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secuestros en el ministerio


[Sudarsan Raghavan] Secuestro masivo de funcionarios y académicos, aparentemente cometido por agentes de policía.
Bagdad, Iraq. Los signos del secuestro se veían en todas partes. La sangre salpicada manchaba el suelo gris. Un teléfono negro, arrancado de su toma, estaba enredado en un lío de cables. Los sucios contornos de huellas de botas donde los secuestradores habían entrado a patadas. Y en el mesón de recepción, junto a una pila de papeles, un rosa rosada, abandonada en el caos.
Esa era la escena el martes en el edificio del ministerio iraquí de la Educación Superior, una hora después de que un pequeño ejército de unos ochenta hombres que llevaban uniformes militares, llevaran a cabo un osado y rápido asalto, secuestrando a decenas de empleados y visitantes.
Fue uno de los secuestros más masivos desde la invasión norteamericana de 2003, asombroso incluso según lo habitual en un país sacudido por los conflictos sectarios, los atentados de todos los días y los escuadrones de la muerte. El último secuestro llamativo ocurrió en julio, cuando hombres armados secuestraron a más de treinta personas de una reunión del Comité Olímpico Iraquí. Seis de ellas fueron liberadas, pero el destino de las otras sigue siendo un misterio.
El incidente del martes fue un bien orquestado recordatorio de lo peligroso que sigue siendo la seguridad básica en Iraq en momenos en que funcionarios estadounidenses presionan al primer ministro iraquí Nouri al-Maliki para que ejerza más control. Los secuestros se producen en un día en que al menos 117 personas perdieron la vida en atentados con bomba, balaceras y otros incidentes violentos en todo el país.
Las estimaciones sobre el número de víctimas del secuestro varían ampliamente. El despacho del primer ministro dijo que unos cincuenta empleados habían sido secuestrados, pero el ministerio de la Educación Superior declaró más de ciento cincuenta entre visitantes y empleados.
El miércoles en la mañana, un portavoz del ministerio del Interior dijo que una operación conjunta de la policía y ejército iraquíes había logrado la liberación de más de treinta de las víctimas secuestradas. "La operación está todavía desarrollándose, y esa puede cambiar", dijo el general de división Abdul Kareem Khalaf, el portavoz.
Cinco altos funcionarios policiales -el jefe de policía y cuatro comisarios en el barrio de Karrada, donde ocurrieron los secuestros- habían sido arrestados el martes noche. Los políticos calificaron los secuestros de "catástrofe nacional" y una pérdida de credibilidad para Iraq.
El secuestro tuvo lugar a eso de las diez treinta de la mañana, cuando llegó un convoy de 25 a 30 vehículos -los coches policiales azul-amarillo y camiones, algunos con ametralladoras- de hombres armados. Ninguno llevaba matrícula, dijeron testigos. Los hombres no llevaban ni capucha ni máscaras. Y portaban pistolas de la policía, como las Glock, según declararon testigos.
Algunos dispararon sus armas al aire, ordenando a los peatones que se alejaran. Venía el embajador norteamericano, dijeron testigos que oyeron gritar a los pistoleros, y estaban ahí para despejar la ruta y por razones de seguridad.
"Me dijeron que me metiera dentro", dijo Hadu Karim, un carpintero que estaba trabajando en una oficina en la acera de enfrente. "Tenía que cerrar la puerta, si no, me matarían".
Entonces el convoy de aspecto oficial pasó a toda velocidad frente al único guardia que había en la puerta de seguridad, que no ofreció ninguna resistencia, cruzó las vallas antiexplosivos de nueve metros y entró al aparcadero del edificio que alberga los directorados de becas y relaciones culturales del ministerio de la Educación Superior, una dependencia responsable de otorgar becas a profesores y estudiantes iraquíes para estudiar en el extranjero.
Los hombres irrumpieron por la puerta principal. Uno de ellos se dirigió hacia el recepcionista y dijo que los hombres eran del ministerio del Interior, que controla a la policía, dijo Basil al-Khateeb, portavoz del ministerio de la Educación Superior, que dijo que había hablado con el recepcionista. "No se parecían a otros atacantes, ladrones o saqueadores", agregó. "Llegaron de manera oficial".
Los pistoleros apartaron rápidamente a las mujeres, que fueron encerradas en un cuarto, dijeron testigos. Los hombres fueron subidos a empujones a los camiones. Entre los secuestrados se encuentran empleados y visitantes, conserjes y doctores en filosofía e incluso el director general del departamento. Algunos fueron vendados y empujados en la parte trasera de los camiones, dijeron testigos.
Entre los secuestrados hay musulmanes sunníes y chiíes, kurdos y cristianos, lo que sugiere que los secuestradores pueden no estar vinculados con la violencia sectaria que asola Iraq.
"Se los llevaron a todos -sunníes y chiíes", dijo Hussam Yassin, un hombre con barba de chivo en la veintena y empleado del ministerio de la Educación Superior, cuyos dos primos, ambos ingenieros, se encuentran entre los secuestrados. "Se llevaron a todos los hombres, incluso a un hombre de sesenta años".
Sin embargo, el martes noche no estaba claro si los pistoleros eran miembros de la policía o impostores. Las milicias vinculadas con grupos religiosos son consideradas ampliamente como las responsables de la violencia sectaria que recorre el país, y se cree que las milicias chiíes han infiltrado el cuerpo policial dominado por los chiíes, a las que los sunníes acusan de ser responsables del secuestro masivo.
El ministro de la Educación Superior es miembro del Frente de la Concordia Iraquí, el bloque sunní más grande en el parlamento. Al mismo tiempo, Karrada es cada vez más un bastión del Ejército Mahdi, la milicia del clérigo radical chií Moqtada al-Sáder. Y el partido religioso chií dominante en el parlamento, el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq, también tiene un brazo armado, la Organización Báder, que es conocida por sus fuertes vínculos con la policía.
El martes, en una reunión televisada con el presidente Jalal Talabani, Maliki sugirió que los secuestros podrían estar asociados con rivalidades entre milicias. "Lo que está ocurriendo no es terrorismo, sino el resultado de desacuerdos y conflictos entre milicias que pertenecen a un lado u otro", dijo Maliki.
Si los secuestros están relacionados con las milicias, subrayaría la incapacidad de Maliki de desarmar a los grupos y podría erosionar su relación con las autoridades norteamericanas que lo han estado presionando para que tome medidas más duras contra las milicias.
Karim, el carpintero, observó al convoy cuando este salía por el portal al otro lado de la calle. Observó algo diferente, dijo. El convoy estaba más grande, aparentemente por coches robados en el aparcadero.
"Se fueron más coches que los que llegaron", dijo Karim, agregando que el convoy viró a la izquierda y se dirigió hacia el barrio de Baladiyat.
Hizo una pausa, y luego habló sobre cómo iraquíes como él habían vivido guerras contra Irán, Israel y la minoría kurda de Iraq. "Estábamos acostumbrados a las guerras, pero no a esto", dijo.
Los secuestros fueron los últimos en que las víctimas son académicos y un golpe a los esfuerzos por impedir que la clase media profesional iraquí siga abandonando el país. El mes pasado, hombres armados asesinaron en el lapso de una sola semana a un profesor sunní y el decano chií del departamento de económicas de la Universidad de Bagdad.
El ministro de la Educación Superior, Abeb Thiyab, suspendió inmediatamente las clases en todas las universidades, por temor a que fueran secuestrados más profesores o estudiantes. Dijo al parlamento que había pedido repetidas veces más seguridad para proteger a las instituciones académicas, pero que sus peticiones habían sido en vano.
"Condenamos severamente este acto porque es una salvaje acción terrorista", dijo Thiyab. "Esto contradice la credibilidad del nuevo Iraq".
Alaa Maki, un político sunní que encabeza el comité de educación del parlamento, interrumpió una sesión parlamentaria y calificó los secuestros de "catástrofe nacional".
En el edificio del ministerio, decenas de familiares de los secuestrados se reunieron frente a las puertas de seguridad. Algunos de ellos se lamentaban abiertamente, otros miraban solemnes. Había chiíes, sunníes y cristianos, buscando respuestas a la desaparición de sus hijos, hermanos y primos.
Un indignado hombre chií gritó a los agentes de policía presentes en la escena: "Ahora diréis que fueron las milicias. Nunca tendréis el coraje de reconocer que fueron agentes de policía".
En una calle en las cercanías, un hombre cuyo hermano era una de las victimas, dijo: "¿Adónde podemos ir? La policía lo secuestró".
Jindeel Hassan lloraba apoyado contra una pared. Su hermano Ali era uno de los secuestrados. Hassan dijo que su hermano le había dicho hace un mes que el departamento del ministerio había recibido una carta de amenazas.
"La gente de aquí es toda limpia", dijo Hassan. "Hay sunníes, chiíes, kurdos, cristianos, todos gente educada que trabajan juntos".
"Es un crimen terrible. Me siento triste. Es una tortura", agregó Hassan, dirigiendo sus palabras hacia los que secuestraron a Ali. "¿Dejáis ir a los invasores norteamericanos y matáis a los hijos del país?"

15 de noviembre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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