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¿se admitirá a turquía?


[Stephen Kinzer] La Turquía de Erdogan ha hecho todo lo que la Unión Europea le ha pedido para satisfacer las condiciones de admisión en la Unión Europea. Si se la rechaza, se podría volcar hacia Estados Unidos. Y el fundamentalismo ganaría terreno en su proyecto de aislamiento y hostilidad.
Nueve siglos después de que el Papa Urbano II enviara a los primeros cruzados a luchar contra "el Turco", 321 años después de que el ejército otomano sitiara Viena, Turquía y Europa se acercan hacia un histórico encuentro. En diciembre, los presidentes de los países de la Unión Europea votarán sobre el inicio de las negociaciones que llevarán a Turquía a integrarse a la Unión. Cada día que pasa parece más probable que le darán el sí.
Si lo hacen, será por dos razones. La primera es que bajo la dirección del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, Turquía entró en un período de cambios sorprendentemente profundos. Desde que asumió funciones en marzo del año pasado, Erdogan ha empujado a Turquía más hacia la democracia que en todo el último cuarto de siglo. De muchos modos fundamentales la Turquía de hoy es casi irreconocible del país en el que viví hasta hace cuatro años. Políticos europeos están comenzando a admitir que Turquía se ha hecho lo suficientemente democrática como para unirse al club.
La segunda razón por la que estos presidentes europeos pueden dar el sí a Turquía cuando se reúnan a fin de año en Holanda, es que decir ‘no' puede ser peligroso. Los fundamentalistas islámicos predican que los musulmanes deben volverse a sí mismos porque el resto del mundo les desea mal. Este argumento se ha visto inconmensurablemente fortalecido por la invasión norteamericana de Iraq, y los líderes europeos están ansiosos para contrarrestarlo. La Unión Europea está sobre todo preocupada de la estabilidad de una enorme región del mundo, y no puede correr el riesgo de provocar la desestabilización que seguiría si se rechazara a Turquía después de que Turquía ha hecho todo para ganarse el derecho a ser miembro de Europa.

En poco más de un año como primer ministro, Erdogan ha demostrado estar más comprometido con la democracia que cualquiera de los auto-proclamados presidentes ‘laicos' que mal gobernaron Turquía durante los años noventa. Se ha asegurado la aprobación de leyes y enmiendas constitucionales para abolir la pena de muerte y los tribunales de seguridad dominados por el ejército; ha impedido que se limite la libertad de expresión, y puesto el presupuesto militar bajo control civil por primera vez en la historia de Turquía. Autorizó las transmisiones en kurdo, terminó con treinta años de intransigencia turca sobre la cuestión de Chipre y alivió las tensiones greco-turcas de manera tan efectiva que ahora los dos países gozan "de una relación de cooperación basada en la confianza mutua".
Este programa de reforma es especialmente importante porque el primer ministro Erdogan, que lo dirige con pasión y energía, tiene una larga carrera en la política musulmana. Reza todos los días, y su esposa lleva un pañoleta. Aferrándose tan firmemente al islam al mismo tiempo que lleva a su país hacia la democracia, socava la idea de que estas dos cosas son incompatibles.
En diciembre se votará tanto a Turquía como a Europa. Es una oportunidad para que los europeos puedan enfrentarse a su temor de los extranjeros, y deshacerse de siglos de hostilidad y desconfianza hacia el mundo musulmán. La perspectiva de ser miembro de la UE es la principal razón que explica por qué Turquía se está encaminando tan resueltamente hacia una plena democracia, lo que significa que Europa ha tenido ya un efecto muy positivo en la vida turca. Este es un oportuno ejemplo de cómo los países democráticos pueden usar su influencia para promover la causa de la libertad en el extranjero. "Mientras la belicosa potencia de Estados Unidos está destruyendo a Iraq", me dijo Sahin Alpay, profesor de politología en la Universidad de Bahcesehir de Estambul, "la pacífica Europa está transformando a Turquía".
Demasiados europeos todavía abrigan dudas sobre la perspectiva de admitir a Turquía en el club. Señalan que este es un país grande con enormes regiones subdesarrolladas que podrían absorber considerables sumas de dinero europeo para todo, desde granjas subsidiadas hasta proyectos educacionales. Es un país pobre, y muchos de sus ciudadanos pueden marcharse hacia el occidente y afectar los mercados laborales europeos, así como un país musulmán que no ha vivido el Renacimiento, ni la Ilustración, ni otras experiencias históricas que unen a Europa. Políticos de varios países europeos están respondiendo a esos temores con una campaña de ‘No a Turquía' o pidiendo a la UE ofrecer a Turquía algo menos que su ingreso completo en la Unión.

2.
En marzo, después de un año en el poder, el Partido por la Justicia y el Desarrollo del primer ministro Erdogan ganó un fuerte voto de confianza en las elecciones locales. Visité Gaziantep, al este de Anatolia, una floreciente ciudad industrial rica en historia hitita, asiria, persa y romana, para saber por qué se había hecho tan popular. Durante los últimos quince años el alcalde de Gaziantep ha sido Celal Dogan, un líder político de la vieja escuela del furiosamente laico Partido Republicano del Pueblo. Nada puede ocurrir sin él; ha construido parques; ha instalado agua potable y desagües, incluso entrena al equipo de fútbol de la ciudad. Aunque está cada vez más aislado, y a pesar de acusaciones de una extravagante corrupción, ha dominado de tal manera a Gaziantep que muchos lo creían invencible. Sin embargo, fue abrumadoramente derrotado en marzo por un médico poco conocido cuyo mayor logro era ser candidato del partido de Erdogan.
Erdogan y sus compañeros insisten en que no son musulmanes sino más bien "demócratas conservadores". Con ello quieren decir que aunque se identifican más con los valores turcos tradicionales que con los de la elite urbana, no buscan extender la influencia religiosa a la vida pública. Se ha desatado en Turquía un enorme debate sobre si es esto verdad. A la búsqueda de una respuesta llamé a Asim Guzelbey, el nuevo alcalde de Gazaintep, calvo y con gafas.
"No me considero especialmente religioso, y mi esposa no lleva pañoleta", me dijo. "Si tengo alguna identidad política, es simplemente ser demócrata, con lo que quiero decir que creo que ley está por encima de todos y se aplica a todos por igual. Provengo de una familia conservadora, y este partido es conservador. Es también un partido honesto y transparente. Los turcos estamos sedientos de esto, porque nos sirvieron mucho tiempo una política corrupta".
El alcalde Guzelbey concedió que había "algunos extremistas" en el Partido por la Justicia y el Desarrollo que simpatizan con los objetivos políticos musulmanes, pero insistió en que Erdogan no es uno de ellos. "Nuestro primer ministro ha cambiado para mejor", me aseguró. "Lo que dijo hace cinco o veinte años no significa que no sea capaz de adaptarse al mundo contemporáneo. Estoy convencido de que cree de verdad en la democracia. Mire lo que está haciendo. ¿Qué más pruebas quiere? Este hombre nos está conduciendo hacia Europa. No hay ningún riesgo de que nos lleve hacia el fundamentalismo islámico".
Este alcalde parece completamente comprometido con los principios seculares de la República de Turquía, y está convencido de que el primer ministro Erdogan comparte su compromiso. Horas después, sin embargo, entré a una encantadora taberna de Gaziantep para cenar con Aykut Tuzcu, un visionario hombre de negocios que publica el diario local y participa activamente en muchas causas cívicas. Cuando le pregunté sobre qué pasaba en Turquía, casi se estremeció de dolor. "No sé qué decir", me dijo. "Veo un contraste. Esta gente está esforzándose duramente para que Turquía se una a la UE, pero también son partidarios de una sociedad más religiosa en casa. No entiendo qué es lo que está haciendo Erdogan. Me preocupa. Me preocupa un montón, y no soy el único".
Muchos laicos en Turquía comparten estos vagos pero persistentes temores. ¿Está Erdogan, se preguntan, tratando de subvertir el orden que impuso Kemal Ataturk en los años veinte, en el que las escuelas, las universidades y el gobierno son estrictamente seculares? ¿Ha realmente abandonado sus viejas creencias en la política musulmana? ¿Quiere que Turquía ingrese a la Unión Europea porque eso pondrá a los militares -los más fervientes defensores del laicismo- a un lado y le permitirán remodelar el país?
Cuando yo vivía en Estambul en los noventa, Erdogan era el popular alcalde la ciudad. Dirigía su ayuntamiento con una diligencia y honestidad que eran raras en la política turca, y también se las arreglaba para tener asfaltadas las calles, libres de basura y con los grifos reparados, de manera más efectiva que ningún otro alcalde de los últimos tiempos. Algunos desaprobaron su prohibición de la venta de alcohol en las cafeterías que son propiedad del ayuntamiento, pero lo que me preocupaba era que en nuestras conversaciones parecía quedarse sin palabras toda vez que tocábamos asuntos mundiales. Manejaba nociones perturbadoras y mal definidas sobre el poder la política islámica y los puntos flacos de la democracia. Varias veces me dijo que Turquía haría bien en unir su destino al sus vecinos de Oriente Medio más que con la lejana Europa. Una vez comparó memorablemente la democracia con un tranvía: te subes a él hasta que llegas a tu destino, luego te bajas.

En 1999 un tribunal encontró culpable a Erdogan de atacar al sistema secular por declamar un provocativo poema ("Las mezquitas son nuestros cuarteles, sus cúpulas nuestros cascos / Los minaretes son nuestras lanzas, los fieles nuestro ejército"). Todos comprendieron que su verdadero delito fue construir un movimiento político basado en la religión. Fue retirado de su posición como alcalde Estambul, enviado a prisión por cuatro meses, y luego excluido de la vida pública. Esta experiencia parece haberlo convencido de la idea de que Turquía necesita más democracia. Probablemente también lo moderó el destino de Necmettin Erbakan, que fue el primer ministro islamita del país en 1995. Erbakan apoyaba proseguía abiertamente políticas anti-occidentales, apoyaba a los líderes de Irán y Libia y proponía que Turquía formara y dirigiera "una OTAN musulmana". Laicos alarmados, dirigidos por comandantes militares, lo obligaron a dimitir después de un año.

Después de esa debacle, Erdogan encabezó un grupo de insurgentes que trataron de quitar a la vieja guardia el control del partido islámico. Fracasaron, y renunciaron para formar su propio partido. Esta secuencia de acontecimientos les permitió dejar atrás a muchos islamitas tradicionales y atraer a sus rangos a los reformistas. Después de eso podrían reclamar que representaban algo nuevo en la vida política turca, un partido con raíces en la política musulmana que había abrazado lo que Ataturk llamó "valores universales".
Esta nueva plataforma, combinada con campañas locales más intensas que ningún partido turco emprendiera jamás, llevó al Partido por la Justicia y el Desarrollo a una aplastante victoria en las elecciones nacionales de 2002. En marzo de 2003 un tribunal devolvió los derechos políticos a Erdogan, y asumió como primer ministro apenas días antes de que el parlamento votara contra permitir que tropas estadounidenses usaran bases turcas o cruzaran suelo turco para la invasión de Iraq. Erdogan pasó de una celda de la cárcel al mando de su país en menos de cuatro años. Desde entonces su popularidad ha crecido firmemente, y hoy domina completamente la política turca.

Para convencer a los europeos de que Turquía está cambiando profunda e irreversiblemente, Erdogan se ha propuesto abordar sus preocupaciones más ampliamente compartidas. Los derechos humanos son una de sus preocupaciones más urgentes, y Erdogan ha hecho considerables progresos. A cada oportunidad proclama su "tolerancia cero de la tortura". Sus esfuerzos han tenido un claro efecto, pese a no ser conclusivo. De acuerdo a un informe publicado en mayo por la Asociación Turca de Derechos Humanos, las formas tradicionales de tortura ya no se practican en las comisarías turcas, pero algunos oficiales se han volcado a otras técnicas que no dejan marcas visibles; un grupo de abogados turcos dijo que esas técnicas incluían la privación del sueño, mantener a los prisioneros hambrientos, y obligarles a permanecer en posiciones incómodas. Y aunque ahora hay más libertad de expresión en Turquía que nunca antes, algunos fiscales y jueces se aferran a los viejos hábitos. En mayo un periodista fue condenado a la cárcel por insultar la memoria de Ataturk, y un diario fue multado por decir que todos los generales del ejército eran incompetentes.
Otro aspecto de la vida política turca que preocupa a algunos europeos es la vieja postura, fuertemente apoyada por algunos miembros del partido de Erdogan, de mantener a las mujeres en roles tradicionales. Ayse Bugra, una docente de Económicas en la Universidad de Bósforo, me dijo que no estaba de acuerdo con Erdogan porque sus políticas hacia las mujeres "estaban todas orientadas hacia la familia, todas destinadas a animar a las mujeres a quedarse en casa, nunca a tratar de abrir nuevos horizontes para ellas". En junio, Amnistía Internacional publicó un informe concluyendo que la violencia contra las mujeres es "ampliamente tolerada e incluso endosada por líderes de las comunidades y en los más altos niveles del gobierno y de la judicatura".
Las autoridades realizan rara vez investigaciones exhaustivas de las quejas de las mujeres sobre ataques violentos o asesinatos o suicidios aparentes de mujeres. Los tribunales todavía reducen las condenas de los violadores si prometen casarse con sus víctimas, a pesar de recientes iniciativas para poner fin a esta práctica.
Los europeos también se preocupan del tratamiento que da el estado turco a los kurdos en las provincias del sudeste. Allá, como en el resto del país, ha surgido un nuevo optimismo. Ya no se considera un delito afirmar la identidad kurda. Se han iniciado cursos de kurdo en tres ciudades, y más seguirán pronto. El 9 de junio un tribunal ordenó la puesta en libertad de Leyla Zana, una fogosa abogado de los derechos kurdos, y a tres otros antiguos diputados que estaban en prisión desde 1994 bajo cargos de apoyar a terroristas kurdos. "Creo que ha comenzado un nuevo período en este país", dijo Zana cuando salía de la prisión de Ancara, "y se está abriendo una nueva página".
También el 9 de junio, aparentemente por coincidencia, la red de televisión del estado TRT emitió su primer programa en kurdo, un mix de noticias y reportajes de media hora titulado ‘Nuestras Riquezas Culturales'. Después de mirarlo, el alcalde Osman Baydemir, de Diyarbakir, la principal ciudad kurda, dijo que era "muy importante que se haya superado un tabú de ochenta años, una fobia". Como la mayoría de los kurdos turcos, Baydemir apoya fuertemente la campaña de su gobierno por ingresar en la UE, y está planeando hacer una gira por las capitales europeas más tarde este año para abogar por su ingreso. Dirá que al admitir a Turquía, la UE uniría a los kurdos a Europa, una iniciativa que aseguraría sus derechos en Turquía y ayudaría a estabilizar la volátil vida política kurda en todo Oriente Medio.

3.
Los laicos que dudan del compromiso de Erdogan con la democracia no pudieron sino impresionarse del enorme progreso que ha hecho durante su primer año en el cargo. Pero esta primavera su estado de ánimo se agrió cuando presentó un proyecto para extender los derechos de los estudiantes de los institutos religiosos. Con el sistema actual, la mayoría de sus egresados están limitados a estudiar teología en la universidad. El primer ministro Erdogan buscaba un cambio que les permitiera estudiar derecho, ingeniería o cualquiera otra profesión. Interpretaron la propuesta como prueba de que Erdogan está trabajando en un proyecto a largo plazo para infiltrar a los islamitas en la sociedad y en el gobierno. Entendios como Haluk Sahin, un columnista del respetado diario de Estambul ‘Radikal', declaró que la luna de miel del primer ministro ya había terminado.
En una cafetería cerca de la plaza de Taksim, el animado centro de Estambul, le pregunté a Sahin por qué estaba tan inquieto. Empezó con una analogía: "Si ves a una persona normal tomándose una cerveza en un bar, piensas: ‘¿Así qué?' Pero si esa persona es un alcohólico en proceso de desintoxicación que ha jurado no volver a beber nunca, vas a pensar: ‘¡Ahí lo tenemos otra vez! Te dije que no tenía cura. Quizás sea un su única cerveza, pero tal vez no, tal vez se beba una segunda y una tercera, y no deje de beber hasta que termine en el hospital'. Debido a que la gente no ha sido capaz de superar nuestros temores de Erdogan, reaccionábamos muy fuertemente contra todo lo que propusiera. Esta república se basa en una visión particular, que significa sobre todo el estado laico. No puedes usar los instrumentos del sistema secular para llegar al poder y adoptar medidas que propondría la visión opuesta".
Durante la primera semana de junio, enfrentándose a reacciones intensas como esta, Erdogan decidió retirar su propuesta. Evidentemente quiere evitar cualquier controversia interna que pueda distraer a Turquía de su proyecto de reforma más grande. Fue un acto de un estadista, pero los opositores siguieron descontentos porque Erdogan dejó en claro que volverá a presentar el proyecto más tarde.
Los presidentes europeos están cada vez más impresionados con lo que ha alcanzado Erdogan. Después de reunirse con él en febrero, el canciller alemán Schröder, dijo que veía "buenas oportunidades" de un voto positivo más tarde este año. Tony Blair afirmó en abril que al introducir a Turquía en la UE, Europa demostraría que se ha "comprometido no solo con palabras sino con hechos en una Europa de razas, culturas y religiones diversas, unidas todas por reglas comunes y un sentido de solidaridad humana y respeto mutuo".

En un discurso en Oxford el 24 de mayo, Chris Patten, el comisario de la UE para asuntos exteriores, reflexionó detenidamente sobre los retos y oportunidades que la UE y Turquía se ofrecen una a la otra. Elogió a Erdogan por lanzar "un programa de
reformas constitucionales para reforzar la democracia, promover la protección de las minorías y limitar la influencia de los militares en el gobierno", y dijo que el voto de diciembre "será para muchos observadores el principal test del compromiso de la Unión Europea con una aproximación pluralista y de apertura hacia el islam". Continuó: "El caso de que este es un momento fundamental en la relación con la UE con el mundo islámico puede ser, y lo es, un subentendido. Pero nuestra aproximación a Turquía sí importa. Dice un montón sobre cómo nos vemos a nosotros mismos, y cómo queremos ser vistos, tanto en términos de cultura como de geopolítica... ¿Es Turquía europea? Si la ambición de serlo es alguna indicación, la respuesta tendría que ser un resonante sí. Turquía ha mantenido resueltamente un curso más europeo que nunca desde que Atartuk decretó el fin del sultanato en 1922. Los sentimientos son profundos, y ha sido mantenido en vida con una implacable energía por sucesivos gobiernos turcos...
"¿Cuánto interés debemos tener en el destino de nuestro vecino y aliado sureño, con fronteras con Iraq, Irán, Siria y el sur de los Cáucaso? ¿Cuán cordialmente deberíamos acoger a un vecino que ha demostrado la falsedad del argumento de que el islam y la democracia no van juntas? Y cuando nos interesemos, ¿debemos reconocer a Turquía como un socio respetado, o como un pupilo difícil? Estas preguntas nos preocupan a todos a medida que se acerca el Consejo Europeo de diciembre... Tiempo atrás, en particular cuando Europa occidental era un lugar más violento, Turquía y los turcos eran la verdadera encarnación del extranjero amenazante. Pero eso era cuando ‘Europa' y la ‘Cristiandad' eran sinónimos. Desde entonces ha pasado tiempo... No podemos sino estar conscientes del simbolismo, esta vez, de dar una mano a un país cuya población es abrumadoramente musulmana".
Lo que Patten no dice es que un ‘no' al ingreso de Turquía en diciembre tendría probablemente un efecto de radicalización no solo en el amplio mundo musulmán, sino dentro de Turquía misma. Reforzaría a la facción militante del partido dominante y llevaría a muchos turcos a cuestionar el liderazgo del primer ministro Erdogan. También podría empujar a una Turquía resentida a buscar un acercamiento con Estados Unidos. Este es el resultado que los militantes islamitas esperan, porque les permitiría retratar a Turquía como un lacayo de Estados Unidos que no podría ser un modelo para ningún país musulmán con algo de auto-estima.

En el pasado, los problemas económicos de Turquía debilitaron su posición con respecto a la Unión Europea. Hoy esos problemas se están disipando, gracias en gran parte a un programa de recuperación ideado por Kemal Dervis, un antiguo vice-presidente del Banco Mundial que volvió a su patria como ministro de finanzas en el gobierno anterior. Astutamente, Erdogan se ha limitado al programa, continuando la privatización y disminuyendo el gasto público (en mayo anuló un programa de adquisiciones militares de 11 billones de dólares con el que el ejército compraría mil tanques, 145 helicópteros de combate y una flota de vehículos aéreos no tripulados). Las tasas de crecimiento son altas, y la inflación ha disminuido de casi un 70 por ciento en 2001 a un proyectado 12 por ciento este año. Pero 700 mil jóvenes entran al mercado laboral turco cada año, y necesitan trabajo. Le pregunté a Dervis, que es ahora un diputado de la oposición, quién se los daría.
"Si los líderes europeos nos dan un voto positivo en diciembre, creo que empezaremos a recibir lo que incluso podríamos llamar masivos volúmenes de inversión extranjera", respondió. "Eso es lo que ha pasado en países como España y Hungría. El mayor obstáculo para una inversión europea de mayor dimensión es el temor de la inestabilidad. Si empiezan las negociaciones europeas, ese temor desaparecerá y Turquía se sentirá como un refugio seguro. Eso hará una gran diferencia. De ello dependen muchas cosas".
Si Turquía recibe un voto favorable en diciembre, necesitará alrededor de diez años para completar el complejo proceso de preparación para ser miembro activo de la UE. Durante esa década la UE será probablemente presionada para que se extienda todavía más allá. Los países de los Balcanes occidentales -Albania, Bosnia y Herzegovina, Macedonia y Serbia- tendrán todos motivos legítimos para ser miembros si pueden alcanzar el nivel de Turquía en democracia política y económica. Más tarde Bielorrusia y Moldavia podrían emprender las reformas que les permitirían ser también candidatos a la Unión. En el futuro distante, también podría ingresar Israel, un estado palestino, incluso Marruecos.
Admitir a Turquía pondría a la UE en una nueva y ambiciosa ruta. Reforzaría enormemente la posición estratégica de Europa, dándole más peso en su competencia con Estados Unidos y otras potencias que puedan surgir más tarde en este siglo. Con Turquía y un ejército turco listo para el combate entre sus filas, la UE sería capaz de hablar con una combinación de autoridad moral y credibilidad militar que no ha sido nunca antes capaz de demostrar.

4.
El primer ministro Erdogan ha formado un ‘Grupo Observador Reforma' con sus ministros de asuntos exteriores, interior y justicia. Su trabajo es asegurarse de que Turquía tome todas las medidas que requiera la UE -mejorar los derechos humanos, garantizar la libertad de expresión, poner coto a los militares, reconocer los derechos de las minorías- de modo que en diciembre los presidentes europeos no tengan otra opción que aceptar su candidatura para la Unión. Mientras sus tres asesores más importantes dirigen el proceso de reforma en casa, Erdogan concentra sus esfuerzos en los presidentes europeos, reuniéndose con ellos uno tras otro, para presentar su caso. Le visité en Ancara durante una hora antes de que recibiera al ministro de asuntos exteriores húngaro y un día antes de que volara a Londres para una serie de reuniones.

Erdogan tiene 50 años, es alto y de tez blanca, con un bigote castaño claro. Jugaba antes al fútbol, y todavía se ve atlético. A los turcos les encanta contar historias sobre las peleas ganadas y perdidas mientras crecía en las sucias calles de Kasimpasa, un árido vecindario de Estambul. La mayoría de esas historias son sin duda apócrifas pero reflejan el respeto especial que se ha ganado Erdogan por sus orígenes obreros. Le pregunté si crecer en Kasimpasa lo había afectado.
"Por supuesto", dijo rápidamente. "¿Cómo no ser influido por el lugar donde te crías? Kasimpasa es donde aprendí el concepto de realpolitik".
Erdogan asistió a un instituto religioso y luego se marchó a estudiar administración de empresas en la Universidad de Marmara, de Estambul -una secuencia que sería difícil de duplicar hoy, ya que el sistema educacional ahora canaliza a la mayoría de los egresados de los institutos hacia carreras teológicas. Después de terminar la universidad, trabajó como distribuidor de una de las compañías de comida rápida más grandes de Turquía. Menos de una década después era alcalde.
Lo que más me sorprendió de Erdogan durante nuestra conversación fue su ardiente sentido de su propia autoridad. Se ve a sí mismo personalmente, no a su partido o a su gobierno, como la fuerza motora de la Turquía de hoy. Cuando hablamos acerca de lo que ha pasado en la ciudad de Bingol después del terremoto del año pasado, por ejemplo, me dijo: "Construí un nueva ciudad para cuatro mil personas que perdieron sus casas". Y: "Construí nuevas escuelas de inmediato, mucho mejores que las de antes". A propósito de las condiciones en la antigua zona bélica kurda, dijo: "Estoy limpiando todas las minas que se plantaron ahí a lo largo de la frontera con Siria". Este no es un hombre tímido o que esté inseguro sobre su misión".
La mayor parte de nuestra conversación giró sobre las reformas de Erdogan y las perspectivas de Turquía de ingresar a la Unión Europea. "Yo haré esas reformas de todos modos, pero la fecha cierre de diciembre le ha dado al proceso un nuevo impulso", me dijo. "Tenemos casi todas las leyes necesarias. Ahora estamos en la fase de la implementación, que no es fácil porque requiere un cambio de mentalidad. Hay ciertas condiciones y costumbres que necesitamos superar. Algunos rasgos culturales establecidos tendrán que cambiar".
Me ahorré para el último la pregunta más importante: ¿Cómo reacciona Erdogan ante el extendido temor de que no sea el reformador que parece, sino más bien un islamita en ropas seculares? Mientras se lo preguntaba, pude ver que su mandíbula se ponía tiesa.
"Esta es la desafortunada mentalidad de grupos marginales en Turquía", me dijo, severamente. "Yo fui alcalde de Estambul durante cuatro años y medio y si tuviera un programa secreto, habría quedado claro entonces. Lo que yo hago lo tiene claro todo el mundo. Nadie puede dudar de lo que pienso o creo. Me río de esos temores. Estoy orgulloso de mis logros. Este país está en un gran momento de su historia, y estoy resuelto a usar la oportunidad".
2 de agosto de 2004
©traducción mQh
©newyorkreviewofbooks

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