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UN VECINDARIO DE BAGDAD EN ASCUAS - john daniszewski



Bagdad, Iraq. La vida cotidiana en Bagdad. Sentado en el santuario de su salida oscura, el profesor de cinematografía Sabah Mehdi Mosawi, frunce el ceño cuando piensa en los peligros que corre un día normal en este típico barrio de la capital de Iraq.
"Hoy fui al mercado y estuve a punto de pisar una mina", dijo."
Riesgos como esos se han hecho cosa de todos los días en Muhallah 665, un barrio de Bagdad retratado el año pasado por The Times. También son cotidianos los atracos, robos, secuestros y otras agresiones.
Mosawi tiene una preocupación más: que su esposa polaca y sus hijos sean atacados por elementos anti-occidentales a causa de su piel más clara.
"Es asombroso lo rápido que se destruyeron las normas éticas y morales", dijo el profesor, de cara cansada y triste.
Sin embargo, en la semana en la que terminó oficialmente después de catorce meses la ocupación de Iraq liderada por Estados Unidos, asumió un gobierno interino iraquí bajo el primer ministro Iyad Allawi y Saddam Hussein fue llevado a los tribunales para ser acusado de los crímenes cometidos durante su régimen, Mosawi tenía la esperanza de que su país entrara en una nueva fase.
"Es posible que la vida vuelva a ser como antes igual de rápido", dijo. "Cuando la gente se sienta segura, vas a sentir la diferencia en cuestión de segundos".
Por fuera, Muhallah 665 y el vecindario circundante de Ghazaliya han cambiado poco. Una pátina de polvo cubre todavía las calles y los árboles, los coches son todavía viejos y destartalados, la electricidad todavía es algo que se tiene a veces. Pero desde que estallaron abiertamente las hostilidades esta primavera en Faluya y Abu Ghraib, dos ciudades dominadas por los insurgentes a lo largo de una autopista, justo al poniente, el área es decididamente menos acogedora hacia los extranjeros.
Incluso conocidos de años se muestran reluctantes a recibir visitas de extranjeros, y se sienten inquietos por la seguridad de los huéspedes.
Algunos residentes de Muhallah 665 han sido víctimas de la violencia. Incluyen a un joven jeque musulmán chií, Wisam Fawadi, que el año pasado ordenó al cuartel general del antiguo Partido Baas que construyera una mezquita en el barrio. Lo mataron a balazos una mañana de diciembre, cuando salía de las oraciones. Y un antiguo funcionario de alto rango del Partido Baas, Abdul Qadir Naass Suweidi, sufrió un colapso y murió hace algunas semanas al enterarse de que uno de sus hijos había sido asesinado, dijo una mujer vestida de luto que estaba junto a la puerta de su casa.
Mosawi, 53, se pregunta cada vez que se marcha a la universidad si volverá salvo a casa o si será víctima de algún ataque suicida masivo o de delincuentes.
"Si un hombre tiene miedo, ¿cómo no lo tendría una mujer?", se preguntó.
Hassan Naji, un vecino que se unió a la conversación en la salita, dijo que conocía a la familia del primer ministro Allawi desde hacía mucho tiempo y lo creía un buen líder. Como Mosawi, espera que el nuevo gobierno pasará a la ofensiva contra los terroristas.
"Esos son agentes pagados por los extranjeros. O les han lavado el cerebro", dijo el profesor jubilado de química orgánica, que estudió en la Universidad de Texas. "El único modo que tiene Allawi de derrotarlos es volviendo a crear el sistema de seguridad de Saddam". Por supuesto, agregó, debería ser otro personal y sin castigar a la gente de a pie.
A unos kilómetros, Sayed Abbas, un hombre de negocios que fue nombrado al consejo de la región de Ghazaliya instalado por las tropas norteamericanas el año pasado, tenía todavía más razones para tener miedo. Este año le habían disparado y herido ligeramente frente a su casa en Muhallah 665, y pocos días después recibió una carta anónima.
"Deja de ser un colaborador", decía la carta, "y de cooperar con los invasores y causando daño a los hijos de tu país. De otro modo, terminarás como terminan los traidores". Estaba firmado: "Los Destacamentos de la Guerra Santa Musulmana".
Abbas se mudó. Accedió a hablar sólo en su local en Shulla, un área predominantemente chií al norte de Ghazaliya al otro lado de un canal de desagüe fétido y lleno de basura. Mientras hablaba, sus amigos vigilaban la calle.
A pesar de las apariencias, dijo, tiene esperanzas de que el nuevo gobierno de Allawi y del presidente Ghazi Ajil Yawer comience a restaurar el orden.
Aunque el nuevo gobierno surgió de un Consejo de Gobierno nombrado por Estados Unidos y no ha sido elegido, dijo, incluso los chiís lo apoyarían si los nuevos líderes demuestran que están al mando y que son independientes de Estados Unidos.
"Ahora tenemos dudas sobre ellos y nos sentimos escépticos, porque los vemos pasar en los vehículos de nuestros enemigos", dijo. "Pero tendrán que decidirlo ellos mismos; tendrán oportunidad de retocar sus retratos y de redimirse por sus actos".
La actitud de ver-para-creer está muy extendida aquí.
Hasta el momento los residentes del barrio no han oído mucho del nuevo gobierno, excepto las noticias de que esta semana inició los primeros pasos para llevar a juicio a Hussein. Dieron las mismas respuestas contradictorias que sus compatriotas: sus detractores llamando a la venganza y sus partidarios anhelando que le dejen tranquilo.
Sin embargo, los residentes fueron prácticamente unánimes en su aprecio de la determinación de Allawi de poner a más uniformados en las calles.
"Estamos hartos de todo este baño de sangre... Lo que vemos hoy -el despliegue de una policía iraquí y sus intentos de imponer el respeto por la ley- es algo positivo", dijo Ezzuddin Sammarrai, 45, un próspero comerciante sunní que vende artículos de plástico en una tienda junto a la calle principal del barrio.
Su familia, como la mayoría aquí, ha vivido recientemente un drama, dijo el viejo residente. El sobrino de 16 años de Sammarrai, Zaid, fue secuestrado. El niño, rollizo y bien parecido, habló indecisamente sobre su terrible experiencia. Dijo que ocho delincuentes entraron a su casa, apuntaron armas de fuego contra la familia y comenzaron a llevarse los objetos de valor.
"Estábamos pasmados y mirándolos", recordó el adolescente. "Después de llevarse todo lo que quisieron, pidieron la llave del BMW estacionado en el garaje y me dijeron que me iba con ellos".
"Estuve cinco días con ellos y después de largas negociaciones mi familia pagó cinco millones de dinares [alrededor de tres mil quinientos dólares] para que me dejaran ir".
Todavía está afectado, pero se siente mejor ahora que la policía iraquí se hace cargo de la seguridad. "Cuando veo sus puestos de control y sus hombres en la calle, me siento feliz", dijo. "Los iraquíes son mejores que los norteamericanos".
Sadoun Abdul Ameer y su esposa, Sahira, pasaron los últimos meses arreglando su pequeña casa y ella dio a luz recientemente. A fines del año pasado se encontraba entre los residentes más optimistas. Como un chií que apenas si se salvó de ser condenado a muerte por protestar contra el antiguo gobierno, tenía todas las intenciones de recuperar el tiempo que había perdido durante los sietes años que pasó en las cárceles del antiguo dictador.
Fiel a su objetivo, ha estado moviéndose activamente. Conduce un taxi y trabaja a nombre de los chiís y de los ex presos. Aunque cree que el nuevo gobierno no es totalmente legítimo, también está dispuesto a darle una posibilidad -incluso si decide imponer la ley marcial.
"Queremos que imponga y cooperaremos", dijo. "La situación es crítica. Nadie se siente seguro, ni nuestras mujeres ni nuestros hijos".
Pero también tiene profundos recelos de cómo marchan las cosas.
"La mayoría de los que están en el gobierno son oportunistas. Se irán del país tan pronto como las cosas empeoren. No hay optimismo", dijo. "Lo que estoy diciendo es lo que oigo como chofer de taxi, como miembro de una tribu y como político".
A pesar del caos muchos residentes aquí dicen que serían felices si hubiera menos tropas norteamericanas en las calles -algunos, porque ven a los soldados como un imán para los ataques de los terroristas, y otros porque se sienten humillados y amenazados por los extranjeros armados.
Un batallón del ejército norteamericano que había estado asignado al área fue trasladado en enero. Antes de partir, el batallón ayudó a construir una oficina para el consejo del barrio. Sin embargo, hoy, los miembros del consejo sólo se reúnen a horas irregulares, temerosos de que ser atacados como colaboradores.
Uno de ellos, Saleh Mehdi Saleh, que prefiere ser llamado Abu Farooq, pasaba el rato ahí vestido con un traje de rayas verde, y rodeado de ocho policías armados. Dijo que estaba bien que los ahora los iraquíes tuvieran una posibilidad de abordar ellos mismos los problemas. "Démosle una chance al nuevo gobierno", dijo, "y veamos qué hace".

Raheem Salman contribuyó a este reportaje.
3 de julio de 2004
©los angeles times ©traducción mQh

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