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presidente del bien y del mal (cap. i)


[Peter Singer] George W. Bush no es solamente presidente de Estados Unidos, sino también su moralista más prominente. No se tiene memoria de ningún otro presidente que haya hablado tan a menudo sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto. Su discurso inaugural fue un llamado a construir "una sola nación de justicia y oportunidades". Un año más tarde, proclamó a todos los vientos que Corea del Norte, Irán e Iraq conformaban un "eje del mal". En contraste, llamó a Estados Unidos "una nación moral". Defiende su política de hacienda en términos morales, diciendo que es honesto devolver a los ciudadanos lo que les pertenece en derecho. Alega que el libre comercio "no es solamente una cuestión de dinero, sino de ética". El libre comercio es un "imperativo moral". Otro "imperativo moral", dice, es aliviar el hambre y la pobreza en el mundo.
Ha dicho que "la necesidad más urgente de América son valores morales más altos". Al delinear la "doctrina Bush", que justifica los ataques preventivos contra aquellos que puedan amenazar a América con armas de destrucción masiva, afirmó: "La verdad ética es la misma en todas las culturas, en todas las épocas, en todas partes". Pero, ¿en qué verdades éticas cree el presidente? Considerando todo lo que dice sobre ética, es sorprendente lo poco que ha habido de discusión seria sobre la filosofía moral de George W. Bush.
La tendencia de Bush a ver el mundo en términos del bien y del mal es particularmente impactante. Ha hablado sobre el mal en 319 discursos diferentes, casi un 30% de todos los discursos que ha leído entre el momento en que asumió la presidencia y el 16 de junio de 2003. En esos discursos usa la palabra "mal" como substantivo más a menudo que como adjetivo: 914 veces como substantivo contra 182 usos adjetivos. De todas estas ocasiones en que Bush habla del mal, solamente en 24 lo usa como adjetivo para describir lo que la gente hace, es decir, para juzgar acciones o hechos. Ello hace suponer que Bush no está pensando tanto en hechos malos, o incluso en gente mala, como en el mal como una cosa, o una fuerza, algo que existe realmente, aparte de los actos crueles, despiadados, brutales y egoístas de los que son capaces los seres humanos. Su disposición a hablar del mal de esta laya hace surgir la pregunta sobre el significado que puede tener el mal en un mundo moderno y secular.
Mi interés profesional en la ética del presidente data de su intervención en mi propio campo, la bio-ética, en su primera alocución televisada a la nación el 9 de agosto de 2001, en horas de máxima audiencia. El discurso giraba sobre las cuestiones éticas que habían surgido con la investigación sobre los embriones humanos. Yo estaba preparando un seminario de posgrado sobre bioética, cuando me enteré de que Bush iba a dirigirse a la nación sobre ese tema. Problemas sobre la condición moral de los embriones humanos formaban parte de mi curso y pensé que podía ser interesante para mis estudiantes que leyeran y discutieran lo que el presidente tenía que decir. Fue una buena herramienta pedagógica, ya que el discurso proveía un ejemplo claro de suposiciones sin fundamento que son muy comunes en el debate sobre el aborto y la vida humana en sus estadios más tempranos. Después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, el país desvió la atención de la discusión sobre células madre al terrorismo y cómo responder ante este. Pero una vez que la ética de Bush hubo cautivado mi atención en un terreno, puse más atención en todos los demás campos que él veía en términos morales. Me pregunté a mí mismo, "¿Tiene el presidente una filosofía moral coherente? Y, si es así, ¿en qué consiste?"
En este libro se expone la ética de George W. Bush tal como se encuentra en sus discursos, escritos y otros materiales y en las decisiones que ha tomado como representante elegido. No intenta la tarea imposible de cubrir todo lo que ha dicho y hecho, ni incluso los temas principales de su presidencia, sino que se concentra en aquellos temas que pusieron en cuestión de manera más radical principios éticos fundamentales y que, por tanto, revelan las ideas del presidente sobre el bien y el mal.
Una vez que tengamos en claro la ética de Bush, surgirá la pregunta: ¿Es sensata? Ésa es la pregunta que se plantea cualquiera que crea que en cuestiones éticas hay espacio para la razón y la argumentación. Algunos piensan que todo lo que podemos hacer en ética es declarar nuestra posición, y que si otros sostienen opiniones diferentes, no podemos debatir con ellos, como si fuera una cuestión de gustos. Bush rechaza este escepticismo sobre moralidad. Durante la inauguración de su segundo término como gobernador de Texas, dijo que nuestros hijos deberían no solamente aprender a leer y a escribir, sino también a distinguir entre el bien y el mal, y agregó: "Alguna gente cree que es erróneo emitir juicios morales. Yo, no". Bueno, yo tampoco, ése es un principio ético sobre el cual el presidente y yo coincidimos. Si la razón y el debate no fueran útiles para llegar a juicios éticos, no educaríamos a nuestros hijos sobre el bien y el mal sino que los adoctrinaríamos en los valores de nuestra sociedad, o en otros valores propiamente nuestros, sin darles las razones por las que creemos que esos valores son verdaderos. Yo asumiré que cuando el presidente Bush dijo que nuestros hijos deberían aprender a distinguir entre el bien y el mal, no estaba sugiriendo que teníamos que adoctrinarlos. Así, debe de pensar, como yo, que podemos discutir con provecho diferentes posturas éticas posibles y juzgar cuáles de ellas son las más defendibles. En el curso del libro sostendré que las propias posiciones morales de Bush no son a menudo defendibles. Si logro persuadirle de mi opinión, habré probado que Bush tiene razón cuando afirma que es posible enseñar a distinguir entre el bien y el mal.
Como hemos visto, la disposición de Bush para hablar del bien y del mal data de antes del 11 de septiembre de 2001, de antes de su elección como presidente y de antes de que su campaña por ese puesto se centrara en la idea (que todo el mundo entendía que era para contrastarse con Bill Clinton) de que él llevaría "honor y dignidad" a la Casa Blanca. Bush empieza sus memorias de la pre-elección, ‘A Charge to Keep', diciendo que uno de los momentos más definitorios de su vida tuvo lugar durante el servicio religioso justo antes de que jurara para su segundo término como gobernador de Texas. Según cuenta Bush, el pastor Mark Craig dijo que la gente "necesita líderes con coraje moral y ético... líderes con el coraje moral para hacer lo que es bueno por las buenas razones". Bush nos cuenta que ese sermón llegó directamente "a mi corazón y a mi vida", impulsándolo a hacer más de lo había hecho en sus primeros cuatro años como gobernador. Parece que decidió convertirse en el tipo de líder que el pastor Craig había dicho que la gente necesitaba. Pero a pesar de la afirmación de Bush de que el sermón de Craig fue uno de esos momentos que "te cambian para siempre... que te ponen en una senda diferente", parece que él estaba ya antes en esa senda. La moralidad estuvo en el centro de su discurso inaugural al iniciar su segundo término como gobernador, que había preparado, obviamente, antes de que oyera el sermón de Craig. Después de decir que nuestros hijos deben aprender a distinguir entre el bien y el mal, prosiguió, "Tienen que aprender a decir sí a la responsabilidad, sí a la familia, sí a la honestidad y al trabajo... y no a las drogas, no a la violencia, no a la promiscuidad o a tener hijos fuera del matrimonio". En qué momento preciso decidió Bush hacer de la ética un tema central de su vida pública es difícil de determinar. Quizás fue durante un fin de semana del verano de 1985, cuando Bush se unió a sus padres y otros parientes en la residencia de verano de Bush en Kennebunkport, Maine. El evangelista Billy Graham estaba invitado a unirse a la familia y cuando Bush paseaba por la playa, Graham, según se dice, le preguntó si estaba "bien con Dios". Bush replicó que no estaba seguro, pero la conversación lo estaba haciendo pensar sobre ello. En ‘A Charge to Keep', el presidente tiene a este momento como el momento en que "el reverendo Billy Graham plantó una semilla en mi alma", que lo condujo "a encomendar mi corazón a Jesús" y se convirtió en un lector habitual de la Biblia. Las creencias cristianas de Bush juegan ciertamente un importante papel en sus reflexiones morales.
El hecho de que George W. Bush sea el presidente de la única superpotencia del mundo es razón suficiente como para querer entender su filosofía moral. Pero no es la única razón. Bush representa una postura moral distintivamente americana -por supuesto, no la comparten todos los americanos, pero juega un papel más central en la vida pública americana que en cualquiera otra parte. Como he vivido la mayor parte de mi vida fuera de los Estados Unidos, me asombro con frecuencia de lo diferente que piensan los americanos a los europeos, australianos e incluso canadienses, sobre cuestiones sociales, políticas y éticas. Bush y yo somos de la misma generación -nacimos incluso el mismo día, el 6 de julio de 1946- y, sin embargo, en muchas cosas vivimos en universos éticos diferentes. Comprender mejor a Bush es comprender una tendencia en el complejo conjunto de ideas que hace de América algo diferente. Por ello, este libro no es solamente un estudio de la ética de un presidente de los Estados Unidos, sino también la visión de alguien que observa desde fuera un rasgo importante del modo de pensar de los americanos -un modo de pensar que inspira actualmente la política de la nación dominante del planeta y que propugna abiertamente el objetivo de hacer del siglo veintiuno "el siglo de Estados Unidos".
Dado el significado global de la filosofía de Bush sobre el bien y el mal, puede parecer sorprendente que los filósofos hayan prestado tan poca atención a su ética. Una razón probable de ello es que los filósofos lo consideran indigno de atención. Cuando he contado a mis amigos y colegas que estoy escribiendo un libro sobre ‘la ética de Bush', algunos de ellos bromean diciendo que la frase es un oxímoron, o que debe de ser un libro muy breve. ¿Acaso no me doy cuenta, me preguntan incrédulamente, de que Bush no es más que un político que dice cualquier cosa para ser elegido, o re-elegido? No tiene ni siquiera capacidad de concentración, me dicen, menos todavía de pensar profundamente, de pensar una filosofía coherente. Me sugieren que en lugar de gastar mi tiempo tomando en serio sus observaciones sobre ética, debería exponer la hipocresía de sus chácharas sobre moralidad. Debería mostrar que no hace otra cosa que favorecer los intereses de sus amigos de la industria petrolífera, o las grandes corporaciones y los adinerados individuos que contribuyen de modo tan determinante a las arcas de sus campañas.
Hay veces en que en este libro me pregunto si lo que hace el presidente Bush es coherente con lo que cree. Obviamente, Bush es un político, y está sujeto a las mismas presiones que otros políticos, pero creo que la verdad es más compleja de lo que sugieren mis escépticos amigos. Incluso si tienen razón acerca de los motivos del presidente, ello no agota el interés en la filosofía moral que defiende.
Millones de americanos creen que es sincero, y comparten las ideas que defiende en un amplio rango de temas morales. También aceptan sin más la imagen brillante y positiva de América y la particular bondad que ilumina sus discursos. Aquellos que piensan que tengo una visión ingenua de las ideas de Bush pueden por ello ver mi libro como un análisis y crítica de un conjunto de creencias ampliamente compartidas por el público americano, independientemente de si el principal portavoz de esa posición realmente cree en lo que dice. Por ello, mi punto de partida es tomar en serio lo que dice Bush, e indagar en lo defendible de sus posiciones.

24 abril 2004
©the new york times ©traducción mQh

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