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los títeres dirigen la función


[Martin Sieff] Washington. Ahmed Chalabi, el protegido de los neo-conservadores, parece ser el responsable de la desastrosa decisión de emprenderla contra Muqtada al-Sader. Chalabi, según se ha revelado en fuentes, continúa en la plantilla estadounidense, que paga a su partido, el Congreso Nacional Iraquí, casi 350 mil dólares al año por actividades de espionaje. Es Chalabi, además, quien parece estar detrás de las fabulaciones sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Husein. Hoy, Chalabi se opone fuertemente a una intervención de las Naciones Unidas en Iraq. Una figura intrigante y de futuro incierto en el Iraq de después de las elecciones. Ahora que en esta semana las tropas estadounidenses inician el asalto de Nayaf, estas informaciones recobran importancia. Al 13 de abril, informaba Martin Sieff, de la United Press International, de Washington.
¿Por qué lo hicieron? Les pareció una movida segura, a los personeros civiles del ministerio de Defensa, aprobar la funesta decisión del administrador de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC), L. Paul Bremer, de cerrar el periódico de Muqtada al-Sader y detener a un ayudante del joven e incendiario clérigo chií. Incluso después de que el Iraq chií hubiera estallado en furia por la incursión estadounidense del sábado 13 de abril, personeros de alto rango del Pentágono estaban convencidos de que todo era una tempestad en un vaso de agua.
Un insignificante acontecimiento, el domingo 14 de abril, el mismo día después de que la incursión desencadenara la revuelta, entrega la pieza perdida del puzzle. Porque fue entonces que la Autoridad Provisional de la Coalición anunció el nombre del nuevo ministro putativo de defensa de Iraq para una posición en el gobierno de después del 30 de junio. Su nombre is Alí Allawi, y es un leal y estrecho asociado de Ahmed Chalabi, jefe del partido Congreso Nacional Iraquí. Incluso más: es el sobrino de Chalabi.
Chalabi, un líder de toda la vida del exilio, nunca ha tenido una base de poder dentro de Iraq. Es un experimentado engatusador, condenado por un desfalco de millones de dólares del Petra Bank de Jordania -y condenado en ausencia a 22 años de trabajo forzado- pero protegido por los neo-conservadores de Washington. Han preparado el nombre de Chalabi como su hombre en Bagdad años antes de la conquista de Iraq. Chalabi, de 60 años, aunque chií, no ha vivido en Iraq desde los 12, y cuando retornó, lo hizo rodeado de una milicia personal -pagada por Estados Unidos- sin ningún apoyo político. Sin sus auspiciadores estadounidenses, no habría durado ni cinco minutos. Mucha gente le sospecha de sacar enormes beneficios de sus contratos con empresas estadounidenses en el país. Después de la guerra, Chalabi se fanfarroneaba abiertamente de haber entregado al gobierno estadounidense datos falsos que fueron fundamentales para espolonear la invasión. Sigue estando en la nómina de pago del Pentágono -340 mil dólares al mes-, sin contar los 40 millones de dólares que ha recibido a insistencia del Congreso republicano durante la pasada década. Dentro de Iraq, todo el mundo sospecha de él.
Del mismo modo que Bremer no hará jamás el menor movimiento sin la aprobación de sus jefes en el Pentágono, personeros del departamento de Defensa siguen dependiendo de Chalabi, y sólo de él, para sus evaluaciones políticas de Iraq. En conversaciones privadas y públicas, continúan mostrándose sorprendentemente entusiastas de las supuestas habilidades políticas de Chalabi, que creen incluso geniales, y proclaman repetidamente que es el único que puede mantener unido a Iraq y hacerlo funcionar. Dar a Chalabi carta blanca después del 30 de junio y darle todo el poder de fuego estadounidense que quiera para aplastar a sus enemigos: ése es su plan maestro, no hay otro.
La APC en realidad poseía datos "fiables" que apoyaban esta exageradísima interpretación. Las evaluaciones hechas por la inteligencia militar estadounidense en Iraq han concluido que al-Sader era una fuerza que se está apagando. El público que asiste a sus sermones es cada vez menor. El número de partidarios armados con los que podía contar para ejercer su voluntad, está disminuyendo. El tono de sus pronunciamientos públicos se ha hecho más chillón y más desesperado a medida que se acerca el traspaso de soberanía a líderes iraquíes el 30 de junio.
La información no era falsa ni eran ilusiones. Parece haber estado completamente acertado. El problema era que el secretario de defensa, Donald Rumsfeld, y su adjunto, Paul Wolfowitz, sin cuyas órdenes Bremer ni siquiera se atreve a respirar, lo interpretaron mal. Al atacar a al-Sader cuando no era necesario, revivieron la credibilidad del revoltoso entre la comunidad mayoritaria chií de Iraq (el 65 por ciento de la población). Y también abrieron las puertas a algo que los expertos neo-conservadores habían acordado unánimemente que era imposible: los partidarios chií de al-Sader y las guerrillas musulmanas sunníes hicieron causa común, que han estado combatiendo implacablemente a Estados Unidos en su propia zona en Iraq central.
No hay ninguna posibilidad de que la incursión contra al-Sader se tomara sin el conocimiento y el consentimiento previo de Chalabi. Al contrario, dado el extraordinario grado en el que los personeros del Pentágono y el vice-presidente Dick Cheney siguen desdeñando, en privado, las evaluaciones profesionales mucho más precisas, sensatas y confiables de la propia rama de la inteligencia militar táctica de Estados Unidos en Iraq, parece claro, una vez más, que Chalabi fue la cola que meneaba al perro. Era previsible que forzaría un ataque contra al-Sader.
Los beneficios para él son obvios. Chalabi cree -y así lo hacen también sus adoradores en el Pentágono- que tiene la bendición del supuestamente moderado Gran Ayatola Ali Sistani, el jefe religioso de la mayoría chií, para quedarse en el poder el 1 de julio, con el apoyo de una fuerza de 110 diez mil soldados estadounidenses y sus armas automáticas.
Sin embargo, del mismo modo que los neo-conservadores llevan al presidente Bush de la nariz, y Chalabi los jala a ellos por las suyas, Sistani y los iraníes lo han estado tirando desde hace un tiempo.
La posición de Sistani sobre la APC y Chalabi no ha sido diferente de la manera en que sobrevivió como ayatola durante todos los años del régimen de Sadam Husein, que fue toda una hazaña. Sistani se mantiene cauto, esperando y evitándose la ira de los que ahora son los mandamases de Bagdad. Dejará caer a Chalabi -y a Estados Unidos- con cualquier pretexto tan pronto como se haga evidente que ellos no pueden controlar ni domar Iraq.
Chalabi y los genios neo-conservadores del Pentágono muestran una obstinada ceguera ante la finísima naturaleza del "apoyo" que reciben de Sistani. Desde su perspectiva, Muqtada al-Sader era la única pega que quedaba. Mucho mejor, desde el punto de vista de Chalabi, es hacer que Estados Unidos se encargue del trabajo sucio y saque a al-Sader del camino, de modo que él pueda entonces emerger, con las manos limpias, como el líder unificador de Iraq el 1 de julio, antes que correr el riesgo de tener que eliminar a al-Sader él mismo.
Por supuesto, no resultó de esa manera. Al contrario, la revuelta chií se esparció como un reguero de pólvora por todo el sur y el centro de Iraq. Los insurgentes sunníes también se han unido a la causa de al-Sader. Lo peor que podía posiblemente pasar, está pasando ahora que al-Sader, al que Bremer se apresuró a poner fuera de la ley, puede ser liquidado por soldados estadounidenses, y activar con ello las emociones más apasionadas y extremas sobre el martiriologio entre los jóvenes chiíes en todo Iraq. Y tan pronto comenzó la revuelta, las muy publicitadas policía y fuerzas de seguridad iraquíes, que Bremer había declarado que estaban progresando, huyeron y eludieron todos los enfrentamientos.
También ha muerto el mito de la iraquización de la guerra. Los cerebros del Pentágono siguen determinados a llevar a Chalabi a la posición de facto de primer ministro y director supremo de Iraq el 1 de julio. A pesos pesados de la vieja guardia en los alrededores de Washington, se les ha asegurado que cientos de millones de dólares de pagos ilegales de compañías estadounidenses a Chalabi, por sus negocios en Iraq, serán usados en una buena causa: llevar la democracia -léase, desestabilizar- a los vecinos de Arabia Saudí e Irán.
Pero la revuelta de al-Sader significa que Chalabi será ahora capaz de gobernar sobre los hombros de al menos ciento diez mil soldados estadounidenses. Que se pueden transformar en el doble. Eso significa que Iraq no se normalizará a tiempo para cuando tenga lugar la convención nacional de los republicanos en Nueva York. Lejos de reducir de manera dramática el nivel de bajas estadounidenses iraquizando la seguridad, el traspaso elevará sin duda dramáticamente la escala y el ritmo de las bajas y muertes estadounidenses. Las fuerzas estadounidenses no podrán seguir agachándose de modo pasivo-reactivo en sus campamentos, como han hecho para reducir las bajas en los últimos meses en el centro de Iraq. Serán probablemente obligadas a tomar la ofensiva en las ciudades en un frente mucho más amplio, contra infinitamente más enemigos que los que tenían antes del 2 de abril.
Esta última desastrosa chapuza de Bremer y sus jefes para despejar el camino de Chalabi sigue siendo la más grande. ¿Usted cree que es malo? Para citar a Al Jolson, "Todavía no ha visto nada".

©salon.com ©traducción mQh

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