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UNA VIDA SIN ALEGRÍAS NI RESPETO - john m. glionna


Los salones de masajes de pie viven un período de auge en China. Pero las condiciones de trabajo y la actitud de los clientes pueden ser miserables.
Pekín, China. Para la campesina Zhang Meiqing, el consejo de su hermano mayor pareció sabio: Cultivar los arrozales, le dijo, es trabajo de locos. Ven a la ciudad y sigue una carrera de lavado y masaje de pies: ése es el camino al bienestar.
Así la madre de 32 años abandonó su aldea en la sureña provincia de Hainan hace un año para sumarse a la creciente ola de trabajadores emigrantes que ocupan uno de los peldaños más bajos de la nueva clase baja urbana de China: las masajistas de pie.
Durante diez horas al día, con su espalda adolorida y sus dedos resentidos y callosos, Zhang, encorvada sobre una pequeña silla proporciona un servicio humilde a la creciente población de chinos afluentes.
Algunos hombres la miran con lascivia; las mujeres la gritan como si fuera una criada. Y muchos huelen tan mal que le provocan lágrimas.
Su salario de cuarenta dólares a la semana sería una suma considerable de dinero en su pueblo. Sin embargo, una cansada Zhang pone en duda la sabiduría de su hermano. Echa de menos casa. En los buenos días, dice, cree que proporciona un servicio valioso. Más a menudo, siente tanta vergüenza de la degradante reputación de su oficio -nada más que una sumisa lavadora de pies- que no se atreve a mirarse en el espejo.
"Es un trabajo doloroso", dice. "Creo que es más duro que trabajar en los arrozales".
La reflexología, una terapia de cinco mil años de antigüedad en el que se ejerce presión sobre puntos específicos del pie y de la que se cree que puede curar o prevenir enfermedades, es un gran negocio en China. Se han abierto innumerables salones y los carteles promueven el lujo y las ventajas sanitarias del masaje de pies entre extranjeros y chinos con dinero por igual. Los hombres, que constituyen la mayoría de la clientela, tienen la oportunidad de ser tratados por mujeres jóvenes como si fueran emperadores.
A fines de los años noventa, un puñado de salones empleaba solamente a masajistas con experiencia. Aunque esos consultorios de reflexología todavía existen, la nueva popularidad de la terapia ha originado un creciente número de salones menos acreditados con empleados sin formación adecuada que trabajan en condiciones cuestionables.
La mayoría de los salones de masajes de pie de las grandes ciudades emplean a gente joven, hombres y mujeres, que han sido reclutados en pequeñas ciudades y pueblos. Tratan de escapar del tedio de la vida rural y responden a los anuncios en los diarios que prometen que pueden triplicar sus ingresos con el masaje de pie.
A menudo terminan desilusionadas. La mayoría de ellas viven atiborradas en dormitorios sin alma con treinta o más trabajadoras. Como Zhang, muchas se sienten fuera de lugar y algunas no duran una semana y vuelven a casa. Otras persisten, envían dinero a casa y prometen retornar una vez que hayan construido sus nidos.
Pero el nuevo negocio del masaje de pies huele mal.
Varias pesquisas periodísticas dicen que las ‘hierbas medicinales' usadas para humedecer los pies antes del masaje pueden ser cáusticas tanto para los clientes como para las trabajadoras. Y han puesto en duda la formación recibida por muchas de las operarias -a veces apenas dos o tres días- diciendo que muchas trabajadoras sin capacitación han lesionado a los clientes.
Un diario de Pekín informó que la gente a veces ha pagado por los permisos gubernamentales para las masajistas sin haber recibido ningún adiestramiento, y citó a un hombre que admitió que había recibido su certificado aunque ni siquiera podía leer su libro de texto.
Zhang Hongjing, co-fundador de la Asociación China de Reflexología, dice que Pekín y Shangaihay tienen 1.600 salones de masaje cada uno, y tres veces más que operan con técnicos no autorizados. Culpa al gobierno por la erupción de salones de mala calidad en toda China.
"Hay un enorme mercado aquí que los funcionarios quieren explotar", dijo. "Pero no hay control de calidad. El gobierno obliga a la gente a pagar por permisos que no están respaldados por una formación legitimada. Y está dañando la reputación de la práctica".
Wang Yi pertenece a la nueva camada de propietarios de salones de masaje de pie. Un hombre chico y moreno, que luce unas chillonas camisas occidentales y parece una versión china del actor Joe Pesci, Wang se metió al negocio hace dos meses.
Quería abrir un bar donde los hombres pagaran por bailar con chicas guapas, pero esos establecimientos no son permitidos en la capital y Wang instaló un salón de masajes de pie. Lo primero que hizo fue colocar un anuncio en el diario de su ciudad en Ashan, 480 kilómetros al norte de Pekín. Prometió un salario de 375 dólares al mes, incluyendo habitación con pensión y transporte. Le llovieron las respuestas.
Pero muchos de los recién contratados dicen que la oferta era exagerada y que ganan mucho menos.
Wang es franco acerca del lado menos conocido del negocio. Él prepara a sus empleadas apenas una semana antes de ponerlas a trabajar en unos puestos con sillas cómodas donde los clientes pueden mirar televisión mientras reciben el masaje.
Aunque portavoces de la industria insisten en que las hierbas usadas en el humedecimiento previo al masaje ayudan la circulación, Wang no está seguro. "Yo las compro al por mayor en el mercado para asegurarme de que los pies de los clientes no huelan mal", dijo. "En lo que se refiere a la salud, la gente cree que por humedecer los pies en aguas con sales durante cinco minutos su salud va a mejorar. Eso es imposible".
Aunque Wang reconoce que el masaje de pies es visto fundamentalmente como un tratamiento curativo, dijo que también es una manera de que sus clientes masculinos se relajen en compañía de mujeres jóvenes.
Muchos salones de masajes de pie emplean a masajistas de los dos sexos que se visten con atuendos evocativos de los hospitales, pero las chicas de Wang van fuertemente maquilladas y llevan minifaldas negras.
"La mayoría de ellas no son ni altas ni atractivas", dijo. "No podrían trabajar en un restaurante o como azafatas de un club. Pero pueden ganar lo mismo con el masaje de pie".
Wang está aprendiendo las duras realidades del negocio. Debido a la nostalgia, todas sus diez nuevas chicas han regresado a Anshan. Una de ellas iba todas las noches en su bicicleta a la plaza de Tiananmen a mirar a los soldados. Le gustaban y quería casarse con uno de ellos.
Así que Wang puso otro anuncio pidiendo mujeres más maduras -chicas de más de 25- y más altas. "Jóvenes y guapas, eso es lo que quieren los clientes, más que dominio de los masajes de pie", dijo.
Los negocios son tan competitivos que Wang bajó los precios al equivalente de 3.75 dólares por masaje. De esos, 2.50 quedan en el salón; el resto se lo quedan las masajistas.
El servicio al cliente más apetecible -y caro-, dijo Wang, es conocido como tratamiento ‘palaciego'.
"Las chicas están permanentemente de rodillas, y tratan al cliente como un emperador de tiempos antiguos", dijo. "Normalmente sólo la gente vieja espera que sus hijos les laven los pies. Es el más alto nivel de atención porque es degradante para quien lo proporciona. Es por eso que es tan caro".
Zhang Meiqing, la esposa campesina, extraña terriblemente a su hijo Wen Libiao, 13, que vive con su abuela. Nada más mencionar su nombre Zxhang se echa a sollozar.
El salario que gana con los masajes lo utilizará algún día pata enviar al joven Libiao a la universidad, algo que no podría hacer si trabajara en los arrozales.
Así Zhang soporta los dormitorios atiborrados y los comentarios despreciativos de los clientes.
Algún día volverá a su pueblo, donde le darán masajes de pie a ella, no al revés.
"Sueño con ese día", dijo. "Es lo que me hace seguir".

15 de agosto de 2004
©traducción mQh
©losangelestimes

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