dinero y democracia en irán
[Akbar Ganji] Que Estados Unidos destine dineros para el movimiento democrático iraní perjudica terriblemente al movimiento.
Teherán, Iran. En febrero, la secretaria de estado Condoleezza Rice pidió 75 millones de dólares al Congreso para ayudar la oposición democrática en Irán. En Irán, su petición fue ampliamente comentada en la prensa y en círculos de oposición. Se hizo particularmente polémica después de que un artículo en el New Yorker del 6 de marzo, sugiriera que este dinero podría ser utilizado para un intento de derrocar al régimen de Teherán con la ayuda de los demócratas iraníes, especialmente los que están viviendo en el extranjero.
Salí de la cárcel en medio de esas discusiones. Estuve seis años tras las rejas por unos reportajes que había escrito sobre el asesinato de intelectuales disidentes. En numerosas ocasiones, mis interrogadores me acusaron, a mí y a toda la oposición al gobierno de los clérigos, de depender de Estados Unidos. Incluso dijeron que agentes de la CIA con maletas llenas de dólares llegaban rutinariamente a Teherán para repartir dinero entre los miembros de la oposición, incluyendo a los reformistas que apoyaron al ex presidente, Mohammad Khatami. Algunos de los interrogadores tomaban en serio esta propaganda y preguntaban a los prisioneros sobre la ubicación de estas maletas rebosantes de dólares.
Aunque la promesa de dinero estadounidense puede haber aumentado la ansiedad del régimen sobre su futuro, no ha hecho nada para ayudar al movimiento democrático. La guerra entre la libertad y el despotismo en Irán sigue sin resolución debido a profundas razones internas. Es, estoy convencido, un problema de profundas raíces históricas y culturales.
Hemos aprendido de nuestra historia que el despotismo puede ser importado, y que los gobernantes despóticos pueden sobrevivir con la ayuda de extranjeros. Pero también hemos aprendido que tenemos que conquistar esas libertades nosotros mismos y que sólo nosotros podemos nutrir esa libertad y crear un sistema político que pueda sostenerlo. La nuestra es una lucha difícil; incluso, puede ser larga. Cualquiera que diga que posee una fórmula mágica para traer libertad a Irán, y reclama que todo lo que necesita es dinero foráneo y ayuda extranjera para poner este plan en marcha, es un estafador.
Lo que necesitamos en nuestra lucha por la libertad no es ayuda extranjera, sino condiciones que nos permitan concentrar todas nuestras energías en la lucha interna y cerciorarnos de que nadie estimule la opresión del régimen. Tenemos que saber que nadie provea al régimen de nuevas tecnología para filtrar internet, y que nadie está cerrando tratos con el régimen para darle apoyo económico o soporte psicológico.
Ciertamente, necesitamos el apoyo moral y espiritual de todas las fuerzas que, en el mundo, luchan por la paz y la libertad. Esperamos que esas fuerzas sean implacables a la hora de criticar cualquier política que, bajo la excusa de poner fin a la crisis en la región, sólo avive sus llamas.
Estados Unidos podría gastar mejor esos 75 millones de dólares fundando centros de estudios iraníes en las universidades estadounidenses, fomentando así la comprensión del mundo de Irán y Oriente Medio, tanto de su pasado como de su presente. Por supuesto, las universidades estadounidenses tienen muchos investigadores de primera clase sobre Irán, el islam y el Oriente. El problema reside en la visión que impide el uso de ese conocimiento e insiste, al contrario, en resultados inmediatos.
Esa misma visión, y la búsqueda de resultados inmediatos, llevó a Estados Unidos a proporcionar grandes sumas de dinero a los fundamentalistas islámicos que convergieron de todas partes del planeta en Afganistán en los años ochenta para luchar contra la Unión Soviética, el principal rival de Estados Unidos en esa época. El resto es historia.
Los iraníes amantes de la libertad dentro y fuera del país rechazan una intervención militar estadounidense en Irán. Una guerra semejante no nos ayudaría para nada en nuestra lucha por la libertad; de hecho, sólo contribuiría a nuestra mayor servidumbre, pues el régimen utilizaría la guerra como excusa para eliminar toda oposición.
La política estadounidense de oponerse al aventurerismo nuclear del régimen iraní es correcta. Pero la razón por la que oponerse a este aventurerismo no debiese ser que los ulemas rechazan a Occidente y a Estados Unidos. La doble moral occidental sobre la no-proliferación no es defendible. Todo Oriente Medio debe ser declarada zona libre de armas nucleares. La oposición al peligroso proceso que empezó en la región -un proceso que la república islámica ayudó a convertir en crisis- debe basarse en un llamado más general, primero regional, y luego global, al desarme nuclear.
Viajé en julio a Estados Unidos para presentar una idea de Irán completamente diferente a la que ofrecen los ulemas. Muchos iraníes quieren libertad; peleamos por ella, y no tememos ni a la prisión ni a la opresión. Exigimos para Irán un sistema político democrático y laico. Muchos iraníes, que son, incidentalmente, profundamente devotos, apoyan esta demanda.
La mejor ayuda que nos puede ofrecer el mundo es oír a las diferentes voces de nuestra sociedad, y cuando se defina una política con respecto a Irán, o a una imagen de su pueblo, no reducir nuestro país al régimen que lo gobierna tan brutalmente.
Salí de la cárcel en medio de esas discusiones. Estuve seis años tras las rejas por unos reportajes que había escrito sobre el asesinato de intelectuales disidentes. En numerosas ocasiones, mis interrogadores me acusaron, a mí y a toda la oposición al gobierno de los clérigos, de depender de Estados Unidos. Incluso dijeron que agentes de la CIA con maletas llenas de dólares llegaban rutinariamente a Teherán para repartir dinero entre los miembros de la oposición, incluyendo a los reformistas que apoyaron al ex presidente, Mohammad Khatami. Algunos de los interrogadores tomaban en serio esta propaganda y preguntaban a los prisioneros sobre la ubicación de estas maletas rebosantes de dólares.
Aunque la promesa de dinero estadounidense puede haber aumentado la ansiedad del régimen sobre su futuro, no ha hecho nada para ayudar al movimiento democrático. La guerra entre la libertad y el despotismo en Irán sigue sin resolución debido a profundas razones internas. Es, estoy convencido, un problema de profundas raíces históricas y culturales.
Hemos aprendido de nuestra historia que el despotismo puede ser importado, y que los gobernantes despóticos pueden sobrevivir con la ayuda de extranjeros. Pero también hemos aprendido que tenemos que conquistar esas libertades nosotros mismos y que sólo nosotros podemos nutrir esa libertad y crear un sistema político que pueda sostenerlo. La nuestra es una lucha difícil; incluso, puede ser larga. Cualquiera que diga que posee una fórmula mágica para traer libertad a Irán, y reclama que todo lo que necesita es dinero foráneo y ayuda extranjera para poner este plan en marcha, es un estafador.
Lo que necesitamos en nuestra lucha por la libertad no es ayuda extranjera, sino condiciones que nos permitan concentrar todas nuestras energías en la lucha interna y cerciorarnos de que nadie estimule la opresión del régimen. Tenemos que saber que nadie provea al régimen de nuevas tecnología para filtrar internet, y que nadie está cerrando tratos con el régimen para darle apoyo económico o soporte psicológico.
Ciertamente, necesitamos el apoyo moral y espiritual de todas las fuerzas que, en el mundo, luchan por la paz y la libertad. Esperamos que esas fuerzas sean implacables a la hora de criticar cualquier política que, bajo la excusa de poner fin a la crisis en la región, sólo avive sus llamas.
Estados Unidos podría gastar mejor esos 75 millones de dólares fundando centros de estudios iraníes en las universidades estadounidenses, fomentando así la comprensión del mundo de Irán y Oriente Medio, tanto de su pasado como de su presente. Por supuesto, las universidades estadounidenses tienen muchos investigadores de primera clase sobre Irán, el islam y el Oriente. El problema reside en la visión que impide el uso de ese conocimiento e insiste, al contrario, en resultados inmediatos.
Esa misma visión, y la búsqueda de resultados inmediatos, llevó a Estados Unidos a proporcionar grandes sumas de dinero a los fundamentalistas islámicos que convergieron de todas partes del planeta en Afganistán en los años ochenta para luchar contra la Unión Soviética, el principal rival de Estados Unidos en esa época. El resto es historia.
Los iraníes amantes de la libertad dentro y fuera del país rechazan una intervención militar estadounidense en Irán. Una guerra semejante no nos ayudaría para nada en nuestra lucha por la libertad; de hecho, sólo contribuiría a nuestra mayor servidumbre, pues el régimen utilizaría la guerra como excusa para eliminar toda oposición.
La política estadounidense de oponerse al aventurerismo nuclear del régimen iraní es correcta. Pero la razón por la que oponerse a este aventurerismo no debiese ser que los ulemas rechazan a Occidente y a Estados Unidos. La doble moral occidental sobre la no-proliferación no es defendible. Todo Oriente Medio debe ser declarada zona libre de armas nucleares. La oposición al peligroso proceso que empezó en la región -un proceso que la república islámica ayudó a convertir en crisis- debe basarse en un llamado más general, primero regional, y luego global, al desarme nuclear.
Viajé en julio a Estados Unidos para presentar una idea de Irán completamente diferente a la que ofrecen los ulemas. Muchos iraníes quieren libertad; peleamos por ella, y no tememos ni a la prisión ni a la opresión. Exigimos para Irán un sistema político democrático y laico. Muchos iraníes, que son, incidentalmente, profundamente devotos, apoyan esta demanda.
La mejor ayuda que nos puede ofrecer el mundo es oír a las diferentes voces de nuestra sociedad, y cuando se defina una política con respecto a Irán, o a una imagen de su pueblo, no reducir nuestro país al régimen que lo gobierna tan brutalmente.
Akbar Ganji, periodista, es autor de una antología de sus escritos sobre el movimiento democrático iraní, de próxima aparición.
1 de agosto de 2006
©new york times
©traducción mQh
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