la civilización y sus enemigos
[Ann Marlowe] En una brillante respuesta a los dilemas del 11 de septiembre, un pensador furiosamente independiente afirma que sólo Estados Unidos tiene credibilidad moral para conducir el mundo. Cuando me exaspero por alguna estupidez o codicia en el Tercer Mundo, me sorprendo pensando lo simple que sería que les diésemos a todos la ciudadanía. Sí, invitemos a Estados Unidos -a esos irritantes países con petróleo, aquellos donde los cristianos y los animistas se están matando unos a otros, aquellos donde los musulmanes y los cristianos se están matando unos a otros, aquellos donde los musulmanes y los animistas se están matando unos a otros-, si acaso quieren sumarse a nosotros.
De todos modos, la mitad de los habitantes de esos países quieren venirse para acá; en lugar de preocuparnos de visados y cuotas y permisos de residencia y de controlar nuestras fronteras, deberíamos hacer que ese allá se parezca un montón más a aquí, con trabajos con salarios decentes y educación pública gratuita y el imperio de la ley y la libertad de expresión y los diarios que lo prueban, con licencias de conducir y seguros y caminos de verdad y permisos de construcción y camiones basureros y todo lo demás. Adiós al trabajo infantil, a los asesinatos por defender el honor, al infanticidio femenino, al analfabetismo, al soborno. Los liberales tendrán que dejar que gimotear sobre las guerras por petróleo, porque el petróleo será nuestro, y los conservadores tendrán que dejar de comparar a Ariel Sharon con Hitler, porque los palestinos tendrán su propio estado, y serán de los nuestros.
Esta modesta propuesta es sólo ligeramente más escandalosa que el imaginativo salto que propone Lee Harris en su libro Civilization and Its Enemies', una obra sorprendentemente original y visionaria, que pretende nada menos que ofrecer el vocabulario y la teoría para pensar políticamente el período pos-Al Qaeda. Harris cree que el mundo está al borde de algo que llama la "neo-soberanía" estadounidense, "lo que significa que Estados Unidos será reconocido globalmente no sólo por tener el poder sino también la credibilidad moral para conducir al planeta. Cuando un país no es capaz de reprimir las despiadadas bandas que operan en su interior, dice Harris, debe ser Estados Unidos "el que decida lo que se ha de hacer", porque "Estados Unidos representa la última fuente de legitimidad en el mundo". Estados Unidos tiene también la peculiaridad de servir como una plantilla para rehacer el mundo: "un modelo práctico para la siguiente fase de la historia humana: una utopía que funciona".
Nuestra diversidad, dice Harris con suficiente plausibilidad, es "un microcosmos históricamente sin precedentes del resto del mundo". Afirma que los estadounidenses han creado y dominado una técnica social que puede resolver muchos de los problemas humanos y humanitarios más acuciantes que enfrenta hoy el mundo. "Hemos construido una manera de vivir juntos, y otros pueden aprender de nosotros, si quieren". Esta optimista evaluación contradice la opinión pública europea y los medios de comunicación, para no mencionar las dos generaciones precedentes de aporreo académico de Estados Unidos, pero Harris tiene una respuesta:
"Hay muchos estadounidenses que no querían a Clinton como presidente, y muchos que no querían a Bush, pero sólo un puñado de ellos los odiaba tanto como para preferir que lo sacaran de su puesto incluso corriendo el riesgo de una guerra civil. Esto es lo que piensa el mundo de Estados Unidos hoy. Nosaporrean a críticas, y sin embargo reconocen nuestra legítima autoridad... En realidad, el mundo está comenzando a mostrar hacia nosotros esa cínica falta de respeto por la autoridad que ha sido siempre uno de las marcas de nuestro carácter nacional... Pero está bien, a condición de que el mundo muestre también esa otra gran característica de nuestro carácter nacional, que es aceptar la autoridad legítima de personas a las que detestamos".
Obsérvese la repetición de la palabra "autoridad". Aunque no lo dice, Harris parece imaginar un giro gradual hacia el dominio estadounidense, en el que los países obedecen a regañadientes. Como ya ha dicho antes, "al aceptar comportarse como estadounidenses, [la gente] se transforma en estadounidense". Comportarse como los estadounidenses significa respetar el "código de honor" de lo que Harris llama, con un desafortunado desdén por la eufonía, "cosmopolitismo de equipo", que combina el respeto por la conciencia individual y el imperio de la ley, con el respeto por el cargo y la honestidad.
Para mayor honorabilidad de Harris, hay que decir que no ha escrito otro mamotreto defendiendo al Occidente de los Otros, o los "valores tradicionales" del "multiculturalismo". La diversidad es uno de los valores fundamentales de su neo-soberanía estadounidense del futuro. Harris, que es homosexual, invoca el distrito de Castro, de San Francisco, pero también el barrio musulmán de Detroit, como ejemplos del Estados Unidos que imagina que el resto del mundo está imitando o aprendiendo.
Los comentarios más polémicos de Harris son probablemente aquellos que definen qué constituye un estado. Se muestra mordaz con el nuevo "concepto honorífico de soberanía", en el que "el estado ya no se restringe a ser una entidad política que puede defenderse efectivamente a sí misma de otras.... ahora es... una entidad creada por el reconocimiento formal de la comunidad internacional". Así, no hace prisioneros a propósito del "estado palestino": "Si los palestinos fueran en realidad un estado genuino luchando una guerra genuina, hace tiempo que habrían sido aniquilados completamente u obligados a acomodarse realísticamente con el estado de Israel... Ese estado [palestino] existirá como una entidad viable sólo en virtud de la conciencia liberal -y una aparentemente inexhaustible paciencia- del pueblo israelí".
Semejante franqueza y sentido común no se encuentran a menudo entre los expertos, y Harris es un personaje interesante. Largo tiempo residente de Stone Mountain, Georgia, fue estudiante de teología, escritor de novelas de misterio y limpiacristales antes de ponerse el manto de "filósofo reinante del 11 de septiembre", según el texto publicitario de la sobrecubierta, de Daniel Pipes. Sólo en Estados Unidos, como dicen en mi familia. Y quizás es la carencia de Harris de los antecedentes habituales lo que explica la ausencia de reseñas. No hay nada peor que no saber de antemano lo que uno debe pensar de un libro. (Debo observar que sólo conozco ligeramente a Harris, por correo electrónico; en el otoño de 2002 intercambiamos unos mensajes después de que publicara su Al Qaeda's Fantasy Ideology' [La Fantasía Ideológica de Al Qaeda] en Policy Review, una publicación del Instituto Hoover de la Universidad de Stanford.)
La Fantasía Ideológica de Al Qaeda', que forma parte del libro bajo reseña, afirma que los secuestradores del 11 de septiembre no tenían un programa racional, o un plan más abarcador. En realidad, ni siquiera dijeron quiénes eran o cuáles eran sus objetivos ni de qué manera los ataques podían servir a sus objetivos. Sus asesinatos suicidas no fueron más que drama simbólico. No fue una guerra en el sentido de Clausewitz. Los secuestradores profesaban lo que Harris llama una "ideología de fantasía" en la que el suicidio no es "un medio, sino un fin en sí mismo".
El debut de Harris fue casi un ensayo perfecto en teoría política. El modelo propuesto por él explica los hechos y responde a preguntas abiertas de manera más elegante que otras teorías disponibles. Por ejemplo, ¿por qué no hubo más ataques? Porque Al Qaeda no está haciendo una guerra convencional; lo que está haciendo es teatro, y "las acciones de seguimiento no tienen glamour, y era glamour -y grandiosidad- lo que buscaba Al Qaeda". ¿Por qué no hay una respuesta fácil a la pregunta de qué hicimos para inspirar tanto odio? Porque causas racionales, tales como la pobreza y los gobiernos tiránicos en el mundo árabe, no explican esta ideología de fantasía; Estados Unidos es solamente un accesorio en el psicodrama de Al Qaeda. "No hay ninguna medida política que pudiéramos adoptar que cambie la actitud de nuestros enemigos", escribe Harris.
Si este libro tiene un fallo evidente, es lo flaco de las motivaciones de Harris al comenzar a escribir sobre estas materias. La brillante efusión de filosofía política de Harris empezó después del 11 de septiembre y fue espoloneada por las heridas infringidas a su país; sus palabras surgieron tanto del corazón como de la mente. Pero muy poco de lo que dice Harris en este libro toma en cuenta el peso relativo del corazón y de la mente al determinar cómo vive la gente y cómo organiza sus sociedades.
Tomemos por ejemplo sus comentarios sobre la familia y la diferencia entre Oriente y Occidente. "Donde domina la familia, no puede prosperar el equipo, y si el equipo no puede prosperar, tampoco puede la sociedad... Occidente se hizo rico y libre porque siguió este camino; el Oriente siguió siendo pobre y oprimido porque continuó inmerso en la familia.... hay un coste (para la opción del Oriente) tal como hay un coste de vivir más bien en un orden social que en otro".
Harris dice que lo que la mayoría de los conservadores están demasiado acobardados como para admitir es que los valores estadounidenses son en general anti-familia. Pero no parece creer que tengamos que pagar costes por la opción que hemos hecho.
Puede pasar un mal rato tratando de convencer de su "cosmopolitismo de equipo" a la mayoría de la gente que sigue inmersa en la familia en Iraq, en Afganistán y en varios otros lugares de interés actual. Ellos otorgan más valor a la profundidad de los sentimientos que a la variedad, más a la continuidad que al cambio, más a la seguridad que a la movilidad social. Y preferirían ver todos los días a las 20 o 30 personas con las que viven, antes que vivir como vivimos nosotros. Preferirían llamar al hijo de la cuñada de la prima en la oficina de pasaportes antes que vivir bajo el imperio de la ley.
La invocación de Harris de las subculturas estadounidenses delata una visión algo mecanicista de lo que es cultura. Como muchos estadounidenses, yo disfruto de la variedad de nuestras subculturas. Pero una sociedad que contiene subculturas variadas es un tipo especial de sociedad. Vivir en una cultura orientada hacia la familia en los estados ultraprotestantes de Estados Unidos o en una subcultura musulmana religiosa en Detroit no es lo mismo que vivir en una sociedad cristiana o musulmana tradicionales. Algunas personas quieren vivir en sociedades que sean relativamente monolíticas, del mismo modo que alguna gente traba amistad sólo con gente que tiene más o menos el mismo tipo de formación.
Harris querrá también distinguir cuidadosamente las estructuras pre-islámicas y tradicionales de la sociedad del Medio Oriente del islam mismo. Como señaló hace 40 años la antropóloga francesa Germaine Tillion, el islam se ha definido en oposición al tribalismo y a la endogamia. Si el cosmopolitismo de equipo busca crear "una sociedad abierta a todos los que quieren unirse al espíritu de equipo de su nueva comunidad", entonces no hay mejor definición del islam primitivo; lo que pasa es que Mahoma predicó en una región caracterizada por clanes y matrimonios entre primos, y esto se refleja tanto en el islam del Medio Oriente como en el Corán.
Hay un problema filosófico más profundo con la visión de Harris de nuestro "modo de vivir juntos". Incluso aquí, con 50 estados (¿serán 80?), el "cosmopolitismo de equipo" no suena muy entretenido. El mundo del trabajo que ha sido responsable de los grandes logros de Occidente puede ser un lugar inhóspito y desagradable. La buena camaradería que produce es en el mejor de los casos un pálido reflejo de los sentimientos familiares y del amor romántico. Su cohesión depende de desalentar la imaginación, el juego, el llevar la contra y el tomar riesgos, cosas de las que la gente disfruta en mayor o menor medida. Los equipos pueden ser divertidos, pero también desagradables.
Es probablemente por esto que Harris trabajó como limpiacristales, y no estuvo acurrucado en el regazo de una compañía o de una universidad (y la razón por la que yo, querido lector, trabajo en casa como asesor legal para sostener mi hábito de escribir para Salon). Es la razón por la que más y más estadounidenses se han volcado hacia experiencias que prometen un modo de vida más cálido, más sensible, más emocional y menos competitivo. El cristianismo fundamentalista es entre ellos el más popular y, en el país, el que tiene más influencia social, pero también deberíamos incluir los elegantes pasatiempos de las dos costas, como el yoga y el estudio de la cábala.
Muchos de nosotros, más o menos conservadores (y yo me cuento entre ellos), nos hemos pillado recomendando a otros, incluso a Otros en el mundo no occidental, modos de vida que creemos profundamente repugnantes para nosotros mismos. Harris tiene que defender su "cosmopolitismo de equipo" porque es la base de las sociedades más razonables y es exactamente contra lo que se rebelan las ideologías de fantasía. Pero Harris debería reconocer los costes, y no sólo en términos de la desaparecida dulzura de la vida.
"Obligar a otras culturas a permanecer continuamente en el molde de las costumbres impuestas por la tradición de los ancestros", escribe, "es una manera perversa de expresar aprecio por su humanidad". Antes he oído esto: ¿Por qué quieres que este grupo específico de gente mantenga sus pintorescas chozas de barro o sus terrazas de arroz mientras tú vives en Nueva York? La pregunta asume que la tradición es sólo un estorbo y no una fuente de placer en las sociedades tradicionales. Asume que no son felices siendo lo que son. Y lo extraordinario es que aparte de lo que usted, o yo, o Lee Harris queramos, sí lo son.
"El Occidente reconoce al Otro y está dispuesto a competir con él", escribe Harris; "las otras civilizaciones preferirían que no existiera. Es el Occidente el que ha ido a estudiar al Oriente, no al revés". Incluso dejando de lado el hecho de que esto es verdad solamente, digamos, desde 1492, que ignore a los intrépidos viajeros del islam medieval y el hecho de que la España que envió a los conquistadores había sólo recién completado la reconquista, incluso así es como argüir que los solteros son más curiosos, alegres y conscientes que los casados, porque son los que hacen citas con chicas. La gente satisfecha no sale a la búsqueda de nada. Tampoco, por supuesto, destruyen con bombas gente y cosas en nombre de una ideología fantasiosa. La gente satisfecha se queda en casa. La ausencia de progreso -¡observad que no cito nada!- en el Oriente (creo que Harris quiere decir en realidad el Oriente Medio) también puede ser vista como un signo de que su sociedad funciona, para ellos.
Las definiciones de Occidente' y Oriente' también cambian con el tiempo. Hasta entrado el siglo 19, la cultura judía de Europa era considerada atrasada y "oriental" por los intelectuales europeos cristianos (e incluso por muchos judíos), y en gran parte lo era. ¿Qué pasó? Los judíos podían legalmente integrarse en la sociedad y lo hicieron. El dinamismo no es una propiedad de grupos étnicos o de religiones particulares.
El libro de Harris habría alcanzado otro nivel si hubiera -y no tengo dudas de que es capaz de hacerlo- volcado su erudición y originalidad en las taras en nuestra sociedad. Si vale la pena defenderla, como creemos la mayoría de nosotros, todavía valdrá la pena cuando reconozcamos sus defectos. En realidad, hay una mejor distinción del Occidente y del Oriente que la trazada por Harris. Si hay algo que explica la fuerza del Occidente (con mayúscula), es nuestra capacidad de vivir dudando.
De todos modos, la mitad de los habitantes de esos países quieren venirse para acá; en lugar de preocuparnos de visados y cuotas y permisos de residencia y de controlar nuestras fronteras, deberíamos hacer que ese allá se parezca un montón más a aquí, con trabajos con salarios decentes y educación pública gratuita y el imperio de la ley y la libertad de expresión y los diarios que lo prueban, con licencias de conducir y seguros y caminos de verdad y permisos de construcción y camiones basureros y todo lo demás. Adiós al trabajo infantil, a los asesinatos por defender el honor, al infanticidio femenino, al analfabetismo, al soborno. Los liberales tendrán que dejar que gimotear sobre las guerras por petróleo, porque el petróleo será nuestro, y los conservadores tendrán que dejar de comparar a Ariel Sharon con Hitler, porque los palestinos tendrán su propio estado, y serán de los nuestros.
Esta modesta propuesta es sólo ligeramente más escandalosa que el imaginativo salto que propone Lee Harris en su libro Civilization and Its Enemies', una obra sorprendentemente original y visionaria, que pretende nada menos que ofrecer el vocabulario y la teoría para pensar políticamente el período pos-Al Qaeda. Harris cree que el mundo está al borde de algo que llama la "neo-soberanía" estadounidense, "lo que significa que Estados Unidos será reconocido globalmente no sólo por tener el poder sino también la credibilidad moral para conducir al planeta. Cuando un país no es capaz de reprimir las despiadadas bandas que operan en su interior, dice Harris, debe ser Estados Unidos "el que decida lo que se ha de hacer", porque "Estados Unidos representa la última fuente de legitimidad en el mundo". Estados Unidos tiene también la peculiaridad de servir como una plantilla para rehacer el mundo: "un modelo práctico para la siguiente fase de la historia humana: una utopía que funciona".
Nuestra diversidad, dice Harris con suficiente plausibilidad, es "un microcosmos históricamente sin precedentes del resto del mundo". Afirma que los estadounidenses han creado y dominado una técnica social que puede resolver muchos de los problemas humanos y humanitarios más acuciantes que enfrenta hoy el mundo. "Hemos construido una manera de vivir juntos, y otros pueden aprender de nosotros, si quieren". Esta optimista evaluación contradice la opinión pública europea y los medios de comunicación, para no mencionar las dos generaciones precedentes de aporreo académico de Estados Unidos, pero Harris tiene una respuesta:
"Hay muchos estadounidenses que no querían a Clinton como presidente, y muchos que no querían a Bush, pero sólo un puñado de ellos los odiaba tanto como para preferir que lo sacaran de su puesto incluso corriendo el riesgo de una guerra civil. Esto es lo que piensa el mundo de Estados Unidos hoy. Nosaporrean a críticas, y sin embargo reconocen nuestra legítima autoridad... En realidad, el mundo está comenzando a mostrar hacia nosotros esa cínica falta de respeto por la autoridad que ha sido siempre uno de las marcas de nuestro carácter nacional... Pero está bien, a condición de que el mundo muestre también esa otra gran característica de nuestro carácter nacional, que es aceptar la autoridad legítima de personas a las que detestamos".
Obsérvese la repetición de la palabra "autoridad". Aunque no lo dice, Harris parece imaginar un giro gradual hacia el dominio estadounidense, en el que los países obedecen a regañadientes. Como ya ha dicho antes, "al aceptar comportarse como estadounidenses, [la gente] se transforma en estadounidense". Comportarse como los estadounidenses significa respetar el "código de honor" de lo que Harris llama, con un desafortunado desdén por la eufonía, "cosmopolitismo de equipo", que combina el respeto por la conciencia individual y el imperio de la ley, con el respeto por el cargo y la honestidad.
Para mayor honorabilidad de Harris, hay que decir que no ha escrito otro mamotreto defendiendo al Occidente de los Otros, o los "valores tradicionales" del "multiculturalismo". La diversidad es uno de los valores fundamentales de su neo-soberanía estadounidense del futuro. Harris, que es homosexual, invoca el distrito de Castro, de San Francisco, pero también el barrio musulmán de Detroit, como ejemplos del Estados Unidos que imagina que el resto del mundo está imitando o aprendiendo.
Los comentarios más polémicos de Harris son probablemente aquellos que definen qué constituye un estado. Se muestra mordaz con el nuevo "concepto honorífico de soberanía", en el que "el estado ya no se restringe a ser una entidad política que puede defenderse efectivamente a sí misma de otras.... ahora es... una entidad creada por el reconocimiento formal de la comunidad internacional". Así, no hace prisioneros a propósito del "estado palestino": "Si los palestinos fueran en realidad un estado genuino luchando una guerra genuina, hace tiempo que habrían sido aniquilados completamente u obligados a acomodarse realísticamente con el estado de Israel... Ese estado [palestino] existirá como una entidad viable sólo en virtud de la conciencia liberal -y una aparentemente inexhaustible paciencia- del pueblo israelí".
Semejante franqueza y sentido común no se encuentran a menudo entre los expertos, y Harris es un personaje interesante. Largo tiempo residente de Stone Mountain, Georgia, fue estudiante de teología, escritor de novelas de misterio y limpiacristales antes de ponerse el manto de "filósofo reinante del 11 de septiembre", según el texto publicitario de la sobrecubierta, de Daniel Pipes. Sólo en Estados Unidos, como dicen en mi familia. Y quizás es la carencia de Harris de los antecedentes habituales lo que explica la ausencia de reseñas. No hay nada peor que no saber de antemano lo que uno debe pensar de un libro. (Debo observar que sólo conozco ligeramente a Harris, por correo electrónico; en el otoño de 2002 intercambiamos unos mensajes después de que publicara su Al Qaeda's Fantasy Ideology' [La Fantasía Ideológica de Al Qaeda] en Policy Review, una publicación del Instituto Hoover de la Universidad de Stanford.)
La Fantasía Ideológica de Al Qaeda', que forma parte del libro bajo reseña, afirma que los secuestradores del 11 de septiembre no tenían un programa racional, o un plan más abarcador. En realidad, ni siquiera dijeron quiénes eran o cuáles eran sus objetivos ni de qué manera los ataques podían servir a sus objetivos. Sus asesinatos suicidas no fueron más que drama simbólico. No fue una guerra en el sentido de Clausewitz. Los secuestradores profesaban lo que Harris llama una "ideología de fantasía" en la que el suicidio no es "un medio, sino un fin en sí mismo".
El debut de Harris fue casi un ensayo perfecto en teoría política. El modelo propuesto por él explica los hechos y responde a preguntas abiertas de manera más elegante que otras teorías disponibles. Por ejemplo, ¿por qué no hubo más ataques? Porque Al Qaeda no está haciendo una guerra convencional; lo que está haciendo es teatro, y "las acciones de seguimiento no tienen glamour, y era glamour -y grandiosidad- lo que buscaba Al Qaeda". ¿Por qué no hay una respuesta fácil a la pregunta de qué hicimos para inspirar tanto odio? Porque causas racionales, tales como la pobreza y los gobiernos tiránicos en el mundo árabe, no explican esta ideología de fantasía; Estados Unidos es solamente un accesorio en el psicodrama de Al Qaeda. "No hay ninguna medida política que pudiéramos adoptar que cambie la actitud de nuestros enemigos", escribe Harris.
Si este libro tiene un fallo evidente, es lo flaco de las motivaciones de Harris al comenzar a escribir sobre estas materias. La brillante efusión de filosofía política de Harris empezó después del 11 de septiembre y fue espoloneada por las heridas infringidas a su país; sus palabras surgieron tanto del corazón como de la mente. Pero muy poco de lo que dice Harris en este libro toma en cuenta el peso relativo del corazón y de la mente al determinar cómo vive la gente y cómo organiza sus sociedades.
Tomemos por ejemplo sus comentarios sobre la familia y la diferencia entre Oriente y Occidente. "Donde domina la familia, no puede prosperar el equipo, y si el equipo no puede prosperar, tampoco puede la sociedad... Occidente se hizo rico y libre porque siguió este camino; el Oriente siguió siendo pobre y oprimido porque continuó inmerso en la familia.... hay un coste (para la opción del Oriente) tal como hay un coste de vivir más bien en un orden social que en otro".
Harris dice que lo que la mayoría de los conservadores están demasiado acobardados como para admitir es que los valores estadounidenses son en general anti-familia. Pero no parece creer que tengamos que pagar costes por la opción que hemos hecho.
Puede pasar un mal rato tratando de convencer de su "cosmopolitismo de equipo" a la mayoría de la gente que sigue inmersa en la familia en Iraq, en Afganistán y en varios otros lugares de interés actual. Ellos otorgan más valor a la profundidad de los sentimientos que a la variedad, más a la continuidad que al cambio, más a la seguridad que a la movilidad social. Y preferirían ver todos los días a las 20 o 30 personas con las que viven, antes que vivir como vivimos nosotros. Preferirían llamar al hijo de la cuñada de la prima en la oficina de pasaportes antes que vivir bajo el imperio de la ley.
La invocación de Harris de las subculturas estadounidenses delata una visión algo mecanicista de lo que es cultura. Como muchos estadounidenses, yo disfruto de la variedad de nuestras subculturas. Pero una sociedad que contiene subculturas variadas es un tipo especial de sociedad. Vivir en una cultura orientada hacia la familia en los estados ultraprotestantes de Estados Unidos o en una subcultura musulmana religiosa en Detroit no es lo mismo que vivir en una sociedad cristiana o musulmana tradicionales. Algunas personas quieren vivir en sociedades que sean relativamente monolíticas, del mismo modo que alguna gente traba amistad sólo con gente que tiene más o menos el mismo tipo de formación.
Harris querrá también distinguir cuidadosamente las estructuras pre-islámicas y tradicionales de la sociedad del Medio Oriente del islam mismo. Como señaló hace 40 años la antropóloga francesa Germaine Tillion, el islam se ha definido en oposición al tribalismo y a la endogamia. Si el cosmopolitismo de equipo busca crear "una sociedad abierta a todos los que quieren unirse al espíritu de equipo de su nueva comunidad", entonces no hay mejor definición del islam primitivo; lo que pasa es que Mahoma predicó en una región caracterizada por clanes y matrimonios entre primos, y esto se refleja tanto en el islam del Medio Oriente como en el Corán.
Hay un problema filosófico más profundo con la visión de Harris de nuestro "modo de vivir juntos". Incluso aquí, con 50 estados (¿serán 80?), el "cosmopolitismo de equipo" no suena muy entretenido. El mundo del trabajo que ha sido responsable de los grandes logros de Occidente puede ser un lugar inhóspito y desagradable. La buena camaradería que produce es en el mejor de los casos un pálido reflejo de los sentimientos familiares y del amor romántico. Su cohesión depende de desalentar la imaginación, el juego, el llevar la contra y el tomar riesgos, cosas de las que la gente disfruta en mayor o menor medida. Los equipos pueden ser divertidos, pero también desagradables.
Es probablemente por esto que Harris trabajó como limpiacristales, y no estuvo acurrucado en el regazo de una compañía o de una universidad (y la razón por la que yo, querido lector, trabajo en casa como asesor legal para sostener mi hábito de escribir para Salon). Es la razón por la que más y más estadounidenses se han volcado hacia experiencias que prometen un modo de vida más cálido, más sensible, más emocional y menos competitivo. El cristianismo fundamentalista es entre ellos el más popular y, en el país, el que tiene más influencia social, pero también deberíamos incluir los elegantes pasatiempos de las dos costas, como el yoga y el estudio de la cábala.
Muchos de nosotros, más o menos conservadores (y yo me cuento entre ellos), nos hemos pillado recomendando a otros, incluso a Otros en el mundo no occidental, modos de vida que creemos profundamente repugnantes para nosotros mismos. Harris tiene que defender su "cosmopolitismo de equipo" porque es la base de las sociedades más razonables y es exactamente contra lo que se rebelan las ideologías de fantasía. Pero Harris debería reconocer los costes, y no sólo en términos de la desaparecida dulzura de la vida.
"Obligar a otras culturas a permanecer continuamente en el molde de las costumbres impuestas por la tradición de los ancestros", escribe, "es una manera perversa de expresar aprecio por su humanidad". Antes he oído esto: ¿Por qué quieres que este grupo específico de gente mantenga sus pintorescas chozas de barro o sus terrazas de arroz mientras tú vives en Nueva York? La pregunta asume que la tradición es sólo un estorbo y no una fuente de placer en las sociedades tradicionales. Asume que no son felices siendo lo que son. Y lo extraordinario es que aparte de lo que usted, o yo, o Lee Harris queramos, sí lo son.
"El Occidente reconoce al Otro y está dispuesto a competir con él", escribe Harris; "las otras civilizaciones preferirían que no existiera. Es el Occidente el que ha ido a estudiar al Oriente, no al revés". Incluso dejando de lado el hecho de que esto es verdad solamente, digamos, desde 1492, que ignore a los intrépidos viajeros del islam medieval y el hecho de que la España que envió a los conquistadores había sólo recién completado la reconquista, incluso así es como argüir que los solteros son más curiosos, alegres y conscientes que los casados, porque son los que hacen citas con chicas. La gente satisfecha no sale a la búsqueda de nada. Tampoco, por supuesto, destruyen con bombas gente y cosas en nombre de una ideología fantasiosa. La gente satisfecha se queda en casa. La ausencia de progreso -¡observad que no cito nada!- en el Oriente (creo que Harris quiere decir en realidad el Oriente Medio) también puede ser vista como un signo de que su sociedad funciona, para ellos.
Las definiciones de Occidente' y Oriente' también cambian con el tiempo. Hasta entrado el siglo 19, la cultura judía de Europa era considerada atrasada y "oriental" por los intelectuales europeos cristianos (e incluso por muchos judíos), y en gran parte lo era. ¿Qué pasó? Los judíos podían legalmente integrarse en la sociedad y lo hicieron. El dinamismo no es una propiedad de grupos étnicos o de religiones particulares.
El libro de Harris habría alcanzado otro nivel si hubiera -y no tengo dudas de que es capaz de hacerlo- volcado su erudición y originalidad en las taras en nuestra sociedad. Si vale la pena defenderla, como creemos la mayoría de nosotros, todavía valdrá la pena cuando reconozcamos sus defectos. En realidad, hay una mejor distinción del Occidente y del Oriente que la trazada por Harris. Si hay algo que explica la fuerza del Occidente (con mayúscula), es nuestra capacidad de vivir dudando.
Ann Marlowe es la autora de "How to Stop Time: Heroin from A to Z" y escribe actualmente un libro sobre el amor, el sexo y la familia.
15 febrero 2004 ©salon ©traducción mQh"
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luis garcía -