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tentación de la tortura


[James Glanz] Ocurrió dos meses antes del 11 de septiembre de 2001, en un país árabe que no será mencionado. El detenido iraquí no hablaba. Entonces, el traductor, un residente de un metro 90, de mandíbulas de acero, con cicatrices de las guerras en las que ha participado, se volvió hacia el interrogador.
"¿Quiere que lo ablande?", preguntó el traductor.

Nadie en la habitación tenía dudas sobre lo que implicaban esas palabras, asegura Marc Garlasco, un agente de inteligencia que estaba presente. Pero en lugar de continuar con ese perfecto guión para una película de serie B y permitir que el testarudo iraquí fuera aporreado o vejado, el interrogador explotó:
"¿Estás loco?", gritó.
Pidió una pausa y le preguntó si acaso él había revelado alguna vez bajo tortura algún secreto cuando lo capturaron. Nunca, dijo el traductor. "Oye", lo sermoneó. "La tortura no funciona".
La tortura puede hacer que la gente hable -pero un interrogador experimentado sabe que usualmente no se puede saber si lo que dice el detenido torturado o vejado es verdad o no, porque dirá siempre lo que él o ella crea que puede poner fin a la tortura. Los interrogadores novatos rara vez se dan cuenta de lo condicionada que puede ser la información obtenida bajo presión.
Ahora está claro que después del 11 de septiembre, escenas como esta en el cuarto de interrogatorios árabe, se hicieron menos frecuentes. Incluso antes de los maltratos en la prisión de Abu Graib -al menos de acuerdo a organizaciones de derechos humanos- se aplicaban técnicas de interrogatorio cuestionables, cercanas a la tortura, en bases en Afganistán y en el centro de detención estadounidense de Bahía Guantánamo, Cuba.
Cualquiera que sea la verdad de las otras acusaciones, el maltrato a prisioneros en Abu Graib clama por una explicación: ¿cómo pudieron soldados estadounidenses y contratistas civiles infligir semejante trato degradante a otros seres humanos?
Una respuesta, dicen psicólogos, viejos agentes de inteligencia y analistas militares, puede residir en la naturaleza de la tortura misma: la tortura y la vejación forman un paisaje sin fronteras, una terrible pendiente por la que puede deslizarse incluso el más experimentado de los interrogadores, una vez que se permiten recurrir a la más ligera presión física o psicológica.
Yehezkel Lein, director del departamento de investigación de B'Tselem, una organización israelí de derechos humanos, ha declarado que después de que Israel comenzara a restringir el uso de la presión física hacia fines de los años ochenta, inicialmente sólo limitó su uso a los prisioneros llamados ‘bombas de tiempo' -prisioneros con conocimiento de un ataque inminente. Pero dice que la investigación de B'Tselem mostró que incluso con esas instrucciones, casi el 80 por ciento de los palestinos detenidos terminaron siendo sometidos a técnicas físicas como privación grave del sueño, el tener que sentarse en posiciones incómodas durante horas, y cosas peores.
"Era imposible trazar una línea clara", asegura Lein. Se refiere a la práctica de agarrar a un prisionero por la camiseta y zarandearlo. Dijo que el zarandeo era a veces tan violento que varios prisioneros han llegado a morir.
"Puedes tratar de verlo en un continuum", dice la doctora Rona M. Fields, psicóloga e investigadora jefe del Centro de Estudios de Defensa Avanzados, de la facultad de ingeniería de la Universidad de George Washington.
Pero, agrega, "tan pronto una persona es intimidada, es tortura".
La doctora Fields da otro ejemplo de cómo la tortura en manos equivocadas puede entrar rápidamente en una espiral de pérdida del control y costar vidas. Después del golpe que llevó al general Augusto Pinochet al poder en Chile, los interrogadores militares que utilizaron métodos de tortura "grotescos y terribles", a menudo mataron a sus detenidos antes de enterarse de algo de valor, asegura la doctora Fields, obligando al país a volverse hacia una policía mejor adiestrada. El empleo de métodos que dijo que habían aprendido de los manuales de la CIA y del departamento de Defensa, la policía estuvo mejor preparada para mantener a los interrogados en vida hasta que revelaran la información, lo que a veces hicieron.
El debate sobre qué fue lo que salió tan terriblemente mal en la prisión de Abu Graib, en Iraq, ha oscilado entre la afirmación de que los soldados y los contratistas que maltrataron a los prisioneros, de algún modo atormentado, lo estaban pasando bien, y la posibilidad de que estuvieran obedeciendo órdenes.
"Quizá es una situación del tipo del ‘Señor de las Moscas', en que las normas básicas de la vida social no existen, dijo Garlasco, ahora analista militar jefe de Human Rights Watch, organización independiente de derechos humanos. Si es así, soldados de bajo nivel se comportaron movidos por lo que Boaz Ganor, director del International Policy Institute of Counterterrorism, Israel, llamó "su propia perversa satisfacción, que no tiene nada que ver con la lucha contra el terrorismo". A juzgar por otros casos de maltratos, los reservistas y contratistas civiles en la prisión estaban escasamente supervisados, dijo la doctora Fields. Eso -asegura- los hizo responsables de juzgar situaciones y elegir entre opciones de conducta que en la vida civil no se les habría confiado nunca, porque no son capaces de serlo.
Otra posibilidad es que hayan sido mandados por sus superiores a ‘ablandar' a los prisioneros, en palabras del traductor con mandíbula de acero. Pero si ello fuera verdad, entonces aquellos que estaban a cargo fueron todavía más ineptos que sus subordinados a la hora de interrogar, opinan los expertos.
"Tienes que ser capaz de confiar en la calidad de la información que obtienes", dijo Michael Baker, un veterano de la CIA (para la que trabajó durante 16 años), que es ahora gerente general de Diligence Middle East, una compañía de seguridad privada que opera ahora en Iraq. "Y una vez que se tortura al prisionero, cómo vas a confiar en lo que dice? porque la gente hará cualquier cosa para que no la torturen más", dijo Baker.
En otras palabras, la tortura no funciona.
La Convención de Ginebra contra la tortura prohíbe todo acto en el que se inflija intencionadamente dolor severo o apremios físicos o mentales a una persona, con el propósito de obtener información de él o informaciones sobre otra persona o una confesión.
Incluso esta cuidadosa fraseología es "obviamente, muy subjetiva", según Garlasco. Las directrices legales explicadas por el Centro de Inteligencia del Ejército y Fort Huachuca, Arizona, donde los interrogadores reciben adiestramiento, son más explícitas: "Los soldados no pueden usar ninguna forma de tortura física, incluyendo la privación de alimento, los golpes, causar dolor por medio de substancias químicas o de ataduras, o descargas eléctricas. Los soldados tampoco pueden usar la tortura mental, tales como ejecuciones simuladas, privación anormal del sueño o psicosis inducida químicamente".
Sin embargo, de alguna manera, las directrices han dado resultados. Ahora que el mundo espera las investigaciones sobre los maltratos de Abu Graib, el mensaje parece ser que sólo los interrogadores más experimentados y disciplinados tienen la posibilidad de no perder el equilibrio en la horrorosa y siniestra pendiente que se llama tortura.

9 mayo 2004 ©new york times ©traducción mQh"

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