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SOMBRAS DEL VIEJO IRAQ



Las nuevas medidas del primer ministro interino de Iraq no han caído nada de bien fuera del país. Recuerdan a la prensa liberal los viejos métodos autoritarios de gobierno en esa zona, sostiene un editorial de The New York Times. Han pasado menos de dos semanas desde que Iyad Allawi asumió como el primer ministro interino de Iraq y sus métodos de gobierno ya llevan el mal olor del viejo estilo autoritario árabe que el gobierno de Bush alguna vez soñó con barrer de todo el Oriente Medio. Un escalofriante ejemplo es el decreto que Allawi ha redactado esta semana, que le da autoridad para ejercer poderes de guerra donde quiera. Como primer ministro interino, Allawi encabeza un gobierno provisional no elegido cuya mayor responsabilidad es llevar a Iraq hacia elecciones libres en enero. Imponer la ley marcial no es la mejor manera de empezar.
Hay múltiples grupos de enconados insurgentes en Iraq y las fuerzas iraquíes poco experimentadas que controla Allawi son actualmente demasiado débiles y poco confiables como para hacerles frente. Las fuerzas iraquíes serán también demasiado débiles como para garantizar un estado de seguridad suficiente como para realizar las importantes elecciones programadas para enero próximo -eso será labor de las más de 135 mil tropas norteamericanas ahora en Iraq.
Pero las fuerzas de seguridad iraquíes, armadas con poderes de tiempos de guerra y reforzadas con antiguos oficiales baasistas del ejército, con las que Allawi pretende restaurar el orden, podrían fácilmente ahogar la democracia iraquí antes incluso de que nazca. Allawi necesita desesperadamente el continuado apoyo de seguridad de Estados Unidos, que debería instarlo a proceder con más cautela. Restaurar la ley y el orden no exige la suspensión a rajatabla los derechos legales.
Las tendencias autoritarias de Allawi no son una sorpresa para el gobierno de Bush. Durante la década pasada Allawai, que vivía en el exilio a cargo de la nómina de pago de la Agencia Central de Inteligencia, era más conocido en Washington que para la mayoría de los iraquíes. Después de caer violentamente en desgracia con Saddam Hussein a fines de los años de 1970, Allawi rompió sus lazos con el Partido Baasista y empezó más tarde a colaborar con generales baasistas descontentos para organizar un golpe militar en Iraq. Nunca ha ocultado nada de esto. Cuando Washington apoyó la puja de Allawi por transformarse en el primer ministro interino, sabía muy bien con quién hablaba.
A corto plazo, los reflejos represivos de Allawi pueden apelar a los iraquíes que crecieron bajo Hussein, para los que un auténtico liderato iraquí es sinónimo de un gobierno autoritario. Pero los decretos de ley marcial no pueden resolver las diferencias étnicas y religiosas que amenazan con destrozar a Iraq incluso antes de que se marchen las tropas norteamericanas. Eso exigirá negociaciones políticas delicadas en un ambiente libre de intimidaciones del gobierno. Decretar poderes extraordinarios no es una manera de crear un Iraq democrático, que ha sido la principal justificación que ha propuesto el gobierno para la guerra desde que se demostraron falsas sus primeras acusaciones sobre los programas de armas no convencionales.

15 de julio de 2004
©new york times ©traducción mQh

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