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víctimas de violencia familiar en iraq


[Sabrina Tavernise] El clima de violencia y la intransigencia de los fundamentalistas ha aumentado las agresiones contra las mujeres en Iraq.
Bagdad, Iraq. Una mirada a las destrozadas vidas en el primer centro de acogida para mujeres maltratadas de esta ciudad deja ver lo mucho que su fundadora, Yanar Mohamed, tiene todavía por hacer.
Ahí está Susan, cuyo nuevo marido empezó a golpearla tras descubrir que había sido violada cuando era adolescente. Él sostenía al bebé para que ella lo amamantara, ya que no le permitía tocarlo. Ahora vive en el refugio, con su hijo.
Rana, una chica de 16 años, que había sido maltratada por su padre durante años, huyó de su casa cuando él golpeó tan brutalmente a su hermana que esta murió.
En el verano, Mohamed, una acquitecto iraquí-canadiense que se transformó en abogado, abrió un centro de acogida en Bagdad, y otro en Kirkuk, en el norte. En los centros alojan diez mujeres. Los centros son los primeros en Iraq (sin incluir la región controlada por los kurdos en el norte de Iraq, que se liberó de Saddam Hussein en 1991), y han dado a las mujeres víctimas de maltratos un lugar seguro donde refugiarse.
Las mujeres llegan sin papeles ni pasaporte. Incluso callan sus nombres, por seguridad. Son ellas las acusadas por los maltratos que sufren, acusadas de deshonrar a sus familias. En la rígida y punitiva tradición musulmana, algunas habrían sido asesinadas si sus familias las hubiesen encontrado.
Desde la invasión estadounidense y el virtual colapso del estado iraquí, ha crecido la militancia musulmana. Los musulmanes fundamentalistas dominan varias ciudades justo al norte y oeste de Bagdad. Las tiendas de licores han sido destruidas con atentados con bomba, y las mujeres empiezan a cubrirse la cabeza cuando están en público.
Al mismo tiempo, han surgido muchos grupos de mujeres. Hanaa Edwar, secretaria de Iraqi al-Amal, que proporciona ayuda médica a las mujeres pobres, estima que ahora hay algunos cientos de grupos de mujeres en todo Iraq; antes de la guerra sólo había unas decenas.
El grupo de Mohamed, la Organización por la Libertad de las Mujeres en Iraq, es uno de ellos. Además de los centros de acogida, dirige un diario, organiza campañas de prisión en una diminuta oficina en el centro de Bagdad, y emplea a un abogado que proporciona servicios legales a las mujeres.
Su decisión de transformarse en una defensora de las mujeres maltratadas surgió de su propio pasado. Su familia obligó a su abuela, cuando era adolescente, a casarse con un clérigo que tenía 40 años más que ella. Escapó, pero volvió a los pocos años y terminó con cinco hijos.
"Imagine ser casada a la fuerza y tener cinco hijos con un hombre al que desprecia", dijo Mohamed, 43, que hace poco llevaba vaqueros, sandalias con plataforma y una camiseta roja. "No debería volver a ocurrir, pero si mira lo que está pasando en las calles, en la política, está volviendo a ocurrir".
De muchos modos, las mujeres iraquíes eran más libres hace medio siglo, que hoy. Los grupos de derechos de la mujer han impulsado cambios en el código civil que hacen que los matrimonios múltiples sean más difíciles para los hombres y han mejorado las reglas que regulan la herencia para las mujeres.
Algunas mujeres estudiaron en el extranjero, y las mujeres eran nombradas jueces y en cargos de la administración.
Pero las mujeres empezaron a perder esos logros en los años ochenta, cuando los años de guerra agotaron los recursos económicos, hundiendo al país en la pobreza y erosionando la independencia de las mujeres. Para tranquilizar a los líderes religiosos en Iraq y sus vecinos árabes, Hussein impuso una adherencia más estricta a los valores religiosos conservadores.
El refugio de Bagdad es una casa de dos pisos alquilada por Mohamed y dirigida por una mujer en sus treinta. La ubicación es secreta. Hay siempre un guardia armado de servicio. Un puñado de mujeres viven en los dos dormitorios y una salita.
Rana, de 16 años, proviene de una conservadora ciudad del sur. La sacaron de la escuela cuando estaba en cuarto año. No le permitían salir de casa ni mirar televisión. Después de la muerte de su hermana y de su huida, la salvó una mujer del ejército norteamericano, dijo, permitiéndole alojar provisoriamente en una base militar.
Su familia la descubrió a través de un intérprete iraquí en la base y se aparecieron un día a recogerla. La familia firmó una declaración diciendo que no la golpearían, pero no la respetaron. Los familiares le pusieron carbones ardientes en la cabeza para curarla de sus ganas de escapar, ya que lo percibían como una enfermedad mental, dijo Rana.
Volvió a escapar, otra vez a la base, y ha estado en el centro de acogida desde que abrió sus puertas.
Cuando hablé con ella estaba sentada en un asoleado trozo de un sofá en el despacho de Mohamed, con una ajustada camiseta verde lima, zapatillas de tenis y una muñequera de cuero. Lo que más quiere, dice, es volver a la escuela; sería la primera vez en muchos años.
Los centros de acogida para mujeres maltratadas son completamente nuevos para la mayoría de los iraquíes. La violencia contra las mujeres no se discute públicamente. Es aprobada implícitamente incluso por el sistema legal iraquí, que dicta sentencias muy reducidas en los llamados asesinatos por honor, en los que los hombres de la familia matan a una familiar que piensan que ha deshonrado a la familia. Rega Rauf, una iraquí que vive ahora en Suecia, escribió un libro sobre los asesinatos por honor en el norte de Iraq donde detalla 400 casos en Sulaimaniya en 1998. "Hablar sobre el fenómeno de la violencia contra las mujeres es algo nuevo", dijo Edwar. "Pero es un problema muy viejo. Sólo que la gente no está acostumbrada a que se hable de ello".
Mohamed está hablando en voz alta. Se separó de su marido y volvió a Iraq el año pasado después de vivir en el extranjero desde 1993. Vendió su casa en Canadá, dejó a su hijo de 17 con su padre y usó el dinero de la venta para montar su organización.
Ella es la abogado de último recurso para mujeres en muchas situaciones. Ayudó a un grupo de 47 mujeres que trabajaban en un banco y que fueron encarceladas en la primavera después de que su supervisor las acusara de estar robando. Después de días de alegar su caso, perdió la paciencia y empezó a gritarles a los escribanos iraquíes y los oficiales norteamericanos que había en la sala.
"Tengo malas maneras", dijo, sonriendo. "Pero nos escucharon".
Tres semanas más tarde, todas las mujeres fueron dejadas en libertad y el supervisor fue arrestado.
Mohamed ha recibido amenazas de muerte por correo electrónico y por teléfono. Tanto su número de teléfono como su correo electrónico son publicados en su diario, de modo que las mujeres puedan comunicarse con ella y reportar casos de maltratos. Una persona amenazó con matarla, y otra dijo que le pondría una bomba.
"Fue muy concreto", dijo. Ella parece tranquila, pero dijo que lleva un chaleco antibalas desde las audiencias de las trabajadoras del banco, para sentirse segura.
Las mujeres que corren el mayor riesgo de ser asesinadas son aquellas cuyas familias las acusan de manchar el buen nombre de la familia. Son buscadas por toda la tribu. Hay tres mujeres en esa situación en el centro de acogida de Bagdad.
Los asesinatos y los maltratos ocurren en todas las clases sociales y en todos los niveles educacionales.
El diario de Mohamed, Igualdad, publicó hace poco una historia sobre una mujer que murió tras haber sido atada a un árbol, golpeada y matada a balazos en un área llamada Nuevo Bagdad, después de que se marchara sola con el hombre con quien se quería casar a una ciudad sureña para hablar con un líder tribal. Había esperado convencer a su padre, un abogado, para que aceptara a su marido. "No quiero que volvamos a la época de mi abuela", dijo Mohamed. "Dependerá de si resistimos o no".

Mona Mahmoud contribuyó a este reportaje.

15 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh

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