prohibido casarse con extranjeros
columna de mérici
El gobierno holandés viene de aprobar una de las medidas más escandalosas y repugnantes en la historia de este gobierno. Ha decidido imposibilitar los matrimonios con extranjeros, inmiscuyéndose en el ámbito personal de los ciudadanos y pretendiendo determinar con quién han de casarse los residentes.
Es lo más cercano a las leyes racistas de la Alemania nazi.
El gobierno quiere atacar solamente a esos holandeses que considera ciudadanos de segunda clase: los holandeses de origen extranjero. Y más específicamente a los holandeses que han nacido en algún país de fuera de Europa, en el tercer mundo, en los países musulmanes.
Según pretende el gobierno, esos holandeses extranjeros -que el gobierno llama ahora, para distinguirlos de los da raza germana pura, holandeses residentes'- están mal integrados y si se casan con extranjeros de sus mismos países u otros peores del tercer mundo, se integrarán menos todavía.
Esta argumentación es dudosa. Para comenzar, una propia comisión investigadora nombrada por el gobierno determinó hace dos años que la población extranjera residente, vale decir los mismos que dice el gobierno que no están integrados, estaban integrados en un cien por cien, que hablan perfectamente el holandés, que trabajan y pagan sus impuestos y que tienen a sus hijos en la escuela, como el resto de los habitantes del país.
Esa investigación, realizada por la comisión Blok, fue rechazada por el gobierno, que sigue insistiendo asnalmente que los inmigrantes, por decreto, no están integrados.
Todo el programa de integración del gobierno se basa en premisas falsas y es inspirado por el odio racial y resentimiento de un reducido grupo de neo-nazis y fascistas y otras excrecencias semejantes que se han incrustado en el gobierno.
Las comisión y grupos de investigación científica han rechazado las conclusiones estúpidas y testarudas del equipo gobernante.
Lo más grave es que los inmigrantes, según las leyes europeas, son holandeses, si se han naturalizado. Es el caso de los cientos de miles de inmigrantes que ahora no podrán elegir en libertad a sus parejas. Y la Carta europea prohíbe que se discrimine por motivos de origen racial o nacional.
Lo que hace el gobierno holandés es una grave violación de los derechos humanos de la población inmigrante.
El gobierno ha determinado que los holandeses residentes' -los de raza impura- deben, si se quieren casar con otra persona de raza inferior', deben tener al menos 21 años (y no 18, como era hasta hoy) y ganar unos 1320 euros al mes (un 120 por ciento del salario mínimo). Además, el novio o novia en el extranjero deberá aprobar un llamado examen de integración en su país de origen. Ahora estudia una medida adicional, que exigirá que el ciudadano residente' cuente con viviendas adecuadas' para vivir en pareja.
La medida afecta a los holandeses residentes' y también a todo holandés de raza pura que quieran casarse con alguna persona de algún país musulmán o del tercer mundo.
Estas leyes son en todo evocativas de las leyes raciales de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El gobierno ciertamente no tiene derecho a inmiscuirse en el ámbito privado de la vida de los ciudadanos. Ni tiene derecho a crear una categoría de holandeses -los llamados holandeses residentes'- de segunda clase.
La Unión Europea debe dejar de hacer la vista gorda. El gobierno holandés ha ido más lejos de lo admisible y augura un futuro aterrador para todos los extranjeros que viven aquí. La Unión debe tomar cartas en el asunto y reprender severamente a Holanda, incluyendo su expulsión o amenaza de expulsión de la Unión.
Es lo menos que se merece. La Unión debe exigirle a Holanda o que respete las leyes y valores europeos y occidentales o que abandone la Unión. Si Holanda intentara proseguir su experimento germánico, la Unión debe considerar medidas más extremas todavía para impedirlo.
Su expulsión de Occidente no sería suficiente. Está cada vez más claro que la complicidad de las tropas holandesas en la matanza de Sbrenica en julio de 1995 no fue gratuita ni cayó del aire ni fue solo producto de la cobardía de sus tropas.
La renuncia del gobierno holandés en 2002, siete años después de la matanza, no es suficiente para que Holanda entienda que no puede volver a repetir los errores del pasado.
Ya después de la Segunda Guerra fue un error no castigar a los que colaboraron con los nazis. Holanda se ha quedado con la falsa impresión de que fueron ocupados por los nazis. En realidad, se integraron gustosamente al Imperio teutónico. Si se les hubiese castigado, no pensaría hoy el gobierno holandés que puede intentar una segunda vez un experimento germánico. Es de todo punto inadmisible.
Europa debe intervenir antes de que sea demasiado tarde. Holanda se ha puesto, con estas leyes de corte racial, claramente fuera de Occidente. En realidad, es lo más cercano a un enemigo que tiene la civilización occidental en Europa.
Si Europa acepta que Holanda tenga dos tipos de ciudadanos: los unos de primera clase, los que han nacido aquí y son arios, y ciudadanos de segunda clase (holandeses residentes' en la parla del gobierno), que han nacido fuera de Europa y no son arios; los primeros con derechos, los segundos con derechos limitados; los primeros que el goce de la liberta de viajar libremente y emplearse libremente, los segundos limitados en sus movimientos y excluidos del mercado laboral. Los primeros con derecho a elegir libremente a sus parejas y vivir donde se les antoje; los segundos con restricciones a la hora de elegir pareja y sin la libertad de vivir donde quieran.
La Unión debe poner fin a este segundo experimento genético-social de un pueblo germánico. Ya sabemos adónde conduce.
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IVETTE -
lalala -