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somalíes con problemas en italia


[Ian Fisher] Muchos refugiados piden asilo en otros países europeos sabiendo que serán devueltos sólo para sobrevivir el invierno en el continente.
Roma, Italia. Del viejo edificio de la embajada somalí en un discreto y elegante barrio al norte de Roma, no escapa ni un solo ruido humano. Pero empuja el portón de hierro y descubres otro mundo. Más precisamente, es un lugar donde convergen varios mundos: los ricos y los pobres, el orden de Europa y el caos en sus afueras.
Dos hombres comparten, como si fuera una cama, un hueco en el capó de un Fiat verde de tres puertas en el recinto. Uno de ellos es Barre Muhammad Abdi, apenas 21, cuya ruta para llegar a este húmedo y sucio colchón es toda una odisea: huyó el año pasado de los señores de la guerra y de los palacios agujereados de balas de Mogadishu, cruzó el Sahara y luego pagó 800 dólares para embarcarse desde Libia hacia el norte de Italia en una lancha de refugiados. Estuvieron cuatro días a la deriva en el mar; de los 140 pasajeros, dijo, murieron dos.
"Me vine a Italia porque pensé que encontraría una vida mejor", dijo en su lengua nativa. "Pero esto no es una buena vida".
Una mañana hace poco, Abdi era uno de los 55 refugiados somalíes que dormían en los terrenos de la desocupada embajada cuando el tiempo se puso lluvioso y revuelto. Durmieron en el interior del garaje barrido con una extraordinaria prolijidad, en un patio abierto atiborrado de catres donde duermen dos personas en cada uno y en un pasillo que conduce a las oficinas de la embajada, cuyos interiores han estado cerrados desde que el último gobierno estable de Somalia se viniera abajo hace 14 años. La embajada, la única alternativa de los hombres para no estar en la calle, está relativamente vacía. Hace unas semanas dormían aquí 150 o más somalíes, dijeron los refugiados. La mujeres alojan al otro lado de la ciudad, en el consulado.
Antes este mes, los hombres observaron -junto con toda Italia- la llegada a la diminuta isla italiana de Lampedusa de más de 1.000 otros refugiados que hicieron el viaje en un solo fin de semana desde el Norte de África a través del Mediterráneo en botes abarrotados. El gobierno italiano, en un intento tanto de desalentar tanto el tráfico humano como la llegada de más refugiados, reunió inmediatamente a la mayoría de ellos y los envió de vuelta a Libia, donde muchos de ellos habían comenzado su travesía por mar.
La decisión provocó las prontas denuncias de grupos de derechos humanos, de políticos de la oposición y de la iglesia católica. De acuerdo a las Convenciones de Ginebra y a la ley italiana, dicen los críticos, la gente que llega a Italia y solicita asilo tiene el derecho a que sus casos sean vistos, algo que no podrá ocurrir con un retorno tan rápido a Libia.
"Esencialmente, no se hicieron responsables de la situación de esa gente desesperada", dijo el Padre Vittorio Nozza, director de la rama italiana de Caritas, un grupo de ayuda católico. "Esa reacción no dejó tiempo razonable para conocer las circunstancias de esa gente".
En la embajada de Somalia -el símbolo mismo de un remoto y fracasado país cuyo desorden afecta sin embargo a naciones ricas- la reacción entre los hombres fue más emocional. Casi todos ellos habían hecho la misma travesía, soportado mares encrespados e intermediarios estafadores, observado a gente morir de hambre y por beber agua salada, y luego emergido a la vida en una Italia que estaba lejos de ser lo que ellos esperaban. De hecho, algunos de ellos miraron con envidia a los expulsados.
"Alguna gente en Libia nos llama y nos pregunta: ‘¿Cómo están las cosas?', y nos preguntan: ‘¿Crees que debemos cruzar hacia Sicilia?', dijo Abdi Farah, 36, que llegó a Italia el año pasado después de cruzar el Mediterráneo. "Yo digo: ‘No vengan. Aquí no hay nada para ustedes'".
"Me dan pena los que llegan ahora", agregó. "El gobierno italiano no trata humanamente a los refugiados".
De hecho, grupos de derechos humanos se quejan de que el gobierno italiano no hace casi nada por los refugiados aquí -y esa es la razón por la que los somalíes están viviendo en la embajada. Aunque los hombres han entregado sus peticiones de asilo, los casos se estiran durante años, dejándoles en un limbo legal. No se les permite trabajar, aunque ellos dicen que les gustaría. A diferencia de otros países europeos, Italia no les proporciona viviendas ni permisos para estudiar.
Así, lo que hacen es esperar, hacer vida social en el puñado de restaurantes somalíes que hay aquí, comer en asilos o con el dinero que ganan las mujeres somalíes que trabajan en la limpieza de domicilios particulares o intentan probar suerte en países europeos más generosos. A menudo son devueltos a Italia. En algo más de un año, Farah ha sido expulsado dos veces del Reino Unido, una vez de Noruega y, hace poco, en mayo, de Irlanda. Desde entonces se ha quedado en la embajada.
"Aquí es donde vivimos", dijo, parado en el patio apenas protegido y abarrotado con seis mohosos catres y cuatro sacos de dormir en el suelo, algunos abultados todavía por sus ocupantes. "La lluvia de anoche estuvo fea. Hace ya bastante tiempo que vivimos así. No tenemos agua ni electricidad".
Hay sólo un cuarto de baño, con agua fría, y la cola puede durar hasta dos horas. Algunos tienen móviles pre-pagados, que cargan gratuitamente en un café más abajo en la calle. Un trabajador del café y algunos vecinos dijeron que los somalíes eran tan silenciosos que no parecía que vivieran ahí más de una docena.
Son casi invisibles, pero son recordatorios tanto de un problema no resuelto en Europa y de los extraordinarios riesgos que están dispuestos a correr, legales o no, para encontrar una vida mejor.
Fuad Ahmad, 18, que dice que quiere ser doctor, huyó de Mogadishu en 2003, debido a los peligros y a la falta de escuelas. Como Abdi, pagó en octubre 800 dólares a un intermediario árabe para cruzar a Italia desde Libia en una de las dos lanchas de plástico amarradas juntas para transportar a 140 personas.
"Los árabes nos dijeron que estaríamos en territorio italiano en 24 horas", dijo. "Pero no fue así".
Al tercer día, las lanchas se despegaron y dos niños murieron. Al cuarto día, dijo, un hombre de 30 años bebió agua de mar y murió. Fueron rescatados quince días después de haber dejado Libia, pero murieron 11 personas en el camino. La segunda lancha, que dijo que había zarpado con 105 personas, llegó con 13 cadáveres y sólo 15 sobrevivientes. El caso provocó fuertes sentimientos de culpabilidad entre los italianos y los políticos prometieron más comprensión de los inmigrantes y terminar con las traicioneras travesías, que reclaman cientos de vidas al año.
Pero Ahmad dijo que nadie le ayudó. Así, se marchó a Suecia, donde, dijo, había comenzado a ir a la escuela. Hace unas semanas fue devuelto a Italia en virtud de una nueva ley que impone que los solicitantes de asilo sean retornados al país por donde entraron por primera vez a Europa. Ahora duerme en el recinto de la embajada en una caja de cartón con mantas que ha recogido de la calle.
"Cuando llegué aquí me dijeron que me ayudarían porque había sobrevivido ese desastre", dijo. "Es muy difícil vivir aquí. Ahora viene el invierno. Y para una persona joven que quiere estudiar y hacerse un futuro, aquí no hay posibilidades".
La embajada somalí fue cerrada en 1991, cuando estalló la guerra civil que terminó con el gobierno de Mohammed Siad Barre, y con los años la pintura color crema del edificio empezó a descascararse y la bandera azul del país se destiñó, aunque todavía está izada. Un exportador neto de gente hasta hace algunas décadas, Italia ha empezado a recibir olas de inmigrantes, primero de Albania y Kosovo, luego de Turquía y Oriente Medio y ahora de zonas conflictivas de África.
Hace cuatro años, los somalíes que no tenían dónde ir empezaron a vivir en los recintos de la embajada con sus tres residentes permanentes: un antiguo chofer, un guardia de seguridad y un conserje. La población no es nunca la misma, dicen los residentes. Su número aumenta en verano, cuando el tiempo es cálido y la gente hace el peligroso viaje desde Libia. Pero a medida que el tiempo empeora, muchos se marchan a otros países en Europa -más fríos que aquí quizás, pero donde encontrarán lugares más abrigados donde alojar, hasta que son enviados de vuelta a Italia.
"Pronto me marcharé a Francia y pediré asilo allá", dijo Ahmed Hajji Ali, 29, que llegó a Italia en 2003 y pasó nueve meses en Noruega. "No estaré en la calle. Tendré donde comer. Cuando pase el invierno, me enviarán de vuelta aquí".
Dijo que esta no era la vida por la que había venido a Europa. Dijo que discutía a veces cuando algunos somalíes se quejaban de que Italia no les daba un lugar donde vivir, diciendo que él no quería limosna. "Si consigues un trabajo", dijo Ali, "tendrás una casa".
Para el gobierno conservador del primer ministro Silvio Berlusconi, este movimiento de Italia a otros países europeos prueba la argumentación central del gobierno: que Italia carga con un peso desproporcionado de la inmigración debido a su cercanía con África, y que debe haber una política de inmigración europea única. Una de esas propuestas ha dividido a los gobiernos europeos: Italia, el Reino Unido y Alemania apoyan el establecimiento de los llamados centros de recepción en el Norte de África de modo que los casos de refugiados puedas ser procesados fuera de Europa.
Sus partidarios dicen que así pueden disuadir a la gente de que emprendan ese peligroso viaje a través del Mediterráneo y evitar la pérdida de vidas en el mar. Los críticos dicen que esto pone una cara bonita a lo que en realidad sería la creación de campos que permitiría a Europa desentenderse de su obligación legal de conceder asilo y, de hecho, encargar esa obligación a países que no tienen las mismas leyes ni el mismo respeto por los derechos humanos.
Los críticos también dicen que es improbable que detenga a la gente más desesperada de los peores lugares del mundo, gente como Abuker Sheekh, 35, que llegó desde Libia hace sólo tres meses. Sabía que su nueva vida sería difícil. Pero comparada con su vida en Somalia, dijo, no le importaba.
"Porque allá el problema es: ¿Cuándo vas a morir?", dijo Sheekh, que ha pasado cinco noches en la embajada, compartiendo una pequeña cama con un hombre al que nunca había visto antes. "Aquí no pienso en cuándo me voy a morir".
Pronto, parece, los somalíes de aquí se quedarán sin embajada. Se ha formado un nuevo gobierno en Mogadishu y aunque otras tentativas han fallado antes, Ahmed Sugulle Hersi, el cónsul somalí en Italia, dijo que había planes para volver a abrir la embajada. Dijo que esto significaba que los refugiados tendrían que abandonar el recinto, aunque no sin un acuerdo previo con el gobierno italiano "para resolver el problema".
Algunos, dijo, pueden terminar viviendo aquí legalmente. Otros deberán volver a Somalia, aunque no en un futuro muy próximo.
"El país no es seguro todavía", dijo. "Cuando haya paz en Somalia, esa gente querrá volver a casa".

Jason Horowitz contribuyo a este reportaje.

1 de noviembre de 2004
©new york times
©traducción mQh

ÚLTIMA CEREMONIA PARA SOMALÍES MUERTOS EN EL MAR
Los ataúdes de 13 somalíes que murieron en el mar tratando de llegar a Europa fueron depositados en el Ayuntamiento de Roma para que cientos de dolientes, somalíes e italianos, les prestaran sus últimos respetos. Los hombres y mujeres, cuyos nombres se desconoce, murieron de frío y hambre cuando su lancha quedó a la deriva durante 16 días. Los sobrevivientes, que fueron rescatados el domingo por guardacostas italianos, dijeron que otros 50 cadáveres fueron arrojados al mar. La tragedia conmovió a muchos italianos, y Roma respondió organizando una ceremonia musulmana en la Plaza del Campidoglio, con una bandera somalí extendida sobre cada ataúd. Asistieron a la ceremonia el ministro del Interior y líderes musulmanes y judíos. "Sentimos como si esos hombres y mujeres somalíes que murieron en ese cascajo flotante fueran nuestros compatriotas", dijo en un discurso el alcalde de Roma, Walter Veltroni.

1 de noviembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
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