NUEVA JUSTICIA IRAQUÍ SATISFACE A POCOS - jackie spinner
El nuevo tribunal iraquí sigue siendo desconocido para muchos iraquíes. Sin embargo, provoca la repulsa de todos los bandos, entre otras cosas, por su carácter improvisado. Hace unos días se informó además de que el organizador de este tribunal está siendo investigado por asesinato.
Bagdad, Iraq. Kamal Mutib Salim, un hombre con una cuidada barba con el mono amarillo de los presos, se detuvo brevemente para susurrar una oración antes de entrar a la sala del tribunal donde lo esperaban tres jueces en togas negras. Con su mano derecha, un agente de policía apretó firmemente la mano de izquierda de Salim y lo condujo a una jaula de madera con labrados ornamentales en el frente de la sala. Salim entró, cruzó los brazos sobre su ancho pecho y esperó a que comenzara su juicio.
El caso de Salim pasaba por el híbrido sistema judicial que surgió después de la invasión encabezada por Estados Unidos el año pasado como una mezcla de los estilos judiciales estadounidenses e iraquíes. Fue detenido por el ejército norteamericano en abril, cuando soldados de la Primera División de Infantería allanaron su casa y lo acusaron de poseer materiales para hacer explosivos. La semana pasada respondió a los cargos ante un tribunal iraquí -la Corte Penal Central instalado el año pasado por las autoridades de la ocupación norteamericana.
La corte, que hasta ahora ha visto 37 casos, con un total de 55 acusados, depende de una mezcla de leyes y reglas iraquíes redactadas por la ahora disuelta Autoridad Provisional. Aunque las autoridades militares norteamericanas dicen que han establecido algo nuevo en Iraq -un tribunal honesto que brinda a los acusados juicios correctos-, muchos iraquíes se han negado a aceptar el sistema endosado por el gobierno de Estados Unidos, incluso si es aplicado por iraquíes.
Mientras en Iraq la justicia tiende a ser expedita -antes del juicio de Salim, se juzgó y sentenció en dos horas a un hombre a muerte por homicidio doble-, el tribunal se ha estancado desde el principio, tratando sólo una parte de los cientos de casos que los militares piensan enviar a la corte.
En casos en que iraquíes han sido acusados de representar una amenaza para la seguridad, los jueces iraquíes han impuesto sentencias livianas, desde dos meses a seis años. La sentencia más dura, que implicaba a un detenido por seguridad que se había acercado a un puesto de control con cuatro morteros, dieciséis rondas de mortero, fusibles y cargas explosivas en el baúl de su vehículo, fue condenado a pasar 30 años en prisión, la pena mínima.
Pero la mayoría de los casos han resultado ser como el de Salim. Le dieron dieciocho meses, y su juicio proporcionó una ojeada en cómo una corte iraquí dispensa justicia a nombre de una fuerza militar.
La corte se reúne con fuertes medidas de seguridad en un edificio que fue antes un museo personal del derrocado presidente Saddam Hussein. El hombre encargado del tribunal, Luqman Thabit, fue también presidente del tribunal secreto especial de Saddam Hussein, en el que las sentencias eran a menudo dictadas por el presidente iraquí o su hijo. Thabit dijo que fue despedido y perseguido por Hussein hace tres años después de que se negara a condenar a muerte a cinco prostitutas. Jurídicamente hablando, las mujeres no podían ser condenadas a muerte, dijo Thabit mientras bebía té en su despacho antes de la sesión del tribunal.
Después de que el hijo de Hussein, Uday, hiciera ejecutar a las mujeres, dijo Thabit, le preguntaron de nuevo que les dictara pena de muerte, como una bofetada final.
"No puedes matar a alguien que ya está muerto", dijo Thabit. "Así que cuando me negué a ello, me sacaron del tribunal.
La nueva corte sobre la que preside "es completamente independiente", dijo Thabib. Debido a que la corte tiene competencia para oír todos los casos de amenazas a la seguridad y estabilidad en Iraq, el doble homicidio también terminó ante Thabit.
Como lo demostró el juicio de Salim, los militares norteamericanos no desempeñan un papel oficial en los trámites de la corte, excepto proporcionar testigos y un intérprete.
Los sargentos de segunda clase Guy Ridings, 31, de Waco, Texas, y Eduardo Fernández, 27, de Guayama, Puerto Rico, eran miembros de la unidad que allanó la casa de Salim. Los dos soldados, con sus uniformes de camuflaje, declararon que habían encontrado una batería, un reloj despertador desarmado y pilas escondidas en un aparador en la casa. Hablaron con Thabit a través de Maher Soliman, un abogado de divorcios de California que habla árabe que trabaja como fiscal especial para los militares de Estados Unidos.
Thabit, un personaje corto pero imponente que sentenció a muerte al doblo asesino diciéndole en un apasionado discurso que "la matanza debe terminar", preguntó a Fernández si acaso Salim se había resistido a la detención. No, respondió Fernández, y luego cogió al intérprete por el brazo. "Dile", le pidió Fernández a Soliman. "Dile que era temprano en la mañana y que él estaba durmiendo".
Antes de empezar el juicio, cuando esperaba con Fernández en un pequeño cuarto utilizado por los abogados militares, Ridings dijo que si fuera por él, Salim "no volvería a ver la luz del día".
"Todos los días muere algún soldado", dijo. "Recogí un cadáver de un vehículo no hace dos semanas. Espero que reciba lo que se merece".
En la sala del tribunal los soldados miraron solamente una vez a Salim, cuando el juez les pidió identificar al dueño de la casa donde encontraron los materiales.
Después de la declaración de los soldados, un guardia de civil y un agente de policía iraquí sacaron a Salim de la jaula de los acusados para pararse frente a los jueces. Grabados en el mármol rosado detrás hay una balanza de la justicia y un verso del Corán que dice: "Cuando juzgues entre hombre y hombre, lo harás con justicia".
Salim le dijo al juez que la batería la tenía de una fábrica de baterías en la que había trabajado y que sólo las conservaba para guardarlas después de que la fábrica fuera saqueada.
"¿No estás contra el ejército?", preguntó el juez. "¿No estás contra la policía iraquí?"
"No", respondió Salim. "No".
Más tarde, Salim pidió hablar con el juez. Gesticulando desde la jaula, Salim dijo que era víctima de una conspiración. El informante que había llamado al ejército era un viejo enemigo, dijo, y los materiales encontrados en la casa los usaba para pescar.
"Provoco descargas eléctricas en los peces, para pescarlos", dijo. "Pero yo no uso el temporizador".
Después de un receso de diez minutos para discutir el caso con otros jueces, Thabit anunció que estaba listo para leer el veredicto.
"Los materiales encontrados en tu casa pueden ser usados para hacer bombas", dijo Thabit, con la cabeza hacia Salim, en la jaula. "Pero no encontramos ninguna conexión entre el atentado con bomba en el barrio y los aparatos encontrados en tu casa".
Thabit condenó a Salim a dieciocho meses de cárcel.
Mukdad Alwan, el abogado de Salim, protestó diciendo que la corte, en primer lugar, no tenía derecho a introducir nuevos cargos contra su cliente. "Esta corte no tiene legitimidad", dijo en una entrevista después del veredicto.
Alwan dijo que no hay ninguna ley iraquí que prohíba la posesión de los materiales que los soldados dicen haber encontrado en la casa de Salim. "La ley iraquí encontró que mi cliente no es culpable, pero la corte no lo dijo. "Lo juzgaron según [los intereses de] las fuerzas de ocupación".
Aunque la corte está abierta al público, no muchos iraquíes saben que existe. Estadounidenses e iraquíes han expresado sorpresa y desilusión por la ligereza con que los jueces tratan a los detenidos por seguridad, como Salim.
Bashar, 25, un farmacéutico que se estaba arrodillando sobre una esterilla para orar detrás del mostrador de su tienda, dijo que la violencia parará cuando se tenga a los detenidos recluidos por más tiempo. "Hay gente muy mala en mi país. Desafortunadamente, necesitamos miles de personas como Saddam para controlarla", dijo Bashar, que se negó a mencionar su apellido. "La corte es legal, pero el juez no es justo. Debería meterlo en la cárcel por más tiempo".
El único que parecía satisfecho con el resultado era Salim.
Después de su juicio, saludó a su abogado fuera de la sala del tribunal con un beso en cada mejilla.
Bueno, le dijo Alwan a su cliente, pudo haber sido peor. El otro día a un tipo le dieron treinta años.
Salim exhibió una amplia sonrisa.
"Me lo tomaré con tranquilidad", dijo, indicando con su pulgar a los soldados norteamericanos. "Esos perros están muertos".
Omar Fekeiki y Luma Mousawi contribuyeron a este reportaje.
5 de agosto de 2004 ©traducción mQh
©washingtonpost
El caso de Salim pasaba por el híbrido sistema judicial que surgió después de la invasión encabezada por Estados Unidos el año pasado como una mezcla de los estilos judiciales estadounidenses e iraquíes. Fue detenido por el ejército norteamericano en abril, cuando soldados de la Primera División de Infantería allanaron su casa y lo acusaron de poseer materiales para hacer explosivos. La semana pasada respondió a los cargos ante un tribunal iraquí -la Corte Penal Central instalado el año pasado por las autoridades de la ocupación norteamericana.
La corte, que hasta ahora ha visto 37 casos, con un total de 55 acusados, depende de una mezcla de leyes y reglas iraquíes redactadas por la ahora disuelta Autoridad Provisional. Aunque las autoridades militares norteamericanas dicen que han establecido algo nuevo en Iraq -un tribunal honesto que brinda a los acusados juicios correctos-, muchos iraquíes se han negado a aceptar el sistema endosado por el gobierno de Estados Unidos, incluso si es aplicado por iraquíes.
Mientras en Iraq la justicia tiende a ser expedita -antes del juicio de Salim, se juzgó y sentenció en dos horas a un hombre a muerte por homicidio doble-, el tribunal se ha estancado desde el principio, tratando sólo una parte de los cientos de casos que los militares piensan enviar a la corte.
En casos en que iraquíes han sido acusados de representar una amenaza para la seguridad, los jueces iraquíes han impuesto sentencias livianas, desde dos meses a seis años. La sentencia más dura, que implicaba a un detenido por seguridad que se había acercado a un puesto de control con cuatro morteros, dieciséis rondas de mortero, fusibles y cargas explosivas en el baúl de su vehículo, fue condenado a pasar 30 años en prisión, la pena mínima.
Pero la mayoría de los casos han resultado ser como el de Salim. Le dieron dieciocho meses, y su juicio proporcionó una ojeada en cómo una corte iraquí dispensa justicia a nombre de una fuerza militar.
La corte se reúne con fuertes medidas de seguridad en un edificio que fue antes un museo personal del derrocado presidente Saddam Hussein. El hombre encargado del tribunal, Luqman Thabit, fue también presidente del tribunal secreto especial de Saddam Hussein, en el que las sentencias eran a menudo dictadas por el presidente iraquí o su hijo. Thabit dijo que fue despedido y perseguido por Hussein hace tres años después de que se negara a condenar a muerte a cinco prostitutas. Jurídicamente hablando, las mujeres no podían ser condenadas a muerte, dijo Thabit mientras bebía té en su despacho antes de la sesión del tribunal.
Después de que el hijo de Hussein, Uday, hiciera ejecutar a las mujeres, dijo Thabit, le preguntaron de nuevo que les dictara pena de muerte, como una bofetada final.
"No puedes matar a alguien que ya está muerto", dijo Thabit. "Así que cuando me negué a ello, me sacaron del tribunal.
La nueva corte sobre la que preside "es completamente independiente", dijo Thabib. Debido a que la corte tiene competencia para oír todos los casos de amenazas a la seguridad y estabilidad en Iraq, el doble homicidio también terminó ante Thabit.
Como lo demostró el juicio de Salim, los militares norteamericanos no desempeñan un papel oficial en los trámites de la corte, excepto proporcionar testigos y un intérprete.
Los sargentos de segunda clase Guy Ridings, 31, de Waco, Texas, y Eduardo Fernández, 27, de Guayama, Puerto Rico, eran miembros de la unidad que allanó la casa de Salim. Los dos soldados, con sus uniformes de camuflaje, declararon que habían encontrado una batería, un reloj despertador desarmado y pilas escondidas en un aparador en la casa. Hablaron con Thabit a través de Maher Soliman, un abogado de divorcios de California que habla árabe que trabaja como fiscal especial para los militares de Estados Unidos.
Thabit, un personaje corto pero imponente que sentenció a muerte al doblo asesino diciéndole en un apasionado discurso que "la matanza debe terminar", preguntó a Fernández si acaso Salim se había resistido a la detención. No, respondió Fernández, y luego cogió al intérprete por el brazo. "Dile", le pidió Fernández a Soliman. "Dile que era temprano en la mañana y que él estaba durmiendo".
Antes de empezar el juicio, cuando esperaba con Fernández en un pequeño cuarto utilizado por los abogados militares, Ridings dijo que si fuera por él, Salim "no volvería a ver la luz del día".
"Todos los días muere algún soldado", dijo. "Recogí un cadáver de un vehículo no hace dos semanas. Espero que reciba lo que se merece".
En la sala del tribunal los soldados miraron solamente una vez a Salim, cuando el juez les pidió identificar al dueño de la casa donde encontraron los materiales.
Después de la declaración de los soldados, un guardia de civil y un agente de policía iraquí sacaron a Salim de la jaula de los acusados para pararse frente a los jueces. Grabados en el mármol rosado detrás hay una balanza de la justicia y un verso del Corán que dice: "Cuando juzgues entre hombre y hombre, lo harás con justicia".
Salim le dijo al juez que la batería la tenía de una fábrica de baterías en la que había trabajado y que sólo las conservaba para guardarlas después de que la fábrica fuera saqueada.
"¿No estás contra el ejército?", preguntó el juez. "¿No estás contra la policía iraquí?"
"No", respondió Salim. "No".
Más tarde, Salim pidió hablar con el juez. Gesticulando desde la jaula, Salim dijo que era víctima de una conspiración. El informante que había llamado al ejército era un viejo enemigo, dijo, y los materiales encontrados en la casa los usaba para pescar.
"Provoco descargas eléctricas en los peces, para pescarlos", dijo. "Pero yo no uso el temporizador".
Después de un receso de diez minutos para discutir el caso con otros jueces, Thabit anunció que estaba listo para leer el veredicto.
"Los materiales encontrados en tu casa pueden ser usados para hacer bombas", dijo Thabit, con la cabeza hacia Salim, en la jaula. "Pero no encontramos ninguna conexión entre el atentado con bomba en el barrio y los aparatos encontrados en tu casa".
Thabit condenó a Salim a dieciocho meses de cárcel.
Mukdad Alwan, el abogado de Salim, protestó diciendo que la corte, en primer lugar, no tenía derecho a introducir nuevos cargos contra su cliente. "Esta corte no tiene legitimidad", dijo en una entrevista después del veredicto.
Alwan dijo que no hay ninguna ley iraquí que prohíba la posesión de los materiales que los soldados dicen haber encontrado en la casa de Salim. "La ley iraquí encontró que mi cliente no es culpable, pero la corte no lo dijo. "Lo juzgaron según [los intereses de] las fuerzas de ocupación".
Aunque la corte está abierta al público, no muchos iraquíes saben que existe. Estadounidenses e iraquíes han expresado sorpresa y desilusión por la ligereza con que los jueces tratan a los detenidos por seguridad, como Salim.
Bashar, 25, un farmacéutico que se estaba arrodillando sobre una esterilla para orar detrás del mostrador de su tienda, dijo que la violencia parará cuando se tenga a los detenidos recluidos por más tiempo. "Hay gente muy mala en mi país. Desafortunadamente, necesitamos miles de personas como Saddam para controlarla", dijo Bashar, que se negó a mencionar su apellido. "La corte es legal, pero el juez no es justo. Debería meterlo en la cárcel por más tiempo".
El único que parecía satisfecho con el resultado era Salim.
Después de su juicio, saludó a su abogado fuera de la sala del tribunal con un beso en cada mejilla.
Bueno, le dijo Alwan a su cliente, pudo haber sido peor. El otro día a un tipo le dieron treinta años.
Salim exhibió una amplia sonrisa.
"Me lo tomaré con tranquilidad", dijo, indicando con su pulgar a los soldados norteamericanos. "Esos perros están muertos".
Omar Fekeiki y Luma Mousawi contribuyeron a este reportaje.
5 de agosto de 2004 ©traducción mQh
©washingtonpost
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