SALIENDO POR EL OTRO LADO - louise kiernan
Esta es la historia de un marine que abandonó la marina después de un agitado período de servicio en Iraq. Y su madre es una activista contra la guerra. Es un reportaje de The Chicago Tribune.
Antes de que comenzara la guerra, el marine y su madre se habían puesto de acuerdo para estar en desacuerdo. Ahora, él dejó a los marines después de un turbulento período de servicio en Iraq.
Los dos bloques de notas de cubiertas verde oscuro, no mucho más grandes que una baraja de naipes, todavía están envueltos en la misma bolsa de plástico de bocadillos que ha sido su estuche desde hace más de un año.
En el interior, en una caligrafía de trazo pulcro y apretado, están las memorias de la guerra de un hombre, desde el 18 de marzo de 2003, el día en que el sargento Robert L. Sarra se comió dos bizcochos y ayudó a embalar un vehículo blindado que se preparaba para cruzar la frontera de Kuwait con Iraq, hasta el 1 de junio de 2003, su onceavo día en Hillah, memorable solamente porque salió a patrullar con algunos nerviosos policías iraquíes.
Ahí está la historia del niño muerto junto a un coche en llamas en Nasiriyah y la historia del funeral que realizaron los marines en torno al casco, el rifle y el chaleco del soldado de primera clase Juan Garza, que fue matado por disparos de francotiradores en las afueras de Bagdad.
Y están las historias que el sargento Sarra no contó, excepto a su madre y a uno o dos amigos cuando volvió a casa. La primera es la historia de cómo disparó contra una mujer iraquí desarmada, que murió aferrada a una bolsa que llevaba debajo del brazo, y cómo comenzó a cuestionar lo que estaba haciendo en Iraq. La segunda es la historia de cómo, dos días después de eso, le dijo al comandante de su sección que él no podía pelear.
En su versión, Rob flaqueó una sola vez, ese día, pero los otros soldados de la sección dicen que nunca se recobró. Esos dos acontecimientos lo llevaron finalmente a dejar el Cuerpo de Infantería de Marina.
Aunque fue dado de baja con honores, sus peticiones de ser transferido a una posición de no combate y de volver a alistarse fueron rechazadas. RE-4: re-alistamiento no recomendado, se leía en un formulario. "Incapacidad de obedecer órdenes en combate y cobardía".
Lo que explica en parte por qué Ron Sarra llegó a pararse en una esquina del centro de Chicago el día del primer aniversario de la invasión de Iraq, con un sombrero de camuflaje de desierto con su nombre y las palabras "Operation Iraqi Freedom" bordados en el ala, y los bloques de notas metidos en un bolsillo de sus pantalones de cargo, para participar en una demostración contra la guerra en la que había peleado.
Estaba a unos pasos de su madre, una activista anti-guerra. El diario The Tribune ha seguido la crónica de las experiencias de Rob y su madre, Fran Johns, durante toda la guerra y ocupación de Iraq. Ahora Rob estaba a 16 días de su vida como civil, un veterano de guerra de 32 años que creyó durante mucho tiempo que lo mejor que había en la vida era ser un marine, pero que aprendió en combate que él no era el marine que pensaba.
El niño que alguna vez peleó batallas imaginarias por todas partes en los callejones del Parque Lincoln se encontró ahora a sí mismo al otro lado de la guerra. Un hombre que había bebido demasiado y dormido muy poco, había seguido una terapia que lo llevó finalmente a creer que el mejor modo de abordar lo que le había pasado era hablando sobre ello. Un hombre que había vuelto a casa sano y salvo, pero que no era el mismo.
Si hay alguna explicación sobre por qué cambió en Iraq el sargento Sarra, esta se encuentra en su diario del 26 de marzo de 2003.
Un año y cinco días después, Rob abre la página del cuaderno de esa fecha en la cafetería de Lakeview donde está sentado, justo a la vuelta de la esquina del condominio de su madre, donde se quedará hasta que encuentre un apartamento. Le ha comenzado a crecer el pelo, que antes llevaba "alto y apretado" para hacer deportes. Todavía lleva sus botas del Cuerpo de Marines.
Mira el cuaderno y lo cierra antes de seguir. Él hacía parte, dice, de un convoy de vehículos blindados -llamados "amtracs" [ferrocarriles] en la jerga de los marines- que tomó posiciones en las afueras de Ash Shatra, una pequeña ciudad del sur de Iraq, en la marcha sobre Bagdad.
Para entonces la guerra tenía 6 días. Los marines habían sido atacados y habían devuelto el fuego y habían visto cadáveres, y nadie había dormido más de dos minutos seguidos.
Una mujer comenzó a caminar hacia los vehículos de asalto que se habían detenido al otro lado del camino, dice Rob. Los marines le gritaron, en árabe, que se detuviera.
"Pero ella sigue caminando y caminando", dice. "Yo me pongo a pensar, bueno, hemos visto noticias sobre los terroristas suicidas, y ella iba toda de negro, y lleva una bolsa debajo del brazo".
"Va a pasar una de dos cosas. O la hacemos caer o la paramos o la hacemos caer y explota y mata a un montón de tipos".
"Y ella sigue caminando. Y sigue acercándose y acercándose. Yo la veo como una amenaza. Sabes, le tengo que disparar. Un tiro. Dos tiros. El primero le erré, creo. El segundo, la vi doblarse. Y entonces los marines del otro amtrac le dispararon también. Y yo fui el único tipo de la sección que disparó.
"Cuando cayó al suelo y dio contra la tierra, vimos una bandera blanca en su mano, un pedazo de tela blanca en su mano. Y nos dimos cuenta del error: Oh, Dios mío'".
La versión de Rob del incidente ha sido corroborada en general por un informe militar y por oficiales del Cuerpo de Marines. El informe dice que el único miembro de su sección que disparó contra la mujer iraquí, enfundada en su tradicional atuendo negro. El documento certifica que la mujer murió a consecuencia de los disparos de los marines, pero que siguió moviéndose después de sus tiros, lo que indica que él no le dio y que no es responsable de su muerte.
Debido a la amenaza que representaba aparentemente la mujer y al hecho de que no obedeciera los gritos de alto, el incidente fue considerado justificado dentro de las reglas de combate, dijeron oficiales del Cuerpo de Marines.
Más tarde, en su diario, Rob apuntó siete razones por las que creía que había hecho lo que tenía que hacer. (No. 2: Él no vio la bandera blanca). No podía ordenar sus sentimientos de manera clara.
"Y fue entonces que me dije que tenía suficiente, justo ahí en ese momento", dice. "Escribí en mi diario: Me siento enfermo, no tengo estómago para esto", dice.
Dos días más tarde el batallón debía volver a Ash Shatra a rescatar a un marine rezagado.
Rob no quiso ir.
"Dije que tenía malas vibraciones sobre eso", recuerda. "Dije que tenía miedo, que estaba flipleado".
El comandante de la sección de Rob, el teniente primero Scott Cuomo, dijo que se había enterado de su rechazo a combatir de un marine más joven, que estaba enojado y alterado.
Como guía de la sección y el tercero en la cadena de mando, Rob era responsable de ayudar a los marines novatos, así como de varios detalles logísticos de la unidad. Su rechazo a combatir, dijeron sus superiores, amenazaba la moral y la seguridad de sus hombres.
"Si no lo puedes hacer por tu sección", recuerda Cuomo que le dijo, "házlo por el sargento, nuestro hermano, que se encuentra probablemente atrapado en la ciudad y solo".
"Me sentí decepcionado", recordó en un e-mail. "Casi me quedé sin palabras cuando dijo que no iría y que no pelearía para liberar a uno de nuestros hermanos".
La misión finalmente fue realizada por otra unidad. De acuerdo al comandante de su sección, Rob nunca recuperó el equilibrio. Estuvo en terapia y se le dio la posibilidad de descansar, pero "todavía no podía hacer lo que se requería de él, especialmente en situaciones de combate", escribió Cuomo en un informe.
Rob reconoce que él nunca reasumió sus responsabilidades como guía de la sección, pero afirma que sí continuó peleando.
El comandante y el sargento de su sección dicen que no recuerdan haberle visto usar su arma durante la única balacera seria en la que participó la unidad, de camino a Bagdad. Más tarde, cuatro miembros de su sección escribieron, a petición de Rob, cartas en las que dicen que él abandonó el vehículo blindado y peleó durante la guerra.
Un marine que se niega a pelear puede ser juzgado por una corte marcial. Los comandantes de la sección y compañía de Rob no presentaron cargos contra él, diciendo por e-mails que pensaban que era un buen hombre y no querían arruinar su vida.
Rob cree que sus acciones mostraron un montón de resolución, no cobardía.
"Yo peleé igual que todos los demás", dice. "No estaba escondido en una madriguera, temblando y encogido de miedo. Eso es ser cobarde para mí. Si tú disparas de vuelta, es que no eres un cobarde".
Sin embargo, las relaciones de Rob con algunos miembros de la sección se hicieron tensas.
"Distantes", dijo al describirlos.
Sus superiores propusieron un enfoque más severo, diciendo en un informe que él había "dañado tanto su credibilidad que los marines expresaban abiertamente sus reservas acerca de servir con él".
La unidad llegó a Bagdad el 9 de abril y montó cuarteles en una fábrica de cigarrillos. Más tarde los marines se mudaron a una antigua instalación de Naciones Unidas, donde un reportero del Tribune encontró y entrevistó a Rob. No habló entonces de la muerte de la mujer ni sobre su rechazo a combatir, y dijo que no hablaría sobre lo que había sido para él el peor momento de la guerra.
En Bagdad, Rob fue oficialmente retirado de su posición como guía de la sección y transferido a otra sección. El Batallón No.1 , del IV Regimiento, se desplazó hacia Hillah y Babilonia, donde los marines patrullaron las ciudades y se encargaron de la seguridad de otras tropas.
A mediados de junio de 2003, Rob fue enviado a casa. Antes de la guerra había sido elegido para seguir una formación como reclutador, y los marines necesitaban nuevos reclutas. Estaba contento de partir.
"La guerra te chupa", dice. "La guerra no es algo bueno. Pero yo tampoco soy el mejor de los guerreros".
La primera vez que oyó un petardo después de volver de Iraq, Rob pensó que alguien le estaba disparando. Que estuviera en Pentwater, Michigan, fumándose un cigarrillo frente a una heladería un día antes del 4 de julio no le decía nada.
Puso una rodilla en el suelo y se dio una vuelta. Fran Johns, su madre, que estaba a unos metros hablando con él, se quedó sin respiración.
"Fue tan inmediato y visceral", recuerda. "Fue terrible".
La pequeña ciudad de Lake Michigan, donde Fran posee una casa de vacaciones, ha servido como refugio para la familia.
Como medida de seguridad, usaron en sus e-mails y cartas una palabra clave: "Pentwater". Cuando Rob volvió a Chicago a fines de junio con un permiso de un mes, salieron de la ciudad para lo que Fran esperaba que fuera una tranquila reunión familiar. En lugar de eso el viaje marcó el comienzo de una difícil adaptación a la vida después de la guerra.
Rob se retiró temprano del espectáculo pirotécnico en la playa. No le gustaba la idea de tener arena debajo de los pies ni el ruido sordo de los cohetes en el aire.
Comenzó a beber. No podía dormir. Durante una visita a un amigo de Milwaukee la semana siguiente, tuvo una pelea en un bar que lo dejó con una mancha de sangre en su brazo y el temor a perder los estribos.
"Empecé a preocuparme", recuerda su amigo Chris Madding, que lo separó de la pelea. "Salió con la imprudente misión de divertirse y terminó dando libre curso a sus opiniones y las cosas por las que había pasado".
Hacia el tiempo en que Rob volvió a Camp Pendleton, California, a fines de julio, ya sospechaba que necesitaba ayuda. Su historial médico muestra que le fue diagnosticado un problema de estrés post-traumática y enviado a un grupo de terapia.
Una vez a la semana, cuenta Rob, él y otros siete veteranos de Iraq regresados hacía poco se reunieron a hablar de la guerra. Las sesiones terminaron al cabo de un mes.
Rob esperaba iniciar su curso de capacitación como reclutador, pero hubo un enredo con sus papeles de re-alistamiento.
El comandante de su batallón había inicialmente aprobado su solicitud de re-alistamiento, pero cuando Rob volvió a rellenar el formulario que se había extraviado, el comandante se enteró de su rechazo a combatir y lo llamó, dicen Rob y oficiales de la Marina.
El comandante del batallón le dijo a Rob que no lo podía recomendar para ser re-enlistado a menos que aceptara volver a Iraq y demostrar que satisfacía el requisito de que un marine estaba en condiciones para participar en combates rigurosos en suelo extranjero.
Rob dijo que no. Entonces el comandante del batallón anuló la transferencia a la escuela de reclutamiento y recomendó que no se le permitiera el re-alistamiento. Más tarde Rob recurrió la decisión del comandante ante el regimiento, pero perdió.
Recibió la noticia a principios de diciembre, y cayó en picada. Ese fin de semana decidió que se marcharía. Retiró sus recuerdos de Iraq que decoraban las paredes del cuarto de su cuartel, escribió una carta al sargento de su sección y se dirigió en coche a la playa.
"Tengo la sensación de que nadie en el batallón confiaba en mí como marine", escribió en la carta. "No me puedo mirar al espejo y me da vergüenza ser un cobarde".
Volvió el lunes por la mañana y, en lugar de presentarse a la guardia, se fue a la cama. El sargento de su sección lo encontró en su cuarto. Para el almuerzo estaba otra vez en su puesto.
Durante el último año fiscal, alrededor de un 17 por ciento de los marines de carrera que consideraba re-alistarse (1,568 de 8,978) fueron rechazados. Las razones del rechazo varían ampliamente, pero representantes del Cuerpo de Marines dijeron que no podían determinar cuántos casos eran situaciones similares a la de Rob.
Tuvo un licenciamiento honroso. No sería considerado inusual si las acciones de alguien le impiden ser considerado para el re-alistamiento, pero no reflejan un descrédito mayor para los marines, dijeron oficiales.
A pesar de lo ocurrido, Rob insistió en que no guarda rencor hacia el Cuerpo de Marines. "No quiero dejarle un ojo morado al Cuerpo", dijo. "Respeto más que nadie al Cuerpo de Marines. Adoro al Cuerpo de Marines".
El 5 de abril de 2004 su carrera como marine había terminado. El hombre que acostumbraba a terminar sus cartas y mensajes con el lema del Cuerpo de Marines, "Semper Fi", concluyó su servicio activo repartiendo películas de alquiler y videojuegos en el centro de esparcimiento de la base.
A veces, cuando Rob estaba en Iraq, su madre pasaría las noches despierta, pasando revista a la letanía de cosas terribles que le podían pasar allá.
Lo podían matar. Eso era siempre lo primero. Podía perder una pierna. O las dos. Podía quedar con el cerebro dañado. Lo podían capturar. Y torturar.
Luego estaba la otra lista de temores, no sobre lo que le pudieran hacer a él, sino sobre lo que él le podía hacer a otros.
"Eso fue exactamente lo que pasó", dice ahora Fran Johns. "Fue lo que él hizo y lo que vio lo que lo impactó. Empezó a contarme esas historias de partes de cuerpo en las calles y de niños muriendo y de disparar contra civiles y tener miedo de volver a la batalla, y comencé a preocuparme".
Fran había protestado contra la guerra mucho antes de saber que su hijo sería enviado a ella. Su retorno a casa no atenuó su rabia.
Siguió asistiendo a las manifestaciones y conferencias y reuniones políticas que eran sus campos de batalla. Durante gran parte del invierno, Fran hizo campaña para el candidato presidencial demócrata de entonces, Howard Dean, y estaba en la lista de delegadas de Dean para las primarias de Illinois en marzo.
Cuando Dean se retiró, transfirió su lealtad al senador John Kerry, el candidato demócrata, aunque sin mucho entusiasmo.
Si Rob no guardó rencor al Cuerpo de Marines por su partida, Fran sí lo hizo y temía que su decidida oposición a la guerra tenía algo que ver con eso.
"En este momento, ¿qué persona puede ser tan mala que no la dejen re-alistarse?", dice. "Ahí hay algo que no tiene sentido".
A medida que se acercaba el fin del período de servicio de Rob, Fran comenzó a reducir su participación pública en el movimiento contra la guerra, diciendo que los focos deberían enfocar a las familias cuyos hijos e hijas todavía están allá.
El 20 de marzo, el primer aniversario de la invasión de Iraq, participó en una protesta y bromeó diciendo que casi era tiempo de quemar el letrero con "Mamá de Marine Contra la Guerra" que siempre llevaba con ella.
El marine estaba a unos metros, con su sombrero de camuflaje de desierto. Rob había vuelto a Chicago en marzo para agotar las últimas semanas de su permiso, en todo un civil excepto en nombre y hábito.
Todavía hablaba en una jerga a la que su madre se refiere como "marinés", diciendo "No joy" cuando no encuentra un estacionamiento o "1500 horas" para fijar una cita.
Miró la guerra en la televisión y leyó sobre ella en los diarios y en libros y en la red.
No podía explicar exactamente por qué fue a la demostración pacifista con su madre. No estaba de ánimo "para llevar una pancarta o gritar", se cuidó de decir, pero se quedó largo rato después de que ella volviera a casa, escuchando los discursos en la Plaza Federal.
"Estoy comenzando a entender lo que vio mi mamá", dijo en un momento, mirando a los manifestantes. "Pero ella todavía no ve lo que yo vi".
Pasaron unas semanas y Rob consiguió un trabajo temporal en una sala de correos y llenó un formulario para solicitar en el servicio secreto.
De su mochila sobresalía un par de botones por la paz. Se hizo dibujar un nuevo tatuaje en su hombro izquierdo, con las iniciales de los dos hombres de su compañía que habían muerto en Iraq.
Empezó a hablar más abiertamente sobre lo que pensaba que estaba pasando en Iraq. "Creo", dijo una noche, "ahora que estoy en casa, que me he dado cuenta de lo que torcida que es".
Decidió participar en otra manifestación contra la guerra, on Memorial Day [el Día de los Caídos en la Guerra]. Le pidieron que hablara, y accedió. Los manifestantes, en una demostración auspiciada por los Veteranos de Vietnam Contra la Guerra, se reunieron en torno a un podio levantado junto al río de Chicago, en la esquina de la avenida de Wabash y Wacker Drive, y se amontonaron al frente con claveles teñidos de violeta, rosado, naranja y rojo.
El día antes, Rob se había cortado el pelo, recortándolo todavía más, y llevaba una chaqueta de piloto del Cuerpo de Marines, salpicado de insignias militares.
Su madre no participó. Cansada de un duro período en su trabajo como ejecutiva de una agencia publicitaria, se marchó a Pentwater. Rob miró su discurso para leerlo, y habló sobre algunas de las cosas que había visto y hecho en Iraq y lo que había oído de marines que todavía estaban allá.
No habló de la mujer iraquí. No habló del día en que no pudo luchar. No dijo que se oponía a la guerra, aunque sí dijo sobre su marcha sobre Bagdad: "Me encontré preguntándome, junto a los otros marines, ¿qué carajos estamos haciendo aquí? ¿Dónde están las armas de destrucción masiva? ¿Contra quién estamos peleando?"
Y sobre el día que llegaron a la capital iraquí, dijo:
"La gente nos vitoreaba por las calles y nos lanzaban cartones de cigarrillos locales. Los niños nos daban flores, que nos pusimos en nuestros pertrechos. Sentíamos que justificaba todo lo que habíamos pasado. Sentíamos que teníamos una misión".
Cuando terminó de hablar, Rob se paró en la parte de atrás del pequeño grupo de gente y sacó un cigarrillo de un bolsillo de la manga de su chaqueta.
Estaba solo, fumando, llevando una guerra en un par de bloques de nota verdes y enfrentando un futuro tan vacío como las 46 páginas que no escribió.
15 de julio de 2004
©chicago tribune ©traducción mQh
Antes de que comenzara la guerra, el marine y su madre se habían puesto de acuerdo para estar en desacuerdo. Ahora, él dejó a los marines después de un turbulento período de servicio en Iraq.
Los dos bloques de notas de cubiertas verde oscuro, no mucho más grandes que una baraja de naipes, todavía están envueltos en la misma bolsa de plástico de bocadillos que ha sido su estuche desde hace más de un año.
En el interior, en una caligrafía de trazo pulcro y apretado, están las memorias de la guerra de un hombre, desde el 18 de marzo de 2003, el día en que el sargento Robert L. Sarra se comió dos bizcochos y ayudó a embalar un vehículo blindado que se preparaba para cruzar la frontera de Kuwait con Iraq, hasta el 1 de junio de 2003, su onceavo día en Hillah, memorable solamente porque salió a patrullar con algunos nerviosos policías iraquíes.
Ahí está la historia del niño muerto junto a un coche en llamas en Nasiriyah y la historia del funeral que realizaron los marines en torno al casco, el rifle y el chaleco del soldado de primera clase Juan Garza, que fue matado por disparos de francotiradores en las afueras de Bagdad.
Y están las historias que el sargento Sarra no contó, excepto a su madre y a uno o dos amigos cuando volvió a casa. La primera es la historia de cómo disparó contra una mujer iraquí desarmada, que murió aferrada a una bolsa que llevaba debajo del brazo, y cómo comenzó a cuestionar lo que estaba haciendo en Iraq. La segunda es la historia de cómo, dos días después de eso, le dijo al comandante de su sección que él no podía pelear.
En su versión, Rob flaqueó una sola vez, ese día, pero los otros soldados de la sección dicen que nunca se recobró. Esos dos acontecimientos lo llevaron finalmente a dejar el Cuerpo de Infantería de Marina.
Aunque fue dado de baja con honores, sus peticiones de ser transferido a una posición de no combate y de volver a alistarse fueron rechazadas. RE-4: re-alistamiento no recomendado, se leía en un formulario. "Incapacidad de obedecer órdenes en combate y cobardía".
Lo que explica en parte por qué Ron Sarra llegó a pararse en una esquina del centro de Chicago el día del primer aniversario de la invasión de Iraq, con un sombrero de camuflaje de desierto con su nombre y las palabras "Operation Iraqi Freedom" bordados en el ala, y los bloques de notas metidos en un bolsillo de sus pantalones de cargo, para participar en una demostración contra la guerra en la que había peleado.
Estaba a unos pasos de su madre, una activista anti-guerra. El diario The Tribune ha seguido la crónica de las experiencias de Rob y su madre, Fran Johns, durante toda la guerra y ocupación de Iraq. Ahora Rob estaba a 16 días de su vida como civil, un veterano de guerra de 32 años que creyó durante mucho tiempo que lo mejor que había en la vida era ser un marine, pero que aprendió en combate que él no era el marine que pensaba.
El niño que alguna vez peleó batallas imaginarias por todas partes en los callejones del Parque Lincoln se encontró ahora a sí mismo al otro lado de la guerra. Un hombre que había bebido demasiado y dormido muy poco, había seguido una terapia que lo llevó finalmente a creer que el mejor modo de abordar lo que le había pasado era hablando sobre ello. Un hombre que había vuelto a casa sano y salvo, pero que no era el mismo.
Si hay alguna explicación sobre por qué cambió en Iraq el sargento Sarra, esta se encuentra en su diario del 26 de marzo de 2003.
Un año y cinco días después, Rob abre la página del cuaderno de esa fecha en la cafetería de Lakeview donde está sentado, justo a la vuelta de la esquina del condominio de su madre, donde se quedará hasta que encuentre un apartamento. Le ha comenzado a crecer el pelo, que antes llevaba "alto y apretado" para hacer deportes. Todavía lleva sus botas del Cuerpo de Marines.
Mira el cuaderno y lo cierra antes de seguir. Él hacía parte, dice, de un convoy de vehículos blindados -llamados "amtracs" [ferrocarriles] en la jerga de los marines- que tomó posiciones en las afueras de Ash Shatra, una pequeña ciudad del sur de Iraq, en la marcha sobre Bagdad.
Para entonces la guerra tenía 6 días. Los marines habían sido atacados y habían devuelto el fuego y habían visto cadáveres, y nadie había dormido más de dos minutos seguidos.
Una mujer comenzó a caminar hacia los vehículos de asalto que se habían detenido al otro lado del camino, dice Rob. Los marines le gritaron, en árabe, que se detuviera.
"Pero ella sigue caminando y caminando", dice. "Yo me pongo a pensar, bueno, hemos visto noticias sobre los terroristas suicidas, y ella iba toda de negro, y lleva una bolsa debajo del brazo".
"Va a pasar una de dos cosas. O la hacemos caer o la paramos o la hacemos caer y explota y mata a un montón de tipos".
"Y ella sigue caminando. Y sigue acercándose y acercándose. Yo la veo como una amenaza. Sabes, le tengo que disparar. Un tiro. Dos tiros. El primero le erré, creo. El segundo, la vi doblarse. Y entonces los marines del otro amtrac le dispararon también. Y yo fui el único tipo de la sección que disparó.
"Cuando cayó al suelo y dio contra la tierra, vimos una bandera blanca en su mano, un pedazo de tela blanca en su mano. Y nos dimos cuenta del error: Oh, Dios mío'".
La versión de Rob del incidente ha sido corroborada en general por un informe militar y por oficiales del Cuerpo de Marines. El informe dice que el único miembro de su sección que disparó contra la mujer iraquí, enfundada en su tradicional atuendo negro. El documento certifica que la mujer murió a consecuencia de los disparos de los marines, pero que siguió moviéndose después de sus tiros, lo que indica que él no le dio y que no es responsable de su muerte.
Debido a la amenaza que representaba aparentemente la mujer y al hecho de que no obedeciera los gritos de alto, el incidente fue considerado justificado dentro de las reglas de combate, dijeron oficiales del Cuerpo de Marines.
Más tarde, en su diario, Rob apuntó siete razones por las que creía que había hecho lo que tenía que hacer. (No. 2: Él no vio la bandera blanca). No podía ordenar sus sentimientos de manera clara.
"Y fue entonces que me dije que tenía suficiente, justo ahí en ese momento", dice. "Escribí en mi diario: Me siento enfermo, no tengo estómago para esto", dice.
Dos días más tarde el batallón debía volver a Ash Shatra a rescatar a un marine rezagado.
Rob no quiso ir.
"Dije que tenía malas vibraciones sobre eso", recuerda. "Dije que tenía miedo, que estaba flipleado".
El comandante de la sección de Rob, el teniente primero Scott Cuomo, dijo que se había enterado de su rechazo a combatir de un marine más joven, que estaba enojado y alterado.
Como guía de la sección y el tercero en la cadena de mando, Rob era responsable de ayudar a los marines novatos, así como de varios detalles logísticos de la unidad. Su rechazo a combatir, dijeron sus superiores, amenazaba la moral y la seguridad de sus hombres.
"Si no lo puedes hacer por tu sección", recuerda Cuomo que le dijo, "házlo por el sargento, nuestro hermano, que se encuentra probablemente atrapado en la ciudad y solo".
"Me sentí decepcionado", recordó en un e-mail. "Casi me quedé sin palabras cuando dijo que no iría y que no pelearía para liberar a uno de nuestros hermanos".
La misión finalmente fue realizada por otra unidad. De acuerdo al comandante de su sección, Rob nunca recuperó el equilibrio. Estuvo en terapia y se le dio la posibilidad de descansar, pero "todavía no podía hacer lo que se requería de él, especialmente en situaciones de combate", escribió Cuomo en un informe.
Rob reconoce que él nunca reasumió sus responsabilidades como guía de la sección, pero afirma que sí continuó peleando.
El comandante y el sargento de su sección dicen que no recuerdan haberle visto usar su arma durante la única balacera seria en la que participó la unidad, de camino a Bagdad. Más tarde, cuatro miembros de su sección escribieron, a petición de Rob, cartas en las que dicen que él abandonó el vehículo blindado y peleó durante la guerra.
Un marine que se niega a pelear puede ser juzgado por una corte marcial. Los comandantes de la sección y compañía de Rob no presentaron cargos contra él, diciendo por e-mails que pensaban que era un buen hombre y no querían arruinar su vida.
Rob cree que sus acciones mostraron un montón de resolución, no cobardía.
"Yo peleé igual que todos los demás", dice. "No estaba escondido en una madriguera, temblando y encogido de miedo. Eso es ser cobarde para mí. Si tú disparas de vuelta, es que no eres un cobarde".
Sin embargo, las relaciones de Rob con algunos miembros de la sección se hicieron tensas.
"Distantes", dijo al describirlos.
Sus superiores propusieron un enfoque más severo, diciendo en un informe que él había "dañado tanto su credibilidad que los marines expresaban abiertamente sus reservas acerca de servir con él".
La unidad llegó a Bagdad el 9 de abril y montó cuarteles en una fábrica de cigarrillos. Más tarde los marines se mudaron a una antigua instalación de Naciones Unidas, donde un reportero del Tribune encontró y entrevistó a Rob. No habló entonces de la muerte de la mujer ni sobre su rechazo a combatir, y dijo que no hablaría sobre lo que había sido para él el peor momento de la guerra.
En Bagdad, Rob fue oficialmente retirado de su posición como guía de la sección y transferido a otra sección. El Batallón No.1 , del IV Regimiento, se desplazó hacia Hillah y Babilonia, donde los marines patrullaron las ciudades y se encargaron de la seguridad de otras tropas.
A mediados de junio de 2003, Rob fue enviado a casa. Antes de la guerra había sido elegido para seguir una formación como reclutador, y los marines necesitaban nuevos reclutas. Estaba contento de partir.
"La guerra te chupa", dice. "La guerra no es algo bueno. Pero yo tampoco soy el mejor de los guerreros".
La primera vez que oyó un petardo después de volver de Iraq, Rob pensó que alguien le estaba disparando. Que estuviera en Pentwater, Michigan, fumándose un cigarrillo frente a una heladería un día antes del 4 de julio no le decía nada.
Puso una rodilla en el suelo y se dio una vuelta. Fran Johns, su madre, que estaba a unos metros hablando con él, se quedó sin respiración.
"Fue tan inmediato y visceral", recuerda. "Fue terrible".
La pequeña ciudad de Lake Michigan, donde Fran posee una casa de vacaciones, ha servido como refugio para la familia.
Como medida de seguridad, usaron en sus e-mails y cartas una palabra clave: "Pentwater". Cuando Rob volvió a Chicago a fines de junio con un permiso de un mes, salieron de la ciudad para lo que Fran esperaba que fuera una tranquila reunión familiar. En lugar de eso el viaje marcó el comienzo de una difícil adaptación a la vida después de la guerra.
Rob se retiró temprano del espectáculo pirotécnico en la playa. No le gustaba la idea de tener arena debajo de los pies ni el ruido sordo de los cohetes en el aire.
Comenzó a beber. No podía dormir. Durante una visita a un amigo de Milwaukee la semana siguiente, tuvo una pelea en un bar que lo dejó con una mancha de sangre en su brazo y el temor a perder los estribos.
"Empecé a preocuparme", recuerda su amigo Chris Madding, que lo separó de la pelea. "Salió con la imprudente misión de divertirse y terminó dando libre curso a sus opiniones y las cosas por las que había pasado".
Hacia el tiempo en que Rob volvió a Camp Pendleton, California, a fines de julio, ya sospechaba que necesitaba ayuda. Su historial médico muestra que le fue diagnosticado un problema de estrés post-traumática y enviado a un grupo de terapia.
Una vez a la semana, cuenta Rob, él y otros siete veteranos de Iraq regresados hacía poco se reunieron a hablar de la guerra. Las sesiones terminaron al cabo de un mes.
Rob esperaba iniciar su curso de capacitación como reclutador, pero hubo un enredo con sus papeles de re-alistamiento.
El comandante de su batallón había inicialmente aprobado su solicitud de re-alistamiento, pero cuando Rob volvió a rellenar el formulario que se había extraviado, el comandante se enteró de su rechazo a combatir y lo llamó, dicen Rob y oficiales de la Marina.
El comandante del batallón le dijo a Rob que no lo podía recomendar para ser re-enlistado a menos que aceptara volver a Iraq y demostrar que satisfacía el requisito de que un marine estaba en condiciones para participar en combates rigurosos en suelo extranjero.
Rob dijo que no. Entonces el comandante del batallón anuló la transferencia a la escuela de reclutamiento y recomendó que no se le permitiera el re-alistamiento. Más tarde Rob recurrió la decisión del comandante ante el regimiento, pero perdió.
Recibió la noticia a principios de diciembre, y cayó en picada. Ese fin de semana decidió que se marcharía. Retiró sus recuerdos de Iraq que decoraban las paredes del cuarto de su cuartel, escribió una carta al sargento de su sección y se dirigió en coche a la playa.
"Tengo la sensación de que nadie en el batallón confiaba en mí como marine", escribió en la carta. "No me puedo mirar al espejo y me da vergüenza ser un cobarde".
Volvió el lunes por la mañana y, en lugar de presentarse a la guardia, se fue a la cama. El sargento de su sección lo encontró en su cuarto. Para el almuerzo estaba otra vez en su puesto.
Durante el último año fiscal, alrededor de un 17 por ciento de los marines de carrera que consideraba re-alistarse (1,568 de 8,978) fueron rechazados. Las razones del rechazo varían ampliamente, pero representantes del Cuerpo de Marines dijeron que no podían determinar cuántos casos eran situaciones similares a la de Rob.
Tuvo un licenciamiento honroso. No sería considerado inusual si las acciones de alguien le impiden ser considerado para el re-alistamiento, pero no reflejan un descrédito mayor para los marines, dijeron oficiales.
A pesar de lo ocurrido, Rob insistió en que no guarda rencor hacia el Cuerpo de Marines. "No quiero dejarle un ojo morado al Cuerpo", dijo. "Respeto más que nadie al Cuerpo de Marines. Adoro al Cuerpo de Marines".
El 5 de abril de 2004 su carrera como marine había terminado. El hombre que acostumbraba a terminar sus cartas y mensajes con el lema del Cuerpo de Marines, "Semper Fi", concluyó su servicio activo repartiendo películas de alquiler y videojuegos en el centro de esparcimiento de la base.
A veces, cuando Rob estaba en Iraq, su madre pasaría las noches despierta, pasando revista a la letanía de cosas terribles que le podían pasar allá.
Lo podían matar. Eso era siempre lo primero. Podía perder una pierna. O las dos. Podía quedar con el cerebro dañado. Lo podían capturar. Y torturar.
Luego estaba la otra lista de temores, no sobre lo que le pudieran hacer a él, sino sobre lo que él le podía hacer a otros.
"Eso fue exactamente lo que pasó", dice ahora Fran Johns. "Fue lo que él hizo y lo que vio lo que lo impactó. Empezó a contarme esas historias de partes de cuerpo en las calles y de niños muriendo y de disparar contra civiles y tener miedo de volver a la batalla, y comencé a preocuparme".
Fran había protestado contra la guerra mucho antes de saber que su hijo sería enviado a ella. Su retorno a casa no atenuó su rabia.
Siguió asistiendo a las manifestaciones y conferencias y reuniones políticas que eran sus campos de batalla. Durante gran parte del invierno, Fran hizo campaña para el candidato presidencial demócrata de entonces, Howard Dean, y estaba en la lista de delegadas de Dean para las primarias de Illinois en marzo.
Cuando Dean se retiró, transfirió su lealtad al senador John Kerry, el candidato demócrata, aunque sin mucho entusiasmo.
Si Rob no guardó rencor al Cuerpo de Marines por su partida, Fran sí lo hizo y temía que su decidida oposición a la guerra tenía algo que ver con eso.
"En este momento, ¿qué persona puede ser tan mala que no la dejen re-alistarse?", dice. "Ahí hay algo que no tiene sentido".
A medida que se acercaba el fin del período de servicio de Rob, Fran comenzó a reducir su participación pública en el movimiento contra la guerra, diciendo que los focos deberían enfocar a las familias cuyos hijos e hijas todavía están allá.
El 20 de marzo, el primer aniversario de la invasión de Iraq, participó en una protesta y bromeó diciendo que casi era tiempo de quemar el letrero con "Mamá de Marine Contra la Guerra" que siempre llevaba con ella.
El marine estaba a unos metros, con su sombrero de camuflaje de desierto. Rob había vuelto a Chicago en marzo para agotar las últimas semanas de su permiso, en todo un civil excepto en nombre y hábito.
Todavía hablaba en una jerga a la que su madre se refiere como "marinés", diciendo "No joy" cuando no encuentra un estacionamiento o "1500 horas" para fijar una cita.
Miró la guerra en la televisión y leyó sobre ella en los diarios y en libros y en la red.
No podía explicar exactamente por qué fue a la demostración pacifista con su madre. No estaba de ánimo "para llevar una pancarta o gritar", se cuidó de decir, pero se quedó largo rato después de que ella volviera a casa, escuchando los discursos en la Plaza Federal.
"Estoy comenzando a entender lo que vio mi mamá", dijo en un momento, mirando a los manifestantes. "Pero ella todavía no ve lo que yo vi".
Pasaron unas semanas y Rob consiguió un trabajo temporal en una sala de correos y llenó un formulario para solicitar en el servicio secreto.
De su mochila sobresalía un par de botones por la paz. Se hizo dibujar un nuevo tatuaje en su hombro izquierdo, con las iniciales de los dos hombres de su compañía que habían muerto en Iraq.
Empezó a hablar más abiertamente sobre lo que pensaba que estaba pasando en Iraq. "Creo", dijo una noche, "ahora que estoy en casa, que me he dado cuenta de lo que torcida que es".
Decidió participar en otra manifestación contra la guerra, on Memorial Day [el Día de los Caídos en la Guerra]. Le pidieron que hablara, y accedió. Los manifestantes, en una demostración auspiciada por los Veteranos de Vietnam Contra la Guerra, se reunieron en torno a un podio levantado junto al río de Chicago, en la esquina de la avenida de Wabash y Wacker Drive, y se amontonaron al frente con claveles teñidos de violeta, rosado, naranja y rojo.
El día antes, Rob se había cortado el pelo, recortándolo todavía más, y llevaba una chaqueta de piloto del Cuerpo de Marines, salpicado de insignias militares.
Su madre no participó. Cansada de un duro período en su trabajo como ejecutiva de una agencia publicitaria, se marchó a Pentwater. Rob miró su discurso para leerlo, y habló sobre algunas de las cosas que había visto y hecho en Iraq y lo que había oído de marines que todavía estaban allá.
No habló de la mujer iraquí. No habló del día en que no pudo luchar. No dijo que se oponía a la guerra, aunque sí dijo sobre su marcha sobre Bagdad: "Me encontré preguntándome, junto a los otros marines, ¿qué carajos estamos haciendo aquí? ¿Dónde están las armas de destrucción masiva? ¿Contra quién estamos peleando?"
Y sobre el día que llegaron a la capital iraquí, dijo:
"La gente nos vitoreaba por las calles y nos lanzaban cartones de cigarrillos locales. Los niños nos daban flores, que nos pusimos en nuestros pertrechos. Sentíamos que justificaba todo lo que habíamos pasado. Sentíamos que teníamos una misión".
Cuando terminó de hablar, Rob se paró en la parte de atrás del pequeño grupo de gente y sacó un cigarrillo de un bolsillo de la manga de su chaqueta.
Estaba solo, fumando, llevando una guerra en un par de bloques de nota verdes y enfrentando un futuro tan vacío como las 46 páginas que no escribió.
15 de julio de 2004
©chicago tribune ©traducción mQh
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