ORIENTE MEDIO ESPERA
Ninguno de los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos ha abierto la boca sobre el grave y crucial conflicto palestino-israelí. Sin embargo, nada es tan importante como su solución.
Probablemente, el estancamiento cada vez más sangriento entre israelíes y palestinos se hará camino en el programa del próximo presidente de Estados Unidos. Esto debería ser evidente, si se atiende al creciente número de víctimas inocentes en los dos lados y la rabia y la desesperación que se extienden en una región ya inflamada. Sin embargo, a apenas dos semanas de las elecciones, el presidente Bush y el senador John Kerry han ignorado este importante tema, y ninguno de los dos ha propuesto algún plan serio para romper el estancamiento.
En lugar de eso, han coincidido en ofrecer al primer ministro israelí, Ariel Sharon, un respaldo prácticamente incondicional para cualquier operación militar o de expansión de los asentamientos que quiera emprender. Tras pronunciar anatemas contra el desacreditado Yaser Arafat, se han dedicado a hacer tiempo a la espera de un nuevo y menos comprometido liderazgo palestino que debería surgir de algún modo milagroso para reemplazarlo. Esto no es lo que se llama una política exterior. Es una abdicación de autoridad que cuesta vidas israelíes y palestinas, profundiza la desconfianza y hace una paz eventual mucho más difícil de alcanzar. Washington no se puede permitir continuar con esa política destructiva. Debe esforzarse por reconstruir su influencia como una fuerza pacificadora en Oriente Medio.
Aunque Estados Unidos ha sido durante largo tiempo un estrecho aliado de Israel y se ha comprometido firmemente con su seguridad, Washington, ya antes del gobierno de Bush, también había logrado convencer a los palestinos de su buena fe como fuerza conciliadora. En los últimos tres años y medio, esa confianza ha sido innecesaria e imprudentemente perdida. Este gobierno se ha permitido a sí mismo transformarse en un peón de las intrigas de Sharon. Que esto es así se desprende claramente de una reciente entrevista en un diario israelí en la que el jefe del estado mayor del primer ministro se jactaba de que Sharon se había asegurado del respaldo estadounidense para posponer toda discusión seria del estado palestino hasta el futuro distante.
Para re-establecer la credibilidad de Estados Unidos como un negociador por la paz, el próximo presidente debe mostrar que Estados Unidos sigue comprometido con la solución de dos estados justa y viable que Bush endorsó hace dos años y que se opondrá enérgicamente a toda acción del lado que sea que socave ese plan. Es de vital importancia que Washington condene toda connivencia oficial del terrorismo de parte de los palestinos. Pero debe también aprender de nuevo a levantar la voz contra la expansión de los asentamientos y las provocadoras operaciones militares de los israelíes.
La necesidad suprema de Israel es la seguridad de sus ciudadanos en sus vidas cotidianas, y en esto merece el completo apoyo de Estados Unidos. La valla que está levantando el gobierno de Sharon puede ser un factor positivo en detener la infiltración de terroristas kamikaze y otros desde Cisjordania y la Franja de Gaza, pero sólo si la construye a lo largo de las fronteras de Israel de antes de 1967. La valla no es por sí sola una respuesta. Debe ser complementada por un efectivo desmantelamiento palestino de las células terroristas. Eso requerirá la reconstrucción de algunas de las instituciones políticas y policiales palestinas que Israel ha estado debilitando sistemáticamente.
Washington debería apoyar activamente esa reconstrucción ejerciendo presión para nuevas elecciones democráticas en todos los niveles de la sociedad palestina, desde alcaldes de pueblos hasta los comités de la más alta autoridad palestina. Promover la democracia en el mundo árabe es ahora la posición oficial de Estados Unidos, y el principio que la anima es igual de válido para los palestinos como para los iraquíes y afganos. Dado de Bush y Kerry afirman ambos que Arafat se ha desacreditado definitivamente como un interlocutor válido para las conversaciones de paz, deberían estar ansiosos por estimular la emergencia de una nueva generación de líderes palestinos a través de elecciones democráticas. Otro modo en que Washington puede ayudar a revertir el actual declive palestino hacia el caos, el terror y la desesperación es volviendo a la tradicional posición estadounidense de exigir un completo congelamiento de la expansión de los asentamientos israelíes. Eso daría credibilidad a la imparcialidad estadounidense, daría nueva vida a las decaídas esperanzas palestinas de un futuro y viable estado propio y daría más peso a los palestinos moderados.
Washington no puede imponer la paz entre Israel y los palestinos; esa paz debe crecer en casa. Pero eso no libera al presidente estadounidense de la responsabilidad de hacer todo lo que esté en su poder para animar a los dos lados a abandonar sus actuales políticas destructivas y a que se comprometan a trabajar hacia una eventual paz negociada.
18 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh
En lugar de eso, han coincidido en ofrecer al primer ministro israelí, Ariel Sharon, un respaldo prácticamente incondicional para cualquier operación militar o de expansión de los asentamientos que quiera emprender. Tras pronunciar anatemas contra el desacreditado Yaser Arafat, se han dedicado a hacer tiempo a la espera de un nuevo y menos comprometido liderazgo palestino que debería surgir de algún modo milagroso para reemplazarlo. Esto no es lo que se llama una política exterior. Es una abdicación de autoridad que cuesta vidas israelíes y palestinas, profundiza la desconfianza y hace una paz eventual mucho más difícil de alcanzar. Washington no se puede permitir continuar con esa política destructiva. Debe esforzarse por reconstruir su influencia como una fuerza pacificadora en Oriente Medio.
Aunque Estados Unidos ha sido durante largo tiempo un estrecho aliado de Israel y se ha comprometido firmemente con su seguridad, Washington, ya antes del gobierno de Bush, también había logrado convencer a los palestinos de su buena fe como fuerza conciliadora. En los últimos tres años y medio, esa confianza ha sido innecesaria e imprudentemente perdida. Este gobierno se ha permitido a sí mismo transformarse en un peón de las intrigas de Sharon. Que esto es así se desprende claramente de una reciente entrevista en un diario israelí en la que el jefe del estado mayor del primer ministro se jactaba de que Sharon se había asegurado del respaldo estadounidense para posponer toda discusión seria del estado palestino hasta el futuro distante.
Para re-establecer la credibilidad de Estados Unidos como un negociador por la paz, el próximo presidente debe mostrar que Estados Unidos sigue comprometido con la solución de dos estados justa y viable que Bush endorsó hace dos años y que se opondrá enérgicamente a toda acción del lado que sea que socave ese plan. Es de vital importancia que Washington condene toda connivencia oficial del terrorismo de parte de los palestinos. Pero debe también aprender de nuevo a levantar la voz contra la expansión de los asentamientos y las provocadoras operaciones militares de los israelíes.
La necesidad suprema de Israel es la seguridad de sus ciudadanos en sus vidas cotidianas, y en esto merece el completo apoyo de Estados Unidos. La valla que está levantando el gobierno de Sharon puede ser un factor positivo en detener la infiltración de terroristas kamikaze y otros desde Cisjordania y la Franja de Gaza, pero sólo si la construye a lo largo de las fronteras de Israel de antes de 1967. La valla no es por sí sola una respuesta. Debe ser complementada por un efectivo desmantelamiento palestino de las células terroristas. Eso requerirá la reconstrucción de algunas de las instituciones políticas y policiales palestinas que Israel ha estado debilitando sistemáticamente.
Washington debería apoyar activamente esa reconstrucción ejerciendo presión para nuevas elecciones democráticas en todos los niveles de la sociedad palestina, desde alcaldes de pueblos hasta los comités de la más alta autoridad palestina. Promover la democracia en el mundo árabe es ahora la posición oficial de Estados Unidos, y el principio que la anima es igual de válido para los palestinos como para los iraquíes y afganos. Dado de Bush y Kerry afirman ambos que Arafat se ha desacreditado definitivamente como un interlocutor válido para las conversaciones de paz, deberían estar ansiosos por estimular la emergencia de una nueva generación de líderes palestinos a través de elecciones democráticas. Otro modo en que Washington puede ayudar a revertir el actual declive palestino hacia el caos, el terror y la desesperación es volviendo a la tradicional posición estadounidense de exigir un completo congelamiento de la expansión de los asentamientos israelíes. Eso daría credibilidad a la imparcialidad estadounidense, daría nueva vida a las decaídas esperanzas palestinas de un futuro y viable estado propio y daría más peso a los palestinos moderados.
Washington no puede imponer la paz entre Israel y los palestinos; esa paz debe crecer en casa. Pero eso no libera al presidente estadounidense de la responsabilidad de hacer todo lo que esté en su poder para animar a los dos lados a abandonar sus actuales políticas destructivas y a que se comprometan a trabajar hacia una eventual paz negociada.
18 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh
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