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delincuencia callejera en bagdad


[Jon Lee Anderson] En medio de los boletines sobre bombardeos y explosiones de bombas, los habitantes de Bagdad son cada vez más frecuentemente víctimas de atracos, violaciones, robos y otras violencias cuyos autores, en la anarquía reinante, quedan impunes. Jon Lee Anderson, del New Yorker, escribió el siguiente reportaje en marzo de 2004, que no ha perdido su actualidad.
La explosión de la bomba que a mediados de marzo hizo volar por los aires el Hotel Mount Lebanon de Bagdad me arrojó de la silla e hizo que el café volara mi taza. Segundos más tarde, hubo una ráfaga que sonó como la de un kalashnikov. El ruido de los balazos se ha hecho rutina en Bagdad, y hay explosiones casi todos los días, pero esa fue la peor explosión que había oído desde que Estados Unidos atacara los palacios de Sadam y los edificios de gobierno, hace exactamente un año. Estoy alojado en el mismo hotel que entonces, el Palestina,, con sus vistas sobre el Tigris y, al otro lado del río, el enorme complejo presidencial, ahora ocupado por la Autoridad Provisional de la Coalición, en lo que se llama la Zona Verde. (Todo lo que queda fuera de sus murallas fortificadas -en otras palabras, el resto de Iraq- es llamado la Zona Roja). Un enorme penacho de humo gris ondulaba en el cielo nocturno y subí al tejado para tener una mejor vista. Otros huéspedes del hotel estaban allí: iraquíes, italianos, españoles, varios estadounidenses, una pareja de sudafricanos. El año pasado, cientos de extranjeros -periodistas, empresarios, representantes paramilitares de compañías de seguridad extranjeras- han llegado a Iraq. Todo un piso del Palestina está ocupado por empleados de la compañía Kellogs, Brown & Root, una filial de la Halliburton. Cuando el ascensor se detiene en el tercer piso y se abren las puertas, unos guardias nepaleses gurkhas, con ametralladoras chatas, están parados en el vestíbulo chequeando quién sale.
Bagdad es un lugar mucho más peligroso que hace un año. Pocos días antes de la explosión en el Mount Lebanon, alguien colocó una bomba frente a una perfumería en el mismo barrio -Al-Karrada, un sector predominantemente chií de la ciudad. El blanco del ataque, que murió, era el cuñado de Ibrahim Al-Jaafari, un miembro del Consejo de Gobierno. El cuñado de Ibrahim Al-Jafaari no se metía en política, pero era presumiblemente más fácil agarrarlo a él que a Jafaari, y es posible que valía la pena matarlo para enviar un mensaje.
La caída de Sadam ha mejorado las vidas de muchos iraquíes, especialmente de profesionales como médicos, ingenieros y maestros, cuyos salarios han subido considerablemente. Y las calles están atascadas de tráfico, que no era así antes de la guerra. Y muchos iraquíes sacaron ventaja de la suspensión provisional de los impuestos de importación en la frontera con Jordania y han comprado coches de segunda mano más baratos. La red, que era estrictamente controlada bajo Sadam, está ahora en todas partes, así como una variedad de ordenadores, electro-domésticos y teléfonos móviles. Pero a pesar de estas mejoras en el estilo de vida, muy poca gente se atreve a salir a la calle después de la puesta de sol, y casi nadie que yo conozco lo hace después de las diez y media. Se debe al asombroso aumento del número de violaciones, asesinatos, atracos armados, robos de automóviles y secuestros. Sadam vació las cárceles del país unos meses antes de la guerra, y alrededor de cien mil delincuentes volvieron a las calles. Ahora las niñas son llevadas y traídas de la escuela por sus padres o hermanos, por miedo a que las rapten. Generalmente las mujeres se visten mucho más modestamente que antes, llevando abolsadas abayas negras o pañuelos hijab en forma de casco.

No sólo los ricos son víctimas de atracos y extorsiones. Como en países como Colombia o México, igual se secuestra a esposas e hijos de maestros y mecánicos que a políticos y empresarios ricos. Hace algunos meses, el hijo de dos años de un amigo iraquí, un chofer que vive en un vecindario de clase media, fue secuestrado una mañana mientras se dirigía a la escuela. Mi amigo había comprado recientemente un bonito coche de segunda mano, del que estaba muy orgulloso y le gustaba mostrarlo. Ése fue probablemente su grave error. Los secuestradores pidieron cincuenta mil dólares de rescate. Él negoció hasta que quedó en seis mil dólares, vendió su nuevo coche, y pagó. Horas más tarde el niño fue liberado a unas calles de su casa. Desde entonces, mi amigo no deja salir solo a su hijo, ni siquiera para ir a la escuela.
Aquí todo el mundo anda al quite, aunque los principales objetivos de asesinatos son extranjeros. Hace algunos días fueron asesinados un alemán y un ingeniero holandés en el camino entre Bagdad y Karbala más o menos a la misma hora que un amigo periodista pasaba por ahí. Viajaba con un detallado sistema de seguridad que se suponía que mantendría alejados a coches sospechosos cuando de repente se dio cuenta de que un BMW negro -el coche por excelencia de los asesinos en Iraq- había adelantado a su lado. El BMW los pasó y volvió sobre sus ruedas. Cuando pasó la segunda vez, mi amigo vio a varios hombres dentro, mirándolo intensamente. Usualmente los asesinos perforan a balazos el lado del chofer cuando pasan la segunda o tercera vez, provocando una colisión. El chofer de mi amigo tomó medidas evasivas y escapó por una calle secundaria.
Tener un extranjero a tu lado puede ser peligroso. En la mayoría de los asesinatos recientes de estadounidenses y europeos, junto a ellos también han muerto iraquíes: sus choferes, guardaespaldas e intérpretes. Hace algunas semanas, unos asesinos en Bagdad emboscaron el coche de un traductor iraquí que trabajaba para la Voz de América, al que mataron, junto con su madre y su joven hija. Muchos extranjeros han empezado a desalojar los pequeños hoteles familiares que eran tan encantadores, y otros están cediendo las cómodas y civilizadas casas que alquilaban en barrios residenciales. El Palestina, con sus murallas de concreto fortificadas, alambres de púa y perros que huelen bombas, se está volviendo a llenar.

29 marzo 2004
©new yorker ©traducción mQh

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