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comida china en bagdad


[Craig S. Smith] El primer restaurante chino en Bagdad cierra sus puertas.
Bagdad, Iraq. Las cosas marchaban bien para Chen Xianzhong, propietario del primer restaurante chino auténtico de Bagdad en el nuevo Iraq, hasta que un terrorista suicida hizo volar su coche frente al lugar hace menos de dos semanas. El ensordecedor estallido hizo trizas las ventanas y escupió trozos de cuerpos hacia el interior. Un pie aterrizó en el pavimento fuera y una llanta cayó en el segundo piso del restaurante.
"Había pequeños pedazos de carne en todas partes, incluso en el tejado", dijo Chen. Ahora, sólo sirve comida a domicilio a unos pocos clientes leales que siguen llamándolo.
Los hosteleros chinos se aparecen en los lugares más improbables, pero Chen, 53, es un extraordinario caso de estudio de la tenacidad que explica la presencia de Golden Palaces y Human Gardens en ciudades y pueblos en todo el planeta.
Nacido en la familia de un funcionario menor de ferrocarriles en la provincia de Jilin al nordeste de China, Chen se unió al ejército en los últimos días de la Revolución Cultural y ganó un puesto en la Universidad de Pekín. Había mucha gente estudiando inglés, pero Chen, nadando siempre contra la corriente, se decidió por el árabe.
"Sólo había unos 15 estudiantes aprendiendo esa lengua en ese momento", dijo, mientras sorbe de un vaso con tapón de rosca de hojas de té verde. Aunque dice que se convirtió al islam durante la guerra del Golfo Pérsico de 1991, una estatua del dios chino de la fortuna sonríe encima de un librero. Chen obtuvo finalmente un trabajo como representante en Bagdad de Norinco, el conglomerado comercial militar de China, que vende de todo, desde leche en polvo hasta misiles anti-tanques en todo Oriente Medio.
Pasó la primera guerra del Golfo en los Emiratos Árabes Unidos, pero volvió a Iraq en 1999 para negociar por China en el marco del programa de petróleo por alimentos. Renunció en 2001 para empezar su propio negocio, y le iba bastante bien hasta que estalló la guerra.
Chen salió de Iraq justo tres días antes de que empezaran los bombardeos americanos, con un cargamento de sus textiles chinos por un valor de 1.5 millones de dólares, hacia el puerto de Umm Qasr en el sur de Iraq. Cuando empezó la invasión, Chen no había recibido su dinero, así que apenas dos semanas después de la caída de Bagdad, volvió a por él. Finalmente le pagaron.
Muy bien de dinero, Chen olfateó las oportunidades después de la guerra y abrió un emporio donde vendía artículos chinos baratos en la Calle de Sadoun, la principal arteria comercial de Bagdad. Luego abrió el restaurante chino Dragon Bay cerca del Teatro Nacional, decorándolo con sillas de alto respaldo estilo emperador y mesas de banquete chinas, redondas. Luego, el año pasado, abrió una sucursal más pequeña del restaurante y un pequeño hotel junto a su emporio.
Otros aventureros ciudadanos chinos llegaron en coche desde Jordania en momentos en que se necesitan nervios, no visados, para cruzar la frontera. Abrieron un restaurante después del suyo en lo que es ahora la fortificada Zona Verde. Pero Chen los desdeña como amateurs, diciendo que el local es en realidad un local de masajes.
Los pocos restaurantes chinos en los hoteles de Bagdad, entretanto, nunca fueron demasiado auténticos y ahora, dotado de cocineros iraquíes, ofrecen sólo una apariencia de comida china.
"Yo quería abrir el mejor restaurante chino en la historia de Iraq", dijo Chen, agregando que había importado cuatro contenedores de polvos, salsas, raíces, verduras en escabeche y otros elementos de la cocina china -suficientes para mantener abastecido su restaurante de 400 sillas y servir pollo kung pao durante tres o cuatro años.
Sus negocios prosperaron mientras Bagdad trataba de volver a la normalidad.
Entonces empezaron los problemas. Secuestraron a un grupo de trabajadores chinos en medio de la ola de secuestros y decapitaciones que cruzó Iraq en 2004. Fueron finalmente liberados, pero dos de sus chefs se volvieron a China. Vender licor en los restaurantes también se había puesto peligroso a medida que chiíes y sunníes trataban de imponer reglas islámicas.
Este marzo, cuando Chen conducía su Mercedes verde hacia un mercado de verduras en la ciudad, un destartalado Volkswagen se paró dando tumbos frente a él, bloqueando su ruta. Del coche surgieron tres hombres blandiendo armas y trataron de obligarlo a sentarse en el asiento de atrás.
"Llévense mi coche, mi dinero", gritó Chen. Pero los pistoleros dijeron que no querían su coche; lo querían a él. Peleó y le golpearon en la cabeza con la culata de un arma; su cara se cubrió de sangre. Afortunadamente era conocido en el vecindario, porque hacía las compras allí. Varios tenderos salieron a la calle con sus armas y dispararon".
Sus candidatos a secuestradores brincaron en el coche y se alejaron a toda prisa, arrastrándolo durante unos metros antes de dejarlo caer. Pasó dos días en el hospital antes de volver a China para un mes de descanso y análisis médicos. Pero en mayo estaba de regreso. Ahora nunca se desplaza sin una guardia armada. Apenas semanas después de que Chen fuera atacado, uno de sus empleados chinos fue robado cuando pagaba a algunos de sus trabajadores. Los pistoleros se llevaron el coche y los 50.000 dólares que había en él.
Finalmente, el 30 de julio, un terrorista suicida se hizo volar cerca del Teatro Nacional. La fuerza de la explosión rompió los ventanales del restaurante y derrumbó gran parte de su techo. En ese momento no había nadie dentro. A través de los huecos de las ventanas, las sillas emperador de Chen, con sus cojines de seda Jacquard, se ven abandonadas junto a las mesas del comedor vacío.
Eso fue suficiente. "Tengo miedo de esa gente loca", dijo, pasándose una mano sobre su pelo corto teñido desigualmente. Cerró los dos restaurantes y el hotel. Todavía tiene dos chefs, que se han atrincherado en una pequeña cocina encima del emporio donde trabajan con un anafe de gas propano de cuatro fuegos.
Pero Chen ha invertido casi medio millón de dólares en sus aventuras y sólo ha recuperado dos tercios de eso. Quiere mudarse a la región kurda en el norte de Iraq, donde es más seguro, pero las carreteras hacia el norte son demasiado peligrosas como para trasladar sus cosas allá.
Por la noche, él, sus chefs y otros cuatro empleados chinos se atrincheran en los pisos superiores mientras los guardias iraquíes vigilan abajo.
Hay armas casi en todos los cuartos, dice. Saca su rifle AK-47 de debajo de su escritorio y luego coge un revólver Colt 45 de una gaveta. "Tampoco te protege", dice, abriendo la recámara del Colt, "así que en cualquier momento..." Termina la frase apretando el gatillo: click, click.
Habla con las contradictorias emociones de un hombre que declara no preocuparse por el dinero, pero no puede obligarse a abandonarlo todo.
"Me marcharía de Iraq, pero no puedo abandonar todo esto", dijo, indicando sus trajes baratos, osos peluches y tazas de té a la venta. Uno de los chefs prepara el almuerzo, pero la electricidad se va a medio camino de la colación. Cuando el aire acondicionado suspira y se calla, Chen sale a encender el generador, pero vuelve sudando a decir que la batería del generador ha sido robada.
"Pero me gusta este país", insistió, como si para convencerse a sí mismo de por qué todavía está aquí. "Aquí gané mi primer dólar".

10 de agosto de 2005
©new york times
©traducción mQh


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