debate equivocado sobre terrorismo
[Richard A. Clarke] El último mes ha presenciado una notable serie de acontecimientos que han concentrado el interés de la opinión pública y de los medios de comunicación, en las deficiencias de Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo musulmán fundamentalista. Esta catarsis, que no ha terminado, es necesaria para nuestra psique nacional. Si sacamos las lecciones correctas, puede ser también una parte esencial de nuestra futura victoria sobre los que ahora nos amenazan.
Pero ¿cuáles son las lecciones correctas? Propongo algunas en mi libro, y muchos lo han intentado desde las audiencias del 11 de septiembre, pero esas iniciativas se han visto eclipsadas por reacciones partidistas.
Una lección es que incluso aunque seamos la única superpotencia existente -como lo éramos antes del 11 de septiembre-, estamos seriamente amenazados por una guerra ideológica dentro del islam. Es una guerra civil en la que la facción extremista está atacando a Occidente y a los musulmanes moderados. Una vez que reconozcamos que la lucha dentro del islam -que no una "guerra de civilizaciones" entre el Oriente y Occidente- es el fenómeno con el que nos enfrentamos, podremos empezar a elaborar una estrategia y una táctica para hacerlo. Es una batalla no sólo de bombas y balas sino principalmente de ideas. Es una guerra que estamos perdiendo. Y el mundo musulmán está asumiendo una actitud de creciente inquina hacia Estados Unidos e incluso algunos expresan respeto por el movimiento de la guerra santa.
No pretendo conocer la fórmula para ganar la guerra ideológica. Pero sé que no podemos ganarla sin una ayuda significativa de nuestros amigos musulmanes, y que muchas de nuestras acciones (especialmente la invasión de Iraq) han hecho mucho más difícil lograr esa colaboración y esa credibilidad.
Lo que hemos intentado en la guerra de ideas también ha fracasado. Está claro que versiones gubernamentales de MTV o de CNN en árabe no harán mella en la popularidad del movimiento de la guerra santa contra Estados Unidos. Tampoco servirán de nada los llamados de Washington a la democratización del mundo árabe si esos llamados provienen de un líder que está tratando de imponer la democracia en un país árabe a punta de bayoneta. Por ello, la muy cacareada iniciativa democrática para el Medio Oriente murió antes de nacer.
También debemos ser cautos a la hora de promover la democracia en esa región, ya que podemos minar los regímenes existentes sin tener un plan estratégico de lo que debería ocurrir y cómo. El abandono del Sha de Irán en 1979, por el presidente Jimmy Carter, debería ser una lección de advertencia. Así, también, deberíamos ser castigados por los costes de eliminar el régimen de Sadam Husein, casi 25 años después del Sha, sin un plan detallado de lo que debería pasar.
Otros aspectos de la guerra de ideas incluyen hacer progresos reales en el conflicto palestino-israelí, al mismo tiempo que se garantiza la seguridad de Israel y se encuentran contrapesos ideológicos y políticos de Bin Laden y de los imames radicales. Deberíamos prestar tanta atención a elaborar una estrategia comprehensiva para ganar la batalla de las ideas como a otros aspectos de la guerra contra los terroristas o si no, estaremos en esta guerra en un futuro previsible. Pues aunque muera Osama Bin Laden, sus ideas continuarán. Incluso si se atacara a la jefatura de Al Qaeda, ésta se ha metamorfoseado en un monstruo de mil cabezas que ha llevado a cabo más ataques de envergadura en los 30 meses que siguieron al 11 de septiembre que en los tres años anteriores.
La segunda lección importante del último mes de controversia es que la organización encargada de la aplicación de la ley y de las labores de inteligencia de Estados Unidos no ha reconocido completamente la gravedad de la amenaza previa al 11 de septiembre. Como ello ahora ha quedado tan claro, habrá una tendencia a enfatizar los arreglos organizativos. La comisión del 11 de septiembre y el presidente Bush parecen haber entablado una carrera para proponer la creación de un "director nacional de inteligencia" que controlará todos los servicios secretos. La comisión también puede recomendar la creación de un servicio de inteligencia interior, probablemente siguiendo el modelo del MI-5.
Aunque algunos cambios estructurales son necesarios, son sólo una pequeña parte de la solución. Y se corre el riesgo de que al concentrarse en los diagramas de la cadena de mando de las agencias federales, se distraiga nuestra atención de puntos más importantes de la agenda. Este nuevo director de la inteligencia nacional sólo podrá hacer cambios marginales al presupuesto e interacciones de la agencia. La tarea más importante es mejorar la calidad de los analistas, agentes y gerentes de la principal agencia de contraespionaje, la Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency).
Además, ningún servicio de inteligencia doméstica nuevo podría salir del FBI (Federal Bureau of Investigation) y del Departmento de Seguridad Nacional (Department of Homeland Security). En realidad, crear una organización nueva cuando nos encontramos en una fase clave de la lucha contra el terrorismo, ignora la lección que hemos aprendido desde la creación de la Seguridad Nacional. Muchos observadores, incluyendo a algunos del nuevo departamento, concuerdan ahora en que la integración forzada y la reorganización de 22 agencias desvió la atención de las misiones de varias agencias que era necesario que persiguieran a los terroristas y redujeran nuestras debilidades en casa.
Ahora mismo no necesitamos una nueva agencia. Sin embargo, sí necesitamos crear dentro del FBI una organización fuerte que sea enteramente diferente del departamento de policía federal que fue incapaz de detectar la presencia de Al Qaeda antes del 11 de septiembre. De momento, toda versión americana del MI-5 debe ser una rama dentro del FBI -una rama con analistas, agentes y gerentes del más alto nivel.
Más que crear nuevas organizaciones, lo que necesitamos es remozar a la CIA y al FBI. No deben seguir siendo dominadas por arribistas que han diseñado cuidadosamente sus ascensos y asegurado sus jubilaciones, eludiendo el riesgo y la innovación durante décadas. Las agencias necesitan infusiones regulares a través de sus rangos superiores de directores y pensadores de otras organizaciones culturales más creativas.
En el nuevo FBI, la puntería, los arrestos y otras técnicas del curso de preparación física no deberían ser requisitos previos para el reclutamiento y enrolamiento de agentes. Igualmente, dentro de la CIA deberíamos terminar con la creencia de que -según dijo George Tenet, director de la agencia de inteligencia, a la comisión del 11 de septiembre- aquellos que no han trabajado nunca en el directorado de operaciones no pueden entenderlo y no están calificados para criticarlo.
Finalmente, debemos tratar de alcanzar un nivel de debate público sobre estos temas, que sea al mismo tiempo enérgico y de respeto mutuo. Yo esperaba, con mi libro y mi testimonio, hacer más activa y legítima la crítica de la conducta de la guerra contra el terrorismo y la guerra separada de Iraq. Necesitamos un debate público si queremos tener éxito. No deberíamos rechazar a los críticos con difamaciones, ni deberíamos mancillar el buen nombre de los partidarios del Acta Patriótica llamándoles fascistas.
Todos queremos derrotar a los yihadistas. Para ello, necesitamos estimular un debate activo, crítico y analítico en Estados Unidos sobre cómo hacerlo de la mejor manera. Y si ocurre todavía otro ataque en este país, no debemos apanicarnos ni sofocar el debate como hicimos durante demasiado tiempo después del 11 de septiembre.
Pero ¿cuáles son las lecciones correctas? Propongo algunas en mi libro, y muchos lo han intentado desde las audiencias del 11 de septiembre, pero esas iniciativas se han visto eclipsadas por reacciones partidistas.
Una lección es que incluso aunque seamos la única superpotencia existente -como lo éramos antes del 11 de septiembre-, estamos seriamente amenazados por una guerra ideológica dentro del islam. Es una guerra civil en la que la facción extremista está atacando a Occidente y a los musulmanes moderados. Una vez que reconozcamos que la lucha dentro del islam -que no una "guerra de civilizaciones" entre el Oriente y Occidente- es el fenómeno con el que nos enfrentamos, podremos empezar a elaborar una estrategia y una táctica para hacerlo. Es una batalla no sólo de bombas y balas sino principalmente de ideas. Es una guerra que estamos perdiendo. Y el mundo musulmán está asumiendo una actitud de creciente inquina hacia Estados Unidos e incluso algunos expresan respeto por el movimiento de la guerra santa.
No pretendo conocer la fórmula para ganar la guerra ideológica. Pero sé que no podemos ganarla sin una ayuda significativa de nuestros amigos musulmanes, y que muchas de nuestras acciones (especialmente la invasión de Iraq) han hecho mucho más difícil lograr esa colaboración y esa credibilidad.
Lo que hemos intentado en la guerra de ideas también ha fracasado. Está claro que versiones gubernamentales de MTV o de CNN en árabe no harán mella en la popularidad del movimiento de la guerra santa contra Estados Unidos. Tampoco servirán de nada los llamados de Washington a la democratización del mundo árabe si esos llamados provienen de un líder que está tratando de imponer la democracia en un país árabe a punta de bayoneta. Por ello, la muy cacareada iniciativa democrática para el Medio Oriente murió antes de nacer.
También debemos ser cautos a la hora de promover la democracia en esa región, ya que podemos minar los regímenes existentes sin tener un plan estratégico de lo que debería ocurrir y cómo. El abandono del Sha de Irán en 1979, por el presidente Jimmy Carter, debería ser una lección de advertencia. Así, también, deberíamos ser castigados por los costes de eliminar el régimen de Sadam Husein, casi 25 años después del Sha, sin un plan detallado de lo que debería pasar.
Otros aspectos de la guerra de ideas incluyen hacer progresos reales en el conflicto palestino-israelí, al mismo tiempo que se garantiza la seguridad de Israel y se encuentran contrapesos ideológicos y políticos de Bin Laden y de los imames radicales. Deberíamos prestar tanta atención a elaborar una estrategia comprehensiva para ganar la batalla de las ideas como a otros aspectos de la guerra contra los terroristas o si no, estaremos en esta guerra en un futuro previsible. Pues aunque muera Osama Bin Laden, sus ideas continuarán. Incluso si se atacara a la jefatura de Al Qaeda, ésta se ha metamorfoseado en un monstruo de mil cabezas que ha llevado a cabo más ataques de envergadura en los 30 meses que siguieron al 11 de septiembre que en los tres años anteriores.
La segunda lección importante del último mes de controversia es que la organización encargada de la aplicación de la ley y de las labores de inteligencia de Estados Unidos no ha reconocido completamente la gravedad de la amenaza previa al 11 de septiembre. Como ello ahora ha quedado tan claro, habrá una tendencia a enfatizar los arreglos organizativos. La comisión del 11 de septiembre y el presidente Bush parecen haber entablado una carrera para proponer la creación de un "director nacional de inteligencia" que controlará todos los servicios secretos. La comisión también puede recomendar la creación de un servicio de inteligencia interior, probablemente siguiendo el modelo del MI-5.
Aunque algunos cambios estructurales son necesarios, son sólo una pequeña parte de la solución. Y se corre el riesgo de que al concentrarse en los diagramas de la cadena de mando de las agencias federales, se distraiga nuestra atención de puntos más importantes de la agenda. Este nuevo director de la inteligencia nacional sólo podrá hacer cambios marginales al presupuesto e interacciones de la agencia. La tarea más importante es mejorar la calidad de los analistas, agentes y gerentes de la principal agencia de contraespionaje, la Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency).
Además, ningún servicio de inteligencia doméstica nuevo podría salir del FBI (Federal Bureau of Investigation) y del Departmento de Seguridad Nacional (Department of Homeland Security). En realidad, crear una organización nueva cuando nos encontramos en una fase clave de la lucha contra el terrorismo, ignora la lección que hemos aprendido desde la creación de la Seguridad Nacional. Muchos observadores, incluyendo a algunos del nuevo departamento, concuerdan ahora en que la integración forzada y la reorganización de 22 agencias desvió la atención de las misiones de varias agencias que era necesario que persiguieran a los terroristas y redujeran nuestras debilidades en casa.
Ahora mismo no necesitamos una nueva agencia. Sin embargo, sí necesitamos crear dentro del FBI una organización fuerte que sea enteramente diferente del departamento de policía federal que fue incapaz de detectar la presencia de Al Qaeda antes del 11 de septiembre. De momento, toda versión americana del MI-5 debe ser una rama dentro del FBI -una rama con analistas, agentes y gerentes del más alto nivel.
Más que crear nuevas organizaciones, lo que necesitamos es remozar a la CIA y al FBI. No deben seguir siendo dominadas por arribistas que han diseñado cuidadosamente sus ascensos y asegurado sus jubilaciones, eludiendo el riesgo y la innovación durante décadas. Las agencias necesitan infusiones regulares a través de sus rangos superiores de directores y pensadores de otras organizaciones culturales más creativas.
En el nuevo FBI, la puntería, los arrestos y otras técnicas del curso de preparación física no deberían ser requisitos previos para el reclutamiento y enrolamiento de agentes. Igualmente, dentro de la CIA deberíamos terminar con la creencia de que -según dijo George Tenet, director de la agencia de inteligencia, a la comisión del 11 de septiembre- aquellos que no han trabajado nunca en el directorado de operaciones no pueden entenderlo y no están calificados para criticarlo.
Finalmente, debemos tratar de alcanzar un nivel de debate público sobre estos temas, que sea al mismo tiempo enérgico y de respeto mutuo. Yo esperaba, con mi libro y mi testimonio, hacer más activa y legítima la crítica de la conducta de la guerra contra el terrorismo y la guerra separada de Iraq. Necesitamos un debate público si queremos tener éxito. No deberíamos rechazar a los críticos con difamaciones, ni deberíamos mancillar el buen nombre de los partidarios del Acta Patriótica llamándoles fascistas.
Todos queremos derrotar a los yihadistas. Para ello, necesitamos estimular un debate activo, crítico y analítico en Estados Unidos sobre cómo hacerlo de la mejor manera. Y si ocurre todavía otro ataque en este país, no debemos apanicarnos ni sofocar el debate como hicimos durante demasiado tiempo después del 11 de septiembre.
Richard A. Clarke, ex jefe del contra-terrorismo en el Consejo Nacional de Seguridad, es el autor de ´Against All Enemies: Inside America´s War on Terror´.
25 abril 2004
©the new york times ©traducción mQh
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