rueda de la justicia en el caos
[Jeffrey Gettlemen] Otro aspecto difícil de imaginar en una ciudad en guerra: el funcionamiento de los tribunales, en medio de un constante estallido de bombas, completo con citaciones, autopsias y órdenes de detención.
Bagdad, Iraq. Su lista de clientes está repleta de asesinos, secuestradores, estafadores y ladrones, hombres capturados con morteros y otros acusados de atacar a soldados norteamericanos.
Su trabajo es ir a los tribunales y machacar los casos del gobierno.
Fuaad Ahmed al-Jawary, abogado, se ha transformado en el Johnnie Cochran de los insurgentes, y a medida que continúa la resistencia, su despacho se ha encumbrado a las alturas.
Hace un poco, Jawary, 40, un dínamo de 1.73m, con el pelo alisado hacia atrás y brillantes ojos color café, se vio envuelto en un caso por asesinato en Bagdad. Tiene dos clientes, un hombre con un brillante mono naranja y gafas nuevas, y una mujer de 19 años, cuyo pecho palpita debajo de su manto.
El juez comenzó a interrogar a un testigo.
"¿Dónde estaba usted el 14 de febrero?" -el día del asesinato-, preguntó el juez. "¿Vio usted a hombres armados?"
Después de que declararan otros dos testigos, Jawary se puso de pie.
"Con su permiso, señor", dijo Jawary. "Esta gente no vio nada. ¿Puedo llamar a otros testigos?"
Un fiscal repasa un fajo de papeles. Un escribano se inclina sobre un libro gigantesco. El juez echa una larga y severa mirada a Jawary y comienza a golpetear en su escritorio.
Puede ser difícil imaginar que en un lugar donde no dejan de estallar las bombas y las aguas residuales sin trata salpican las calles haya todavía funcionando un sistema jurídico, completo con citaciones, autopsias, protestas, órdenes de detención, informes periciales y defensores públicos.
Pero lo hay, y los funcionarios norteamericanos se están volviendo cada vez más hacia los tribunales iraquíes para procesar a los sospechosos todavía detenidos en Abu Ghraib y otras cárceles.
Cientos de detenidos están siendo traspasados de la custodia norteamericana a uno de los tres niveles del sistema penal iraquí: un tribunal especial para Saddam Hussein y miembros de alto nivel del Partido Baaz; un nuevo tribunal nacional para casos de terrorismo; y cortes locales para los delitos corrientes y molientes. Funcionarios norteamericanos dijeron que de los 2.300 reclusos en Abu Ghraib, 580 están en lista de espera en tribunales iraquíes.
Se permite que un acusado tenga un abogado defensor, que es donde interviene enérgicamente Jawary.
Su filosofía: "Todos nacemos inocentes".
Los clientes de Jawary provenían habitualmente de los bajos fondos de Bagdad, una ciudad llena entonces de bandas de drogas y falsificadores y matones que se metían hojas de afeitar debajo de la lengua para abrirse camino a través de las barriadas. Hace pocos años, dice, defendió a una mujer que había sedado a su marido para que su amante pudiera entrar al cuarto por una ventana y dispararle en la cabeza.
Pero la ocupación norteamericana, y la violenta resistencia, cambió todo. La carpeta de casos a punto de reventar de Jawary incluye ahora a gente como un estudiante acusado de disparar contra soldados norteamericanos, un hombre detenido con su coche lleno de granadas, el hijo de un jeque acusado de robar un generador del gobierno para la fábrica de helados de su padre y un comerciante acusado de liquidar a un capitán de policía.
Para Jawary, estos clientes no son necesariamente insurgentes.
"Solo acepto casos donde hay alguna duda", dice.
La paga que recibe es espléndida: cinco mil dólares por los casos de asesinato, por adelantado, preferiblemente en billetes nuevos, y tarifas más pequeñas por otros casos. A veces le pagan en natura, con aparatos estéreos, máquinas de aire acondicionado, relojes, sortijas, corderos, incluso una vez un par de Volkswagens.
Sus días empiezan cuando se mete en uno de sus siete trajes de poliéster, coge su desayuno de pan y chai y brinca a su abollado Mercedes de catorce años.
En la mañana del juicio por asesinato, su celular empezó a sonar tan pronto como se puso en marcha. "Habbiee, vamos, estaremos en un minuto", grita al teléfono.
El juicio se realiza en Ciudad Sadr, la barriada chií de Bagdad. Jawary sube trotando las escalinatas del tribunal, dejando atrás a jeques con turbantes, jueces pavoneándose, niños pregonando vasos de té hirviendo, secretarios enterrados debajo de dossiers y hombres con monos con la leyenda "Departamento de Cárceles Iraquí" en la espalda.
Justo cuando el juicio está a punto de comenzar, la electricidad del tribunal empieza a fallar, y deja a Jawary, el juez y los otros sentados en un baño turco apenas iluminado, abanicándose con las actas.
La víctima era un niño que se dirigía a dar de comer a un burro cuando cayó en una balacera que tenían dos familias que peleaban por una mujer. Murió.
Jawary consultó primero con la mujer, una de las sospechosas en el caso.
"Relájese", le dijo.
Luego se volvió hacia su otro cliente, el de las gafas brillantes.
"Se ve listo, ¿eh?", susurra Jawary, después de hablar con él. "Las gafas fueron idea mía".
Los alegatos continuaron por cerca de una hora antes de que el juez acordara con Jawary llamar a un receso.
El sistema penal iraquí se inspira en los procesos inquisitoriales de los franceses, en los que los abogados pueden hacer objeciones, aunque tradicionalmente juegan un papel mucho menor que en los juicios al estilo norteamericano. En Iraq, no hay jurados; solamente un panel de tres jueces. Se tiene el derecho a guardar silencio, pero pocos acusados hacen uso de él.
"Los iraquíes tienen la boca grande", dice Jawary.
Iraq tiene una larga tradición jurídica que se remonta a 3.800 años al código de Hammurabi. Incluso en las horas más negras del régimen de Hussein, los jueces mantuvieron algo de su independencia y fueron suficientemente torpes como para que Hussein decidiera formar sus propios tribunales especiales para castigar a sus enemigos políticos. El resultado, después del derrocamiento de Hussein y del desmantelamiento de sus tribunales especiales, es un sistema jurídico que funciona efectivamente.
Por cierto, tiene todavía recursos de muy baja tecnología. "El resto del mundo dejó de usar esto hace veinte años", dice otro juez, Zuhair al-Maliky, sosteniendo una bien usada hoja de papel de calco.
También hervía de corrupción.
"Sobornos, sobornos, sobornos, todavía ocurre", dijo Jawary. "La única diferencia es que ahora se paga en dólares, no en dinares.
Cuando le pregunto si alguna vez había sobornado a alguien, Jawary sacude la cabeza. "No sobornos", sonríe. "Regalos".
Después de Ciudad Sadr, Jawary se apresura hacia la Corte Penal Central de Iraq, que los asesores norteamericanos ayudaron a instalar el verano pasado en un antiguo museo de Bagdad. A diferencia de los perfumados, cargados de humo y bulliciosos confines de los tribunales, la nueva corte penal bulle con el decoro y solemne silencio de una biblioteca o de una mezquita.
"Ponga su mano derecha sobre el Corán y repita conmigo", dijo un juez en un juicio reciente. "Prometo decir la verdad".
La nueva corte se especializa en casos relacionados con el crimen organizado y el terrorismo. Muchos sospechosos fueron capturados por las fuerzas armadas norteamericanas durante ataques contra los insurgentes y retenidos en la cárcel de Abu Ghraib cerca de Bagdad. Si hay suficientes pruebas como para permitir un juicio, dijeron funcionarios estadounidenses, son traspasados a las autoridades iraquíes.
Si no hay pruebas suficientes, los funcionarios estadounidenses clasifican a los sospechosos como "detenidos por seguridad" y continúan reteniéndoles con la autorización de Naciones Unidas que permite a las tropas norteamericanas implementar "todas las medidas necesarias" para llevar seguridad a Iraq.
El juez Maliky, un procurador de la Corte Penal Central dice que varios insurgentes habían sido juzgados hace poco y enviados a la cárcel por colocar bombas junto a los caminos y asesinar a funcionarios locales.
Jawary habla con el juez Maliky durante unos minutos sobre el caso del hijo del jeque y el robo del generador. El juez rechaza retirar los cargos. Jawary partió resoplando.
Iraq tiene un horario de trabajo breve, de nueve de la mañana a dos de la tarde, y después del tribunal Jawary vuelve a toda prisa a su despacho. Bebe un vaso de jugo de melocotón y estudia sus archivos. Garrapatea unas peticiones en un papel de carta con el membrete Fuaad A. al-Jawary, Abogado' y una pequeña ilustración de una balanza.
Entonces se marcha a casa, a su esposa Samira y sus tres hijos, Doaa, Mushkat y Muhammad. La familia se apretuja en un sofá y miran un partido de fútbol en la televisión y disfrutan de tres gruesas rodajas de sandía iraquí.
Jawary dice que las cosas no fueron siempre tan buenas.
Chií él mismo, fue puesto en una lista negra durante el gobierno de Hussein después de haber defendido a unos colegas chiís que hicieron volar un depósito de municiones en 1991. Luego, en 1996, enfermó con linfoma y vendió todo lo que tenía para pagar el tratamiento en Jordania.
A veces coloca el borroso video casero del día en que entró al hospital. Llevaba un delgado camisón blanco y estaba rodeado de familiares que aplaudían y lloraban y lo besaban.
"Iraq no tiene mucha ahora", dijo Jawary. "Pero, ¿tengo motivos para quejarme?"
2 de agosto de 2004
©traducciónmQh
©newyorktimes"
Su trabajo es ir a los tribunales y machacar los casos del gobierno.
Fuaad Ahmed al-Jawary, abogado, se ha transformado en el Johnnie Cochran de los insurgentes, y a medida que continúa la resistencia, su despacho se ha encumbrado a las alturas.
Hace un poco, Jawary, 40, un dínamo de 1.73m, con el pelo alisado hacia atrás y brillantes ojos color café, se vio envuelto en un caso por asesinato en Bagdad. Tiene dos clientes, un hombre con un brillante mono naranja y gafas nuevas, y una mujer de 19 años, cuyo pecho palpita debajo de su manto.
El juez comenzó a interrogar a un testigo.
"¿Dónde estaba usted el 14 de febrero?" -el día del asesinato-, preguntó el juez. "¿Vio usted a hombres armados?"
Después de que declararan otros dos testigos, Jawary se puso de pie.
"Con su permiso, señor", dijo Jawary. "Esta gente no vio nada. ¿Puedo llamar a otros testigos?"
Un fiscal repasa un fajo de papeles. Un escribano se inclina sobre un libro gigantesco. El juez echa una larga y severa mirada a Jawary y comienza a golpetear en su escritorio.
Puede ser difícil imaginar que en un lugar donde no dejan de estallar las bombas y las aguas residuales sin trata salpican las calles haya todavía funcionando un sistema jurídico, completo con citaciones, autopsias, protestas, órdenes de detención, informes periciales y defensores públicos.
Pero lo hay, y los funcionarios norteamericanos se están volviendo cada vez más hacia los tribunales iraquíes para procesar a los sospechosos todavía detenidos en Abu Ghraib y otras cárceles.
Cientos de detenidos están siendo traspasados de la custodia norteamericana a uno de los tres niveles del sistema penal iraquí: un tribunal especial para Saddam Hussein y miembros de alto nivel del Partido Baaz; un nuevo tribunal nacional para casos de terrorismo; y cortes locales para los delitos corrientes y molientes. Funcionarios norteamericanos dijeron que de los 2.300 reclusos en Abu Ghraib, 580 están en lista de espera en tribunales iraquíes.
Se permite que un acusado tenga un abogado defensor, que es donde interviene enérgicamente Jawary.
Su filosofía: "Todos nacemos inocentes".
Los clientes de Jawary provenían habitualmente de los bajos fondos de Bagdad, una ciudad llena entonces de bandas de drogas y falsificadores y matones que se metían hojas de afeitar debajo de la lengua para abrirse camino a través de las barriadas. Hace pocos años, dice, defendió a una mujer que había sedado a su marido para que su amante pudiera entrar al cuarto por una ventana y dispararle en la cabeza.
Pero la ocupación norteamericana, y la violenta resistencia, cambió todo. La carpeta de casos a punto de reventar de Jawary incluye ahora a gente como un estudiante acusado de disparar contra soldados norteamericanos, un hombre detenido con su coche lleno de granadas, el hijo de un jeque acusado de robar un generador del gobierno para la fábrica de helados de su padre y un comerciante acusado de liquidar a un capitán de policía.
Para Jawary, estos clientes no son necesariamente insurgentes.
"Solo acepto casos donde hay alguna duda", dice.
La paga que recibe es espléndida: cinco mil dólares por los casos de asesinato, por adelantado, preferiblemente en billetes nuevos, y tarifas más pequeñas por otros casos. A veces le pagan en natura, con aparatos estéreos, máquinas de aire acondicionado, relojes, sortijas, corderos, incluso una vez un par de Volkswagens.
Sus días empiezan cuando se mete en uno de sus siete trajes de poliéster, coge su desayuno de pan y chai y brinca a su abollado Mercedes de catorce años.
En la mañana del juicio por asesinato, su celular empezó a sonar tan pronto como se puso en marcha. "Habbiee, vamos, estaremos en un minuto", grita al teléfono.
El juicio se realiza en Ciudad Sadr, la barriada chií de Bagdad. Jawary sube trotando las escalinatas del tribunal, dejando atrás a jeques con turbantes, jueces pavoneándose, niños pregonando vasos de té hirviendo, secretarios enterrados debajo de dossiers y hombres con monos con la leyenda "Departamento de Cárceles Iraquí" en la espalda.
Justo cuando el juicio está a punto de comenzar, la electricidad del tribunal empieza a fallar, y deja a Jawary, el juez y los otros sentados en un baño turco apenas iluminado, abanicándose con las actas.
La víctima era un niño que se dirigía a dar de comer a un burro cuando cayó en una balacera que tenían dos familias que peleaban por una mujer. Murió.
Jawary consultó primero con la mujer, una de las sospechosas en el caso.
"Relájese", le dijo.
Luego se volvió hacia su otro cliente, el de las gafas brillantes.
"Se ve listo, ¿eh?", susurra Jawary, después de hablar con él. "Las gafas fueron idea mía".
Los alegatos continuaron por cerca de una hora antes de que el juez acordara con Jawary llamar a un receso.
El sistema penal iraquí se inspira en los procesos inquisitoriales de los franceses, en los que los abogados pueden hacer objeciones, aunque tradicionalmente juegan un papel mucho menor que en los juicios al estilo norteamericano. En Iraq, no hay jurados; solamente un panel de tres jueces. Se tiene el derecho a guardar silencio, pero pocos acusados hacen uso de él.
"Los iraquíes tienen la boca grande", dice Jawary.
Iraq tiene una larga tradición jurídica que se remonta a 3.800 años al código de Hammurabi. Incluso en las horas más negras del régimen de Hussein, los jueces mantuvieron algo de su independencia y fueron suficientemente torpes como para que Hussein decidiera formar sus propios tribunales especiales para castigar a sus enemigos políticos. El resultado, después del derrocamiento de Hussein y del desmantelamiento de sus tribunales especiales, es un sistema jurídico que funciona efectivamente.
Por cierto, tiene todavía recursos de muy baja tecnología. "El resto del mundo dejó de usar esto hace veinte años", dice otro juez, Zuhair al-Maliky, sosteniendo una bien usada hoja de papel de calco.
También hervía de corrupción.
"Sobornos, sobornos, sobornos, todavía ocurre", dijo Jawary. "La única diferencia es que ahora se paga en dólares, no en dinares.
Cuando le pregunto si alguna vez había sobornado a alguien, Jawary sacude la cabeza. "No sobornos", sonríe. "Regalos".
Después de Ciudad Sadr, Jawary se apresura hacia la Corte Penal Central de Iraq, que los asesores norteamericanos ayudaron a instalar el verano pasado en un antiguo museo de Bagdad. A diferencia de los perfumados, cargados de humo y bulliciosos confines de los tribunales, la nueva corte penal bulle con el decoro y solemne silencio de una biblioteca o de una mezquita.
"Ponga su mano derecha sobre el Corán y repita conmigo", dijo un juez en un juicio reciente. "Prometo decir la verdad".
La nueva corte se especializa en casos relacionados con el crimen organizado y el terrorismo. Muchos sospechosos fueron capturados por las fuerzas armadas norteamericanas durante ataques contra los insurgentes y retenidos en la cárcel de Abu Ghraib cerca de Bagdad. Si hay suficientes pruebas como para permitir un juicio, dijeron funcionarios estadounidenses, son traspasados a las autoridades iraquíes.
Si no hay pruebas suficientes, los funcionarios estadounidenses clasifican a los sospechosos como "detenidos por seguridad" y continúan reteniéndoles con la autorización de Naciones Unidas que permite a las tropas norteamericanas implementar "todas las medidas necesarias" para llevar seguridad a Iraq.
El juez Maliky, un procurador de la Corte Penal Central dice que varios insurgentes habían sido juzgados hace poco y enviados a la cárcel por colocar bombas junto a los caminos y asesinar a funcionarios locales.
Jawary habla con el juez Maliky durante unos minutos sobre el caso del hijo del jeque y el robo del generador. El juez rechaza retirar los cargos. Jawary partió resoplando.
Iraq tiene un horario de trabajo breve, de nueve de la mañana a dos de la tarde, y después del tribunal Jawary vuelve a toda prisa a su despacho. Bebe un vaso de jugo de melocotón y estudia sus archivos. Garrapatea unas peticiones en un papel de carta con el membrete Fuaad A. al-Jawary, Abogado' y una pequeña ilustración de una balanza.
Entonces se marcha a casa, a su esposa Samira y sus tres hijos, Doaa, Mushkat y Muhammad. La familia se apretuja en un sofá y miran un partido de fútbol en la televisión y disfrutan de tres gruesas rodajas de sandía iraquí.
Jawary dice que las cosas no fueron siempre tan buenas.
Chií él mismo, fue puesto en una lista negra durante el gobierno de Hussein después de haber defendido a unos colegas chiís que hicieron volar un depósito de municiones en 1991. Luego, en 1996, enfermó con linfoma y vendió todo lo que tenía para pagar el tratamiento en Jordania.
A veces coloca el borroso video casero del día en que entró al hospital. Llevaba un delgado camisón blanco y estaba rodeado de familiares que aplaudían y lloraban y lo besaban.
"Iraq no tiene mucha ahora", dijo Jawary. "Pero, ¿tengo motivos para quejarme?"
2 de agosto de 2004
©traducciónmQh
©newyorktimes"
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