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DESACTIVANDO MINAS EN ANGOLA - craig timberg


Las minas que dejaron los cubanos durante la guerra civil de Angola en la Guerra Fría continúan explotando y matando y mutilando angoleños. Los trabajadores de una fundación las desactivan cuidadosamente.
Huambo, Angola. Antonio Cambanda excava la seca y roja tierra ante él con la mirada de un jardinero inusualmente intenso y cauto. Corta la mala hierba, ablanda la tierra con agua y luego, con una pala corta, se hace camino raspando el suelo cuidadosamente.
Esta vez no está buscando bulbos, sino minas anti-personales. Después de cuatro décadas de guerra casi continua, se calcula que hay medio de millón de minas en suelo angoleño, esperando que una pisada desgraciada las haga detonar, como si aquí los combates no hubiesen terminado en 2002.
La mayoría de los angoleños tratan de mantenerse alejados de las minas. Pero por 163 dólares al mes -unos siete dólares al día-, Cambanda las busca, centímetro tras peligroso centímetro. Es uno de los pocos trabajos disponibles en una economía de posguerra que emplea a menos de la mitad de los adultos del país.
"No estoy ganando dinero solamente", dice Cambanda, de 30 años, un hombre delgado y serio, casado y con dos hijos que sueña con llegar a ser ingeniero. "También estoy salvando vidas".
Su equipo es mínimo: una pala del largo de su antebrazo, otra del tamaño de una palita de playa, un cubo de agua negra, unas tijeras podadoras y dos palos para medir el ancho y profundidad de las poco profundas zanjas que excava en el campo de minas.
Por toda protección lleva una armadura Kevlar sobre un mono azul y una pantalla protectora de plástico transparente para proteger su cara. Sus manos, con las que se acerca a las minas, están sólo cubiertas por guantes de algodón blanco.
La mayoría de las minas provienen de Cuba, los restos del apoyo de ese país al gobierno angoleño -entonces declaradamente comunista- en uno de los más prolongados y menos conocidos conflictos por poderes de la Guerra Fría. Los cubanos plantaron las primeras minas en este terreno en 1980, en el que mantenían una base militar, de acuerdo a Halo Trust, un grupo de ayuda con sede en Escocia que emplea a Cambanda y a otros 530 empleados que realizan labores similares en Angola.
Los militares angoleños agregaron más minas a este campo en 1988 y en 1992, según la fundación.
Incluso minas pequeñas pueden contener suficientes explosivos como para matar o mutilar. El gobierno angoleño dice que 700 personas han muerto, y otras 2.300 han sido heridas en accidentes relacionados con las minas en los últimos seis años. Los grupos de ayuda afirman que las cifras son más altas.
La mayoría de las víctimas son hombres, de acuerdo al Comité Internacional de la Cruz Roja. En ciudades y pueblos a través del centro de Angola es común ver a hombres arrastrándose con muletas, una pierna del pantalón colgando vacía debajo de la rodilla.
Trabajadores como Cambanda utilizan una rigurosa técnica para encontrar las minas sin detonarlas. La lámina de presión que gatilla la mina está arriba del artefacto. Tocar una mina por el lado o desde abajo no supone un gran peligro, a menos que se haya desplazado de su posición original, quizás debido lluvias inusualmente fuertes.
Cambanda no cava nunca hacia abajo. Se agacha en un pedazo de terreno ya despejado de minas y se inclina hacia adelante, raspando las paredes de una zanja poco profunda. Cada vez que pasa la pala rastrillando, avanza un poco más.
Hace poco, después de estar rastrillando durante casi una hora, la pala de Cambanda chocó con un pedazo de plástico y provocó un ruido sordo tan suave que más bien sintió que oyó. Era diferente, dijo luego, y entonces oyó el agudo tintineo de una roca. Cambanda se puso de pie y llamó con gestos al supervisor para que lo examinara.
Eran los fundidos restos de una mina que había sido quemada -y probablemente detonada- durante un fuego iniciado por los aldeanos para ahuyentar a las serpientes, dijeron trabajadores de Halo Trust.
El supervisor lanzó a un lado el trozo de plástico negro. Cambanda volvió a agacharse y siguió excavando bajo el ardiente sol angoleño.
Por norma cada trabajador limpia un área de unos cinco metros de largo por uno de ancho en una jornada. En esas horas pueden desactivar hasta diez minas -o ninguna.
En la provincia de Huambo, una zona rebelde y el escenario de algunas de los combates más intensos de la guerra, Halo Trust ha identificado 289 campos de minas. Cada campo tiene unas 50 minas, lo que impide que miles de angoleños vuelvan a sus hogares a plantar sus tierras o enviar sus hijos a la escuela.
Esta campo minado es uno de los peores. Desde que comenzaran las labores de despeje en septiembre de 2001 -varios meses después de que una explosión arrancara el brazo de un hombre- los trabajadores han desenterrado más de mil minas. El trabajo continuará en febrero.
El área incluye un internado, algunos destartalados y antiguos edificios coloniales y una hilera de casas nuevas de ladrillos de adobe. Las estructuras están tan cerca del campo minado que los trabajadores piden a los aldeanos que se queden en casa cuando llevan a cabo explosiones controladas.
Más o menos una hora después de que Cambanda encontrara los restos de una mina, volvió a sentir el sordo ruido de un plástico. Dejó a un lado la pala de mango corto y tomó la más pequeña para retirar la tierra con más cuidado. Pronto pudo ver una mina intacta, a unas dos pulgadas debajo de la superficie.
Cambanda marcó el lugar con dos ramitas cruzadas. Entre ellas metió un signo rojo con una calavera y dos huesos cruzados y la palabra ‘Peligro' en portugués e inglés.
Las minas son detonadas durante las pausas de diez minutos que exigen las normas de seguridad cada 30 minutos de excavación. Hoy, durante una de esas pausas, un supervisor puso en la zanja de Cambanda una carga que parecía una salchicha doblada y encendió una mecha blanca, de tres minutos.
El supervisor se retiró a unos diez metros, luego contó atrás los últimos segundos hasta que la carga y la mina explotaron juntas en un estruendo que sonó como fuegos artificiales. Una columna de humo negro se elevó por sobre el campo minado y permaneció algunos minutos en el aire antes de disolverse.
Cambanda cerró la pantalla de plástico sobre su cara y volvió a su trabajo. Donde había estado la mina había ahora un inofensivo montoncito de tierra. Recogió su pala corta, despejó la tierra suelta y volvió a excavar.

8 de septiembre de 2004
©washingtonpost
©traducción mQh

1 comentario

santiago miguel -

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