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la otra guerra de afganistán


[Seymour M. Hersh] Con los acontecimientos de la guerra de Iraq, se olvida a menudo el conflicto relacionado de Afganistán. Aunque derrotados en 2002 después de meses de intensa campaña militar los talibanes, y sus aliados de Al Qaeda, han vuelto a ocupar al primer plano. Los señores de la guerra y barones de la droga, en quienes se apoyó Estados Unidos para derrotarlos, han aumentado la producción de opio en más de 20 veces: este año se producirá la cosecha más grande de la historia. Y controlan con sus milicias prácticamente todo el país. Richard Clarke llegó incluso a decir del presidente Hamid Karzai que era en realidad más bien el alcalde de Kabul. Seymour Hersh informó en mayo de 2004, sin perder nada de su actualidad.
En diciembre de 2002, un año después de que los talibanes fueran sacados del poder en Afganistán, Donald Rumsfeld hizo una optimista evaluación del futuro del país en el programa de Larry King, en CNN. "Tienen un gobierno electo... Los talibanes se acabaron, Al Qaeda desapareció. El país no es un lugar perfectamente estable, y necesita un montón de fondos de reconstrucción", dijo Rumsfeld. "Hay gente que arroja granadas de mano y lanza cohetes y están tratando de matar gente, pero también hay gente que quiere matar en Nueva York o en San Francisco. Así que este lugar no va a estar perfectamente en orden". Sin embargo, dijo: "Tengo esperanzas, estoy animado". Y agregó: "Les deseo lo mejor".
Un año y medio después los talibanes todavía son una fuerza en muchas partes de Afganistán, y el país continúa prestando refugio a los militantes de Al Qaeda. Las tropas norteamericanas, de las que quedan más de diez mil, que han sido desplegadas en las regiones montañosas cerca de Pakistán, todavía dan caza a Osama Bin Laden y al mullah Omar, el líder talibán. Hamid Karzai, el presidente respaldado por Estados Unidos, ejerce poco poder político fuera de Kabul y está luchando para socavar la autoridad de los señores de la guerra locales que controlan efectivamente las provincias. La producción de heroína está remontando y, excepto Kabul y pocas ciudades, la gente vive aterrorizada por la violencia y el crimen. Un nuevo informe del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas, hecho público en vísperas de la conferencia internacional de la última semana en Berlín, sobre la ayuda a Afganistán, decía que el país está en peligro de transformarse una vez más en un "caldo de cultivo de terroristas" a menos que haya un significativo aumento de la ayuda al desarrollo.
La confusión en Afganistán se ha transformado en un problema político para el gobierno de Bush, cuya conducción general de la guerra contra el terrorismo ha sido públicamente puesta en duda por Richard A. Clarke, el antiguo asesor en terrorismo del Consejo Nacional de Seguridad, en su memoria ´Against All Enemies´, y en las polémicas audiencias de la comisión del 11 de septiembre. La administración de Bush ha llamado a Afganistán consistentemente la historia de un éxito -un ejemplo de la determinación del presidente. Sin embargo, está presentando este alegato a la vista de renovadas advertencias de organizaciones internacionales de países aliados, y de sus propios militares -en particular un informe encargado que fue archivado en el limbo burocrático cuando sus conclusiones resultaron ser negativas: que la situación allá se está deteriorando rápidamente.
En este libro, Clarke describe la victoria en Afganistán como mucho menos decisiva de lo que la ha retratado el gobierno, y ha criticado severamente las tácticas del Pentágono, especialmente la decisión de descansar en el poderío aéreo y no en las tropas norteamericanas en el terreno durante las primeras semanas. La guerra comenzó el 7 de octubre de 2001, pero, escribió, no fue sino hasta siete semanas después que Estados Unidos "desplegó una unidad especial de terreno (marines) para asaltar y ocupar una instalación de Al Qaeda y talibán... La operación de noviembre pasado no incluyó ningún esfuerzo de parte de tropas norteamericanas para cerrar la frontera con Pakistán, capturar a los cabecillas de Al Qaeda o cerrar sus vías de escape.
Clarke me dijo en una entrevista la semana pasada que el gobierno ve a Afganistán como un remanso militar y político -un desvío a lo largo del camino hacia Iraq, la guerra que sí importaba al presidente. Clarke y algunos de sus colegas, dijo, había advertido repetidas veces a la dirección de la seguridad nacional que, como lo dijo él, "no se puede ganar la guerra de Afganistán con un esfuerzo tan pequeño". Clarke prosiguió: "Había más policías en Nueva York que soldados en el terreno en Afganistán. Teníamos que tener ahí una presencia de seguridad junto con un programa de desarrollo para cada región, y quedarnos ahí por varios meses".
Retrospectivamente, Clarke dijo que cree que el presidente y sus hombres no respondieron por tres razones: "Una, no querían meterse en Afganistán como se había metido la Unión Soviética. Dos, estaban reservando fuerzas para Iraq. Y, tres, Rumsfeld quería tener un laboratorio para probar su teoría acerca de la capacidad de un pequeño número de tropas de terreno, junto con poder aéreo, para ganar batallas decisivas". Hoy Clarke dijo: "Estados Unidos ha logrado estabilizar dos o tres ciudades. Pero el presidente de Afganistán no es más que el alcalde de Kabul".
El subsecretario de Defensa, Joseph Collins, un experto del Pentágono sobre Afganistán, reconoció que fue solo en los últimos meses que "comenzaron a fluir sumas importantes de dinero" hacia Afganistán para la reconstrucción y labores de seguridad. "Sabemos que lo que hemos estado haciendo en el área de seguridad está bien, pero no va lo suficientemente rápido", me dijo. La resurgencia de los talibanes y de Al Qaeda, dijo Collins, no comenzó sino a principios del año pasado. "A fines de 2003 empezaron a darse cuenta de que el asunto no era luchar contra nuestros soldados, sino contra los funcionarios de Naciones Unidas y los cooperantes". A largo plazo", agregó Collins, "estas tácticas son contraproducentes, en Afganistán y en Iraq".

La opinión de Clarke sobre lo que marchó mal fue reforzada por un análisis militar interno de la guerra de Afganistán que fue terminado este invierno pasado. A fines de 2002 el despacho del departamento de Defensa para Operaciones Especiales y Conflictos de Baja Intensidad (SOLIC) pidió al coronel retirado Hy Rothstein, un importante experto militar en guerras convencionales, que examinara la planificación y la conducción de la guerra de Afganistán, en el entendido de que se concentraría en las Fuerzas Especiales. Como parte de su investigación, Rothstein viajó a Afganistán y entrevistó a muchos oficiales de alto rango, tanto de las Fuerzas Especiales como de unidades regulares. También habló con decenas de oficiales jóvenes de las Fuerzas Especiales y con reclutas que combatieron ahí. Su informe fue una crítica devastadora de la estrategia del gobierno. Escribió que la campaña de bombardeos no fue la mejor manera de dar cacería a Osama Bin Laden y al resto de los cabecillas de Al Qaeda, y que se había fracasado en traducir los primeros éxitos tácticos en una victoria estratégica. De hecho, escribió, a largo plazo la victoria en Afganistán no era una victoria en absoluto.
El mes pasado visité a Rothstein en su oficina de la Escuela Naval de Posgrado, en Monterrey, California, donde es profesor en análisis de defensa. Un cincuentón en forma, de espaldas anchas, sirvió durante más de veinte años en las Fuerzas Especiales del ejército , incluyendo tres años como director de planes y ejercicios para el Comando Conjunto de Operaciones Especiales, en Fort Bragg, antes de jubilarse en 1999. Sus colegas le describieron como cualquier cosa, excepto un disidente. "Lleva botas al terreno", me dijo Robert Andrews, un antiguo director de SOLIC, refiriéndose a las misiones de Rothstein en América Central, por las que recibió la condecoración al valor, y en la antigua Yugoslavia. Rothstein accedió a hablar conmigo, a regañadientes, sólo después de que yo hubiera conseguido independientemente su informe, y no entraría en detalles acerca de su investigación. "Ellos me pidieron que hiciera esto", dijo, hablando del Pentágono, "y mi objetivo es hacer que algunas cosas marchen mejor. Todo lo que quiero es que la gente lea el informe y se olvide de mí. Yo te diré qué marchó bien y qué mal".
El informe describe una ancha brecha entre cómo Donald Rumsfeld describía la guerra y lo que realmente estaba pasando. Rumsfeld dijo a los reporteros al principio de la campaña de bombardeos de Iraq, escribió Rothstein, que "se no lucha contra los terroristas con medios convencionales. Se pelea con medios no convencionales". En diciembre, los talibanes y Al Qaeda se retiraron hacia el campo cuando los ejércitos de la Alianza del Norte entraron a la capital. Hubo muchos informes de prensa sobre el nuevo modo de hacer la guerra de Estados Unidos, incluyendo los muy publicitados informes de las Fuerzas Especiales a caballo y de las nuevas tecnologías, como los zánganos Predator. Sin embargo, escribió Rothstein, Estados Unidos continuaba enfatizando los bombardeos y las tácticas convencionales mientras "la guerra se hacía cada vez menos convencional", con los combatientes talibanes y de Al Qaeda "operando en pequeñas células, que emergen sólo para colocar minas terrestres y lanzar ataques con cohetes por la noche, para volver a desaparecer". Rothstein agregó: "Lo que se necesitaba después de diciembre de 2001 fue un mayor énfasis en las tropas de operaciones especiales norteamericanas, apoyadas por la infantería ligera, que llevaran a cabo operaciones contra los insurgentes. Los bombardeos aéreos debían haber sido algo raro... El fracaso en ajustar las operaciones al cambio de las condiciones del campo de operaciones de la guerra en la era de después de los talibanes cuesta a Estados Unidos algunos de los frutos de la victoria e impuso costes humanitarios y de estabilidad adicionales en Afganistán que eran evitables... En realidad, las consecuencias no intencionadas de la guerra pueden ser más importantes de lo que pensamos".

Hacia fines de 2001, la guerra afgana se había transformado esencialmente en una guerra contra la insurgencia. En ese momento era importante adoptar un tipo de estrategia bélica no convencional de algún tipo: "Las Fuerzas Especiales fueron creadas precisamente para tratar con este tipo de enemigo", escribió Rothstein. "Un modo de pensar no ortodoxo, que se alimente de una comprensión completa de la guerra, de la demografía, de la naturaleza humana, de la cultura y de la tecnología forma parte de este enfoque mental... La guerra no convencional prescribe que los soldados de las Fuerzas Especiales deben ser diplomáticos, médicos, espías, antropólogos culturales y buenos amigos -y todo eso antes de que empiecen el trabajo básico".
En cambio, dijo Rothstein, "el comando se transformó en una enorme y compleja estructura que no podía (o no quería) responder a las nuevas condiciones no convencionales". El resultado ha sido "una campaña en Afganistán que destruyó efectivamente a los talibanes, pero que ha tenido considerablemente menos éxito a la hora de lograr su principal objetivo, que era el de asegurarse de que Al Qaeda ya no pudiera operar en Afganistán".
Rothstein escribió que Rumsfeld respondía rutinariamente a las críticas acerca de las bajas civiles diciendo que "algo" de daño colateral "es inevitable en una guerra". Se calcula que durante los bombardeos y en otras acciones en las primeras fases de la guerra murieron más que mil civiles afganos. Rothstein sugirió que estas cifras pudieron haber sido más bajas, y que otros incidentes pudieron haber sido evitados si se hubiese permitido a las Fuerzas Especiales que hicieran una guerra verdaderamente no convencional que redujera la dependencia del poder de fuego masivo.
La decisión de la administración de tratar a los talibanes como si todos sus militantes se identificaran y lucharan con Al Qaeda fue también un grave error inicial. "Había profundas divisiones entre los talibanes que pudieron haber sido utilizadas a través de un esfuerzo político-militar, que es la esencia de la guerra no convencional", dijo Rothstein. "Unos meses de preparaciones diplomáticas, de inteligencia y militares intensas entre las Fuerzas Especiales y las fuerzas anti-talibanes habrían hecho una gran diferencia".
En lugar de eso, escribió Rothstein, la campaña militar norteamericana dejó un vacío de poder. Las condiciones en las que el gobierno post-talibán llegó al poder dieron "a los señores de la guerra, al bandolerismo y a la producción de opio una nueva inyección de vida". Concluyó: "Derrotar al enemigo en el campo de batalla y ganar una guerra son rara vez sinónimos. Ganar una guerra exige mucho más que derrotar al enemigo en el combate". Recordó que, en 1975, cuando Harry G. Summers, un coronel del ejército que más tarde escribiría una historia de la Guerra de Vietnam, le dijo a un coronel de Vietnam del Norte: "Ustedes nunca nos derrotaron en el campo de batalla". El coronel respondió: "Quizás, pero es irrelevante".
Rothstein entregó su informe en enero. Se lo devolvieron con el mensaje de que debía acortarlo drásticamente y moderar las conclusiones. Desde entonces no ha oído nada. "Es un informe amenazador", me dijo un asesor militar. El Pentágono, cuando se le pidió un comentario, confirmó que a Roth se le había dicho que "nosotros no compartimos todas sus conclusiones" y que pronto le enviarían unas observaciones. Además, Joseph Collins me dijo: "Quizá haya algo de verdad en eso, pero nuestros expertos opinaron que el estudio era inconexo y no muy informativo". Sin embargo, en entrevistas varios antiguos y actuales funcionarios del gobierno de Bush han respaldado las principales conclusiones de Rothstein. "No parece que se lo haya inventado", dijo un antiguo agente del servicio secreto. "La razón es que están petrificados de que sea verdad, y no querían verla por escrito".

El punto álgido de la intervención norteamericana en Afganistán ocurrió en diciembre de 2001, en un congreso de varias facciones afganas que se reunió en Bonn, en el que el candidato de la administración, Hamid Karzai, fue nombrado presidente del gobierno interino. (Su nombramiento como presidente fue confirmado seis meses más tarde en un consejo tribal afgano cuidadosamente orquestado, conocido como una Loya Jirga). Fue un logro significativo, pero hubo errores importantes en el acuerdo más amplio. No hubo un acuerdo sobre el establecimiento de una fuerza policial internacional, ni sobre métodos para el cobro de impuestos ni una estrategia para desarmar sea las muchas milicias o los individuos y sin resolver el problema talibán.
Entonces apareció Iraq. En entrevistas con académicos, cooperantes y funcionarios de organizaciones no gubernamentales se me dijo repetidas veces que dentro de unos meses después del congreso de Bonn, cuando Estados Unidos comenzó a preparar la campaña del Golfo, las condiciones de seguridad y políticas empeoraron en todo Afganistán. A principios del verano de 2002, un asesor militar, haciendo suya también la opinión de varios comandantes de las Fuerzas Especiales norteamericanas en el terreno, entregó al Pentágono un informe advirtiendo que los talibanes y Al Qaeda se estaban adaptando rápidamente a las tácticas norteamericanas. "Su lazo de decisión se ha apretado, el nuestro se ha hecho más ancho", se leía en el informe, en referencia a los talibanes. "Nos pueden ver, y nosotros los vemos cada vez menos". Sólo muy pocos generales de alto nivel prestaron oídos, y el informe, como el de Rothstein, no cambió nada. Para entonces algunos de los norteamericanos más capaces estaban siendo apartados de Afganistán. Richard Clarke observó en sus memorias: "Las Fuerzas Especiales que fueron adiestradas para hablar árabe, la lengua de Al Qaeda, fueron sacadas de Afganistán y enviadas a Iraq". También fueron transferidas a Iraq algunas unidades paramilitares de la CIA.
Entretanto, Estados Unidos continuó pagando y trabajando con los señores de la guerra locales, muchos de los cuales estaban implicados en el tráfico de heroína y opio. Su lealtad no estaba a la venta, sino en alquiler. Señores de la guerra como Hazrat Ali en el este de Afganistán, cerca de la frontera con Pakistán, y Mohammed Fahim han sido fundamentales para el éxito militar inicial de Estados Unidos y, al principio, prometieron aceptar a Karzai. Hazrat Ali sería más tarde uno de los varios comandantes que fueron acusados de traición a las tropas norteamericanas en una temprana y fracasada barrida de Al Qaeda en 2002. Fahim, ahora ministro de Defensa, está profundamente implicado en varias empresas ilegales.
El gobierno de Bush, comprometido en una guerra mayor en Iraq, está ansioso por poner la guerra de Afganistán detrás de sí. En enero de 2003, Paul Wolfowitz, el subsecretario de Defensa, hizo una visita de quince horas a Kabul y anunció: "Estamos claramente entrando en una nueva fase, donde nuestra prioridad en Afganistán será cada vez más la estabilidad y la reconstrucción. No hay modo de ir demasiado rápido. Mientras más rápido, mejor". Se habló de mejorar la seguridad y reconstruir el ejército nacional afgano a tiempo para las elecciones presidenciales y parlamentarias, pero casi nada sobre proporcionar recursos militares y económicos. "No creo que la administración supiera cómo ganarse la simpatía y voluntad de la gente", me dijo un antiguo funcionario de la administración.
Los resultados del abandono de la posguerra son duros. Un importante estudioso sobre Afganistán, Barnett R. Rubin, escribió este mes en Current History, que hoy Afganistán "no tiene instituciones estatales que funcionen. Carece de un ejército verdadero o de una policía efectiva. Su destartalada administración provincial apenas si está en contacto con el gobierno central, para no mencionar el tema de la obediencia. La mayor parte de los magros recursos fiscales del país ha sido usurpada ilegalmente por funcionarios locales que son poco más que señores de la guerra con títulos oficiales". El objetivo de la política norteamericana en Afganistán "no fue montar un régimen mejor para los afganos", escribió Rubin. "El objetivo de Estados Unidos es en realidad deshacerse de la amenaza terrorista". Estados Unidos reclutó a los señores de la guerra en su guerra contra el terrorismo, y "el resultado fue un gobierno afgano creado en Bonn, apoyado sobre una base de poder compuesta por señores de la guerra".
Un asesor militar con una larga experiencia en Afganistán me dijo el año pasado: "La acción real está a nivel de aldea, pero nosotros no estamos allá. Y necesitamos estar allá todo el tiempo. Ahora estamos operando efectivamente por arriba del conflicto. Es la misma y vieja historia que en Vietnam. No podemos tirarle a lo que no podemos ver". Agregó: "Desde enero de 2002 en adelante que estamos en proceso de arrebatar la derrota de las fauces de la victoria".

El verano pasado, una coalición de setenta y nueve organizaciones de derechos humanos y de ayuda escribieron una carta abierta a la comunidad internacional pidiendo una mejor seguridad en Afganistán y advirtiendo que las elecciones presidenciales, programadas para septiembre, estaban en peligro. La carta observaba: "Para la mayoría del pueblo afgano, la seguridad es precaria y controlada por señores de la guerra regionales, traficantes de drogas y grupos con vínculos con terroristas. La situación se está poniendo peor y no hay un plan abarcador en el lugar que ponga fin a la espiral de violencia". Cifras compiladas por Care International mostró que once cooperantes fueron asesinados en cuatro incidentes diferentes en un período de tres semanas que terminó a principios del mes pasado, y la tasa de agresiones físicas contra cooperantes en Afganistán se duplicaron en enero y febrero en comparación con el mismo período del año pasado. Esas agresiones, sugirió una declaración de Care, conducen inevitablemente a retrocesos en los programas de reconstrucción y de ayuda humanitaria. A principios de 2003, por ejemplo, de acuerdo a Chicago Tribune, había veintiséis agencias humanitarias operando en Kandahar, la más importante ciudad afgana en el sur. A comienzos de año había menos de cinco.
Incluso uno de los logros más publicitados del gobierno post-talibán -la mejora de las condiciones de vida de las mujeres- ha sido puesto en cuestión. Judy Benjamin, que sirvió como asesora en cuestiones de género de la misión de la Agencia para el Desarrollo Internacional norteamericana en Kabul en 2002 y 2003 me dijo: "Han mejorado las oportunidades legales, pero la vida de las mujeres en el día a día incluso en Kabul no ha mejorado. Las chicas ahora pueden ir legalmente a la escuela y a trabajar, pero cuando se trata de las prácticas familiares reales, la gente tiene miedo de dejarlas salir de casa sin un velo". Las condiciones fuera de Kabul son mucho peores, dijo: "Las familias no dejan viajar a las mujeres, salir a trabajar o a la escuela. Hay muchos caminos que debes evitar si no quieres encontrarte con bandoleros. La gente dice que se sentían más seguros con el régimen talibán, que es la razón por la que los talibanes tienen cada vez más apoyo: la falta de seguridad".
Nancy Lindborg, la vice-presidente ejecutiva de Mercy Corps, una de las principales ONGs operando en Afganistán, tenía una opinión similar. Fuera de Kabul, dijo, "donde vaya, de Kunduz a Kandahar, no veo cambios para la mayoría de las mujeres y la seguridad para todos se ha desmoronado desde noviembre de 2002. "Las declaraciones del Pentágono de un mayor compromiso con la seguridad y la reconstrucción fueron vistos cada vez más "como una gran farsa"", dijo Lindborg. "Estados Unidos ha puesto a Afganistán a enconarse durante dos años".
Las organizaciones humanitarias no son las únicas con esa preocupación. En febrero, el vice-almirante Lowell E. Jacoby de la Agencia de Inteligencia de Defensa, reconoció durante una de las audiencias del comité de inteligencia del senado que la creciente insurgencia había tomado como blanco a las organizaciones humanitarias y de reconstrucción. En general, dijo, los ataques de los talibanes "alcanzaron los niveles más altos desde el derrumbe del gobierno talibán".

La heroína es uno de los problemas sociales, económicos y políticos más inmediato y más intratable. "El problema es demasiado grande para nosotros y no podemos hacerle frente solos", declaró Hamid Karzai la semana pasada en Berlín, cuando pidió más ayuda. "Las drogas en Afganistán están amenazando la existencia misma del estado de Afganistán". El tráfico de drogas y actividades delictuales relacionadas produjeron el año pasado beneficios del orden de 2.3 billones de dólares para la Hacienda, de acuerdo a un sondeo anual de la Oficina sobre Drogas y Delincuencia de Naciones Unidas, una suma que era el equivalente de la mitad del producto nacional bruto legal de Afganistán. "Los terroristas también llevan su parte", observaba el informe de Naciones Unidas, agregando que "mientras más dure, más grande se hace la amenaza para seguridad dentro del país".
El informe de Naciones Unidas publicado el otoño pasado reveló que la producción de opio, que después de la prohibición declarada por los talibanes había disminuido a 185 toneladas métricas en 2001, aumentó el año pasado a 3.600 toneladas -un aumento de veinte veces. El informe declaró que el país está "en una disyuntiva: o (i) se toman ahora medidas prohibitivas enérgicas... o (ii) el cáncer de la droga en Afganistán continuará creciendo y se transformará en corrupción, violencia y terrorismo, dentro y fuera de las fronteras del país". Afganistán estaba una vez más, dijo Naciones Unidas, produciendo tres cuartos del opio ilegal del mundo, sin indicios de una reducción a la vista, incluso aunque ha habido un continuo flujo de informes de Washington sobre las prohibiciones de drogas. El informe dijo que el cultivo de la amapola había continuado extendiéndose, y ahora se reportaba en 28 de las 32 provincias del país.
Todavía más alarmante, según un sondeo de Naciones Unidas, casi el setenta por ciento de los granjeros tienen la intención de aumentar sus cultivos de amapola en 2004, la mayoría de ellos en más de la mitad. Sólo un pequeño porcentaje de granjeros está planeando alguna reducción, a pesar de años de presión internacional. Muchas de las áreas que el informe de Naciones Unidas identificó como regiones en las que es probable que haya un aumento de la producción son regiones donde Estados Unidos tiene una importante presencia militar.
A pesar de esas cifras, el ejército norteamericano ha hecho la vista gorda la mayor parte de las veces, fundamentalmente a causa de la creencia de que los señores de la guerra pueden entregar a los talibanes y a Al Qaeda. Un veterano funcionario de una ONG me dijo: "Todos saben que el ejército norteamericano tiene a los señores de la guerra en su plantilla de pago. Nosotros les pusimos en el poder de nuevo. Todo ha salido terriblemente mal". (Joseph Collins del Pentágono me dijo: "La lucha anti-narcóticos en Afganistán ha sido un fracaso". Collins dijo que la cosecha de este año sería la segunda más grande de la historia. Sin embargo, agregó que el gobierno afgano está planeando "redoblar" sus esfuerzos en el control de estupefacientes y que el Pentágono está "ahora por primera vez poniendo más dinero en el asunto": setenta y tres millones de dólares).
La fácil accesibilidad de la heroína también representa una amenaza al bienestar de las tropas norteamericanas. Desde el otoño de 2002 varios oficiales en servicio activo y jubilados del ejército y de la CIA me contaron de crecientes informes sobre el uso de heroína por personal del ejército norteamericano en Afganistán, muchos de los cuales habían estado ahí durante meses, sin distracciones. Un antiguo oficial de alto nivel del servicio de inteligencia me dijo que el problema no eran las unidades de las Fuerzas Especiales o las de combate del ejército que estaban en el terreno sino "los tipos de logística": los choferes de camiones y los trabajadores de las cantinas y de mantención que estaban estacionados en la enorme base militar de Bagram, cerca de Kabul. Sin embargo, también me dijeron que había preocupaciones acerca del uso de heroína por los marines. Los marines asignados a Bagram están nominalmente confinados a la base, por razones de seguridad, pero las drogas, dijo el antiguo agente de inteligencia, eran entregadas a los usuarios por residentes afganos locales contratados para labores meniales. Los mandamases del Pentágono tiene una actitud "de esconder la cabeza en la arena", dijo. "No hay ganas de exponerlo y de involucrar a la policía. Esto es una cagada", agregó, hablando de la heroína. El Pentágono negó que hubiera preocupaciones sobre el uso de drogas en Bagram, pero reconoció que "se iniciaron procedimientos disciplinarios contra personal del ejército norteamericano en Afganistán por sospechas de uso de drogas". Cuando se le preguntó separadamente sobre las acusaciones contra los marines, el Pentágono dijo que algunos marines habían sido retirados de Afganistán para hacer frente a procesos disciplinarios, pero responsabilizó al alcohol y a la marihuana antes que a la heroína.
Los señores de la droga tradicionalmente sólo procesaban hachís dentro del territorio afgano, y embarcaban la amapola a plantas de producción de heroína en el norte de Pakistán y otros lugares. Un funcionario de anti-narcóticos de Estados Unidos me dijo que en los últimos dos años "la mayor parte de la heroína ha sido procesada en Afganistán, como parte de un plan para mantener las ganancias en el país". Sólo una fracción de lo que se produce en Afganistán es usado aquí, dijo el agente. Sin embargo, un funcionario norteamericano de una organización de ayuda humanitaria me dijo que el "problema más grande" es que el aumento en la producción local aumentará el riesgo de adicción entre los marines. Un antiguo agente de la CIA que sirvió en Afganistán también dijo que los funcionarios anti-narcóticos de la agencia habían estado investigando independientemente el uso de la droga entre los soldados.

Afganistán está recuperando la atención del gobierno de Bush, en parte porque la situación cada vez peor en Iraq ha aumentado la necesidad de algún éxito en la política exterior. Funcionarios del departamento de Estado y del servicio secreto que han trabajado en Kabul dijo que se entiende ampliamente que las elecciones presidenciales y parlamentarias en Afganistán, que ya han sido aplazadas, deben ser realizadas antes de las elecciones presidenciales norteamericanas el 2 de noviembre. El revés del esquema político ha sido un nuevo compromiso norteamericano sobre fondos de reconstrucción: más de dos billones de dólares, un aumento de cuatro veces en relación con el año pasado, para escuelas, clínicas y construcción de caminos en Afganistán. Richard Clarke escribió en su libro de memorias que los fondos de ayuda inicialmente fueron "inadecuados y proporcionados lentamente" y muy por debajo de los 1.395 dólares per cápita que se gastaron en los primeros años de la reconstrucción de Bosnia y los cerca de 20 billones de dólares destinados ahora a Iraq. En algún momento en 2002 los fondos de ayuda norteamericanos para Afganistán llegaron sólo a 52 dólares por persona. "¿Por qué se nos está dando el dinero ahora?", me dijo un funcionario de una organización de ayuda del gobierno, riéndose. "Lo hemos estado pidiendo durante más de dos años y nadie en su sano juicio pensó que lo lograríamos".
La insistencia del gobierno en realizar las elecciones en otoño hace caso omiso del consejo de muchos de sus aliados y continúan alimentándose pesadamente de Hamid Karzai. (En la primavera se registraron para votar alrededor del diez por ciento de los votantes elegibles). La semana pasada la conferencia internacional de Berlín reforzó al régimen de Karzai y sus perspectivas electorales prometiéndole más de cuatro billones de dólares en ayuda y préstamos de poca renta el próximo año, aunque la cifra incluye más de un billón de dólares prometido previamente. La mitad de las contribuciones vinieron de la administración Bush. El secretario de Estado Collin Powell elogió a Karzai por haber transformado a Afganistán de "un estado en quiebra, gobernado por extremistas y terroristas, en un país libre con una economía creciente y una emergente democracia".
Sin embargo, en entrevistas para este artículo, Hamid Karzai fue descrito consistentemente por otros como poco seguro de sí mismo y totalmente dependiente de Estados Unidos en cuestiones de seguridad y finanzas. Uno de los principales rivales de Karzai es su propio ministro de defensa, Mohammed Fahim. El año pasado la administración de Bush recibió privadamente un memorándum de manos de un oficial afgano y aliado de los norteamericanos, advirtiendo que Fahime estaba trabajando para debilitar a Karzai y usaría su control sobre el dinero de sus negocios ilegales y de la recaudación de impuestos para hacerlo. También se dijo que Fahim ha reclutado al menos a ochenta mil hombres para sus nuevas milicias.
La continuada tolerancia de Estados Unidos de estos señores de la guerra como Fahim y el general Abdul Rashid Dostum -un reputado criminal de guerra y traficante de armas que, después de que Washington le ofreciera millones de dólares ayudó a derrotar a los talibanes en el otoño de 2001- desconcierta a muchos que tienen una larga experiencia en Afganistán. "Fahim y Dostum son parte del problema, no de la solución", dijo Milt Bearden, que dirige las operaciones de la CIA en Afganistán durante la guerra contra la Unión Soviética. "Esta gente tiene el gene de la astucia y pueden meternos a hacer sus guerras. Nos llevan hacia abajo", dijo Bearden. "Qué maravilla para ellos que deshacerse de la oposición con aviones y Fuerzas Especiales norteamericanas".
El comodín en la planificación de las elecciones pueden ser los talibanes. El antiguo ministro talibán de relaciones exteriores, Wakil Ahmed Muttawakil, que pasó meses bajo custodia norteamericana, ha ofrecido repetidas veces abrir un canal de comunicación con la jefatura talibán. "Pero al gobierno solo le interesa capturar a Osama Bin Laden", dijo un ayudante de un senador demócrata. "Su única preocupación es obtener información táctica". Entretanto, la influencia talibán ha crecido en todo el sur y el este de Afganistán, en desafío -o quizás a causa de- de los continuados ataques aéreos y por tierra norteamericanos, que han redundado inevitablemente en bajas civiles.
En un intento por fortalecer a Karzai, el mando militar norteamericano ha tratado de reducir su propia dependencia de algunos señores de la guerra regionales. El objetivo más reciente fue Ismail Khan, el popular gobernador independiente de Herat, un enorme provincia al occidente de Afganistán, en la frontera con Irán. Khan, un encarnizado enemigo de los talibanes, apoyó al principio la invasión norteamericana de Afganistán después del 11 de septiembre. Desde entonces ha desafiado al gobierno central y se niega a entregar a Kabul la mayor parte de la recaudación de impuestos y de aduanas. (Herat en un antiguo centro comercial). Khan personifica lo difícil que es para Estados Unidos separar a amigos de enemigos en Afganistán. "Decir que Mohammed Fahim es un ministro de gobierno e Ismail Khan un señor de la guerra", me dijo un funcionario norteamericano, "es abusar de la lengua". El punto del funcionario era que Khan ofrecía mejor seguridad y más estabilidad para la población local que las que se encuentran en otras provincias afganas, y observadores internacionales creen que probablemente ganaría una elección provincial. Pero trata a Herat como su feudo privado y ha alarmado a muchos en la administración de Bush con su ruidoso apoyo de Irán; en el otoño pasado se le citó diciendo que era "el mejor modelo de un país musulmán en el mundo".
Un experto regional me dijo que Karzai -que tuvo siempre aprehensiones acerca de Ismail Khan- hizo surgir en la primavera pasada la cuestión de cómo derrocarlo, durante una breve visita de Donald Rumsfeld a Kabul. "Le pidió apoyo a Rumsfeld", recordó el experto. "Rumsfeld le deseó suerte pero dijo que Estados Unidos no se involucraría. Así, a Karzai le dio miedo". El tema fue revisado nuevamente en febrero, me dijo un antiguo asesor de la CIA del mando norteamericano en Bagram. En algún momento ese mes el mando norteamericano pidió a su componente de la inteligencia un nuevo plan operacional para Khan. El antiguo asesor de la CIA se enteró desde dentro de los servicios secretos de que se estaba de acuerdo en que Khan tenía que ser neutralizado. Cuando se le preguntó que quería decir, dijo que le habían dicho que "Khan tenía que ser eliminado -tenemos que acabar con su influencia". (El Pentágono negó que hubiera un plan semejante).
El 21 de marzo estalló un conflicto armado en Herat entre las fuerzas de Khan y tropas leales al gobierno central. Informes sobre lo que ocurrió varían ampliamente; no fue inmediatamente claro quién empezó qué. De acuerdo a un informe de funcionarios de Naciones Unidas en Afganistán, enviado a la sede en Nueva York, han aumentado las tensiones entre Khan y uno de sus encarnizados rivales, el general Abdul Zaher Naibzadah, sobre el control de la guarnición militar afgana de Herat. El hijo de Khan tuvo noticias de que había habido un intento de asesinato de su padre y se dirigió a la casa del general donde los guardaespaldas de Naibzadah le dispararon, junto a los otros. Según un cable de Naciones Unidas, Ismail Khan se vengó violentamente de sus atacantes, incendiando la sede local de la milicia afgana y matando a una veintena. Algunos boletines de prensa calcularon las bajas de la batalla subsecuente, que duró todo un día, en cien o más; otros informes, de Kabul, dijeron que murieron menos de dos docenas. El informe de Naciones Unidas incluyó informes de que se necesitó una llamada telefónica personal de Karzai a Khan para apaciguar la situación. Durante los días siguientes, una división del Ejército Nacional Afgano, enviada por el gobierno central, entró a Herat a restaurar el orden.
No hay pruebas de que los comandantes norteamericanos estuvieran implicados en algún atentado contra la vida de Khan, me dijo el antiguo asesor de la CIA. Pero, de acuerdo a algunos funcionarios, los norteamericanos estaban asignados a unidades militares afganas que estaban presentes en Herat. "Nosotros tenemos adiestradores y asesores entre las tropas afganas", dijo el asesor. "Sabían lo que estaba pasando". El resultado, informó Naciones Unidas, fue que Khan "se puede hacer todavía más intratable en sus relaciones con el gobierno central". El plan apoyado por los norteamericanos era desafiar la autoridad de Khan y afianzar la reputación nacional de Karzai dentro de Afganistán, había servido según parecía para hacer de Khan un enemigo todavía más determinado.

El funcionario de una agencia de ayuda humanitaria del gobierno me dijo que el año pasado pasó semanas viajando por todo Afganistán -incluyendo el sur y el este, áreas con menos lazos con el gobierno central de Kabul. "Dijeron: ´No nos gustan los talibanes, pero trajeron una seguridad que ustedes no han sido capaces de proporcionarnos´", dijo el funcionario. "Creían que nos habíamos aliado a los tipos malos -a los señores de la guerra- a causa de nuestra guerra contra el terrorismo". El funcionario recordó haber sido preguntado constantemente sobre la guerra norteamericana en Iraq. "Estaban preocupados por Iraq, y querían saber si nos quedaríamos. Recordaban cómo nos habíamos marchado" -después de la derrota patrocinada por Estados Unidos de la Unión Soviética en Afganistán. "Dijeron: ´Ustedes se marcharán, como en 1992. Haríamos negocios con ustedes si creyéramos en la capacidad de perseverancia de Estados Unidos´". El funcionario concluyó: "Para ellos Iraq significa que Estados Unidos tiene prioridades mayores".
Un cooperante de Naciones Unidas que está ayudando a preparar las elecciones en Afganistán me dijo que los fondos de ayuda norteamericanos ahora dirigidos hacia Afganistán, independientemente de los motivos del gobierno, son esenciales para el futuro del país. "Tenemos una oportunidad de oro que se cerrará el 2 de noviembre". Es un proceso cínico, agregó. "Un factor clave en realizar las elecciones será la no interferencia de los varios señores de la guerra que trafican en drogas en el país, y terminar con el tráfico de drogas no será una prioridad". El mensaje que recibió de los señores de la guerra, dijo el cooperante de Naciones Unidas, fue que si Estados Unidos intentaba implementar un programa de erradicación de la amapola "fuerte y pesado", los señores de la guerra interrumpirán las elecciones.
El cooperante de Naciones Unidas dijo que el presidente Karzai era visto como "un líder débil con muy poca credibilidad a nivel de calle". Me dijo que una y otra vez cuando él se reunió con los viejos de las aldeas, como parte de su trabajo, "la gente vieja dice: ´Hamid es un buen hombre. No mata. No roba. No vende drogas. ¿Cómo puedes creer que podría llegar a ser líder de Afganistán?´"

12 de mayo de 2004
©new yorker ©traducción mQh"

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