EN IRAK HAY UNA BATALLA MÁS IMPORTANTE
Es cada vez más improbable que los sunníes participen en las elecciones de enero. El país podría caer en una guerra civil sin vuelta atrás.
Abriéndose camino a balazos por las estrechas calles de los barrios de Faluya no aparece en el libro de texto de las operaciones contra-insurgentes, en las que ganar los corazones y la lealtad de la gente es más importante que recuperar el control de los territorios en disputa. Los comandantes norteamericanos lo habían comprendido, y durante meses pensaron que se evitaría un ataque como el comenzado hace una semana. Desde entonces, el avance militar ha sido implacable, mientras que la reacción política de la comunidad árabe sunní ha sido muy negativa. Si la hostilidad sunní continúa profundizándose, Faluya se podría transformar en una victoria muy cara.
Muchos de los insurgentes armados de Faluya simplemente se trasladaron a otras ciudades sunníes tan pronto como comenzaron los combates, y el primer reto es impedir que retornen a la ciudad una vez que terminen los enfrentamientos. Eso es lo que pasó en Samarra, después de que las tropas norteamericanas e iraquíes expulsaran a los rebeldes a comienzos de octubre. Los insurgentes ahora han incrementado sus ataques en Ramadi, a 50 kilómetros al oeste de Faluya, y han establecido una nueva base de operaciones en la norteña metrópolis de Mosul. Es crucial impedir que estos combatientes armados interrumpan las elecciones convocadas para enero.
Una tarea más importante es impedir el boicot a gran escala de esas elecciones por votantes sunníes. Para lograrlo, Bagdad y Washington tendrán que mostrar al menos que están preparados para prestar oídos a las quejas de la minoría sunní de Iraq. Algunos grupos de sunníes moderados todavía se oponen a un boicot de las elecciones, pidiendo, en cambio, al gobierno del primer ministro Ayad Allawi que trate seriamente a las preocupaciones sunníes. Sus aproximaciones merecen una respuesta más acogedora de la que han recibido hasta ahora.
Faluya es normalmente el hogar de más de un cuarto de millón de habitantes. Se ha dicho que al menos cuatro quintos de ellos huyeron antes del asalto. Pero una vez que cesen los combates, retornarán a una ciudad donde los bombardeos aéreos y el fuego de morteros han dañado y destruido muchos edificios, donde el agua está contaminada con aguas servidas y donde el tendido eléctrico está estropeado. Washington ha destinado millones de dólares para reparaciones, pero como hemos visto en otras partes de Iraq, las asignaciones por sí solas no garantizan una reconstrucción rápida. Para convencer a los habitantes de Faluya de que el nuevo Iraq les ofrece algo más que una continuada humillación, su ciudad debe ser rápidamente reconstruida.
Tampoco hay tiempo que perder en realizar lo que fue el objetivo más ostensible del ataque, permitiendo elecciones significativas en enero en Faluya y otras ciudades del intranquilo Triángulo Sunní al norte y oeste de Bagdad. Los sunníes, un 20 por ciento de la población total, no pueden esperar ser el grupo dominante en un Iraq nuevo y democrático, como lo fueron durante la dictadura de Saddam Hussein. Pero sí tienen derecho a esperar que los nacionalistas sunníes representativos estén honestamente incluidos en la asamblea que redactará la constitución y que será elegida en enero.
Los votantes sunníes prospectivos se muestran razonablemente escépticos hacia un sistema político que hasta el momento ha favorecido en todo momento a los partidos chiíes y kurdos que se originaron en el exilio y todavía parece más interesado en conservar el poder y privilegios de estos partidos que acercarse a los sunníes decepcionados e independientes. Esa impresión ha sido fuertemente reforzada por la reciente decisión, contra el urgente consejo de Estados Unidos y de Naciones Unidas, de inscribir en las nóminas de inscripción a los casi cuatro millones de iraquíes que viven en el extranjero, en Irán y otros países. La mayoría de estos emigrantes son chiíes. Además de las enormes dificultades a la hora de asegurar la corrección de los votos de estos emigrantes, esta decisión amenaza seriamente con distorsionar los resultados a favor de los partidos chiíes del exilio.
Los funcionarios electorales iraquíes deberían anular esta decisión y no permitir el voto de los emigrantes. Junto a esto, el gobierno del primer ministro Allawi debería acercarse a los grupos sunníes que están dispuestos a dar pasos que haría posible para ellos pedir a sus seguidores a que participen en las elecciones.
Durante los últimos 18 meses, las nacionalistas sunníes moderados han sido sistemáticamente marginados. Al comienzo de la ocupación, el Ejército iraquí dominado por los sunníes fue disuelto e incluso los funcionarios de nivel medio del Partido Baaz, predominantemente sunní, fueron despedidos de sus cargos y han sido excluidos todos estos meses de ocupar funciones públicas. Los sunníes calificaron al antiguo Consejo de Gobierno y al actual gobierno interino instalados por los norteamericanos de no ser representativos. Quizás el Triángulo Sunní habría surgido como el centro de la resistencia armada de todos modos, pero esos innecesarios errores han ayudado a proporcionarle un ilimitado flujo de nuevos reclutas.
Iniciar medidas más inclusivas hacia los sunníes de Iraq no es solamente un asunto de honestidad. Una nueva constitución escrita sin una participación sunní creíble se podría transformar en una invitación abierta a la guerra civil, que se podría convertir en una guerra regional si Iraq comenzara a fragmentarse en segmentos religiosos y étnicos. El boicot no es inevitable. Pero evitarlo requerirá que los líderes en Washington y Bagdad luchen por una plena participación política sunní de manera tan implacable como sus soldados en las calles de Faluya.
15 de noviembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
Muchos de los insurgentes armados de Faluya simplemente se trasladaron a otras ciudades sunníes tan pronto como comenzaron los combates, y el primer reto es impedir que retornen a la ciudad una vez que terminen los enfrentamientos. Eso es lo que pasó en Samarra, después de que las tropas norteamericanas e iraquíes expulsaran a los rebeldes a comienzos de octubre. Los insurgentes ahora han incrementado sus ataques en Ramadi, a 50 kilómetros al oeste de Faluya, y han establecido una nueva base de operaciones en la norteña metrópolis de Mosul. Es crucial impedir que estos combatientes armados interrumpan las elecciones convocadas para enero.
Una tarea más importante es impedir el boicot a gran escala de esas elecciones por votantes sunníes. Para lograrlo, Bagdad y Washington tendrán que mostrar al menos que están preparados para prestar oídos a las quejas de la minoría sunní de Iraq. Algunos grupos de sunníes moderados todavía se oponen a un boicot de las elecciones, pidiendo, en cambio, al gobierno del primer ministro Ayad Allawi que trate seriamente a las preocupaciones sunníes. Sus aproximaciones merecen una respuesta más acogedora de la que han recibido hasta ahora.
Faluya es normalmente el hogar de más de un cuarto de millón de habitantes. Se ha dicho que al menos cuatro quintos de ellos huyeron antes del asalto. Pero una vez que cesen los combates, retornarán a una ciudad donde los bombardeos aéreos y el fuego de morteros han dañado y destruido muchos edificios, donde el agua está contaminada con aguas servidas y donde el tendido eléctrico está estropeado. Washington ha destinado millones de dólares para reparaciones, pero como hemos visto en otras partes de Iraq, las asignaciones por sí solas no garantizan una reconstrucción rápida. Para convencer a los habitantes de Faluya de que el nuevo Iraq les ofrece algo más que una continuada humillación, su ciudad debe ser rápidamente reconstruida.
Tampoco hay tiempo que perder en realizar lo que fue el objetivo más ostensible del ataque, permitiendo elecciones significativas en enero en Faluya y otras ciudades del intranquilo Triángulo Sunní al norte y oeste de Bagdad. Los sunníes, un 20 por ciento de la población total, no pueden esperar ser el grupo dominante en un Iraq nuevo y democrático, como lo fueron durante la dictadura de Saddam Hussein. Pero sí tienen derecho a esperar que los nacionalistas sunníes representativos estén honestamente incluidos en la asamblea que redactará la constitución y que será elegida en enero.
Los votantes sunníes prospectivos se muestran razonablemente escépticos hacia un sistema político que hasta el momento ha favorecido en todo momento a los partidos chiíes y kurdos que se originaron en el exilio y todavía parece más interesado en conservar el poder y privilegios de estos partidos que acercarse a los sunníes decepcionados e independientes. Esa impresión ha sido fuertemente reforzada por la reciente decisión, contra el urgente consejo de Estados Unidos y de Naciones Unidas, de inscribir en las nóminas de inscripción a los casi cuatro millones de iraquíes que viven en el extranjero, en Irán y otros países. La mayoría de estos emigrantes son chiíes. Además de las enormes dificultades a la hora de asegurar la corrección de los votos de estos emigrantes, esta decisión amenaza seriamente con distorsionar los resultados a favor de los partidos chiíes del exilio.
Los funcionarios electorales iraquíes deberían anular esta decisión y no permitir el voto de los emigrantes. Junto a esto, el gobierno del primer ministro Allawi debería acercarse a los grupos sunníes que están dispuestos a dar pasos que haría posible para ellos pedir a sus seguidores a que participen en las elecciones.
Durante los últimos 18 meses, las nacionalistas sunníes moderados han sido sistemáticamente marginados. Al comienzo de la ocupación, el Ejército iraquí dominado por los sunníes fue disuelto e incluso los funcionarios de nivel medio del Partido Baaz, predominantemente sunní, fueron despedidos de sus cargos y han sido excluidos todos estos meses de ocupar funciones públicas. Los sunníes calificaron al antiguo Consejo de Gobierno y al actual gobierno interino instalados por los norteamericanos de no ser representativos. Quizás el Triángulo Sunní habría surgido como el centro de la resistencia armada de todos modos, pero esos innecesarios errores han ayudado a proporcionarle un ilimitado flujo de nuevos reclutas.
Iniciar medidas más inclusivas hacia los sunníes de Iraq no es solamente un asunto de honestidad. Una nueva constitución escrita sin una participación sunní creíble se podría transformar en una invitación abierta a la guerra civil, que se podría convertir en una guerra regional si Iraq comenzara a fragmentarse en segmentos religiosos y étnicos. El boicot no es inevitable. Pero evitarlo requerirá que los líderes en Washington y Bagdad luchen por una plena participación política sunní de manera tan implacable como sus soldados en las calles de Faluya.
15 de noviembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
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