ESTUDIAR, EL AMBICIOSO SUEÑO DE UNA NIÑA EN INDIA - john lancaster
El trabajo y la cultura limitan las posibilidades de las mujeres de las castas inferiores.
Kudri, India. En el breve y preciado sosiego entre despertar y las faenas domésticas, Seema Mahato, 15, se dobló sobre una tosca mesa de madera, apresurándose para terminar sus deberes de inglés.
A la macilenta y amarilla luz de una lámpara de queroseno, leyó susurrando una historia titulada Una visita al zoológico', que había copiado esmeradamente en un cuaderno de líneas. Eran las cuatro y media de la mañana.
Una hora más tarde, el cielo comenzó a aclarar fuera de la casa de ladrillos sin ventanas que comparte con su familia y varios animales de granja. Reluctantemente, Seema apartó sus deberes. Después de recoger agua de la bomba del vecindario, se agachó en el sucio patio y fregó los platos de la noche pasada con jabón y cenizas, y luego se metió, con un cesto de paja, a recoger estiércol al establo. Pronto sería hora de marcharse a la escuela.
Hija de unos campesinos analfabetos de casta inferior, Seema lucha por hacer espacio para su educación. Sus faenas comienzan antes del amanecer y vuelven a empezar cuando vuelve a casa después de sus clases en la escuela de la misión católica. En sus días libres trabaja a menudo en las tierras de los hacendados locales por un equivalente de 43 centavos de dólar al día.
Es un arreglo que no siempre paga. Un agencia de bienestar le regaló a Seema una bicicleta como parte de un proyecto para estimular la asistencia a la escuela entre las niñas, acortando el viaje por los solitarios caminos rurales. Eso ayudó, pero otras obligaciones la mantienen luchando para poder seguir estudiando. A principios de año su madre la sacó de la escuela, porque quería que trabajara en los campos.
La marcha cuesta arriba de Seema para sacar su diploma de la escuela secundaria y finalmente un diploma de enfermera -una meta tan atrevida que todavía no se la cuenta a sus padres- es emblemática de uno de los retos sociales más urgentes de India: mantener a las niñas en la escuela.
Numerosos estudios de desarrollo han mostrado que el mejoramiento de las oportunidades de educación de las niñas redunda en beneficios para toda la sociedad. Las chicas que terminan su educación básica son las que más probablemente pospondrán el matrimonio y los hijos. Tienen familias más pequeñas y mejor educadas que a su vez contribuyen a mejores condiciones de vida. El énfasis en la educación de las niñas ha sido mencionado como un importante factor en el desarrollo económico de otras partes de Asia, como Corea del Sur y Taiwán.
Sin embargo, India, a pesar de sus éxitos económicos y científicos de los últimos años, ha demostrado ser testarudamente resistente al progreso. De acuerdo al Banco Mundial, en la India las niñas van a la escuela a una tasa considerablemente más baja que los niños, llegando a cuatro niñas por cada diez niños en los cursos de primero a cuarto de la secundaria. La tasa de analfabetismo adulto femenino en India es de un 45 por ciento (comparado con un 68 por ciento de los hombres) es igual que la de Sudán.
Aunque las actitudes están cambiando, muchos padres -especialmente entre los pobres del campo, que constituyen la mayoría de los mil millones de habitantes de India- no ven el punto de educar a sus hijas, que tradicionalmente se casan en la adolescencia y dejan la casa parental. Los hijos, en contraste, son considerados como el futuro sostén de la familia, que se ocuparán de sus padres en la vejez.
"En alguna parte de su corazón, creen que las niñas pertenecen a otra familia -que se casarán, mientras un hijo se queda con sus padres toda la vida", dice Scholastica Kiro, una importante funcionaria de la seguridad social en el estado de Jharkhand, que ayuda en la gestión del programa de bicicletas.
Pero no todo está perdido. De acuerdo a expertos de desarrollo, los programas de gobierno que tienen por objetivo estimular el acceso de las niñas a la educación -tales como el proyecto de bicicletas- están empezando a reducir la brecha sexual en la enseñanza. Los datos del gobierno muestran que en 1999, el porcentaje de niñas entre las edades de seis a catorce años que asistían a la escuela era de 74 por ciento, desde el 59 por ciento seis años antes.
Magras Circunstancias
Una niña alegre y con confianza en sí misma, cuya gruesa y ondulada cabellera de tinte rojizo lo dice todo sobre su crónica desnutrición, Seema se crió en Kudri, una aislada aldea agrícola de 80 casas a unas 800 kilómetros al sudeste de Nueva Delhi, la capital. Tiene un hermano de 13 años y una hermana de 12, y los dos van a la escuela. Una hermana mayor, de 17, Rekha, sufre un retardo mental y es totalmente incapacitada. Su casa no tiene ni electricidad ni agua potable. Un campo cercano sirve de letrina.
Como muchos de sus vecinos, el padre de Seema, Meghnath, y su madre, Vimla, ganan la mayor parte de los ingresos de la familia -unos 43 dólares por mes- trabajando como peones en unos arrozales y campos de cereales. "Sólo cuando trabajamos tenemos trigo para el día siguiente", dice Meghnath, 45, un hombre flaco y de aspecto cansado, con un fleco de canas despeinadas.
A pesar de sus humildes circunstancias, Seema es feliz en al menos un sentido: Vive a cinco kilómetros de la Escuela Secundaria de Nirmala, un edificio blanco y sencillo que fue fundado por un misionero belga en 1964 y sirve ahora como escuela para 363 niños y niñas, con los cursos separados por sexo.
En las clases de hindi en las mañanas, Seema se sienta, atenta, con cerca de otras 40 niñas -todas de uniformes blancos con el pelo trenzado y atado con lazos de cintas negras- mientras el maestro Peter Bhengra dirige a las alumnas en un animado debate sobre un cuento en una aldea india.
"¿Qué quiere decir boicotear' a un hombre?", dice, llamando a Seema y preguntándole sobre uno de los personajes de la historia.
"Nadie habla con él, nadie sale con él", responde Seema, antes de volver a sentarse con una expresión de alivio.
El maestro asiente aprobadoramente, y luego llama a otra alumna para que explique por qué los aldeanos evitan a ese hombre. "Porque canta canciones de películas hindi y le guiña el ojo a las mujeres", dice la niña simulando horror. La clase estalla en carcajadas.
Cuando la pausa de almuerzo se anuncia con un repique de una barra de acero tocada con la mano -la escuela no tiene electricidad-, Seema cuenta que está estudiando con especial dedicación la asignatura de ciencias porque quiere ser enfermera. "Quiero sacar algo de esta educación", declara.
Robándole Tiempo Al Estudio
Cuando cae la noche en Kudri, Seema se sienta sobre sus piernas en la cocina y prepara la cena. Trabaja a la luz de un diminuta lámpara de petróleo, corta las patatas para un curry sin carne, luego mezcla harina y agua para hacer una masa de tortilla. Finalmente, con las patatas hirviendo en la cocinilla, pide disculpas para dedicarse a sus deberes de matemáticas.
Pero su madre, una fornida mujer cuyo partidura del pelo de color bermellón indica su condición de mujer hindú casada, la ordenó hacer el pan. Después de una irritada respuesta. Seema empezó a amasar la pasta en porciones individuales, que luego puso a asar en una plancha. El proceso tomó alrededor de una hora, y Seema fue la última en comer. A las 9:55 sacó su caja de lápices, y empezó a luchar con problemas de geometría durante media hora antes de dejarse caer en el duro camastro de madera que comparte con su hermana menor.
"Cuando no estoy en la escuela o haciendo los deberes, estoy haciendo cosas de la casa", dijo. Durante la temporada de cosechas, sus padres a menudo la sacan de la escuela para que les ayude en el campo. El año pasado perdió de esa manera casi 25 días.
Para aliviar esas presiones, el estado de Jharkhand ha regalado, desde 2001, diez mil bicicletas a niñas pobres entre los 13 y 17 años, de acuerdo a Kiro, el funcionario de la seguridad social. El propósito es animar a las niñas a que sigan asistiendo a la escuela, crear más tiempo para los estudios y aplacar los temores de los padres sobre la seguridad de sus hijas durante las largas y solitarias caminatas hacia la escuela.
Seguir En La Escuela
Antes de que tuviera su bicicleta, a principios de 2002, Seema gastaba casi una hora de camino ida y vuelta a la escuela. Ahora el viaje le toma 20 minutos, y pasa zumbando por los resplandecientemente verdes arrozales en una bicicleta granate de una velocidad con fotos de estrellas de cine de Bollywood pegadas a los guardabarros. La bicicleta le permite ganar una hora extra antes de la escuela y dedicar más tiempo para ayudar a su madre en la casa.
Los funcionarios de la escuela dicen que han observado un significativo mejoramiento en las tasas de asistencia y logros académicos de las niñas desde que comenzó el proyecto; la cuota de las que aprueban el examen final ha aumentado de 35 a un 55 por ciento en sólo dos años.
Pero como Seema descubrió un día en marzo pasado, una bicicleta por sí sola no es una panacea. Las noticias en su libreta de notas no podían ser peores: Había reprobado los exámenes de matemáticas, ciencias e inglés y tendría que repetir el curso.
Llorando desconsolada, se marchó a ver a su maestra de inglés y mentor informal, Lucy Hansda, que la llevó a un aula vacía para tratar de calmarla.
"Soy una niña y no me dejan estudiar", dijo Hansda, 34, repitiendo lo que le había dicho la adolescente, entre sollozos, sobre sus padres. Después de que Seema le dijera que su madre usaría el fracaso escolar como una excusa para sacarla de la escuela, Hansda, una monja ursulina de trato cariñoso y una sonrisa fácil, prometió interceder.
Durante una reunión dos días después en el convento de Hansda, la madre de Seema, Himla, le dijo a la maestra que Seema tendría que dejar de estudiar porque la familia ya no podía pagar los costes de útiles escolares y la matrícula anual de 540 rupias, unos 11 dólares, recordaron las mujeres.
Pero Hansda demostró ser una aliada efectiva. "Haz cualquier cosa, pero no la saques de la escuela", contó la madre de Seema que le dijo Hansda en el curso de una larga y emocional conversación. "Esta es su edad para estudiar, y si la sacas ahora de la escuela, le arruinarás la vida".
Hansda le contó a Vimla Mahato que podía pagar la matrícula de Seema a plazos y que la escuela cubriría los costes de los cuadernos de su hija. Después de una larga conversación esa noche, la madre y padre de Seema acordaron mantener a su hija en la escuela, al menos de momento.
Seema tiene otra aliada. Se trata de su tía Shanti Devi, 34, la hermana menor de su padre y el único miembro de la familia que fue a la universidad.
Durante una visita a Kudri en junio, Devi dijo que la entristecía oír que a la adolescente casi la habían sacado de la escuela. Le prometió a Seema en privado que ella le ayudaría a pagar por su educación hasta que terminara la secundaria, e incluso la universidad, si llegaba tan lejos. "Ese es un plan secreto entre yo y mi tía", dijo Seema. "Voy a convencer a mis padres para que aplacen mi matrimonio si paso el quinto".
Una medida del entusiasmo de Seema por la escuela es el esfuerzo que pone en prepararse. En las mañanas, después de fregar los platos del desayuno, se arrodilla frente a un pequeño espejo. Con una mirada de intensa concentración, se trenza el pelo, se humedece la cara con una crema y se la saca con una capa de polvos talco.
Luego se pone el uniforme, salta a su bicicleta y se aleja pedaleando. Sus trenzas ondean en el viento cuando la bici agarra velocidad.
16 de octubre de 2004
©washington post
©traducción mQh
A la macilenta y amarilla luz de una lámpara de queroseno, leyó susurrando una historia titulada Una visita al zoológico', que había copiado esmeradamente en un cuaderno de líneas. Eran las cuatro y media de la mañana.
Una hora más tarde, el cielo comenzó a aclarar fuera de la casa de ladrillos sin ventanas que comparte con su familia y varios animales de granja. Reluctantemente, Seema apartó sus deberes. Después de recoger agua de la bomba del vecindario, se agachó en el sucio patio y fregó los platos de la noche pasada con jabón y cenizas, y luego se metió, con un cesto de paja, a recoger estiércol al establo. Pronto sería hora de marcharse a la escuela.
Hija de unos campesinos analfabetos de casta inferior, Seema lucha por hacer espacio para su educación. Sus faenas comienzan antes del amanecer y vuelven a empezar cuando vuelve a casa después de sus clases en la escuela de la misión católica. En sus días libres trabaja a menudo en las tierras de los hacendados locales por un equivalente de 43 centavos de dólar al día.
Es un arreglo que no siempre paga. Un agencia de bienestar le regaló a Seema una bicicleta como parte de un proyecto para estimular la asistencia a la escuela entre las niñas, acortando el viaje por los solitarios caminos rurales. Eso ayudó, pero otras obligaciones la mantienen luchando para poder seguir estudiando. A principios de año su madre la sacó de la escuela, porque quería que trabajara en los campos.
La marcha cuesta arriba de Seema para sacar su diploma de la escuela secundaria y finalmente un diploma de enfermera -una meta tan atrevida que todavía no se la cuenta a sus padres- es emblemática de uno de los retos sociales más urgentes de India: mantener a las niñas en la escuela.
Numerosos estudios de desarrollo han mostrado que el mejoramiento de las oportunidades de educación de las niñas redunda en beneficios para toda la sociedad. Las chicas que terminan su educación básica son las que más probablemente pospondrán el matrimonio y los hijos. Tienen familias más pequeñas y mejor educadas que a su vez contribuyen a mejores condiciones de vida. El énfasis en la educación de las niñas ha sido mencionado como un importante factor en el desarrollo económico de otras partes de Asia, como Corea del Sur y Taiwán.
Sin embargo, India, a pesar de sus éxitos económicos y científicos de los últimos años, ha demostrado ser testarudamente resistente al progreso. De acuerdo al Banco Mundial, en la India las niñas van a la escuela a una tasa considerablemente más baja que los niños, llegando a cuatro niñas por cada diez niños en los cursos de primero a cuarto de la secundaria. La tasa de analfabetismo adulto femenino en India es de un 45 por ciento (comparado con un 68 por ciento de los hombres) es igual que la de Sudán.
Aunque las actitudes están cambiando, muchos padres -especialmente entre los pobres del campo, que constituyen la mayoría de los mil millones de habitantes de India- no ven el punto de educar a sus hijas, que tradicionalmente se casan en la adolescencia y dejan la casa parental. Los hijos, en contraste, son considerados como el futuro sostén de la familia, que se ocuparán de sus padres en la vejez.
"En alguna parte de su corazón, creen que las niñas pertenecen a otra familia -que se casarán, mientras un hijo se queda con sus padres toda la vida", dice Scholastica Kiro, una importante funcionaria de la seguridad social en el estado de Jharkhand, que ayuda en la gestión del programa de bicicletas.
Pero no todo está perdido. De acuerdo a expertos de desarrollo, los programas de gobierno que tienen por objetivo estimular el acceso de las niñas a la educación -tales como el proyecto de bicicletas- están empezando a reducir la brecha sexual en la enseñanza. Los datos del gobierno muestran que en 1999, el porcentaje de niñas entre las edades de seis a catorce años que asistían a la escuela era de 74 por ciento, desde el 59 por ciento seis años antes.
Magras Circunstancias
Una niña alegre y con confianza en sí misma, cuya gruesa y ondulada cabellera de tinte rojizo lo dice todo sobre su crónica desnutrición, Seema se crió en Kudri, una aislada aldea agrícola de 80 casas a unas 800 kilómetros al sudeste de Nueva Delhi, la capital. Tiene un hermano de 13 años y una hermana de 12, y los dos van a la escuela. Una hermana mayor, de 17, Rekha, sufre un retardo mental y es totalmente incapacitada. Su casa no tiene ni electricidad ni agua potable. Un campo cercano sirve de letrina.
Como muchos de sus vecinos, el padre de Seema, Meghnath, y su madre, Vimla, ganan la mayor parte de los ingresos de la familia -unos 43 dólares por mes- trabajando como peones en unos arrozales y campos de cereales. "Sólo cuando trabajamos tenemos trigo para el día siguiente", dice Meghnath, 45, un hombre flaco y de aspecto cansado, con un fleco de canas despeinadas.
A pesar de sus humildes circunstancias, Seema es feliz en al menos un sentido: Vive a cinco kilómetros de la Escuela Secundaria de Nirmala, un edificio blanco y sencillo que fue fundado por un misionero belga en 1964 y sirve ahora como escuela para 363 niños y niñas, con los cursos separados por sexo.
En las clases de hindi en las mañanas, Seema se sienta, atenta, con cerca de otras 40 niñas -todas de uniformes blancos con el pelo trenzado y atado con lazos de cintas negras- mientras el maestro Peter Bhengra dirige a las alumnas en un animado debate sobre un cuento en una aldea india.
"¿Qué quiere decir boicotear' a un hombre?", dice, llamando a Seema y preguntándole sobre uno de los personajes de la historia.
"Nadie habla con él, nadie sale con él", responde Seema, antes de volver a sentarse con una expresión de alivio.
El maestro asiente aprobadoramente, y luego llama a otra alumna para que explique por qué los aldeanos evitan a ese hombre. "Porque canta canciones de películas hindi y le guiña el ojo a las mujeres", dice la niña simulando horror. La clase estalla en carcajadas.
Cuando la pausa de almuerzo se anuncia con un repique de una barra de acero tocada con la mano -la escuela no tiene electricidad-, Seema cuenta que está estudiando con especial dedicación la asignatura de ciencias porque quiere ser enfermera. "Quiero sacar algo de esta educación", declara.
Robándole Tiempo Al Estudio
Cuando cae la noche en Kudri, Seema se sienta sobre sus piernas en la cocina y prepara la cena. Trabaja a la luz de un diminuta lámpara de petróleo, corta las patatas para un curry sin carne, luego mezcla harina y agua para hacer una masa de tortilla. Finalmente, con las patatas hirviendo en la cocinilla, pide disculpas para dedicarse a sus deberes de matemáticas.
Pero su madre, una fornida mujer cuyo partidura del pelo de color bermellón indica su condición de mujer hindú casada, la ordenó hacer el pan. Después de una irritada respuesta. Seema empezó a amasar la pasta en porciones individuales, que luego puso a asar en una plancha. El proceso tomó alrededor de una hora, y Seema fue la última en comer. A las 9:55 sacó su caja de lápices, y empezó a luchar con problemas de geometría durante media hora antes de dejarse caer en el duro camastro de madera que comparte con su hermana menor.
"Cuando no estoy en la escuela o haciendo los deberes, estoy haciendo cosas de la casa", dijo. Durante la temporada de cosechas, sus padres a menudo la sacan de la escuela para que les ayude en el campo. El año pasado perdió de esa manera casi 25 días.
Para aliviar esas presiones, el estado de Jharkhand ha regalado, desde 2001, diez mil bicicletas a niñas pobres entre los 13 y 17 años, de acuerdo a Kiro, el funcionario de la seguridad social. El propósito es animar a las niñas a que sigan asistiendo a la escuela, crear más tiempo para los estudios y aplacar los temores de los padres sobre la seguridad de sus hijas durante las largas y solitarias caminatas hacia la escuela.
Seguir En La Escuela
Antes de que tuviera su bicicleta, a principios de 2002, Seema gastaba casi una hora de camino ida y vuelta a la escuela. Ahora el viaje le toma 20 minutos, y pasa zumbando por los resplandecientemente verdes arrozales en una bicicleta granate de una velocidad con fotos de estrellas de cine de Bollywood pegadas a los guardabarros. La bicicleta le permite ganar una hora extra antes de la escuela y dedicar más tiempo para ayudar a su madre en la casa.
Los funcionarios de la escuela dicen que han observado un significativo mejoramiento en las tasas de asistencia y logros académicos de las niñas desde que comenzó el proyecto; la cuota de las que aprueban el examen final ha aumentado de 35 a un 55 por ciento en sólo dos años.
Pero como Seema descubrió un día en marzo pasado, una bicicleta por sí sola no es una panacea. Las noticias en su libreta de notas no podían ser peores: Había reprobado los exámenes de matemáticas, ciencias e inglés y tendría que repetir el curso.
Llorando desconsolada, se marchó a ver a su maestra de inglés y mentor informal, Lucy Hansda, que la llevó a un aula vacía para tratar de calmarla.
"Soy una niña y no me dejan estudiar", dijo Hansda, 34, repitiendo lo que le había dicho la adolescente, entre sollozos, sobre sus padres. Después de que Seema le dijera que su madre usaría el fracaso escolar como una excusa para sacarla de la escuela, Hansda, una monja ursulina de trato cariñoso y una sonrisa fácil, prometió interceder.
Durante una reunión dos días después en el convento de Hansda, la madre de Seema, Himla, le dijo a la maestra que Seema tendría que dejar de estudiar porque la familia ya no podía pagar los costes de útiles escolares y la matrícula anual de 540 rupias, unos 11 dólares, recordaron las mujeres.
Pero Hansda demostró ser una aliada efectiva. "Haz cualquier cosa, pero no la saques de la escuela", contó la madre de Seema que le dijo Hansda en el curso de una larga y emocional conversación. "Esta es su edad para estudiar, y si la sacas ahora de la escuela, le arruinarás la vida".
Hansda le contó a Vimla Mahato que podía pagar la matrícula de Seema a plazos y que la escuela cubriría los costes de los cuadernos de su hija. Después de una larga conversación esa noche, la madre y padre de Seema acordaron mantener a su hija en la escuela, al menos de momento.
Seema tiene otra aliada. Se trata de su tía Shanti Devi, 34, la hermana menor de su padre y el único miembro de la familia que fue a la universidad.
Durante una visita a Kudri en junio, Devi dijo que la entristecía oír que a la adolescente casi la habían sacado de la escuela. Le prometió a Seema en privado que ella le ayudaría a pagar por su educación hasta que terminara la secundaria, e incluso la universidad, si llegaba tan lejos. "Ese es un plan secreto entre yo y mi tía", dijo Seema. "Voy a convencer a mis padres para que aplacen mi matrimonio si paso el quinto".
Una medida del entusiasmo de Seema por la escuela es el esfuerzo que pone en prepararse. En las mañanas, después de fregar los platos del desayuno, se arrodilla frente a un pequeño espejo. Con una mirada de intensa concentración, se trenza el pelo, se humedece la cara con una crema y se la saca con una capa de polvos talco.
Luego se pone el uniforme, salta a su bicicleta y se aleja pedaleando. Sus trenzas ondean en el viento cuando la bici agarra velocidad.
16 de octubre de 2004
©washington post
©traducción mQh
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