¿quién es ayad allawi?
[Andrew Gilligan] Este antiguo espía de Saddam Hussein y del servicio secreto británico, que se jacta de querer ejecutar personalmente al ex dictador, fue nombrado primer ministro contra la opinión de Naciones Unidas. Su autoritarismo lo pone a la par de su antiguo jefe. Su colega en el Acuerdo Nacional Iraquí era el antiguo encargado de las ejecuciones públicas de Saddam.
El primer acto político del que se tiene memoria de Iyad Allawi -ahora el primer ministro interino de Iraq, entonces un activista estudiantil del Partido Baaz de Saddam Hussein- sorprendió a muchos como un poco extremista, incluso según los cánones de la política universitaria de los años sesenta. "Estábamos en la escuela de medicina en Bagdad [antes de Saddam]", contó su contemporáneo y más recientemente, colega en el consejo de gobierno iraquí, Raja al-Khuzai. "Cuando fuimos a dar los exámenes, encontramos a Iyad en la puerta del pabellón, con uniforme de combate y una ametralladora. Dijo: No voy a dejar entrar a nadie. Estamos en huelga'. Nos dio miedo".
Después del desafortunado fracaso de su iniciativa -los exámenes finalmente siguieron adelante, después de que las autoridades enviaran tanques-, Allawi evidentemente decidió que la época de la cautela había terminado. Con un amigo, Adel Abdul Mahdi, se propuso secuestrar al decano de la universidad para dar publicidad a la causa pan-arabista. "Tomamos los primeros rehenes de Iraq", recuerda con nostalgia Abdul Mahdi, ahora ministro de Finanzas de Iraq. Los dos hombres pasaron un tiempo en prisión por el delito, hasta que un golpe baazista los sacó de la cárcel.
Ahora, cuando Estados Unidos destruye Faluya para salvarla, Allawi está nuevamente en el centro de un acto de violencia cuyo fin es fortalecer su posición. Él es tanto el supuesto autor de la ofensiva estadounidense como claramente su beneficiario final. En realidad, por supuesto, la autoría está en otro lugar y Allawi puede incluso no ser el beneficiario. Dejando de lado la delicada cuestión de si la democracia y la libertad se pueden construir sobre una pila de cadáveres de civiles, un examen detenido del pasado de este antiguo conspirador pan-arabista deja claro que presentarlo como un partidario corriente de la libertad es en realidad algo muy difícil de creer.
Tras sus invaluables esfuerzos en el Bagdad de los años sesenta, y la revolución final que llevó a Saddam al poder como vice-presidente, Allawi fue ascendido a presidente de la Unión Estudiantil Iraquí en Europa, un cargo clave relacionado con el servicio secreto que le exigió cultivar a la elite de estudiantes árabes que llegaban a las universidades de Londres. En los años setenta, desilusionado con el régimen, empezó lo que sería su más importante relación política de su vida: con el M16, el servicio secreto británico. (Casi le costó la vida en 1978, cuando agentes iraquíes asaltaron su casa en un suburbio de Londres y trataron de matarlo con un hacha).
La invasión de Kuwait por Saddam, en 1990, dio a Allawi el catalizador que necesitaba. Con otro hombre, Salih Omar, cuyas credenciales democráticas incluyen la supervisión de los colgamientos públicos del régimen, Allawi fundó al-Wifaq, el Acuerdo Nacional Iraquí ANI, una colección pequeña pero influyente formada casi exclusivamente por antiguos baazistas que había tenido cargos durante el régimen de Saddam, pero habían caído en desgracia. Desde el principio, el ANI nunca intentó ser un movimiento de masas. Su objetivo no era llevar democracia a Iraq, sino preparar un golpe de palacio que lograría, según los cálculos de Allawi, remplazar a los 30 o 40 jefes más importantes por... gente como él mismo.
El primer acto del ANI fue fundar una estación de radio de oposición en Arabia Saudí durante la guerra. Pero pronto se dio cuenta de que sus objetivos serían promovidos mejor si se concentraba en un mercado más pequeño y más crédulo: la comunidad de inteligencia internacional. Allawi era bueno en estas cosas. A diferencia de su principal rival entre los políticos del exilio iraquí, Ahmed Chalabi, Allawi era discreto y convincente, aludiendo a contactos altamente ubicados dentro del régimen que estaban dispuestos a pasarse al Occidente. No sería la última vez que Iyad Allawi contara a los británicos, y más tarde al gobierno estadounidense, exactamente lo que querían oír, y los millones de la CIA empezaron a fluir.
La operación más polémica del ANI durante este período fue una campaña de lo que sólo puede denominarse como terrorismo contra civiles. En 1994 y 1995 estallaron una serie de bombas en cines, mezquitas y otros lugares públicos en Bagdad, que se cobraron la vida de más de 100 civiles. El importante experto británico sobre Iraq, Patrick Cockburn, se hizo con un video-casete de uno de los terroristas, Abu Amneh al-Khadani, hablando desde su refugio en el Kurdistán iraquí, reivindicando que los atentados habían sido ordenados y preparados por Adnan Nuri, el director de operaciones del ANI en Kurdistán -un informe que no ha sido disputado seriamente.
En 1996, con el apoyo masivo de la CIA, Allawi finamente pudo montar su golpe. Fue un completo fiasco, del que también fue responsable su decisión de anunciar la operación supuestamente secreta a través del Washington Post. Incluso antes de eso, la policía secreta de Saddam se había hecho secretamente con un sofisticado celular en código enviado a Iraq para comunicarse con los conspiradores y lo estaba usando para entregar desinformación a la CIA. Una vez que el golpe fue aplastado y los conspiradores detenidos, el teléfono rojo volvió a sonar por última vez. Eran los iraquíes, informando amablemente a la CIA que todo había terminado.
Impávido, Allawi mantuvo sus contactos (e ingresos) con los espías y con una prensa británica cada vez más sedienta y menos inteligente. En reuniones secretas en hoteles londinenses, conversaciones susurradas con escritorzuelos escogidos especialmente bobos, producirían titulares excitantes en los diarios de derecha. Fue el ANI el que en julio de 2000 el que proporcionó al Sunday Telegraph la sensacional exclusiva que Saddam había desplegado bandas de bailarinas de vientre a Gran Bretaña para asesinar a sus opositores políticos, una historia que continúa siendo recordada como lágrimas de verdadera hilaridad toda vez que los periodistas especializados en Iraq se reúnen a recordar.
Allawi no será nunca capaz de montar un golpe, pero ciertamente no tenía rivales en el ramo de las relaciones públicas. Después de la guerra, se descubrió que la legendaria aseveración de que Saddam podía lanzar un ataque con armas de destrucción masiva en 45 minutos -el alegato que logró más que cualquier otra cosa asegurar el pasaje de tropas británicas hacia el Golfo- fue, de hecho, una invención del ANI. (La fuente fue un general que apoyaba al ANI, Abdul Muhie, cuyo yerno, un oficial del ejército de la vanguardia, dijo haber visto cajas con "armas especiales" que debían ser usadas en caso de invasión. Después de la guerra, se reveló que el yerno no había visto las cajas por dentro, provocando que un avergonzado portavoz del ANI describiera a la "bien informada fuente de inteligencia" como un "pedazo de mierda").
Allawi ha pasado los 18 meses desde la guerra trabajando a toda velocidad en construirse una base política. Eso no parece haber implicado demasiado contacto con el pueblo iraquí. Después de todo, la situación de la seguridad es muy difícil en estos días. Pero sí parece haber implicado un montón de contactos con cabilderos políticos estadounidenses. Archivos del ministerio de Justicia estadounidense muestran que Allawi, desde el verano de 2003, ha pagado entre 50.000 y 100.000 dólares al mes a una constelación de consultores políticos de Washington -sumas mucho más altas que aquellas gastadas por todos sus otros rivales. Cuando llegó el momento de elegir a un primer ministro interino, el Consejo de Gobierno, para la sorpresa de todos, nombró a Allawi -el Consejo de Gobierno está formado por iraquíes nombrados por Estados Unidos.
El hombre que se supone que en realidad hizo la elección -el enviado especial de Naciones Unidas, Lakhdar Brahimi- sonó claramente irritado al enterarse de la noticia, describiendo la "terrible presión" que había tenido que soportar durante el proceso y cómo el gobernador estadounidense Paul Bremer era "casi el dictador de Iraq". Brahimi había querido nombrar a un tecnócrata apolítico que pudiera mantener el fuerte hasta las elecciones, obligando a los desconocidos exiliados a tratar de obtener apoyo popular. Pero el nombramiento de Allawi le ha dado una enorme ventaja artificial en la carrera.
Desde su elevación al poder provisional, Allawi ha estado ocupado cerrando estaciones de televisión, arrestando a sus oponente con cargos falsos y justificando bombardeos aéreos contra sus propios ciudadanos -exactamente el tipo de cosa que metió a Saddam en problemas. Pero sería erróneo suponer que el pueblo iraquí necesariamente desaprueba su enfoque autoritario. Los mitos urbanos que circulan en Bagdad (e incluso en la prensa occidental) de que el primer ministro estaría dispuesto a ejecutar personalmente al exclusivo prisionero Saddam, no le han causado ningún daño.
Mucho de la estrategia política del primer ministro es inteligente, combinando palos para los intransigentes con zanahorias para los cooperativos: antiguos pan-arabistas, a los que quiere re-emplear, y muchos insurgentes, para los que quiere amnistía. Pero los estadounidenses se están oponiendo a la parte de la zanahoria de la operación. La confrontación con Muqtada al-Sáder antes este año se estropeó, y dejó como ganador al espinilloso clérigo. Mientras la violencia en Iraq hace la vida cotidiana prácticamente imposible, la luna de miel política de Allawi ha llegado a su fin y la fragilidad de su posición política ha quedado al descubierto.
El problema de mantener a flote a un portador de un pasaporte británico de Wimbledon como tu líder escogido es que él no tiene verdaderamente ningún capital político que gastar en Iraq, ni apoyo popular para soportar las inevitables crisis. Reconociéndolo, Allawi está tratando de construirse algún apoyo. Ha expresado sus primeras críticas reales a sus antiguos patrones estadounidenses, reprochándoles su incompetencia por dejar que decenas de policías iraquíes fueran emboscados y matados. Y la gente a cargo del tribunal de crímenes de guerra para enjuiciar a Saddam Hussein dicen que el primer ministro está tratando de hacerse con el control del tribunal para orquestar un juicio que plazca a las masas justo un poco antes de las elecciones.
Los partidarios de Allawi dicen que ningún político iraquí tiene las manos limpias, ni credenciales democráticas ni en realidad apoyo popular. ¿Cuál, se preguntan, es la alternativa? Bueno, había una alternativa: Hussein Shahristani, el antiguo científico nuclear iraquí que era el preferido de Brahimi. Estrechamente asociado con una fuerza política real en Iraq, el gran ayatollah Ali al-Sistani, completamente alejado de los exiliados y de los pan-arabistas y, esencialmente, un antiguo y sacrificado opositor de Saddam y de la invasión al mismo tiempo, su rechazo por parte del Consejo de Gobierno debe ser visto como uno de los errores más graves cometidos en el Iraq de posguerra.
De momento, la tarea más importante de Allawi y de los estadounidenses es darse cuenta de que no se pueden comportar como si tuvieran las llaves del reino. En palabras de Patrick Cockburn, ellos son "sólo dos de los muchos poderes en Iraq" tratando de aplastar a sus enemigos cuando deberían estar tratando de aumentar la cantidad de amigos. Desafortunadamente hay pocas señales todavía de que Iyad Allawi sea capaz de liberarse de sus hábitos autoritarios del pasado. Todavía quiere presentarse como un hombre fuerte, pero no está operando desde una posición de fortaleza.
13 de noviembre de 2004
1 de diciembre de 2004
©spectator
©traducción mQh
Después del desafortunado fracaso de su iniciativa -los exámenes finalmente siguieron adelante, después de que las autoridades enviaran tanques-, Allawi evidentemente decidió que la época de la cautela había terminado. Con un amigo, Adel Abdul Mahdi, se propuso secuestrar al decano de la universidad para dar publicidad a la causa pan-arabista. "Tomamos los primeros rehenes de Iraq", recuerda con nostalgia Abdul Mahdi, ahora ministro de Finanzas de Iraq. Los dos hombres pasaron un tiempo en prisión por el delito, hasta que un golpe baazista los sacó de la cárcel.
Ahora, cuando Estados Unidos destruye Faluya para salvarla, Allawi está nuevamente en el centro de un acto de violencia cuyo fin es fortalecer su posición. Él es tanto el supuesto autor de la ofensiva estadounidense como claramente su beneficiario final. En realidad, por supuesto, la autoría está en otro lugar y Allawi puede incluso no ser el beneficiario. Dejando de lado la delicada cuestión de si la democracia y la libertad se pueden construir sobre una pila de cadáveres de civiles, un examen detenido del pasado de este antiguo conspirador pan-arabista deja claro que presentarlo como un partidario corriente de la libertad es en realidad algo muy difícil de creer.
Tras sus invaluables esfuerzos en el Bagdad de los años sesenta, y la revolución final que llevó a Saddam al poder como vice-presidente, Allawi fue ascendido a presidente de la Unión Estudiantil Iraquí en Europa, un cargo clave relacionado con el servicio secreto que le exigió cultivar a la elite de estudiantes árabes que llegaban a las universidades de Londres. En los años setenta, desilusionado con el régimen, empezó lo que sería su más importante relación política de su vida: con el M16, el servicio secreto británico. (Casi le costó la vida en 1978, cuando agentes iraquíes asaltaron su casa en un suburbio de Londres y trataron de matarlo con un hacha).
La invasión de Kuwait por Saddam, en 1990, dio a Allawi el catalizador que necesitaba. Con otro hombre, Salih Omar, cuyas credenciales democráticas incluyen la supervisión de los colgamientos públicos del régimen, Allawi fundó al-Wifaq, el Acuerdo Nacional Iraquí ANI, una colección pequeña pero influyente formada casi exclusivamente por antiguos baazistas que había tenido cargos durante el régimen de Saddam, pero habían caído en desgracia. Desde el principio, el ANI nunca intentó ser un movimiento de masas. Su objetivo no era llevar democracia a Iraq, sino preparar un golpe de palacio que lograría, según los cálculos de Allawi, remplazar a los 30 o 40 jefes más importantes por... gente como él mismo.
El primer acto del ANI fue fundar una estación de radio de oposición en Arabia Saudí durante la guerra. Pero pronto se dio cuenta de que sus objetivos serían promovidos mejor si se concentraba en un mercado más pequeño y más crédulo: la comunidad de inteligencia internacional. Allawi era bueno en estas cosas. A diferencia de su principal rival entre los políticos del exilio iraquí, Ahmed Chalabi, Allawi era discreto y convincente, aludiendo a contactos altamente ubicados dentro del régimen que estaban dispuestos a pasarse al Occidente. No sería la última vez que Iyad Allawi contara a los británicos, y más tarde al gobierno estadounidense, exactamente lo que querían oír, y los millones de la CIA empezaron a fluir.
La operación más polémica del ANI durante este período fue una campaña de lo que sólo puede denominarse como terrorismo contra civiles. En 1994 y 1995 estallaron una serie de bombas en cines, mezquitas y otros lugares públicos en Bagdad, que se cobraron la vida de más de 100 civiles. El importante experto británico sobre Iraq, Patrick Cockburn, se hizo con un video-casete de uno de los terroristas, Abu Amneh al-Khadani, hablando desde su refugio en el Kurdistán iraquí, reivindicando que los atentados habían sido ordenados y preparados por Adnan Nuri, el director de operaciones del ANI en Kurdistán -un informe que no ha sido disputado seriamente.
En 1996, con el apoyo masivo de la CIA, Allawi finamente pudo montar su golpe. Fue un completo fiasco, del que también fue responsable su decisión de anunciar la operación supuestamente secreta a través del Washington Post. Incluso antes de eso, la policía secreta de Saddam se había hecho secretamente con un sofisticado celular en código enviado a Iraq para comunicarse con los conspiradores y lo estaba usando para entregar desinformación a la CIA. Una vez que el golpe fue aplastado y los conspiradores detenidos, el teléfono rojo volvió a sonar por última vez. Eran los iraquíes, informando amablemente a la CIA que todo había terminado.
Impávido, Allawi mantuvo sus contactos (e ingresos) con los espías y con una prensa británica cada vez más sedienta y menos inteligente. En reuniones secretas en hoteles londinenses, conversaciones susurradas con escritorzuelos escogidos especialmente bobos, producirían titulares excitantes en los diarios de derecha. Fue el ANI el que en julio de 2000 el que proporcionó al Sunday Telegraph la sensacional exclusiva que Saddam había desplegado bandas de bailarinas de vientre a Gran Bretaña para asesinar a sus opositores políticos, una historia que continúa siendo recordada como lágrimas de verdadera hilaridad toda vez que los periodistas especializados en Iraq se reúnen a recordar.
Allawi no será nunca capaz de montar un golpe, pero ciertamente no tenía rivales en el ramo de las relaciones públicas. Después de la guerra, se descubrió que la legendaria aseveración de que Saddam podía lanzar un ataque con armas de destrucción masiva en 45 minutos -el alegato que logró más que cualquier otra cosa asegurar el pasaje de tropas británicas hacia el Golfo- fue, de hecho, una invención del ANI. (La fuente fue un general que apoyaba al ANI, Abdul Muhie, cuyo yerno, un oficial del ejército de la vanguardia, dijo haber visto cajas con "armas especiales" que debían ser usadas en caso de invasión. Después de la guerra, se reveló que el yerno no había visto las cajas por dentro, provocando que un avergonzado portavoz del ANI describiera a la "bien informada fuente de inteligencia" como un "pedazo de mierda").
Allawi ha pasado los 18 meses desde la guerra trabajando a toda velocidad en construirse una base política. Eso no parece haber implicado demasiado contacto con el pueblo iraquí. Después de todo, la situación de la seguridad es muy difícil en estos días. Pero sí parece haber implicado un montón de contactos con cabilderos políticos estadounidenses. Archivos del ministerio de Justicia estadounidense muestran que Allawi, desde el verano de 2003, ha pagado entre 50.000 y 100.000 dólares al mes a una constelación de consultores políticos de Washington -sumas mucho más altas que aquellas gastadas por todos sus otros rivales. Cuando llegó el momento de elegir a un primer ministro interino, el Consejo de Gobierno, para la sorpresa de todos, nombró a Allawi -el Consejo de Gobierno está formado por iraquíes nombrados por Estados Unidos.
El hombre que se supone que en realidad hizo la elección -el enviado especial de Naciones Unidas, Lakhdar Brahimi- sonó claramente irritado al enterarse de la noticia, describiendo la "terrible presión" que había tenido que soportar durante el proceso y cómo el gobernador estadounidense Paul Bremer era "casi el dictador de Iraq". Brahimi había querido nombrar a un tecnócrata apolítico que pudiera mantener el fuerte hasta las elecciones, obligando a los desconocidos exiliados a tratar de obtener apoyo popular. Pero el nombramiento de Allawi le ha dado una enorme ventaja artificial en la carrera.
Desde su elevación al poder provisional, Allawi ha estado ocupado cerrando estaciones de televisión, arrestando a sus oponente con cargos falsos y justificando bombardeos aéreos contra sus propios ciudadanos -exactamente el tipo de cosa que metió a Saddam en problemas. Pero sería erróneo suponer que el pueblo iraquí necesariamente desaprueba su enfoque autoritario. Los mitos urbanos que circulan en Bagdad (e incluso en la prensa occidental) de que el primer ministro estaría dispuesto a ejecutar personalmente al exclusivo prisionero Saddam, no le han causado ningún daño.
Mucho de la estrategia política del primer ministro es inteligente, combinando palos para los intransigentes con zanahorias para los cooperativos: antiguos pan-arabistas, a los que quiere re-emplear, y muchos insurgentes, para los que quiere amnistía. Pero los estadounidenses se están oponiendo a la parte de la zanahoria de la operación. La confrontación con Muqtada al-Sáder antes este año se estropeó, y dejó como ganador al espinilloso clérigo. Mientras la violencia en Iraq hace la vida cotidiana prácticamente imposible, la luna de miel política de Allawi ha llegado a su fin y la fragilidad de su posición política ha quedado al descubierto.
El problema de mantener a flote a un portador de un pasaporte británico de Wimbledon como tu líder escogido es que él no tiene verdaderamente ningún capital político que gastar en Iraq, ni apoyo popular para soportar las inevitables crisis. Reconociéndolo, Allawi está tratando de construirse algún apoyo. Ha expresado sus primeras críticas reales a sus antiguos patrones estadounidenses, reprochándoles su incompetencia por dejar que decenas de policías iraquíes fueran emboscados y matados. Y la gente a cargo del tribunal de crímenes de guerra para enjuiciar a Saddam Hussein dicen que el primer ministro está tratando de hacerse con el control del tribunal para orquestar un juicio que plazca a las masas justo un poco antes de las elecciones.
Los partidarios de Allawi dicen que ningún político iraquí tiene las manos limpias, ni credenciales democráticas ni en realidad apoyo popular. ¿Cuál, se preguntan, es la alternativa? Bueno, había una alternativa: Hussein Shahristani, el antiguo científico nuclear iraquí que era el preferido de Brahimi. Estrechamente asociado con una fuerza política real en Iraq, el gran ayatollah Ali al-Sistani, completamente alejado de los exiliados y de los pan-arabistas y, esencialmente, un antiguo y sacrificado opositor de Saddam y de la invasión al mismo tiempo, su rechazo por parte del Consejo de Gobierno debe ser visto como uno de los errores más graves cometidos en el Iraq de posguerra.
De momento, la tarea más importante de Allawi y de los estadounidenses es darse cuenta de que no se pueden comportar como si tuvieran las llaves del reino. En palabras de Patrick Cockburn, ellos son "sólo dos de los muchos poderes en Iraq" tratando de aplastar a sus enemigos cuando deberían estar tratando de aumentar la cantidad de amigos. Desafortunadamente hay pocas señales todavía de que Iyad Allawi sea capaz de liberarse de sus hábitos autoritarios del pasado. Todavía quiere presentarse como un hombre fuerte, pero no está operando desde una posición de fortaleza.
13 de noviembre de 2004
1 de diciembre de 2004
©spectator
©traducción mQh
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