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la próxima guerra iraquí 1


[George Packer] La situación en Kirkuk, ciudad kurda. El proceso de arabización durante el régimen de Saddam Hussein.
Luna Dawood tenía 24 años cuando Saddam Hussein la visitó sorpresivamente en su casa de Kirkuk, la ciudad multi-étnica del norte de Iraq. Confiesa que reaccionó como una adolescente. Fue una tarde de octubre de 1983, y dos helicópteros presidenciales aterrizaron en un campo abierto; unos tanques acordonaron las bien cuidadas calles del barrio de clase media de Arrapha, el hogar de los empleados de la Northern Oil Company, una compañía estatal; y Saddam, rodeado por un enorme séquito de guardaespaldas, se asomó por la puerta de cocina de los Dawood. La larga guerra baazista contra los kurdos iraquíes se estaba intensificando y parecía que Saddam quería asegurarse de la lealtad de los que trabajaban en la importante compañía petrolera. Incluso hoy, Dawood, cuyo padre trabajaba en la compañía refinadora, recuerda la visita de Saddam con algo de atolondramiento: se veía guapo en su uniforme militar verde oliva, y se detuvo a admirar la casa y hacer preguntas amables. Su colonia era tan potente que durante días después Dawood no pudo sacarse el olor de la mano con la que había saludado al presidente, y el sofá de la salita olía tanto que tuvieron que regalarlo.
Saddam rehusó el café y los chocolates, pero una pintura representando a una mujer sacando agua de un río bajo la sombra de los árboles, le llamó la atención -el hermano de Dawood, que estaba sirviendo en el frente en la guerra de Irán-Iraq, lo había pintado- y el presidente lo reclamó como regalo. Los Dawood son cristianos asirios, no árabes, y cuando Saddam se dirigió a la madre de Luna en árabe, ella respondió en inglés, que había aprendido de los gerentes británicos de la Iraqi Petroleum Company antes de que fuera nacionalizada por los baazistas en 1972. "Ese tiempo ya pasó", la regañó Saddam. "Tienes que aprender inglés".
En el jardín de los Dawood aparcó un trailer presidencial y los vecinos hicieron cola para hablar en privado con el presidente. Barzan al-Tikriti, el más cercano asesor de Saddam y su hermanastro, ofreció a los solicitantes peticionarios tres mil dinares de una bolsa llena de dinero. Para su eterno pesar, Dawood era demasiado timorata como para entrar al trailer de Saddam. Pero su hermana menor Fula sí lo hizo, y salió con el dinero y un trabajo en la compañía refinadora. Una de las primas de Dawood imploró a Saddam que dejara en libertad a su hermano, que cumplía una pena de prisión de cinco años por haber comparado la cara de un importante funcionario baazista con la de un mono; Saddam replicó que él no podía interferir con el sistema judicial. Luego emergió del trailer y dijo a los residentes reunidos que Iraq estaba en guerra con Irán para proteger la pureza de las mujeres iraquíes de las salvajes tropas del ayatollah Khomeini. Los helicópteros despegaron y todos pensaron que Saddam había salido de Kirkuk.
Pero el trailer siguió en el jardín de los Dawood; su teléfono fue cortado y hombres del servicio secreto se reunieron en la cocina. Sin ninguna explicación, le dijeron a la familia que pasaran la noche en el segundo piso. A las dos de la mañana, incapaz de conciliar el sueño, Dawood se acercó a la ventana y miró hacia el jardín. Como si fuera un sueño, vio salir a Saddam del trailer con una dishdash blanca. Al día siguiente, ya había partido.
El presidente visitó Kirkuk nuevamente en 1990. Este vez su helicóptero aterrizó en la plaza frente a la sede del ayuntamiento. Para entonces, Dawood estaba trabajando allí, como contable, en el departamento de finanzas. Saddam anunció una campaña para embellecer Kirkuk: la ciudadela amurallada -el casco viejo de la ciudad, situada en una meseta al otro lado del lecho del Río Khasa, donde está la parte moderna de la ciudad- sería limpiada, comenzando con el desalojo de las ochocientas o novecientas familias mayormente kurdas y turcomanas que vivían en sus viejas casas. Al día siguiente, cincuenta millones de dólares llegaron a la oficina de Dawood desde Bagdad. Tenía 49 días para revisar títulos de propiedad, algunos de los cuales se remontaban a 1820, y pagar compensación a los propietarios desplazados.
El proceso de desalojar la ciudadela de Kirkuk fue el clímax de una campaña de 40 años conocida entre los iraquíes como la ‘arabización'. Comenzada en 1963, y llevada a cabo hasta la víspera de la invasión norteamericana el año pasado, el régimen baazista de Bagdad deportó a decenas de miles de kurdos -según algunas fuentes kurdas se trató de 300.000 personas- de Kirkuk y la región circundante, desalojó a otras minorías étnicas de sus casas e importó un número similar de árabes desde el sur a Kirkuk. El trabajo de Dawood en el gobierno de la ciudad, que lo ha mantenido desde mediados de los años ochenta, exigía que ella distribuyera los dinares entre las familias despojadas de sus casas, revisara arrugadas actas de propiedad y manejara el tráfico de deportados en el edificio municipal. Era una aceleradora burocrática de la limpieza étnica.
Conocí a Dawood durante un viaje a Kirkuk este verano. Una mujer delgada y enérgica de 45 años, es soltera y, a diferencia de la mayoría de las mujeres iraquíes, lleva ropas occidentales y se comporta con soltura. Tiene los ojos grandes y asustadizos y un tipo de nariz prominente como en las estatuas de Nineveh, y cuando habla sobre la historia de Kirkuk durante el régimen de Saddam su nerviosa sonrisa revela una hilera de dientes picados. "Fue una tragedia que no quiero recordar", me dijo cuando nos reunimos en su oficina. Entonces empezó a recordar todo. "Se trataba de gente pobre", dijo. "Todos llegaron a cobrar el dinero, y veías en sus ojos el tractor que demolía sus casas". La muchedumbre que esperaba la deportación se reunía en el pasillo fuera de su oficina; las mujeres se desmayaban. Si la policía secreta la instruía que retrasara el pago de alguien al que pensaban arrestar, Dawood urgía discretamente a los recalcitrantes a dejar Kirkuk sin el dinero.
Al final de un largo día, un viejo granjero de Kirkuk se acercó al despacho de Dawood. Ella le pasó un formulario de consentimiento que garantizaba la propiedad de la tierra de su familia por parte del gobierno a cambio de varios miles de dinares.
"Primero quiero algo de agua", dijo el viejo antes de firmar el documento. Dawood le dio un vaso. Bebió, firmó el formulario, y cayó muerto en su regazo.
"Las cosas que vi", me dijo Dawood, "no las ha visto nadie'.
Unas semanas antes de la invasión norteamericana en marzo de 2003, el gobierno en Bagdad envió una orden secreta a los funcionarios en Kirkuk: quemar inmediatamente todos los documentos relacionados con el Plan Central de Vivienda -el eufemismo del régimen para referirse a la campaña de limpieza étnica. Los baazistas eran burócratas meticulosos; fuera del edificio del ayuntamiento, los prendieron fuego a tres grandes contenedores de basura llenos de papeles, y la hoguera duró casi 24 horas.
Dawood decidió ignorar la orden. "No puedo quemar esas cosas", dijo. "¿Cómo puedo pagar las compensaciones si se queman los documentos?" Sus motivos no eran enteramente altruistas. Dawood era una baazista (era una exigencia de su trabajo) y quería protegerse a sí misma contra acusaciones de desfalco de los fondos. También confiesa que es una entrometida. "Sabes, me meto en todo", dijo. "Quiero saberlo todo". Así que mintió a su jefe, y en lugar de quemar los documentos los llevó en secreto en su coche hasta su casa en Arrapha, que todavía comparte con Fula y otra hermana soltera. La mayoría de los documentos están ahora en el tejado del ayuntamiento, en una bodega hermética de tejado inclinado de la que sólo Dawood tiene una llave. Una montaña de papeles y polvo que llega hasta la cintura espera todavía llamar la atención de funcionarios iraquíes o norteamericanos, aunque entre los documentos que salvó Dawood hay cartas secretas que revelan los sostenidos esfuerzos del Partido Baaz para transformar Kirkuk, de la más diversa ciudad de Iraq, en un lugar dominado por árabes leales al régimen. (La política de arabización no fue nunca hecha pública).
Desde la invasión norteamericana, Kirkuk se ha transformado en el escenario de una lucha étnica por el poder. Algunos observadores dicen que la ciudad podría servir de modelo para la unidad nacional o desencadenar una guerra civil; se compara a Kirkuk con Nueva York y, más a menudo, con Sarajevo. Cómo corrija el nuevo Iraq las injusticias históricas registradas en las actas de Dawood revelará mucho sobre el tipo de país en el que los iraquíes elijan vivir -en el caso de que siga siendo un país en absoluto.
En la bodega, Dawood se hizo paso a través de los documentos, deteniéndose a examinar algunos con una especie de desesperado afecto, como una madre con demasiados hijos rebeldes. "Mira, mira, ¿cuántos son?", gritó. "¿Cómo pude hacer todo esto? ¿Sabes todo lo que tengo en mi cabeza? ¡Todo esto! ¡Todo esto! ¡Tengo que decírselo a alguien!"

Kirkuk se eleva a los pies de las Montañas de Zagris, no lejos de la frontera sur del Kurdistán, una región autónoma que se liberó del control baazista en 1991. Los vastos campos de petróleo en las afueras de la ciudad constituyen casi el 7 por ciento de las reservas totales de Iraq. En parte, el programa de arabización tenía por objetivo afianzar el control de Bagdad sobre este valioso recurso, pero principalmente el régimen de Saddam estaba motivado por la ideología. La historia y la demografía de Kirkuk eran una afrenta a los sueños fascistas del Partido Socialista Árabe Baaz. Kirkuk es una densa y cosmopolita ciudad a lo largo de la ruta comercial entre Constantinopla y Persia, y sus capas de sucesivas civilizaciones no tenían nada que ver con la gloria árabe. En los mercados de la ciudad y en la ciudadela los vecinos todavía viven y se mueven en barrios cerrados, y los visitantes encuentran una variedad de caras, maneras tolerantes, presencia femenina pública y la poliglota vida callejera de una ciudad mixta. Kirkuk está más cerca de Estambul que de Bagdad.
Un historiador local, un viejo árabe llamado Yasin Ali al-Hussein, me dijo que Kirkuk fue construido por esclavos judíos en cautiverio babilónico; aunque los estudiosos disputan esta versión, hasta la creación de Israel en 1948 varios miles de judíos vivían en la torcidas callejuelas de la ciudad, muchos de ellos cerca del viejo zoco a los pies de la ciudadela. Una iglesia armenia se remonta al primer milenio. (Los cristianos constituyen gruesamente un cinco por ciento de la población). En el siglo cuatro antes de Cristo, Xenofonte observó la presencia de un grupo étnico que podían haber sido kurdos. Los turcomanos de Asia Central, étnicamente distintos de los turcos, llegaron a la región hace unos mil años. Durante el imperio otomano, que se estableció en la ciudadela en el siglo dieciséis y duró hasta la llegada de las tropas británicas durante la Primera Guerra Mundial, muchos turcomanos educados se transformaron en funcionarios imperiales. Hace más de un siglo, los inmigrantes árabes empezaron a establecerse en los alrededores de Kirkuk, la mayoría de las veces en las tierras agrícolas al oeste y al sur de la ciudad; estos ‘árabes originarios' son distintos en casi todo a los importados por el régimen baazista. E.B. Soane, un agente del servicio secreto británico que viajó por Mesopotamia en los años previos a la Primera Guerra Mundial observó: "Kirkuk es así una colección de todas las razas del oriente de Turquía -judíos, árabes, sirios, armenios, caldeos, turcos, turcomanos y kurdos- y por consiguiente disfruta una considerable ausencia de fanatismo".
El fanatismo es el legado de la política de arabización de Saddam. Cada aspecto de la historia de Kirkuk está siendo ahora violentamente debatido. Los kurdos, los árabes y los turcomanos se reclaman todos de la primacía étnica en una ciudad donde solo hay pluralidades. (De acuerdo al censo de 1957, realizado antes de que empezara la arabización, un 40 por ciento eran turcomanos, y 35 por ciento, kurdos). Ali Bayatli, un abogado turcomano, insistió en que su pueblo descendía directamente de los sumerios y por tanto los primeros habitantes de Kirkuk, con derechos no especificados. Los políticos kurdos han lanzado dos lemas que terminan con el argumento de que "Kirkuk es el corazón de Kurdistán" y "Kirkuk es la Jerusalén de los kurdos". Los árabes, entretanto, están enfadados por la repentina pérdida de poder que sufrieron tras el desalojo de Saddam. La visión que tiene Luna Dawood del futuro, es pesimista. "Esta guerra no terminará nunca", dijo. "Todo el mundo dice que Kirkuk nos pertenece: los árabes, los kurdos, los turcomanos. ¿A quién pertenecerá? Queremos que Estados Unidos se quede aquí y cambie la manera de pensar mentes: que enseñe lo que es la libertad, lo que es humano. Eso es lo que nuestro pueblo no sabe. Son animales".

A veinticinco kilómetros de la ciudad, en una carretera que va al noroeste, conocí a Muhammad Khader, un campesino kurdo que estaba trabajando la una azada una plantación de verduras justo a un grupo de casas de aspecto arruinado. Khader había vuelto hace poco del área de Erbil, una ciudad en el Kurdistán, donde trabajaba como carnicero. Después de la invasión norteamericana, él y sus dos esposas, diez hijos y 25 otros familiares siguieron a los soldados norteamericanos y kurdos hacia Iraq al sur, con el objetivo de reclamar Amshaw, su pueblo ancestral, ocupado por colonos árabes. Khader, que llevaba unos pantalones kurdos tradicionales, que ven bien apretados en la cintura y tobillos, pero cuelgan holgadamente sobre las piernas, me llevó a las colinas en los alrededores. Era primavera, y el vivo pasto verde rebosaba de flores silvestres amarillas y rosas rojas, que son los trágicos emblemas de la poesía kurda.
"Aquí estaba la aldea", dijo Khader, señalando un paisaje de montículos cubiertos de hierba en las laderas de la colina. Cascos de cerámica de terracota yacían en el suelo. "Aquí estaba nuestra casa", prosiguió. "Exactamente aquí". Más arriba en la colina, un campo de lápidas irregulares marcaban el cementerio de la aldea.
En 1961, empezó la primera fase de una larga guerra entre el gobierno central de Iraq y las guerrillas kurdas, conocida como peshmerga. Los rebeldes kurdos exigían derechos lingüísticos y culturales, control sobre la seguridad regional y asuntos económicos, y autoridad sobre Kirkuk y su petróleo. En 1963, después del golpe de estado que primero llevó a los baazistas al poder, soldados iraquíes Amshaw y otras aldeas. Khader tenía tres años. "Lo recuerdo como un sueño, un mal sueño, con niños llorando y gente peleando y muriendo", dijo. Los aldeanos huyeron hacia el norte y fueron obligados a retirarse completamente hasta Erbil. Amshaw fue arrasada. En los años siguientes, la tierra alrededor de Amshaw fue distribuida entre tribus árabes del sur, y se construyeron nuevas casas para colonos árabes.
Le pregunté a Khader si su familia había sido compensada por las pérdidas.
"¿Te estás riendo de mí?", dijo, mirándome incrédulo. "Se llevaron todo. ¿Ves cómo voy ahora? Así fue como nos dejaron -ni mantas, ni nada".

Sabiha Hamood y su marido son árabes que trasladaron a sus familias a Kirkuk desde Bagdad a fines de los ochenta, atraídos por la vivienda gratuita y diez mil dinares. "Los árabes como nosotros son los beneficiarios", dijo Hamood. "Llegamos aquí a vivir en una casa. Mi marido trabajaba en el ministerio de Vivienda, pero no teníamos suficiente dinero para comprar una casa". Como Hamood, la gran mayoría de los beneficiarios son chiíes, y muchos trabajaban en las fuerzas armadas, en el aparato de seguridad del estado o en el servicio civil. La casa que le ofrecieron a la familia de Hamood estaba en barrio de clase media turcomana llamado Taseen, al otro lado de la base aérea de Kirkuk. Hamood se convenció a sí misma de que el antiguo propietario de su casa había sido magníficamente resarcido y no guardaba rencor.
Varias puertas más abajo hay una casa de dos pisos que perteneció en el pasado a la familia de Fakheraldin Akbar, una mujer turcomana que trabaja con Luna Dawood en el departamento de finanzas. Un día de 1988, la familia recibió una carta del gobierno anunciando que se iba a construir una línea férrea a través del barrio. "Nos dieron tres días", recordó Akbar. "Al segundo, había policías esperando en la puerta. Sacamos nuestros muebles y nos fuimos a vivir con una tía que vivía en el camino a Bagdad". A la familia le entregaron una suma de dinero que representaba menos de un cuarto del valor de la casa. La vía férrea no se construyó nunca. Hace cuatro o cinco años, al asistir a un funeral en su viejo vecindario, Akbar decidió ir a mirar la casa por primera vez desde la expulsión de la familia. "Me dije a mí mismo: ‘Voy nada más que a mirar por la puerta. No hablaré con ellos. ¿Para qué? No los conozco, ellos no me conocen". Los beneficiarios a los que les dieron la casa habían pintado la bonita puerta de calle de madera.
La limpieza étnica en Kirkuk se hizo poco a poco, pero los baazistas seguían un plan maestro. Su objetivo era transformar a Kirkuk en una ciudad preponderantemente árabe, con un cordón de seguridad de barrios árabes rodeándola, especialmente a lo largo de vulnerables flancos norte y este, frente a Kurdistán. Se prohibió a los kurdos legalmente construir, comprar o reparar casas en Kirkuk. Toda familia kurda que no pudiera probar que vivía en Kirkuk antes del censo de 1957 no tenían derecho legal a vivir allí, lo que significó que miles de kurdos fueron desplazados a refugiarse en campamentos en Kurdistán o en el sur de Iraq. A algunos les dieron la opción de dejar la ciudad o transformarse en árabes. Esto era llamado "corregir" la nacionalidad, y muchos kurdos y turcomanos aceptaron pasar por la humillación para poder quedarse en Kirkuk o no perder el trabajo o sacar un permiso para hacer negocios. Entretanto, un vecindario kurdo tras otro estaba siendo demolido, siempre para ensanchar una carretera, construir una fábrica de municiones, ampliar una base. Después de 1980, se prohibió la enseñanza en las escuelas de la ciudad de otras lenguas que el árabe. Los kurdos y otros no-árabes fueron excluidos de posiciones en la administración; antes de la guerra, de acuerdo a un funcionario kurdo, la compañía refinadora tenía once mil empleados, 18 de los cuales eran kurdos.
En Kirkuk la urbanización sólo se permitía en una sola dirección: sur, hacia Bagdad. Los vecindarios arabizados que surgieron tuvieron un efecto letárgico sobre el abandonado pueblo, donde las mujeres son cubiertas con abayas negras que cubren todo el cuerpo; los nuevos edificios fueron construidos en un insulso cemento a lo largo de calles amplias y vacías. Los pocos vecindarios kurdos y turcomanos que quedaron en el centro de la ciudad después de la demolición, fueron ahogados con el tráfico y privados de parques, desagüe, y transporte público. Con los años, diez o doce familias se amontonaban en complejos desvencijados que habían sido construidos para dos o tres familias. El lecho seco del río estaba lleno de basura.
El clímax en la persecución por el régimen de los kurdos ocurrió en 1988, cuando se diezmó a la población de los pueblos kurdos en las montañas de las provincias del norte, alcanzando proporciones genocidas con el uso de armas químicas contra los civiles de Halabja. Hacia finales de ese año el gobernador de Kirkuk escribió una carta al funcionario baazista a cargo de la arabización, Taha Yasin Ramadan, el que, además de ser un amigo de toda la vida de Saddam, es kurdo. (Los iraquíes lo conocen simplemente como ‘el Carnicero'). Esta carta, que estaba entre los documentos que Luda Dawood había rescatado, entrega un informe sobre una intensa fase de una campaña de limpieza étnica en Kirkuk, del 1 de junio de 1985 al 31 de octubre de 1988. "Nos place informarle que hemos seguido las estrictas órdenes e instrucciones que hizo para nuestro trabajo, lo que nos llevó a trabajar más duramente para servir a los ciudadanos, los hijos del valeroso jefe de la victoria y la paz, presidente el Patriota Saddam Hussein (que Dios le proteja)", escribió el gobernador. Lo que sigue es un detallado conteo estadístico: 19.146 personas desalojadas de pueblos "prohibidos por razones de seguridad"; registro de documentos de 96.533 trasladadas de Kirkuk a la provincia Erbil en preparación de la deportación; 2.405 familias de desalojadas cercanas a las instalaciones petrolíferas; 10.918 familias árabes, incluyendo 53.834 personas, trasladadas a Kirkuk desde otras provincias; 8.250 parcelas de propiedades residenciales y 1.112 casas asignadas a familias árabes transferidas desde otras provincias. La carta observaba que estos desalojos, transferencias y distribuciones producía un beneficio neto de 51.862 árabes en la provincia y una pérdida neta de 18.096 kurdos durante este período, transformando a los árabes por primera vez en el grupo más grande de Kirkuk. La fase final de la arabización había empezado, el gobernador informa como conclusión: "Ahora está tomando lugar el proceso de desalojo del centro de la ciudad".
Hace dos años, justo antes de la invasión de Kuwait, Saddam, anunció frente a la sede del gobierno municipal de Kirkuk que se sacaría de la ciudadela toda vida humana. De acuerdo a Gha'ab Fadhel, director del museo arqueológico de Kirkuk, que supervisó la demolición de los edificios, el propósito del proyecto en la ciudadela era simplemente excavar y restaurar los antiguos monumentos. Las 850 casas de la era otomana en el sitio estaban mal mantenidas, en pésimas condiciones sanitarias debido al hacinamiento y en su mayor parte ocupadas por inquilinos pobres. "Su desalojo no tuvo nada que ver con política", insistió. Pero la ciudadela era el corazón de la ciudad. Durante el festivo musulmán de eid, los cristianos se unieron a los musulmanes para celebrar en la Tumba de los Profetas, un antiguo santuario donde están enterrados, según las tradiciones apócrifas, Daniel y Ezra. A modo de reciprocidad, los musulmanes celebran también los festivos cristianos.
En el zoco cerca de la ciudadela, el propietario turcomano de una tienda de ropa femenina recordó que hace algunos años en la ciudadela se celebraban muchas fiestas. En las tranquilas tardes del verano, dijo, el olor a carne asada flotaba hasta en el mercado. "Según supe, allá vivían turcomanos", dijo.
"¿Por qué dices eso?", preguntó un cliente kurdo. "Nosotros también vivíamos allá".
Al otro lado del callejón donde está la tienda, una mujer turcomana que vende zapatos y bolsos me dijo: "Nosotros fuimos la última familia en salir de la ciudadela". Su padre, un rico mercader en semillas, tenía una casa grande por el lado de la puerta oeste, que daba al río. En la ciudadela, construyó casas para los judíos que trabajaban para él como escribientes. "Teníamos relaciones con mucha gente en la ciudadela", dijo. "Más que vecinos, éramos una familia". Un día, los baazistas llamaron a la puerta: le dieron a la familia un mes para abandonar la casa. "La ciudadela era el barrio más bonito de la ciudad", dijo. "Yo pasé mi infancia ahí. La veía todos los días". Señaló los restos de una muralla de piedra, cubierta de pasto marchito, apenas visible sobre las tiendas al otro lado del callejón.
Las últimas casas de la ciudadela fueron destruidas en 1998. Desde entonces, nadie ha vivido allá en los últimos ocho años, y no se permitía a nadie entrar en la ciudadela, excepto los miembros de una unidad de la Guardia Republicana, que ocuparon posiciones en la ciudadela para reprimir una revuelta o un ataque. El año pasado, cuando un contingente de peshmergas kurdos y soldados norteamericanos de las Fuerzas Especiales entraron a la ciudad por el norte, el sueño de un Kirkuk árabe se derrumbó como un castillo de naipes.

27 de noviembre de 2004
©new yorker
©traducción mQh
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