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FALUYA: DESTRUIR UNA CIUDAD PARA RECONSTRUIRLA - edward wong


No es probable que la destrucción de Faluya convenza a Iraq de que es la manera de persuadir a los sunníes a que participen en las elecciones convocadas para enero.
Bagdad, Iraq. Neutralizar la amenaza que provenía de la mezquita de cúpula verde no costó nada. En los polvorientos laberintos de Faluya, los marines fueron atacados desde uno de sus minaretes gemelos. Pidieron apoyo aéreo. Una bomba de 250 kilos reventó en la torre de azulejos azules, borrando del mapa un rasgo típico de la mezquita de Khulafa Al Rashid, el templo más conocido de la ciudad.
Como en un sueño afiebrado, esas y otras escenas de destrucción tuvieron lugar la semana pasada en Faluya ante los ojos de tropas norteamericanas, habitantes y periodistas. El sábado por la mañana, marines y soldados se habían introducido en la ciudad y arrinconado a los insurgentes en el sur, dejando una secuela de edificios bombardeados, coches agujereados de balas y cuerpos pudriéndose.
Probaba una cosa: Los norteamericanos son muy buenos a la hora de destruir. Es qué hacer después de la batalla el verdadero problema durante los 19 meses que llevan en Iraq.
Los comandantes dicen que sus objetivos ahora en Faluya son instalar un gobierno viable y una fuerza de seguridad iraquíes, reconstruir la ciudad y reconquistar la confianza de los habitantes, y convencer a los árabes sunníes, que constituyeron la base de apoyo de Saddam Hussein y fueron sacados del poder junto con él, a que depongan las armas y participen en un proceso político legítimo.
Difícil como parece, el último objetivo -persuadir a los sunníes que se transformen en un minoría leal en una democracia- puede ser el más improbable de lograr después de tomar Faluya por asalto.
Funcionarios norteamericanos dicen que si se logra, Faluya, que se ha transformado en un símbolo mítico en todo el mundo árabe por su resistencia, podría servir como un modelo para el resto de Iraq, e Iraq como un modelo para el resto de Oriente Medio.
Pero dados los antecedentes de los norteamericanos y sus aliados, dicen analistas militares, los objetivos inmediatos en Faluya son ingenuos, si no absolutamente inconsecuentes, si se considera la creciente resistencia en las regiones dominadas por los sunníes de Iraq, casi con completa certeza de que está siendo organizada por los mismos líderes que abandonaron Faluya antes de la ofensiva.
"Iraq es un problema complejo", dijo Charles Pena, director de estudios de política exterior en el Instituto Cato, un grupo de investigación libertario con sede en Washington. "Nuestro problema es que seguimos haciendo creer a la gente que hay soluciones simples".
"Nuestras operaciones militares crean otros problemas que nuestros militares no pueden resolver", dijo. "Y no hemos logrado reparar bien lo que hemos roto en Iraq".
Los comandantes norteamericanos dijeron que no tenían ilusiones de que con la ofensiva de Faluya capturarían al militante jordano Abu Musab al-Zarqawi, el hombre más buscado de Iraq, ni romper la espina dorsal de la resistencia.
Lo que no reconocen es que la toma de Faluya no les acerca mucho a la solución de los problemas más difíciles de la ocupación: cómo superar los sentimientos de que están siendo desplazados de los árabes sunníes y hacerles aceptar el papel de minoría en un estado iraquí democrático.
Los árabes sunníes constituyen sólo un quinto de la población iraquí; tres quintos son árabes chiíes y el quinto restante son en su mayoría kurdos sunníes. Pero los sunníes dominan la mayor parte de Oriente Medio y han gobernado la región ahora llamada Iraq desde la época del Imperio Otomano. Hay pocos indicios de que estén dispuestos a aceptar un rol subordinado en el nuevo gobierno.
Al anunciar la democracia, los norteamericanos han indicado cada vez que prevén que el poder fluya hacia la mayoría chií, y las elecciones convocadas para enero son un modo de llevar a cabo algo que, en cierto modo, parece legítimo. Se supone que la destrucción de Faluya obligará a los sunníes insurgentes a darse cuenta de la inutilidad de un conflicto armado, y los llevará a participar en las elecciones.
Pero no es fácil convencer a gente que no tiene gran aprecio por los derechos de las minorías de que les conviene una democracia al estilo occidental. Para que los sunníes acepten este nuevo estilo de gobierno tendrán que ser convencidos de que sus derechos serán respetados por una clase gobernante chií respaldada por los norteamericanos, y que tendrán algún grado de poder y de autonomía -preocupaciones que tienen incluso, en cierta medida, incluso los kurdos, quizás los más fieles partidarios de la presencia norteamericana aquí.
Los comandantes norteamericanos aquí consideran sus operaciones recientes en las áreas chiíes de Karbala, Nayaf y Ciudad Sáder como modelos de cómo un poderío bélico avasallador obligó a los rebeldes a participar en un sistema político legítimo. Faluya no será diferente, dicen. Pero Moqtada al-Sáder, el incendiario clérigo que condujo la resistencia chií, tiene todo que ganar y nada que perder si participa en esas elecciones. Puede estar seguro de que su organización inmensamente popular ganará muchos escaños en la asamblea nacional y se transformará en parte de la clase política chií.
Los sunníes no tienen esa esperanza, que es lo que explica porqué el importante grupo de clérigos sunníes, la Asociación de Académicos Musulmanes, llamó la semana pasada a boicotear las elecciones. El grupo dice que representa a 3.000 mezquitas en todo el país y ha sido beligerantemente anti-norteamericana desde el principio de la guerra. Sin embargo, algunos sunníes seculares, como el antiguo exiliado Adnan Pachacho, han sido más acogedores de la presencia norteamericana y dicen que tienen la intención de participar en las elecciones.
Instalar un gobierno iraquí y una fuerza policial efectivas en Faluya es una meta menos ambiciosa, pero también será difícil de lograr para los norteamericanos. En la ofensiva, la mayor parte de las tropas iraquíes no han participado en los combates directos. Entran a la ciudad después de que los norteamericanos han limpiado las calles de insurgentes y se les asigna la tarea de revisar los edificios.
Algunos parecen desorientados, parados en ese paisaje sembrado de escombros, con sus uniformes intachables. No ha cambiado mucho desde mayo, cuando la Primera División Blindada sitió Karbala, y las fuerzas de seguridad iraquíes se limitaron a retirar las armas de las mezquitas.
El jueves, los agentes de policía de Mosul se echaron a correr, en una media docena de comisarías, tan pronto como los insurgentes empezaron a lanzar sus granadas y a disparar con rifles Kalashnikov. Hace dos semanas, atentados con bombas y ataques de mortero causaron al menos 30 muertos en Samarra, sólo un mes después de que las tropas americanas ocuparan la ciudad y anunciaran una aplastante victoria. Un oficial norteamericano de alta jerarquía en Bagdad admitió que después de que se retiraran los norteamericanos, los insurgentes barrieron con la pobremente adiestrada policía iraquí.
En Samarra, los guerrilleros abandonaron la ciudad antes de que los blindados norteamericanos invadieran la ciudad, y luego aguardaron el momento oportuno, que es la gran ventaja que tiene la resistencia, porque las fuerzas de ocupación tienen que retirarse en algún momento. Los insurgentes no necesitan un refugio como en Faluya para funcionar el día entero. "De hecho, las tácticas maoístas desaconsejarían tratar de instalarse en una ciudad y tratar en esta fase de montar una resistencia débil, y de usar a la población como un mar en el que nadar", dijo Anthony H. Cordesman, un analista de Oriente Medio en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.
Es absurdo, agrega Cordesman, creer que destruir Faluya y luego reconstruirla se convertirá en apoyo para los norteamericanos y el gobierno interino. El militar norteamericano dijo que se han destinado 100 millones de dólares para la reconstrucción de la asolada ciudad. Pero eso no resuelve el problema mucho mayor del desempleo, ahora, a nivel nacional, en un 60 por ciento. Ese es uno de los factores que impulsa a los jóvenes a unirse a la resistencia.
"¿Cuánto dinero y ayuda se necesita realmente", dijo Cordesman, "para darle un empujón a la economía, y cuánto para dar seguridad social a Faluya?"

Dexter Filkins contribuyó desde Falluja a este artículo.

14 de noviembre de 2004
15 de noviembre de 2004
©new york times
©traducción mQh

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