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vista gorda con violaciones en sudán


[Emily Wax] A pesar de las numerosas denuncias y promesas, el gobierno sudanés no hace nada para frenar las violaciones de sus milicias.
Otash, Sudán. La brisa agitó el pañuelo verde de Katuma Abdullah Adam cuando el jeque y sus ayudantes echaron lentamente agua sobre su casa. Una, dos, tres veces repitieron el ritual mientras la chica de 15, embarazada, lloraba de vergüenza.
"Ahora puedes entrar al paraíso", dijo el jeque, empujando a Katuma a una oscura choza para que pudiera limpiar su cuerpo, junto con su nariz y su boca, como una purificación simbólica del pecado que había sufrido.
Para la familia de Katuma, que fue hace cinco meses violada y dejada embarazada por un miembro de una milicia árabe en una región de Darfur desgarrada por la guerra, esta cura chamanística era la única forma de redención disponible en una situación en que la justicia legal es evasiva, los funcionarios se avergüenzan de discutir la violación y las posibilidades de capturar y llevar a juicio a los agresores son casi nulas.
Mientras el baño ritual no es substituto de un tribunal, según la cultura sudanesa puede ayudar a mitigar los efectos sociales a largo plazo negativos de la violación -el ostracismo público de la víctima, su devaluación como futura novia y el estigma que recaerá sobre todo niño nacido de ese crimen.
De acuerdo a Naciones Unidas y grupos de derechos humanos, miles de mujeres han sido violadas por pistoleros en el curso de un conflicto que dura ya 20 meses y que opone a grupos rebeldes africanos y tropas sudanesas y milicias árabes pro-gubernamentales conocidas como janjaweed. Naciones Unidas dice que han muerto más de 70.000 personas.
En agosto y septiembre, la organización de ayuda médica francesa Médicos sin Fronteras informó que habían tratado 123 casos de violación en Darfur del Sur, 100 de los cuales al menos ocurrieron durante ataques contra aldeas llevados a cabo por hombres armados. Las víctimas dijeron que fueron agredidas a punta de pistola y en algunos casos violadas por grupos de hombres.
A pesar de la amplia documentación disponible sobre violaciones en manos de grupos internacionales y promesas del gobierno de que investigara y llevará a juicio casos de violaciones, la represión de la agresión sexual sigue teniendo poca prioridad oficial. La sociedad sudanesa aísla a las víctimas de violación y considera la violación una profunda vergüenza.
Hay poca confianza pública en la policía y en los tribunales, porque se cree que los milicianos de janjaweed acusados de las violaciones son protegidos del gobierno.
Un reciente informe de Amnistía Internacional, el grupo de derechos humanos con sede en Londres, calificó la violación como "un arma en la guerra de Darfur", a menudo acompañada de insultos racistas, latigazos, desnudo y agresión sexual pública como una forma de humillación. Para los árabes de janjaweed, agredir a mujeres es una manera de mortificar a los grupos de rebeldes africanos, dijo el informe.
Muchas mujeres también han informado que los violadores les han dicho que querían tener bebés árabes y debilitar las líneas tribales africanas.
Amnistía Internacional documentó cientos de casos de violación y describió las horrorosas consecuencias sociales a largo plazo para las mujeres. Pero funcionarios de Naciones Unidas y otros dijeron que las presiones internacionales no han logrado que los funcionarios locales traten los problemas de las mujeres que son víctimas de violación, así como los problemas de salud y embarazos resultantes.
"El gobierno en general niega la escala y la gravedad de los problemas", dijo Louise Arbour, el alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, que visitó Darfur en septiembre pasado. "Hay casos en que las mujeres intentaron poner denuncias en la policía y no fueron tomadas en serio, o simplemente no se hace nada con las denuncias".
En un viaje reciente a Darfur del Sur, los representantes norteamericanos Jesse L. Jackson (demócrata de Illinois) y Jim Kolbe (republicano de Arizona) visitaron campamentos en la región y les contaron que visitarían una "tienda de violaciones" donde las víctimas podían reportar las agresiones. Sin embargo, cuando llegaron al campamento indicado, no existía esa tienda. Los refugiados nunca la habían visto.
Jackson sacudió la cabeza y dijo: "Estos tipos son zalameros profesionales. ¿Qué vamos a hacer con esto?"
Abdullal Abu Bakar, que trabaja para el gobierno y dirige el campo, pestañeó con complicidad y rió, en parte debido a la vergüenza. "No había ningún caso, se lo digo yo", dijo. "Es por eso que cerramos la tienda".

La Inocencia Perdida
Katuma Adam todavía ve a los hombres en sus pesadillas. Fue a fines de mayo, en medio de la temporada de lluvias, cuando los pistoleros de janjaweed atacaron su aldea en Darfur del Norte. Uno de los ellos la sujetó y le metió la mano debajo de su ropa.
"Me penetró y me dolió mucho", contó hace poco, después de la purificación ritual en un abrigo construido de palos y trapos, en un campamento para víctimas de la violencia en Darfur. "No tenía fuerzas. Simplemente cerré mis ojos".
Después, dijo, estaba llena de sangre y llorando. "Tenía mucha, mucha sed y estaba choqueada". Aún no cumplía los quince.
Katuma no tenía a quien recurrir -no había asesoría, ni oficinas de ayuda jurídica, ni ninguna agencia policial que la entendiera. Darfur, una región envuelta en una crisis humana e inundada de refugiados, apenas tiene una fuerza policial que funcione o un sistema judicial.
Durante semanas después del ataque, Katuma permaneció encerrada en su choza, con la cabeza sobre una pila de rocas. Permanecía dentro incluso durante el pesado calor de la tarde, sintiendo demasiada vergüenza como para salir y buscar la sombra de un árbol como las otras mujeres del campamento. Dijo que sentía que sus piernas eran de piedra y la depresión la tenía inmovilizada. Pensaba constantemente en el futuro de su hijo, y en el suyo.
"Nunca encontraré a alguien que me quiera", dijo después de la ceremonia de purificación. "¿Encontraré un marido con esta limpia?" Katuma y su madre, Aisha Bakhet Adam, accedió a ser identificada por su nombre.
Aisha Adam, 43, una robusta viuda con seis hijos, no tiene tiempo para contemplaciones melancólicas. Tiene una misión. Escucha el radio todos los días para seguir los informes sobre la guerra. Sabe cuánta gente ha muerto y los muchos más que han sido desplazados. Y sabe que en cuatro meses su hija dará a luz al hijo de un janjaweed.
Aisha Adam se hace pocas ilusiones sobre las posibilidades de probar la culpabilidad del violador. Lo que necesita es una prueba de la inocencia de su hija, un modo de convencer a los pretendientes potenciales y sus familias que ella no provocó la violación. Un informe de la policía o un caso en tribunales sería lo ideal, dijo, pero no tenía idea de cómo acercarse al gobierno.
Después de pensarlo, decidió que el agua ritual podría ayudar a reducir la vergüenza de su hija y evitar que su hijo nonato se transformara en un paria social.
Así, hace poco, la madre emergió de su pequeña choza, se puso un pañuelo naranja de cabeza y gafas de sol desproporcionadamente grandes y se encaminó penosamente, pero determinada, por los senderos del campamento lleno de escombros hasta que dio con Adam Abdul Karim, un jeque local, que hacía cola para recibir alimentos. Le dijo que necesitaba su ayuda.
"No creo que el gobierno capture a este hombre alguna vez, y no creo que mi hija supere la situación a menos que hagamos algo ahora", le dijo. "Tengo mucha vergüenza, pero estoy tratando de ocultarlo y ayudar a mi hija. Ahora mismo, estamos solas con este problema".
Karim consultó un fajo de apuntes manoseados y propuso hacer un ritual de purificación. Era una costumbre normalmente usada por tribus africanas locales cuando moría el marido de una mujer o si daba a luz fuera del matrimonio. Sería la primera vez, dijo Karim, que se realizaría en este campamento para redimir a una víctima de un asalto sexual.
"Está contaminada, tocada por el enemigo", dijo. "Esto es lo que debemos hacer".

Los Funcionarios No Ven Nada Malo
El gobierno de Sudán dice que toma la violación seriamente, y sus funcionarios dicen que están haciendo esfuerzos sinceros para solucionar el problema. Según la sharia, o ley musulmana, la violación es un crimen grave; la pena es de 10 años en la cárcel y 100 latigazos.
Hace poco, el gobierno también suspendió una ley que exige que las mujeres denuncien una violación ante la policía antes de que puedan recibir ayuda médica. Sin embargo, sigue habiendo una amplia creencia entre los funcionarios de que las víctimas inventan sus historias.
"Esa no es nuestra cultura", dijo Hussein Ibrahim, un ministro que participa en la Comisión de Asuntos Humanitarios del gobierno. "Es imposible y son verdades a medias. Bueno, quizás haya uno o dos casos, como en todas partes, como en Estados Unidos o Inglaterra. Pero no es algo general".
Pero personal médico y activistas de derechos humanos dijeron que estaban consternados e indignados con las sugerencias de los funcionarios de que las víctimas de violaciones estaban inventando historias sensacionalistas. Incluso aunque ya están naciendo los hijos de milicianos violadores, dijeron, no se ha hecho ninguna detención ni se ha llevado ningún caso a tribunales desde que empezó la guerra.
"No creo que sea justo decir que las mujeres lo están inventando", dijo Arbour durante una visita reciente a Kartum, la capital. "Me parecería muy, muy extraño de que las mujeres mintieran, considerando la vergüenza que sufren por decir que han sido violadas. Hay varios niveles de violencia sexual aquí que no están siendo tratados correctamente".
Arbour dijo que ella no veía evidencias de que hubiera una comisión del gobierno investigando las violaciones como habían prometido, y a pesar de hacer citas oficiales, no pudo localizar a ningún miembro de la comisión.
En la choza de Katuma, las ayudantes del jeque le limpiaron la espalda, la cara, la nariz y la boca. Vaciaron jarras de agua por su lado izquierdo, luego por el derecho. El agua goteaba por todo su cuerpo y las lágrimas corrían por sus mejillas. Estaba en una turbia poza de agua.
"No quiero hacer esto", refunfuñó la chica embarazada. "Quiero tenderme". Tímida, le fastidiaba que la miraran, de que la gente supiera. No quiso que se le sacara una fotografía, no quería salir, y dijo que se podría quedar en el campamento toda la vida.
Fuera, un puñado de niños andrajosos espiaban a través de los agujeros en las paredes de paja, muertos de curiosidad. Empujaron con tanta fuerza que casi vuelcan la choza.
En la penumbra, Karim supervisaba el trabajo y asentía satisfecho. Con todo, dijo, la vida de Katuma sería difícil.
"Los hombres quieren que la esposa sea virgen y sin un bebé previo", explicó. "Quizás, en el futuro, en años, la gente entenderá que fue víctima, en la guerra, de un enemigo y que ahora está pura. Pero sería mejor si los tribunales y el gobierno pudieran... poner un ejemplo y decir que fue así y no culpa de las mujeres. Incluso algunas detenciones ayudarían mucho".

8 de noviembre de 2004
19 de noviembre de 2004
©washington post
©traducción mQh

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