación por esos animales y visitaba a menudo el zoológico de Buenos Aires, en la Avenida de Las Heras, al borde de Palermo, para observar a los grandes gatos. A veces, ya bien entrado en los sesenta, lo acompañaría una mujer a la que esperaba impresionar, y le recitaría poemas parado frente a las jaulas:

Iba y venía, delicado y fatal, cargado de infinita energía, del otro lado de los firmes barrotes y todos lo mirábamos.

Los felinos siguen ahí, y entre ellos un solitario tigre de Bengala que pasa la mayor parte del tiempo durmiendo debajo de un árbol. Siendo adulto, Borges vivió en varios apartamentos en la zona de Recoleta, en la calle Presidente Quintana y en la Avenida Pueyrrydón, también devotamente marcadas con placas de bronce. Pero vivió más tiempo, casi 40 años, en el apartamento 6B de Maipú 994, justo al lado de la Plaza de San Martín, y lo consideraba su verdadero hogar.
Cuando yo era un joven corresponsal de Newsweek a principio de los años ochenta, entrevisté allá dos veces a Borges. Recuerdo que el apartamento era pequeño y austero, sin televisión ni radio y, más sorprendentemente para un hombre que para entonces ya estaba ciego, sin tocadiscos. Borges insistió en que la entrevista se hiciera en inglés, que hablaba con un acento que llamaba de Northumberland, heredado de su abuela materna y me enseñó su debilidad por palabras anticuadas.
Aunque el apartamento no está abierto al público, La Ciudad, la librería en la galería comercial al otro lado de la calle, donde Borges pasó muchas de sus tardes, todavía funciona. En la vitrina hay primeras ediciones de muchas de las obras de Borges, junto con fotografías de él sentado en una silla que todavía ocupa un lugar de honor en el local, como si se esperara su retorno. Cuando la octogenaria propietaria, Elizabeth Alonso, anda de buen humor, se la puede convencer de que comparta algunos recuerdos de su amigo, y cliente más famoso.
Pero quizás el recuerdo más vivo de que Borges no era solamente un personaje literario sino un vecino de carne y hueso de Buenos Aires se encuentra en Paraguay 521, un estudio de fotografía donde los residentes todavía se hacen tomar sus fotos de pasaporte y de carné de identidad. Mire cuidadosamente la colección, en la ventana central, de unas tres docenas de retratos, y allá, el cuarto desde la derecha, en la hilera de arriba, está Borges, todavía mirando, curioso, el mundo que, por lo ajeno que le era, le obligó a inventarse uno propio.

14 de mayo de 2006
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joshua tree, flor en el desierto


[Julia Chaplin] Pueblos en el desierto repoblados por artistas, músicos y buscadore de ovnis.

Unos achaparrados edificios de concreto y un montón de polvo, eso es lo primero que ves cuando pasas por Joshua Tree, en las laderas del Desierto de Mojave de California del Sur. La tierra chamuscada se ve todavía como una accidentada frontera con vientos permanentes y camionetas de cabina grande transportando lavadoras oxidadas y otras mercaderías.
No hay nada de encantador ni de pintoresco en el paisaje. Pero oculta entre los cactus, hayas y barrios residenciales, se encuentra una escena artística con todas las de la ley, con sorprendentes trabajos de artistas contemporáneos como Andrea Zittel, Jason Rhoades y Jack Pierson. (Pierson coloca los viejos letreros de señalización de carreteras que colecciona para sus piezas en el suelo detrás de su casa para darles ese aspecto de cosa antigua y desteñida por el sol.
A unos 200 kilómetros al este de Los Angeles y 60 al nordeste de Palm Springs, los pueblos del desierto a lo largo de la Ruta 62, entre ellos Pioneertown, Twentynine Palms y Wonder Valley, así como Joshua Tree, han sido durante largo tiempo un refugio de escaladores que hacen el peregrinaje hacia los peñones de extrañas formas en el Parque Nacional Joshua Tree. Pero en los últimos años artistas, arquitectos y músicos reconocidos en busca de hipotecas más baratas y espacios más grandes han estado llegando poco a poco e instalándose en estudios en viejos ranchos, trayendo contenedores y cúpulas geodésicas de los años setenta.
Ahora se ha convertido en un destino de fin de semana para forrajeadores, cuya idea de diversión es explorar jardines escultóricos al aire libre, estudios de artistas y la arquitectura experimental -como un iglú hecho de sacos de arena.
"Joshua Tree es como el mundo del arte en Palm Springs", dice Lisa Overduin, la directora de Regen Projects, la galería de Los Angeles que representa a Zittel y Pierson. "Es divertido ver a las coleccionistas con zapatos de tacón alto tambaleándose en el desierto y buscando el arte".
La ‘High Desert Test Sites’ de Zittel, un evento artístico anual (este año se celebrará el 6 y 7 de mayo) es la mejor oportunidad para conocer el ambiente artístico de Joshua Tree. Zittel, la artista conceptual que contribuyó a reactivar la migración hacia Joshua Tree cuando trajo hasta aquí su estudio de Brooklyn hace seis años, invita a artistas a que vengan al desierto e instalen sus obras más grandes específicas para el sitio entre los peñones, cavernas y cactus. (Algunos de los participantes de este año serán Katie Grinnan, Amy Yao y Ryan McGinley). Espectadores y jaraneros reciben folletos con mapas de modo que puedan seguir las caprichosas creaciones en una especie de estrafalaria cacería que incluye actividades extracurriculares como para a comer hamburguesas en cafeterías locales y a bailar el paso eléctrico en Pappy & Harriet, una cantina local.
El pintor Ed Ruscha, los músicos Eric Burdon y Victoria Williams, la artista interpretativa Ann Magnuson y una muestra de guionistas y decoradores de Los Angeles han comprado casas en Joshua Tree en los últimos años, quizás atraídos por su claridad -tanto en actitud como en espacio. Con sus extensas mesetas, caminos para persecuciones en coche y un inmenso cielo de nubes errantes, se parece a esa otra avanzada de arte en el desierto, Marfa, Texas, donde el elemental paisaje y ritmo de cámara lenta son en sí mismos como una obra de arte surrealista.
"Es como si aquí no hubieran reglas, sino solamente supervivencia", dice Thom Merrick, un artista que se mudó desde Nueva York hace varios años debido a que se sentía ‘comprimido’ en la ciudad. "Salgo a caminar todos los días en las colinas", dice. "Y creo que necesito patear las rocas".
Los pueblos mismos tienen un auténtico aire de supervivencia, refrescantemente desprovistos de modernos y finos accesorios. Muchos de los artistas han amueblado sus casas haciendo compras en las polvorientas tiendas de gangas a lo largo de la carretera. (Enormes y horteras lámparas y pinturas de coyotes-aullándole-a-la-luna son artículos muy populares aquí). En la noche, los artistas se reúnen en somnolientos bares como el Palms, con sus rajadas mesas de billar y una máquina de discos con música de vaqueros. En el Beatnik Café, jóvenes de la localidad con piercings y pelo teñido de negro hacen vida social debajo de una escultura de ciencia ficción de un geigerdesco espíritu del venado con raíces de árboles. Las mesas con ordenadores contra la pared con cordones enrollados a propósito le dan al local un aire de ‘Blade Runner’ del desierto.

Los vecinos dicen que Joshua Tree ha sido siempre un refugio de ‘empresarios’. El área fue originalmente una parada de los buscadores de oro en los años de 1870 que acampaban en el Oasis de Mara en Twentynine Palms. En 1938 el gobierno aprobó la llamada Ley de Familias Granjeras [Baby Homestead Act] en un intento de poblar las inhóspitas tierras federales, ofreciendo parcelas de 2.5 hectáreas gratuitamente a cualquiera que quisiera levantar una pequeña estructura. Los granjeros que se acercaron eran una variopinta muestra de desesperados dispuestos a empezar de nuevo en medio de ninguna parte, que con los años incluyó a buen número de artistas, parias y aficionados a los ovnis.
Todavía están muchas de las cabañas originales. Algunas han sido remozadas por sus nuevos propietarios, como Pierson y Zittel, que pintó la suya con el blanco de las galerías de arte minimalistas, amueblándola con rocas volcánicas y trayendo dos contendores para crear un recinto para vivir y trabajar que ella llama A-Z West. Para completar la moderna idea pionera, Zittel construyó docenas de ‘furgonetas’, pequeñas cápsulas de acero inspiradas en las furgonetas, desparramadas entre las rocosas laderas y equipadas con colchonetas de una plaza. Hizo que sus amigos artistas las personalizaran con diseños como llamas ardientes. (Varias de las furgonetas están expuestas en el Museo Whitney de Arte Americano en Altria, Nueva York, hasta el 18 de junio). Otras cabañas yacen abandonadas y ofrecen aspectos fantasmagóricos, con sus ondeantes jirones de papel mural y viejos somieres.
"Lo más grandioso acerca del desierto es que podemos proyectar en él todas nuestras fantasías", dice Zittel. "Llegué aquí buscando una parte de mi misma, una conexión con lo que habría sido si no me hubiese convertido en una artista".
"Joshua Tree es el lugar perfecto para ser visionario y hacer experimentos", dice Linda Taalman, de Taalman Koch, un bufete de arquitectos de Los Angeles. "Tienes la sensación de aislamiento y de que todo es posible".
El apocalíptico jardín de esculturas de un importante artista, Noah Purifoy, sugiere justamente eso. Purifoy, un artista de instalaciones y co-fundador del Centro Artístico Watts Towers en los años sesenta, se mudó al desierto en 1989 y ha pasado los últimos quince años de su vida cubriendo el terreno de una hectárea de tierra reseca con esculturas hechas de desechos reciclados como bandejas de almuerzo de plástico de colores pasteles, ordenares antiguos, inodoros y -mis preferidos- unos rieles de trenes con trenes hechos de viejas ruedas de bicicleta, reproductores de videos y barriles de cerveza.
Arquitectos progresistas, a quienes apetece jugar con filosofías utópicas, también le han echado el ojo a Joshua Tree como la tierra prometida donde las regulaciones urbanísticas para construir son mínimas y los vecinos no se quejan. Este otoño los visitantes podrán visitar la iT House, una estructura prefabricada de aluminio y cristal que está construyendo Taalman Koch Architecture. La firma está colaborando con artistas como Sarah Morris y Liam Gillick para crear tiras gráficas de un vinilo parecido al papel mural que revestirá la casa para cambiar de vistas y filtrar el sol.
Otra firma, Ecoshack, opera un taller de diseños cerca de Joshua Tree donde anfitriones respetuosos del medio-ambiente pueden experimentar con habitaciones temporales como tiendas termales y cápsulas para dormir en forma de burbuja.
George Van Tassel, un auto-proclamado abducido por los ovnis, construyó una cúpula en los años cincuenta que llamó Integratron. Fue comprada por Nancy y Joanne Karl, dos hermanas de Nueva York, hace unos años, y ahora está abierta al público.
Si lo coordinas bien, podrías asistir a una convención sobre ovnis y a conciertos de bandas locales como Concrete Blond y Bauhaus (por alguna razón hay una gran concentración de bandas de Los Angeles de los años ochenta viviendo en Joshua Tree). Es también una especie de santuario para todo el mundo, desde tocadores de didgeridoo hasta el cantante Robert Plant y un profesor que, de acuerdo a Joanne Karl, llegó con un rebaño de ovejas y cabras.
Considera gastar 10 dólares en un ‘baño de sonidos’. Sube a la cúpula, tiéndete en una estera, cierra los ojos y relájate durante media hora mientras una de las hermanas crea una sinfonía de sonidos circundantes usando varios cuencos de cristal. (Se parece un poco a un espectáculo de láser de Pink Floyd, pero sin los láseres y sin Pink Floyd).
Pioneertown, desarrollado en 1945 como un plató de cine por Roy Rogers y otros inversores de Hollywood, es también de muchos modos una instalación artística viva. Es donde se rodaron películas de vaqueros clásicas como ‘La venganza de Cisco Kid’ [The Cisco Kid] y ‘Annie Oakley’, pero que ahora es un pueblo que apenas funciona y se parece más a un plató de David Lynch. A un lado de la polvorienta calle principal con su falsa cárcel y una tienda de ultramarinos hay todavía en funcionamiento una bolera, casas de alquiler y, lo más importante, un Pappy & Harriet’s, un café-restaurante al estilo del Viejo Oeste con cornamentas y mesas de billar que es el centro, junto con el Palms, en Wonder Alley, del ambiente musical local.
Gestionado por los ex neoyorquinos Linda Krantz y Robyn Celia, Pappy & Harriet’s es una parada obligatoria para músicos como Lucinda Williams, PJ Harvey y Leon Russell. En el local se reúnen los domingos las bandas de rock del desierto, entre ellas Gram Rabbit, Angel Thrift y Queen of the Stone Age. La tarde de un jueves reciente, Jessiva von Rabbit, la vocalista de Gram Rabbit, estaba bebiéndose una jarra de cerveza al final de una larga barra de madera, vestida con un abrigo de piel y enormes gafas de sol rojas.
En cualquier otro pequeño pueblo del desierto la aparición a mediodía de esta vampiresa estrella del rock habría provocado miradas hostiles. Pero en Joshua Tree era simplemente otra vecina.

21 de abril de 2006
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reinvención de tijuana


[Reed Johnson] Nuevas direcciones al sur de la frontera. Con una bullente comunidad artística, Tijuana se está reconvirtiendo rápidamente en una dinámica ciudad global.
Tijuana, México. Cuando la larga limusina blanca se desliza en la calle, tres rubias gringas asoman su cabeza por el techo y empiezan a gritar a todo el mundo. Cerca, un par de prostitutas ríen histéricamente no se sabe por qué.
Un tipo con parafernalia de Raider Nation pasa pavoneándose frente a la cafetería D’Volada, donde los capuchinos son tan fuertes como un tequila doble. Al otro lado de la calle, el hip-hop sale resonando de uno de esos bares que son populares entre las sociedades de estudiantes. ¿Puede haber algo más raro, más loco que la Avenida de la Revolución de esta ciudad un sábado noche? ¿El lado oscuro de la luna, quizás?
Sin embargo, la Avenida de la Revolución también es el palpitante subconsciente de una excitante e inquieta ciudad, una de las ciudades fronterizas más ajetreadas y de peor reputación del mundo.
Encontrar diversiones dudosas en Tijuana es como encontrar arena en una playa de Santa Mónica. Los estadounidenses han estado llegando aquí en tropel desde la época de la Prohibición a la búsqueda de placeres prohibidos y emociones baratas. Primero fueron los casinos, las corridas de toro y las carreras de caballo, luego los cigarros cubanos y los bares de tetas, y ahora... bueno, elija su propio veneno post-TLCAN.
Pero aparte de la Tijuana del cliché -el sórdido infierno de la película ‘Sed de mal’ [Touch of Evil], de Orson Welles-, existen muchas intrigantes facetas de esta mal reputada metrópolis de 1.2 millones de habitantes.
Si te aventuras más allá de la media docena de calles frenéticamente comerciales a cada lado del río Tijuana a la que se confina la mayoría de los turistas, encontrarás una ciudad provincial asombrosamente tranquila, campechana, formada de oasis urbanos dispersos, como el Parque Teniente Guerrero, lleno de niños comiendo churros y ancianos escudriñando tableros de ajedrez como si estuvieran desenrollando los pergaminos del Mar Muerto.
Más atractivo para aventureros vanguardistas es el animado circuito de arte contemporáneo de Tijuana: música electrónica, fotografía, películas, instalaciones de video, moda. Aunque durante muchos años este ambiente era en gran parte subterráneo, últimamente ha emergido de las sombras y se ha instalado en el centro de la atención internacional.
Pioneros de la música electrónica como Nortec Collective, han adquirido una audiencia internacional tras sus distintivas fusiones de ritmos del tecno con los tradicionales sonidos de bandas norteñas. El revolucionario grupo de diseño, Torolab, ha participado en exposiciones de museos en Nueva York y San Diego. En 2003, Newsweek calificó a Tijuana como uno de los ocho "centros culturales más vitales y creativos del mundo".
El año pasado, la feria internacional de arte ARCO en Madrid exhibió los trabajos de más de una docena de artistas de Tijuana y Baja California.
Para mejor o peor, las viejas bandas de bronce de la ‘ciudad fronteriza’, los tenderetes de caldosos tacos y recuerdos baratos se está reconvirtiendo rápidamente en una dinámica ciudad globalizada. Y para explorarla, no necesitas hablar español fluidamente; muchos tijuanenses son bilingües, y la gran mayoría son infaliblemente amables y serviciales cuando se trata de ayudar a angloparlantes.
Pero es también propio de la bipolar cultura de Tijuana, que gran parte de este fermento creativo esté todavía oculto a plena vista, generalmente invisible al turista casual e incluso a la mayoría de los residentes locales.
"No hay un diálogo entre la comunidad y los artistas", dice Tania Candiani, una pintora y artista conceptual nacida en Ciudad de México y que ha vivido en Tijuana en los últimos once años. Incluso así, dice Candiani, que es quizás mejor conocida por sus retratos de inmensas, carnosas mujeres, la riqueza cultural de Tijuana es para su arte "como la gasolina" para un coche.

La obra de arte de lejos más grande y más sorprendentemente pública de Tijuana no es la que ve la mayoría de los domingueros que cruzan la frontera a pie o en coche. Pero si llegas a Tijuana en avión, no puedes dejar de verla. A lo largo de una fea muralla de metal que se extiende a horcajadas a lo largo de la frontera Estados Unidos-México se encuentran gigantescas imágenes (derivadas, muchas de ellas, de fotos aumentadas) de inmigrantes, logos de pop art, diseños abstractos y, de vez en vez, la cara del candidato a la presidencia de México, Luis Donaldo Colosio, cuyo asesinato en 1994, y todavía no resuelto, todavía acosa a la ciudad.
Las imágenes son remplazadas y reordenadas constantemente, como una galería de puertas giratorias que corresponde a la transitoria personalidad de la región.
La muralla está también tachonada de pequeñas cruces blancas y ataúdes de decoración de madera, profusamente decorados, que simbolizan los miles de mexicanos y centroamericanos que han perdido la vida tratando de entrar al norte ilegalmente.
Para una experiencia artística más convencional está el fiable Centro Cultural Tijuana, un asombroso ensamblaje de modernos y geométricos edificios en el centro de la ciudad. Las propuestas este invierno y primavera en el gigantesco y múltiple complejo incluyen el concierto Mainly Mozart, una retrospectiva de Jim Jarmusch, un festival de cine animado japonés y una alegre comedia titulada ‘¡Hombres!’, con la gran actriz mexicana Patricia Reyes Spíndola, que hizo de madre de Frida Khalo (Salma Hayek) en la película biográfica ‘Frida’.
El centro también alberga una impresionante exhibición de artefactos de las ruinas pre-aztecas de Teotihuacán, cerca de Ciudad de México, y una fascinante exposición sobre Baja California, desde la época prehistórica hasta el presente, pasando por la colonización española. Sin embargo, en los planos turísticos no encontrarás nada de los más apasionantes experimentos artísticos de la ciudad. Es mejor echarle un vistazo al diario artístico alternativo, en español, Radiante, o navegar por internet.
Tipeando palabras claves podrás llegar a sitios como www.luivelazquez.org, el hogar cibernético del espacio artístico alternativo de Lui Velazquez. Este pequeño y espartano local está en el último piso de un edificio de oficinas de tres pisos de aspecto engañosamente insípido, a unas manzanas de la frontera. (El nombre ‘Lui Velazquez’ ha sido adaptado del nombre de un doctor que habitaba antiguamente en el edificio). Uno de los más logrados artistas de Tijuana, Marcos Ramírez, ERRE, mantiene un espacio, Estación Tijuana, en el mismo complejo, con vistas directas a la carretera que lleva a Estados Unidos.
El principal objetivo de Lui Velázquez es fomentar las perspectivas críticas sobre una variedad de temas y prácticas artísticas contemporáneas desde un punto de vista multi-disciplinario, principalmente por medio de residencia de artistas por períodos cortos (normalmente un mes). También lleva un creciente archivo de películas y videos.
Gestionado por tres artistas colaboradores -Sergio de La Torre, Shannon Spanhake y Camilo Ontiveros-, el espacio funciona más como un centro comunitario y estudio informal que como una galería de arte tradicional, "como un punto de extensión, y no solamente como un lugar donde colgar algo", como dice Spanhake. Aunque Spanhake vive en San Diego, considera a Tijuana, como otros muchos artistas, como su hogar creativo y cree que la ciudad hermana del norte es demasiado limpia y conservadora. "Si no fuese por Tijuana, San Diego sería imposible", dice.
Un viernes noche reciente, Lui Velázquez organizó una velada de videos y debates de su actual artista en residencia, Patricia Montoya. Montoya, colombiana y antigua residente de Nueva York, está trabajando en un proyecto llamado ‘Terrazas’, un tríptico de video experimental en el que usa las terrazas de su nativa Medellín y en Tijuana para abordar temas de dislocación y nostalgia de emigrantes. De La Torre no pudo asistir porque la película documental, ‘Maquilapolis’, en la que colaboró, sobre las estresadas y mal pagadas trabajadoras de las fábricas multinacionales de montaje de Tijuana, estaba siendo estrenada esa noche en el 35 Festival Internacional de Cine de Rotterdam. Pero Spanhake y Ontiveros dialogaron con una audiencia pequeña pero entusiasta que mataba al hambre con tamales vegetarianos y cerveza.

Ser artista en Tijuana no es algo para las almas tímidas. A pesar del ímpetu creativo de los últimos quince o veinte años, la comunidad artística aquí es dispersa; sólo hay dos galerías comerciales y no existe ningún enclave bohemio grande donde los artistas vivan y se reúnan. El gobierno local ofrece muy poca ayuda económica.
Pero entre los artistas, esas circunstancias han dado origen una innovadora estética del hágalo-usted-mismo, muy a tono con una ciudad de frontera.
"Esta es una ciudad que está siempre en construcción", dice Yvonne Venegas, una fotógrafo de Tijuana que está concluyendo un proyecto de libro, ‘Las Novias Más Hermosas de Baja California’, con sus fotos de jóvenes novias de la clase media de Baja California, y jóvenes madres, a menudo con sus hijos. Muchas de las retratadas por Venegas son sus antiguas compañeras de colegio, ahora grandes y criando familias. Colectivamente, las imágenes ofrecen una intrigante ventana hacia las resguardadas y protegidas vidas de la gente con dinero de Tijuana.
La comunidad artística local se comunica por e-mails y sitios en la red como por proximidad física. Uno de las mejores vitrinas de sus trabajos, hasta la fecha, es ‘Extraño Nuevo Mundo: Arte y Diseño Desde Tijuana’, una exposición que durará del 21 de mayo al 17 de septiembre, en el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego.
Quizás la forma de arte más fascinante de Tijuana no pueda ser vista, sino sólo oída. Es el sonido computarizado, sintetizado, de la música electrónica de la ciudad, que llegó primero a América del Norte y luego se extendió por el mundo hace apenas cuatro o cinco años atrás. Infatuados como adolescentes con los cerebrales ritmos de Kraftwerk y otros pioneros tecno de Europa, músicos-dj de Tijuana, como Bostich (Ramón Amezcúa), Clorofila (Jorge Verdin), Hiperboreal (Pedro Gabriel Beas), Fussible (Pepe Mogt) and Panóptica (Roberto Mendoza), crearon el pulcro y oscuro híbrido musical que finalmente se hizo conocido como ‘nortec’.
Ya no tienes que viajar a Tijuana para oír nortec, que ahora es parte fija de la programación de radios alternativas. Pero la música continúa evolucionando en la ciudad donde empezó. Hoy, uno de los mejores locales donde escucharla es en La Embajada, un programa mensual que toma lugar en el barrio Playas de Tijuana, que se trepa hasta el borde del Océano Pacífico.
El anfitrión, Lauro Saavedra, un dedicado músico y promotor del sonido de Tijuana, organiza el evento en su casa, una modesta vivienda de dos pisos. (El hermano de Saavedra, Rafa, edita el periódico alternativo, Radiante). Las noches de espectáculo, la casa se convierte en un laboratorio para algunos de los más creativos músicos del sur de Los Angeles.
"La idea es que la gente venga aquí y se den cuenta de que en México estamos haciendo música", dice Saavedra, gritando por encima de los sordos compases para hacerse oír, una noche hace un mes.
La habitación principal de su casa era un bosque de altavoces, tocadiscos y ordenadores portátiles, cercando un pequeño área para los artistas. Fotos gigantescas de David Bowie y Lou Reed planean como santos en la pared de atrás. En dos horas, media docena de dejotas y músicos se hicieron oír en sets de 45 minutos -El Poeta, los Trebles- combinando compases y mezclando de todo, desde guitarra acústica hasta ragas indias, en sus exuberantes collages. La público, la mayoría gente de 20 y 30 años, consistía de tipo con gafas Devo, y chaquetas de cuero, y chicas con el pelo a lo Grace Slick y diminutas zapatillas de ballet. La Embajada es un gran lugar para vivir a la joven y ansiosa Tijuana, a la próspera ciudad de mañana que ya existe. Sin embargo, antes de dejar la escena artística alternativa de Tijuana, la mayoría de los visitantes querrán vivir los incentivos de la Avenida de la Revolución, sus tributarios y áreas en torno a los puentes de peatones que cruzan el río.
Parte de esta efervescencia es profundamente deprimente: madres indias descalzas y sus hijos pidiendo limosna, hombres sin piernas en monopatín vendiendo chicles por algunos céntimos
Otra parte es irremediablemente criminal. Es una zona peligrosa porque ha quedado en el fuego cruzado de una violenta guerra territorial entre carteles rivales de narcotraficantes de Baja California y Sinaloa.
Tijuana es el sueño de un antropólogo urbano y la pesadilla de un urbanista, y si lo que quieres es tener problemas, te aseguro que aquí tendrás absoluto éxito. Pero si elige bien y usas el sentido común, puedes pasar un buen rato sin causar -ni sufrir- daño alguno.
Para el visitante dominguero, el mayor peligro en Tijuana puede ser una sobredosis de mal gusto. Las calles a lo largo del río están atochadas de tiendas de chucherías, sombreros y estatuillas de burros, máscaras aztecas de falso jade y cosas parecidas, de producción china. Toma los rollos de los vendedores de que las mercaderías están hechas a mano, manufacturadas por campesinos mexicanos, con un generoso grano de sal.
Sin embargo, puede ser divertido echar un vistazo a las mercaderías menos usuales, como la enorme colección de máscaras de lucha libre mexicana de Sergio’s Gift Shop en Avenida de la Revolución, entre la segunda y tercera calle, donde Pedro, un empleado veterano, te ofrecerá todo tipo de historias sobre quién llevó qué máscara en la edad de oro del deporte, en los años sesenta y setenta.
Una cerveza fría en Señor Maguey, Safari, el Hard Rock Café o cualquiera de las otras trampas para turistas, eh, eso es, bares realmente chéveres e inusuales a lo largo de Revolución puede relajarte en una calurosa tarde de invierno o una fría noche de enero. Sin embargo, una opción más interesante es El Dandy del Sur, una cálida taberna en la Calle 6, junto a Revolución. Abierta en 1957, El Dandy es uno de los establecimientos más venerables del área. Hay fotografías en blanco y negro de toreros decorando sus paredes, los parroquianos bilingües son amistosos y la máquina de discos mezcla una amplia serie de estilos de los dos lados de la frontera.
El Dandy tiene el cuestionable encanto de la vieja Tijuana, sin los sórdidos subproductos modernos de la cultura narco-gangsteril actual.
Si necesitas algo más substancioso, justo en el medio de Revolución se encuentra el restaurante Sanborns, una cadena de locales familiares que sirve resistentes platos de la cocina mexicana (huevos a la ranchera, enchiladas suizas y otras comidas típicas). Las camareras llevan trajes tradicionales y el decorado consiste de fotografías sepias de Ciudad de México en la época de su guerra revolucionaria.
Puede cerrar la tarde en el Salón Social Blanco y Negro, a unas puertas de El Dandy del Sur, un cavernoso y taciturno salón de baile, donde el público predominantemente local prefiere la salsa y la cumbia. Pero no tienes que ser un profesional para ser bienvenido por el palpitante gentío.
Un placer más tranquilamente culposo puede ser una visita al Museo de Cera, cuyas imágenes más destacadas incluyen una espeluznante escultura titulada "Sacrificio Humano en la Cultura Azteca" y un Moctezuma curioso, de piel blanca.
En su mayor parte, las áreas turísticas de Tijuana ofrecen una inocente excusa para malgastar unos pocos dólares en unas horas. El problema es que esas áreas son como versiones de cera de México, esmaltadas y embalsamadas para un consumo fácil. "Es como México de mentira. Es como un México que no existe", dice la artista Candiani.
Cuando te aburras de este falso México y sientas que su arte te tiene saturado, es tiempo de volver a Playas de Tijuana y dar un paseo por el malecón. Durante el día te acompañarán decenas de familias mexicanas y vendedores callejeros de refrescos y tacos. Puedes disfrutar del nuevo mirador de cemento y del paisaje adyacente, bellamente decorado con cactus y plantas de maguey por los artistas Thomas Glassford y José Parral.
Al otro lado de la muralla, que corre como una cicatriz hasta el Pacífico, podrás divisar una furgoneta de la Patrulla Fronteriza estadounidense, o un jeep aparcado en la playa. Es un raro contraste: el lado americano está usualmente ocupado por apenas un puñado de bañistas, y el lado mexicano bulle de gente y mascotas y música y los olores de sabrosas comidas.
En esos momentos, te preguntarás si acaso la vida, a pesar de sus penurias y retos, no es a veces extrañamente más rica al lado mexicano de la frontera.

Fotografías de Don Bartleti.


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vietnam en el pasado


[Amanda Hesser] Con un capitalismo de caja de sorpresas, Vietnam se arrima al mundo moderno.
El desayuno en el Hotel Morin, en Hue, fue un juego de ruleta rusa. Cuando Tad, mi marido, y yo estábamos sentados tomando café vietnamita en el patio, unas nueces de árboles bang cayeron sobre nosotros como bombas en el patio de piedra. Le pregunté al camarero, Dinh, un joven delgado, si alguna vez caían sobre la gente. "Sí", dijo, mostrando su antebrazo y hombro con un encogimiento. "Uno rompió una mesa".
Si no quedas inconsciente, la terraza del Morin puede ser muy agradable, un refugio del agobiante calor del verano y el zumbido de las escúters en el centro de Hue. Pequeños pájaros con brillantes picos amarillos -llamados chim sao- brincan en el patio, recogiendo los restos de comida de nuestra mesa.
"Siguen a los campesinos", nos dijo Dinh. "Teníamos 10. Ahora sólo quedan cuatro o cinco".
"Quizás se marcharon a otro hotel", dijo Tad.
"No", dijo Dinh, tomándolo en serio. "No hay mejor lugar que este".
De momento, es verdad. Pero el Morin, un hito histórico desde 1901, es un hotel de cuatro estrellas y el auge del turismo aquí ha incentivado la construcción de hoteles de cinco estrellas en toda la ciudad. Junto al Morin se estaba construyendo uno de 12 pisos. Le pregunté a Dinh si estaba preocupado sobre la inminente competencia.
"No", dijo, sorprendido. "¿Quién querrá alojar en esa cosa tan alta?"
Durante casi dos décadas, las dos grandes metrópolis de Vietnam, Hanoi y Ciudad de Ho Chi Minh (la antigua Saigón), han acogido el capitalismo y el mundo moderno. Pero aquí en el centro del país, un cinturón de tierra de unos 65 kilómetros de ancho que actúa como línea divisoria entre el norte y el sur -y que consecuentemente fue terreno de algunas de las batallas más violentas de la Guerra de Vietnam-, los ánimos son menos agresivos. Como vimos en Hue cuando estuvimos aquí el verano pasado, y más tarde cuando nos dirigimos por la Ruta 1, pasando por Da Nang, hacia el antiguo pueblo de pescadores de Hoi An, los cambios son recibidos con una mezcla de deseo y reluctancia.
Los pequeños vendedores siguen vendiendo manojos de incienso de templo reunidos como coloridas escobas. Acicalarse es algo que se hace directamente en la calle, con salones en la acera para limpiarse los oídos y hacerse limpiezas faciales que son realizadas pasando una hebra por la cara del cliente, con pequeños golpes. Y aunque las escúters se han apoderado de las calles incluso en las aldeas, los búfalos de agua no están nunca demasiado lejos.
Pero por cada Dinh contento que encontramos, hay un empresario que no descansará sino hasta que le compres sus artículos. La noche que llegamos, cenamos en el Lac Thanh, un restaurante sobre el que había oído decir cosas buenas. El momento en que nuestros taxi-bicicletas -cyclos- pararon junto a la acera, nos vimos rodeados de camareros del Lac Thanh, así como de dos restaurantes vecinos, todos ellos tirándonos de las mangas e implorándonos: "¡Aquí! ¡Aquí!" Mantuvimos el plan original y fuimos llevados arriba, a un balcón con tres mesas. Las paredes estaban pintados de verde piscina y cubiertas de garabatos de comensales de otros tiempos.
Un hombre chico se acercó a nuestra mesa, con un puñado de monedas. "Hola, ¿de dónde sois?", dijo.
Su voz era rápida y juvenil, y se parecía extraordinariamente a Linda Hunt en ‘El Año Que Vivimos Peligrosamente'. "Tengo bonitas monedas de Vietnam", continuó, agregando que su nombre era Míster Moneda.
"Esta es Miss Scarlet y yo soy el Coronel Mostaza", dijo Tad.
Presintiendo que no vendería nada, se alejó. Luego llegó nuestro camarero, que tomó nuestro pedido y volvió -no con las cervezas que habíamos pedido sino con una pintura de un búfalo de agua que quería que comprásemos.
Vietnam prospera con esta especie de capitalismo de caja de sorpresa. El vestíbulo de Morin funcionaba como una atiborrada tienda de chucherías donde se pueden comprar pinturas, camisetas y joyas. Y en el centro de Hue, lo que parecía ser un salón de belleza de mujeres resultó ofrecer masajes completos como segundo servicio.
(Lo descubrí cuando entré a pedir indicaciones e interrumpí el momento especial de un cliente. Pero nos recomendó amablemente un excelente restaurante: el Chi Teo en la calle de Hai Ba Trung).
Cuando finalmente llegaron nuestras cervezas en el Lac Thanh, empezamos a disfrutar del circo. Cuando llegó una enorme mesa de australianos, Lac, el dueño, saltó a la acción.
Colocó cinco cervezas en un pequeño semi-círculo en su mesa y amarró uno de sus tirabuzones caseros -una tablilla de madera con un sacacorchos saliendo de un extremo- a cada una. Solicitó con las palmas la atención de los comensales y luego, con un golpe de kárate, abrió toda la línea de sacacorchos. Todas las chapas saltaron al mismo tiempo. Los australianos gritaron y aplaudieron, y Lac dio a todos un abridor gratis.
Durante varios días nuestro guía fue Do Ba Dat, un hombre reservado con sosegados ojos negros y pómulos como bollos de hamburguesas. En nuestra primera mañana juntos, nos encaminamos al Río del Perfume -algunos dicen que su nombre, Huong Giang, debería traducirse como Río Fragante- para abordar una estrecha y vieja lancha de madera. Los botes de pesca de bambú atiborraban la ribera del río al otro lado. Los niños se zambullían en el agua desde un islote cercano.
Gia Long, el primer emperador de la dinastía Nguyen ordenó plantar árboles fragantes a lo largo del río a principios del siglo 19, y gran parte de la ribera del río sigue sin tocar, cubierta de hierba. Mientras nos dirigíamos al oeste, Dat no dijo mucho, excepto para mostrarnos una imponente torre moderna en la ribera. "Es una torre de purificación del agua", dijo, orgulloso. (Entretanto, el segundo, sacó unos grabados de búfalos de agua y los ofreció en venta).
Justo cuando la temperatura llegaba a 40 grados Celsius, atracamos más arriba y caminamos hacia la antigua pagoda y monasterio de Thien Mu.
En 1963, un viejo monje de Thien Mu, Thich Quand Duc, se prendió fuego en protesta por las políticas discriminatorias contra los budistas del presidente Ngo Dinh Diem. El Austin azul bebé con el que el monje hizo su fatídico viaje a Saigón es conservado en un edificio público, donde se oxida lentamente junto al cuarto donde comen los monjes. Encima del coche hay una lúgubre foto de Quang Duc sentado en posición de loto, el cuerpo consumido por las llamas. Cerca de él, un extintor.
"Los Boinas Verdes estaban estacionados a 72 kilómetros de aquí", dijo Dat, una de sus muchas, oblicuas referencias a la Guerra de Vietnam (a la que los vietnamitas se refieren como "la Guerra Americana". Dat tenía maneras de maestro de escuela con una pasión por hechos y cifras, y hablaba bien el inglés, con dominio de palabras raras como "magnolia" y "ornamentación". Pero era reservado, casi desafiantemente, y sordo para el humor.
Creció en Hue. Cuando tenía 15, vio a Robert S. McNamara, el ministro de Defensa, pasar por la ciudad en una caravana de automóviles. Recordando el momento, dijo: "La gente siempre se preguntaba si acaso sabía disparar. Pero era un civil muy elegante. Vino de Ford, así que no sabemos si es bueno. Los vietnamitas piensan que alguien de West Point es quizás mejor".
La guerra nunca estuvo muy lejos (en la Ciudadela, que incluía en el pasado un palacio real -una versión a pequeña escala de la Ciudad Prohibida de Pekín-, las murallas todavía están salpicadas de agujeros de bala de cuando la ofensiva Tet, y algunos clubes nocturnos de Hue tienen nombres como ‘Nuevo Apocalipsis'). Pero aunque nadie expresó resentimiento por nuestra intervención de los asuntos del país, nadie quería tampoco hablar demasiado sobre el tema).
Rodeando Hue hay varias tumbas de emperadores, muchas de ellas construidas como retiros veraniegos y, finalmente, entierros. Llegamos a la tumba de Tu Duc, el emperador del siglo 19 que tuvo el reinado más largo -35 años- de la dinastía Nguyen, al mediodía, cuando la temperatura había subido a un nivel que no quiero que se repita nunca. Tu Duc pasaba los veranos en Hue y la caseta junto al estanque donde escribía poesía y se divertía con sus concubinas -"un trabajo aburrido", dijo Dat- todavía se encuentra entre los árboles de frangipani.
Para Duc es uno de los pocos emperadores que dejó órdenes para después de su muerte. En una enorme mesa de piedra cerca de su tumba, Tu Duc se reprocha a sí mismo por haber perdido contra los franceses y por carecer de dirección. Sin embargo, sí que construyó una bonita tumba.
Después, paramos en una de las terrazas a lo largo del canal Dong Ba; están tan apretadas unas junto a las otras que es difícil saber en cuál estás. Bebimos cerbeza Huda, servida con cubos de hielo gigantes, y pedimos un cuenco de chao, unas gachas de gambas y miramos a los cocineros lavar los platos en cubetas, arrojando el agua al canal.
Tras tres días en Hue, salimos temprano para el viaje de un día desde Da Nang a Hoi An, por la Ruta 1 -a veces conocida como la "ruta de los mandarines"-, que se desliza como una vena por Vietnam, desde Hanoi hasta Ciudad de Ho Chi Minh. Viajamos a toda velocidad, cruzando los pequeños teatros de la vida cotidiana de los vietnamitas.
Mientras nuestro coche se hacía camino entre escúters y bicicletas, pasamos a una mujer en sus caderas un non (el sombrero cónico de los campesinos) y leña; a mujeres llevando bebés; tiendas de ordenadores y funerarias; arrozales; pajares para usar como combustible; bungalows y McMansions nuevas protegidos por verjas de hierro. Las aldeas son pequeñas y se las cruza en un suspiro.
Después de dos horas en el camino, empezamos a subir el Paso Nebuloso, un horroroso tramo de 20 kilómetros que marca la división de climas del país, separando al húmedo norte del seco y tórrido sur. En la cima, Dat señaló hacia Red Beach 1 y Red Beach 2, donde desembarcaron las primeras tropas regulares americanas en marzo de 1965. Hacia el este estaba la montaña del Mono, una punta de tierra, y hacia el sur, Da Nang, abrigada por las montañas, colgaba debajo de una franja de niebla. Durante la guerra, Da Nang era llamada la "ciudad bombardeada", porque las tropas comunistas la atacaron por todos lados.
Paramos en Da Nang por la única razón por la que se para en Da Nang: para ver el Museo Cham, en el sur de la ciudad. Las galerías al aire libre están atiborradas de esculturas Cham, la mayor parte de los siglos 9 a 11, que fueron grandes momentos de libertad de expresión.
Apsaras de piedra se doblan seductoras. Hay bustos sobre pedestales. Los leones adoptan poses burlescas, y los gigantes sacuden sus puños. Muchas de las obras fueron reunidas a principios del siglo 20 por el francés Henri Parmentier, y son conservadas, confiadamente, detrás de una valla que podría ser escalada por un niño.
Cuando volvimos a nuestro coche, un hombre que cruzaba la calle fue atropellado por un hombre en un escúter. Dat sacudió la cabeza. "A la gente que cruza la calle sin pensar o mirar les llamamos ‘poetas'", dijo.

Uno de las delicias de Vietnam es el jugo de caña de azúcar exprimido fresco. Al final de la tarde en Hoi An, a unos 27 kilómetros al sur de Da Nang, los cafés a lo largo del río Thu Bon se llenan de gente que bebe cerveza, come tartas de arroz y se tragan galones de jugo de caña, llamado nuoc mia. Sale de las exprimidoras de un verde pálido y turbio con una pelusa de espuma encima. Es dulce, con garra -debido a que es exprimida con pequeñas limas- y agradablemente apagado.
Mientras bebíamos con los demás, miramos los botes en el muelle que desembarcaban sus pasajeros. Más de 60 personas y 40 bicicletas se atiborraban en una desvencijada lancha larga de 10 metros antes de tambalear en el agua. Un hombre con un carromato de helados se instaló cerca. Empezó a sacar grandes pedazos de un enorme bloque de hielo, y luego lo molió con un palo. Luego se fue de vendedor en vendedor, llenando sus enfriadores.
Hoi An es un somnoliento lugar que se atraviesa fácilmente a pie. En un callejón al lado de Phan Boi Chau, vimos a un hombre parado en la mitad de la calle, arrojando ladrillos hacia el segundo piso donde otro hombre los recogía. Estaban construyendo una casa, un ladrillo a la vez. Cuando recorrimos el mercado central una tarde, casi todos los vendedores estaban haciendo la siesta, algunos sobre sacos de arroz, otros con los pies colocados encima de pilas de frijoles secos y pilas de pepinos.
Pero la inevitable reorientación hacia los turistas ha empezado, y es difícil escapar de las muchas y enérgicas modistas de la ciudad. Más de una mujer me cogió del brazo y trató de meterme en su tienda.
Me atraía más Xuan, una modista en Hoang Dieu, que simplemente afichó un letrero en inglés, que dice: "Deje de buscar, ha encontrado a la profesional más honesta, amistosa y no insistente de Hoi An. Ha superado todas las expectativas con su don creativo. Gucci, ¡hazte un lado!"
Son encantadores los edificios históricos de Hoi An, cuya arquitectura fue fuertemente influida por inmigrantes de Japón y China. En el Salón de Actos Fujiano, un centro comunitario de estilo chino, había esculturas del hombre del sol y del hombre de la luna, dos mágicos dioses chinos. En la parte de atrás del salón estaban los altares de las deidades de la belleza, la riqueza y la posición social.
Un grupo de jóvenes con camisetas que decían "Netnam" -el Microsoft de Vietnam-, nos empujaban desde atrás. Estaban ahí para orar a Tan Tai Cong, el dios magnate que determina el futuro económico de la gente. Si las plegarias de un empresario son respondidas, se supone que debe volver para agradecer a la deidad. Si no lo hace, tendrá una muerte segura -o al menos se aislará socialmente.
El grupo Netman me recordó de Phan Thuan An, un viejo académico y una reliquia del Vietnam que se está desvaneciendo, que habíamos conocido antes en Hue. Le habría complacido saber que estos techies conservaban las creencias tradicionales, pero le habría escandalizado ver camisetas en el templo. Thuan An es miembro de la antigua familia real, y su meticulosa documentación sobre el palacio contribuyeron a que la Ciudad Imperial de Hue recibiera la condición de Patrimonio de la Humanidad.
Cuando lo visitamos en su tradicional casa en Hue, llevaba un ai trong, la túnica blanca de dos piezas y pantalones, con un par de zuecos de madera. Nos llevó a dar un recorrido del terreno de su casa de estilo feng shui con un estanque koi en el centro y una mampara de bambú en la parte de atrás. Dentro nos mostró el altar dedicado a sus ancestros en su casa. Estaba lleno de mangos y tartas y los palillos para comer de marfil de su abuela -una cápsula de tiempo en una cápsula de tiempo.
Como muchos en un país que atraviesa por tantos cambios, Thuan An está preocupado por el futuro de Hue.
"Si viene más gente, el ambiente en la ciudad se echa a perder", dijo. "La cantidad de visitantes extranjeros, destruye la vida cultural de nuestra ciudad. Cuando visitan la pagoda, y la Ciudad Imperial, lo hacen con pantalones cortos. No sé qué decir".
En Hoi An, Dat nos contó al fin su propia historia, acompañado de cervezas y wontón frito en un pequeño restaurante, digno del olvido, Wan Lu. Hasta 1975 fue profesor de secundaria, cuando los norvietnamitas ocuparon el gobierno. "La gente que enseñaba literatura e historia fue reemplazada", dijo.
Durante siete años cultivó cacahuetes -"como Jimmy Carter", dijo, alegre-, y luego empezó a enseñar inglés a gente que emigraba a Estados Unidos. Le gustaría visitar Estados Unidos alguna vez.
Le dije lo bonitas que eran los faroles del restaurante -hechos de anillos flojamente enrollados. "Fueron diseñados sobre la base de anillos de granada", dijo Dat, "del tipo que los soldados se cuelgan de los cascos".
Esa noche cayó sobre la ciudad una firme lluvia. Yo estaba segura de que bajaría los ánimos, pero la energía sólo se desplazó. Los cibercafés estaban llenos, los escúters pasaban a toda velocidad y dos fábricas de tejidos por las que pasé funcionaban a última velocidad, los telares castañeteaban incesantes, haciendo eco en las calles de Hoi An -alimentando a los turistas, empujando la economía, entrando al mundo moderno.

28 de agosto de 2005
©new york times
©traducción mQh


hoteles enanos de europa


[Gisela Williams] En algunos hoteles, tres son demasiado.
Llama al timbre de la puerta sin placa en el número 5 de la calle de Moussy, una pequeña calle en el elegante barrio de Marais, de París, y te encontrarás con un nuevo tipo de alojamiento de lujo, un concepto tan nuevo que todavía no se le conoce con un nombre. ¿Minihotel? ¿Suite de estilo? ¿Alta costura B & B?
Estos nuevos hoteles se encuentran en algunos de los barrios más elegantes de Europa y presentan varias características: un estilo sorprendente (y a menudo excéntrico), menos de ocho habitaciones, rara vez un letrero, nada que se parezca a un área de recepción, una base de clientes construida por el boca a boca y dueños con una fuerte -y a veces renombrada- personalidad.
Tomemos el pionero ejemplo de 3Rooms en el número 10 del Corso Como de Milán. El invento de un icono de la moda local, Carla Sozzani, el 3Rooms se encuentra en estiloso complejo de Sozzani en el número 10 del Corso Como -una antigua bodega que es ahora una bien montada boutique para hombres y mujeres, una galería de arte contemporáneo (considerada la mejor de Milán), y un animado y exclusivo restaurante, bar y café con terraza, en torno a un frondoso patio. Abierto en 2003, los tres apartamentos individuales tienen cada uno entrada propia, dormitorio, recibidor y lavabos y fueron diseñados con la ayuda del socio de Sozzani, el artista americano Kris Ruhs.
"Cuando viajo, en realidad no me gusta alojar en hoteles", dijo Sozzani. "Siempre he soñado con comprar o alquilar mi propio apartamento en un lugar, pero, por supuesto, es imposible. Quería que la gente se sintiera en casa, fuera de casa". La "casa" de Sazzoni es un escaparate del diseño moderno: sillas Swan and Egg, de Arne Jacobsen, mesas de cristal diseñadas a medida, cubrecamas Charles and Ray Eames, un sofá Noguchi, televisor y equipo audio de Bang & Olufsen, y lavabos cubiertos de mosaicos de Bisazza.
El diseñador francés Azzedine Alaïa, amigo de Sozzani, se inspiró tanto con la idea que la prosiguió en París a fines del año pasado con su 3Rooms en el número 5 de la calle de Moussy. Oculto en el propio conjunto de apartamentos de Alaïa en el Marais, que incluye un estudio, una tienda y su apartamento privado, decoró personalmente los interiores. Las ventiladas suites de 120 metros cuadrados, de suelo de concreto y paredes blancas, que incluyen todas una pequeña cocina, están salpicadas de futurísticos objetos de diseño -sillas de Marc Newson, mesas de Jean Nouvel, lámparas de Serge Mouille- de su colección privada.
Desde la ventana de atrás de una de las suites, los huéspedes pueden atisbar el taller de Alaïa y mirar trabajar a los modistos. Mientras Sozzani pidió a una mujer que conocía, en el pasado cónsul de Venezuela en Italia, que supervisara las operaciones del día a día de sus habitaciones, Alaïa introdujo a un profesional de la hostelería -Patrice Brunel, que había trabajado en el Savoy de Londres. "Cuando llegué, pensé: ‘Dios mío, ¿cómo va a funcionar esto?", dijo Brunel. "Pero el hecho es que es un buen concepto. Es realmente vivir como un parisino en París".
Las nuevas Miauw Suites en el moderno distrito sur de Amberes también incluyen tres suites de estilo contemporáneo y un propietario que es diseñador de moda. "Lo veo como la forma moderna de viajar", dijo Analik (sólo usa su nombre de pila), 34, mientras descansaba en el segundo piso de suite Sand, un recibidor con una alfombra texturizada de color crema y un sofá de cuero, un cocina de acero inoxidable y un limpio y aireado dormitorio con elegantes lavabos. "Es lo más cerca a que un amigo te invite a alojar". Pero pocos de nosotros tenemos un amigo tan conectado como Analik; si la ocasión es la correcta, también lleva a visitantes a sus exclusivas ventas de muestras de primavera y otoño en Amberes.
Algunos huéspedes reservan solamente para el fin de semana, mientras otros se quedan por períodos más largos. Analik dice que en estos momentos tiene un huésped que reservó por siete semanas.
El próximo mes, Analik abrirá las Miauw Suites en Amsterdam arriba de su boutique en la elegante área de las Nueve Calles de la ciudad. "Creo que este estilo de alojamiento se convertirá en algo cada vez más normal", dijo.
Marcel Wanders, un diseñador holandés de Amsterdam, también piensa así. Abrió recientemente su primer proyecto de hotel, Lute Suites, con un socio, a 16 kilómetros al sudeste de Amsterdam en la antigua fábrica de municiones en el pueblo de Ouderkerk aan de Amstel. Entrar en cualquiera de sus siete suites dúplex autónomas (antes eran apartamentos para los trabajadores de la fábrica) y es como entrar en las páginas de un cuento de hadas: los colgaderos son de platillos de té, las sillas parecen estar entretejidas con telarañas, camas están apartadas arriba en el ático, y algunas de las bañeras parecen panes de jabón gigantes.
El próximo mes Suites empezará a operar una lancha para transportar a los huéspedes hacia el centro de Amsterdam, y Wanders dice que piensa inaugurar más suites autónomas en toda la ciudad. "Podríamos alojar a dos en un barco-vivienda, dos en el barrio rojo y quizás dos más cerca del Museo Van Gogh", dijo. Ahora, con una persona que hace, simultáneamente, las veces de recepcionista, conserje y gerente, el servicio es irregular en Lute Suites (especialmente cuando se consideran los 387 dólares y tarifas diarias ascendentes), pero a los fans del fantasioso diseño de Wanders no les importa.
"Siempre habrá gente que prefiere los grandes hoteles con todas sus comodidades y campanillas y pitos", dijo Lulu Townsend, dueña de Chic Retreats, "pero lo que está de moda son lugares más pequeños donde una puede esconderse y estar en la intimidad". Es por eso que empezó con Chic Retreats a fines de 2002. Es una agencia londinense con el eslogan "Lo Chico Es Bonito", que representa hoteles de lujo privados con menos de 30 habitaciones. Varias de las propiedades en su sitio en internet (www.chicretreats.com) corresponde con la moda haute B & B. Un ejemplo es la Residenza Napoleone III cerca de las Escaleras Españolas de Roma, una suite de tres habitaciones de un lujo extremo, con mayordomo, llenos de invalorables muebles antiguos, de propiedad de la princesa Letizia Ruspoli.
También parte de Chic Retreats es la Casa de Madrid, en Madrid, que comprende siete dormitorios diseñados por su propietaria, una aristócrata e historiadora del arte llamada Marta Medina. Una mujer elegante en sus sesenta, se la encuentra frecuentemente en el lugar, aconsejando a sus huéspedes sobre el té en el salón Old World, con vistas al Teatro Real. Es un poco como si la persona bien de Manhattan, Nan Kempner, abriera su casa en el Upper East Side a clientes.
Claus Sendlinger, director ejecutivo de Design Hotels, también observó el fenómeno de las suites de estilo. Llama a los lugares "un proyecto de amor" que empezó como un hobby entre personas que trabajan en otras industrias". Menciona a un miembro de Design Hotel que reúne las condiciones: Charming House DD.724, de la Colección Peggy Guggenheim en Venecia.
"Charming House es propiedad de una gran dama, una gran amante del arte, que decidió abrir un pequeño hotel con siete habitaciones", dijo. Pero tiene el mérito del recientemente cerrado West Street, en el West End de Londres, que abrió en 2001 con tres habitaciones exclusivas arriba de un elegante salón restaurante, como uno de los primeros en unirse a la moda.
Aunque Nueva York ofrece varias ventajas para los hoteles de diseñadores, de momento no ha llamado la atención del concepto haute B&B. Sin embargo, Miami Beach, tiene la Casa Tua, de cinco suites, que abrió en South Beach en 2003 y cuyo apropiado eslogan es "La Intimidad Es Preciosa". La intimidad aquí lo es tanto que el precio de las habitaciones empieza a 500 dólares; como la haute couture, haute B & B es rara vez barata.

Amberes: Miauw Suites Antwerp, Marnixplaats 14; (31-20)422 0561; www.analik.com/miauwantwerp.html; $187 noche, $967semana, at $1.29 al cambio del euro.
Madrid: Casa de Madrid, Arrieta, 2; (34-91) 5595791; www.casademadrid.com; empieza con 303 dólares para dos personas.
Miami Beach: Casa Tua, 1700 James Avenue; (305) 673-0973; www.casatualifestyle.com; desde $500.
Milan: 3Rooms 10 Corso Como, 10 Corso Como; (39-02) 626163 www.3rooms-10corsocomo.com; $380 noche ($335 tres noches o más).
Ouderkerk aan de Amstel, Holanda: Lute Suites, 54-58 Amsteldijk Zuid; 54-58; (31-20) 4722462; www.lutesuites.com; $387 to $742 a noche.
París: 3Rooms 5 Rue de Moussy, 5, rue de Moussy, Fourth Arrondissement; (33-1) 44.78.92.00, info@3rooms-5ruedemoussy.com; $580 noche para dos.
Roma: Residenza Napoleone III; Largo Goldoni, 56; (39-34) 77337098; online en www.residenzanapoleone.com; $1,548 en abril, mayo, junio, septiembre y octubre y $1,225 en otros meses.
Venecia: Charming House DD.724, Dorsoduro 724; (39-041) 2770262; www.dd.724.it; desde $258.

26 de agosto de 2005
29 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh

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