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LA PRÓXIMA GUERRA IRAQUÍ. SEGUNDA PARTE - george packer


La solución del problema kurdo determinará el futuro, y la forma de sociedad del nuevo Iraq.
Semanas después de la liberación de Kirkuk, en abril de 2003, Jordan Becker, un teniente de 20 años de la Brigada Aerotransportada Nº173, fue enviado por el comandante de su compañía a solucionar un problema en Arrapha, el vecindario donde vive Luna Dawood. Entre los miles de deportados kurdos que habían vuelto a Kirkuk a reclamar sus casas y tierras -en algunos casos expulsando a sus ocupantes árabes; en otros, los ocupantes ya habían huido- había 67 familias que ocuparon las elegantes casas que habían sido abandonadas por importantes funcionarios baazistas. Estos kurdos habían estado viviendo durante años en campamentos de refugiados en las colinas de los alrededores de Suleimaniya, una de las capitales regionales de Kurdistán. Becker, que tenía toda una estantería llena de libros sobre el idioma kurdo e historia de Oriente Medio en su tienda de campaña en la base norteamericana, tenía la misión de decirles a los kurdos que tenían que desalojar esas casas. En la primera casa que visitó, la esposa juró que si los norteamericanos la obligaban a abandonar la casa, se prendería fuego.
Becker volvió a la base y se reunió con su capitán. Decidieron que lo intentara de nuevo, pero esta vez Becker, un californiano del sur de ojos azules con el cuerpo de un jugador de fútbol americano, dejó su chaleco antibalas en la base; bajo su nueva apariencia menos amenazante, estuvo hablando con la familia durante dos horas. "Lo que aprendí con esa gente es que tienen un sentido de la historia, y paciencia histórica", dijo. "Han pensado en lo que es mejor para su comunidad, y cuando les convences de que lo que están haciendo va a crear una cuña entre su comunidad y los árabes, y entre su comunidad y los norteamericanos, se dan cuenta de que no era eso lo que querían hacer". El argumento que presentó Becker a los kurdos era abstracto: "Si tienes una casa en un país que es inestable y violento, todo lo que tienes es una casa. Pero si tienes una casa en un país que es estable y que vive bajo la ley, entonces tienes mucho más que una casa". Luego presentó su interpretación de manera más concreta. "Nada más que porque has ganado la guerra no te da derecho a hacer lo que quieres. Si prefieres apoyar la ley en lugar de la ley de los vencedores, estarás invirtiendo en el futuro de Iraq". Becker sonrió. "Y me dijeron: ‘Eso está bien'".
Los okupas kurdos dejaron Arrapha. Eso ocurrió en las primeras semanas, cuando los kurdos consideraban a los norteamericanos como salvadores y estaban dispuestos a postergar sus reivindicaciones un poco más. Durante mi visita a Kirkuk este verano, la paciencia histórica de los kurdos se estaba agotando. En su discurso a la familia en Arrapha, el teniente Becker había formulado una política de gobierno de la ocupación mejor que cualquiera de los oficiales superiores: las viejas disputas deben ser resueltas en litigios legales, no por la fuerza; mientras no haya leyes nuevas en vigor, debe mantenerse el status quo. Sin embargo, a más de un año del derrocamiento de Saddam, apenas si un mecanismo jurídico para resolver disputas sobre derechos de propiedad particulares se ha puesto en funcionamiento. En lo que se refiere a un solución política mayor sobre la posición de Kirkuk, el gobierno de la ocupación ha evitado por completo el tema, y la Constitución interina firmada en marzo por el antiguo Consejo de Gobierno declaró que el futuro de Kirkuk no se resolverá mientras no haya una Constitución permanente. Entretanto, las tropas norteamericanas en la ciudad funcionan, como me dijo un soldado, "como un portero metido en medio de una viciosa pelea de bar". Kirkuk sigue peligrosamente en una situación de impasse, mientras los hechos que podrían forzar un resultado drástico se acumulan sólidamente en la zona.
Desde la invasión, más y más árabes han sido desalojados de sus casas. Un informe de la organización de refugiados Global IDP calcula el número total de árabes desplazados en el norte en unos 100.000, aunque la ausencia de organizaciones internacionales en Iraq hace imposible tener cálculos precisos. Dentro de las barracas y hangares de helicópteros bombardeados de la base de la Fuerza Aérea iraquí al noroeste de Kirkuk, cerca de la base norteamericana, encontré a un grupo de okupas árabes. Dos viejos que hablaron a nombre de las 52 familias allí dijeron que milicianos kurdos los habían expulsado de Amshaw, la pequeña aldea que yo acababa de visitar.
"Tenemos gente joven que creen que Amshaw les pertenece", dijo uno de los árabes, Ali Aday. "Yo les digo: ‘Hijos, ellos dicen que pertenece a los kurdos'. Ellos dicen: ‘¿Y cómo? Nosotros nacimos y nos criamos en esas casas'". El viejo señaló que la cantidad de familias kurdas que se habían instalado en Amshaw era apenas la mitad de los árabes que habían huido -había suficientes casas en Amshaw para que 25 familias árabes volvieran y vivieran junto a los kurdos. "Simplemente queremos saber quién nos dará nuestros derechos", dijo Ali Aday. Los soldados norteamericanos en la región habían dado a los refugiados árabes mantas y comida, y les dijeron que se quedaran donde estaban hasta que el problema se solucionara de acuerdo a la ley. "¿Dónde está el gobierno que respetará nuestros derechos? ¿Es el gobierno norteamericano? ¿El gobierno iraquí? No lo sabemos. No es posible simplemente dejarnos aquí sin derechos".
A un kilómetro y medio de allí, un desolado campamento de 17 tiendas se erige junto a un fortín norteamericano. Una raída bandera turquesa con una medialuna blanca y una estrella -el símbolo del militante Frente Turcomano Iraquí- colgaba lánguidamente en el calor. El campamento también es simbólico -las tiendas estaban vacías-, pero un puñado de hombres hacía la guardia. Eran turcomanos que habían sido expulsados de Bilawa en 1980, un asentamiento cercano. Me mostraron copias de actas de propiedad de 1938, imágenes en negativo de documentos británicos; también tenían actas de la época de los otomanos, dijeron. Parte de su propiedad había sido tomada por la base de la Fuerza Aérea, y otra estaba ocupada por un árabe rico, que se negaba a abandonarla. Los turcomanos también reclamaban la tierra donde los refugiados árabes alojaban en los hangares de helicópteros. Era difícil imaginar una solución para todo esto.
"La solución es que la gente se vuelva a sus lugares de origen", dijo un turcomano. "¿Dónde vivían todos estos árabes antes de Saddam? Esa es la solución. Queremos que las cosas vuelvan a estar como antes de Saddam".
Al otro lado de la ciudad, cientos de familias kurdas se han instalado en los túneles y debajo de las tribunas del estadio de fútbol de Kirkuk, que fue construido en un barrio kurdo demolido. En un polvoriento campo junto al estadio, cientos de otras familias viven en tiendas. El director de una organización de refugiados kurdos calculó que 9.000 familias han retornado a Kirkuk. La mayoría de ellas fueron expulsadas de Kirkuk hace más de una década o más -llevadas en camiones del gobierno hacia la frontera provincial y abandonadas a lo largo del camino- y han vivido desde entonces en campamentos de refugiados. Otros como ellos vuelven a Kirkuk día tras días -en agosto, según un informe, 500 personas al día- incluso aunque las condiciones de vida son miserables y los norteamericanos, los grupos de ayuda internacionales y el gobierno local no les han ofrecido ningún tipo de ayuda. Un kurdo llamado Farhad Muhammad se hizo eco de lo que los árabes desplazados me habían dicho. "No sé quién nos dará una casa, porque hay muchos gobiernos en Iraq", dijo. "Esperamos que el nuevo gobierno no sea como el de Saddam".
A pesar de la escasez de viviendas en Kirkuk, los partidos políticos kurdos han empezado a acelerar el retorno de los kurdos en previsión del censo y las elecciones iraquíes. Los empleados del gobierno kurdos en Suleimaniya han recibido la orden de volver a Kirkuk, y se les ha prometido que se les continuará pagando sus salarios hasta que encuentren nuevos trabajos. En Erbil, en junio, 40 familias kurdas originarias de Kirkuk fueron obligadas a desalojar el edificio donde habían vivido como refugiados durante 40 años y que un hombre de negocios bien conectado políticamente quiere transformar en un supermercado; les dieron tres mil dólares por familia y enviados de vuelta a su pueblo natal. En julio, encontré a varios de ellos viviendo en Kirkuk, construyendo ilegalmente casas en los viejos vecindarios kurdos de Azadi y Rahimawa. Algunos líderes árabes alegan que los kurdos, incluyendo algunos que nunca han vivido en Kirkuk, se están trasladando a la ciudad en un intento de inclinar la balanza étnica. Uno de ellos llamó a la campaña un intento de "kurdización".
Entretanto, los beneficiarios árabes están abandonando la ciudad. Sabiha Hamood, la mujer que llegó con su familia desde Bagdad en los años ochenta, vendió su casa la primavera pasada, aprovechando los inflados precios que los kurdos ricos están dispuestos a pagar por casas cómodas. En Qadisiya, un barrio al sur de la ciudad que fue construido durante la arabización, encontré a unos árabes asistiendo a un funeral. Me llevaron a una sucia casa de bloques en la que se hacinaban tres familias que habían sido desalojadas de sus casas. En el vecindario adyacente, dijeron, unas cien familias árabes habían vendido sus casas a kurdos y abandonado la ciudad. Los hombres eran chiíes, antiguos agentes de policía y soldados, ahora en el paro y llenos de quejas. Riyadh Shayoob, que llegó a Kirkuk desde Basra en 1986 cuando tenía cinco años, había sido sacado de su casa en un área kurda y no le habían aceptado en la nueva fuerza policial iraquí. Vivía pobremente vendiendo chucherías en el zoco, donde los kurdos lo despreciaban y amenazaban. Algunos de ellos, contó, vendían, mofándose, discos compactos con imágenes de prisioneros árabes torturados en la prisión de Abu Ghraib. "Me dijeron: ‘Vuelve a tu tierra. No te quedes en Kirkuk'", dijo Shayoob con una sonrisa melancólica, "Antes, yo tenía amigos kurdos, pero ahora no me ayudan. Se han puesto contra mí".
Me dijeron que los trabajos en el gobierno se los daban casi exclusivamente a kurdos. El nuevo gobernador y el jefe de la policía son kurdos, y todos los canales de televisión son kurdos; los árabes están siendo sacados de la ciudad, y no cuentan con nadie con poder que los defienda -la larga lista de quejas árabes se parecen sorprendentemente a los predicamentos de los kurdos en Kirkuk durante el régimen de Saddam. Para esos hombres, los kurdos eran ahora los beneficiarios. "Hay más injusticia ahora que bajo Saddam", insistía un hombre barbudo de aspecto agresivo, llamado Ethir Muhammad. "Incluso si Saddam hizo todas esas cosas, ¿es culpa nuestra? Nosotros no les hicimos nada".
En Kirkuk, el conflicto árabe-kurdo ha sido intensificado por la resistencia contra el gobierno iraquí, que ha empeorado en los últimos tiempos: en las últimas semanas, dos atentados con coches-bomba en Kirkuk causaron la muerte de al menos 40 personas. Los kurdos son a menudo considerados colaboracionistas de los norteamericanos, mientras muchos de los árabes importados simpatizan con las fuerzas de la resistencia sunní o chií. Moqtada al-Sáder, el radical clérigo chií, ha dicho que los kurdos son musulmanes apóstatas y serán condenados; en el verano, varios cientos de kurdos llegaron a Kirkuk huyendo desde Samarra y otras ciudades árabes después de haber sido denunciados en las mezquitas sunníes como traidores. Los árabes en la casa de bloque eran partidarios del representante de Sáder en Kirkuk, cuya mezquita fue allanada en mayo por soldados norteamericanos. (Descubrieron un alijo de armas y arrestaron a 30 personas). Todos prometieron quedarse en la ciudad. "Kirkuk se ha transformado en una jungla", dijo Ethir Muhammad. "Si alguien me quisiera obligar a marcharme, lo mataría yo a él o él a mí. Es la ley de la selva".
Entre los árabes importados escuché varias historias de conspiraciones -que las fosas comunes del régimen de Saddam son de hecho sitios arqueológicos de miles de años de antigüedad, que las armas químicas con que se bombardeó Halabja eran en realidad sacos de yeso. (Esta teoría la propuso un bombero empleado por la compañía refinadora, cuya casa en Arrapha da directamente a un terreno de la antigua mansión de Ali Hassan al-Majid -conocido, desde que dirigió el bombardeó con gases contra los kurdos, como el Químico Ali). Una mujer árabe, maestra jubilada de la sureña ciudad de Kut, dijo: "Iraq forma parte de una nación árabe, no de la nación kurda. Los kurdos son invitados en Iraq - ¿y ellos quieren echar a los árabes ahora?" Pocas veces oí un reconocimiento de los crímenes que cometieron los árabes contra los kurdos en Kirkuk, o ninguna expresión de vergüenza de haber sido beneficiarios. Esto sólo profundiza la convicción entre los kurdos, especialmente entre los deportados que han retornado, de que no es posible vivir con los árabes importados de Kirkuk.

El plan kurdo para Kirkuk es absolutamente claro. Todos los árabes importados deben marcharse -incluso aquellos que nacieron en la ciudad. El gobierno debería pagarles compensaciones, y quizás darles tierra y trabajo en sus provincias de origen, pero permitir que sigan en Kirkuk sería justificar la injusticia de la arabización. Una vez que los deportados kurdos se hayan reasentado y el balance demográfico original de la provincia haya sido restaurado, la región de Kirkuk será censada. (El censo de 1957 mostró que casi un 50 por ciento de la población era kurda). El resultado de este censo por hacer tiene para los kurdos una conclusión anticipada: ellos serán la mayoría de la provincia. Igualmente previsible es el resultado del referéndum que se hará seguidamente: la provincia de Kirkuk votará para unirse a la región de Kurdistán, y la ciudad estará incluida.
Nada de esto aparece en la Constitución interina de Iraq. El artículo 58, que especifica los ‘Pasos para reparar injusticias', es adrede vago sobre el futuro de Kirkuk. Pide que "la injusticia causada por los métodos del antiguo régimen al alterar el carácter demográfico de ciertas regiones, incluyendo Kirkuk", sea reparada. Afirma que "los individuos introducidos recientemente en regiones y territorios específicos... pueden ser reasentados, recibir compensación del estado, nuevas tierras del estado cerca de sus lugares de residencia en las gobernaciones de donde provenían, o pueden recibir compensación por los costes de trasladarse hacia esas áreas". (No dice "deben"). La condición de ciudades disputadas como Kirkuk será aplazada hasta después del censo y una Constitución permanente, "consistente con el principio de justicia, tomando en cuenta la voluntad de los habitantes de esos territorios". Este lenguaje insulso plantea más preguntas que respuestas. ¿Requiere la justicia sólo que se restaure la propiedad confiscada, o también requiere que se restaure la demografía de Kirkuk al período anterior a la arabización? ¿Obligar a los árabes a volver a las ciudades "de donde provenían" no crea nuevas injusticias y perpetúa el ciclo de venganzas?
Aunque no ha habido nada parecido al baño de sangre colectivo y apocalíptico que algunos predijeron, varias manifestaciones en Kirkuk se han tornado violentas, y los líderes de Kirkuk han sido víctimas de una campaña de asesinatos. La mayoría de los oficiales asesinados eran kurdos, aunque uno era un concejal provincial árabe; hace una semana, un jeque árabe que había ocupado unas tierras en litigio en los alrededores de Amshaw fue emboscado y matado. En estos casos rara vez se hacen detenciones. Los kurdos de Kirkuk sospechan de agentes de inteligencia turcos; el gobierno turco ha dicho repetidas veces que un intento de apoderarse del poder por parte de los kurdos en Kirkuk sería considerado como el preludio de un estado independiente y por eso una amenaza para Turquía, que tiene su propia minoría de kurdos rebeldes. En julio, el ministro de Exteriores turco, Abdullah Gul, comparó Kirkuk con Bosnia e hizo una advertencia velada: "Todos saben que este es el problema que se puede transformar en el más grande dolor de cabeza para Iraq".

Hasib Rozbayani es el vice-gobernador para el re-asentamiento y compensación, el funcionario responsable de los refugiados retornados. Rozbayani es el principal portavoz de las emergentes políticas para revertir la limpieza étnica. Pasó años enseñando ciencias sociales y estadística en el exilio de Suecia, y, con una indócil cabeza de cabellos rizados, gafas y el hábito de mascullar las preguntas a medida que habla, tiene un apacible aire de profesor. Cuando hablamos en la salita de su casa, estaba descalzo y llevaba pantalones deportivos y la camisa fuera de los pantalones, y se la pasó cogiendo distraídamente la pistola automática que yacía en el sofá junto a él, sobresaltándose y poniéndola de nuevo en el sofá. Apoyado contra su equipo estéreo había un Kalashnikov.
Rozbayani no dejó dudas sobre el futuro de los árabes importados. Su partida de Kirkuk es necesaria por varias razones, dijo, incluyendo razones psico-sociales: los árabes sufren de un complejo de culpa, ya que la mayoría de ellos son criminales y antiguos baazistas, lo que les dificulta la idea de quedarse; saben que no pertenecen a la ciudad y no tienen amigos entre los otros grupos; su continuada presencia sería una provocación para los kurdos, y provocaría a conflictos sociales. Además, el desempleo es ya bastante alto en Kirkuk.
Los beneficiarios que no hayan dejado Kirkuk antes del censo y el referéndum no podrán votar allá, dijo Rozbayani. No cree que para entonces vivan muchos árabes en Kirkuk. "Tienen que marcharse", dijo. Árabes importados tienen que marcharse incluso si nadie reclama sus casas o tierras, porque su falta es colectiva. Después del censo y del referéndum sobre el estatuto de Kirkuk, me dijo, los árabes podrán volver a la región -de visita.
Le conté a Rozbayani sobre una pareja que había conocido: el marido llegó desde el centro de Iraq en los años sesenta; la esposa es una "árabe originaria" cuya familia ha vivido en Kirkuk durante generaciones. Sus hijos se han criado con niños de una familia kurdo-turcomana vecina. ¿Qué pasará con esa pareja?
"Tienen que marcharse", dijo.
"La esposa es nativa de Kirkuk".
"Puede marcharse con él".
Mis preguntas le parecieron a Rozbayani un humanitarismo equivocado, y me lo devolvió. "Por supuesto, yo acepto la idea de fraternidad y amistad", me aseguró. "Pero sabemos que los árabes se han apoderado de tierras, ocupado tierras, han ido casa por casa investigando a la gente, ejecutando a la gente, llevándose sus hijos, sus hijas -¿y tú me dirías: ‘Bienvenido, Iraq es de todos? Es divertido".
Gran parte del descontento de Rozbayani y otros kurdos se dirige contra la coalición encabezada por los norteamericanos. Esperaban algo más estudiado que la imparcialidad de Estados Unidos. Un peshmerga que ahora vive en una casa abandonada en Amshaw me preguntó: ‘¿Por qué nos tratan igual que a otros iraquíes, incluyendo a los de la Guardia Republicana, mientras que somos vuestros amigos?'"

La primera representante de la Autoridad Provisional de la Coalición APC en Kirkuk y partidaria de Paul Bremer, el jefe de la APC, más influyente de la ciudad era Emma Sky, una delgada inglesa de ojos marrones, de 36 años. Sky habla algo de árabe y trabajó en el pasado en Cisjordania, con palestinos; aunque se opuso a la invasión de Iraq, se ofreció de voluntaria para unirse al gobierno de la ocupación. Al llegar a Kirkuk, se dio cuenta de que la tarea más urgente era asegurar a los enajenados árabes y turcomanos que la actitud triunfalista de sus vecinos kurdos no significaba que no hubiera futuro para ellos. A medida que recorría la provincia, su prestigio entre los árabes subió enormemente. Ismail Hadidi, el vice-gobernador y árabe originario, la elogió de la manera más honrosa: "Tratamos con ella como si fuera un hombre, no una mujer".
Sky cree apasionadamente que Kirkuk puede ser un modelo para un Iraq étnicamente diverso. "La gente tiene que abandonar este modo de pensar en términos de suma cero", me dijo en Bagdad. "Kirkuk es un punto de confluencia. Todo confluye aquí. Sí, se puede tener un país con regiones separadas, donde la gente no tenga que ver con otros grupos. ¿Pero se puede tener un país donde la gente esté contenta unos con otros, donde la gente se sienta cómoda? Creo que Kirkuk te dirá qué tipo de país será Iraq". Comparado con los problemas de Israel y Palestina, dijo Sky, los de Kirkuk pueden ser resueltos con relativa facilidad. "En Kirkuk puedes ganar. Kirkuk no tiene diferencias irreconciliables, todavía".
Con el paso del tiempo, muchos kurdos empezaron a ver a Emma Sky y la APC como inclinados hacia los árabes. Cuando se reunió con el líder kurdo Jalal Talabani en Suleimaniya, él le dijo bruscamente: "Te llaman Emma Bell". Se refería a Gertrude Bell, la funcionaria colonial británica que vivió y, se dice, se suicidó en Bagdad. Bell, que hablaba árabe con fluidez y amaba la cultura, era admirada por muchos árabes. Después de la Primera Guerra Mundial delimitó los límites del Iraq moderno, en el que los árabes sunníes se transformaron en los detentadores del poder y los kurdos vieron evaporarse sus sueños de un país propio.
Tampoco ayudó a la causa de la Coalición sus planes para desenmarañar y solucionar los problemas en Kirkuk -la Comisión de Reclamos de Propiedad Iraquí, que Sky ayudó a formar- no empezó a procesar los reclamos sino hasta abril y aún no ha tomado una primera decisión. Azad Shekhany, un kurdo que presidió la comisión en el pasado, concluyó que todo este asunto era una elaborada táctica para mantener la paz, y culpó a la Coalición. "Entiendo que no quieran hacer volver a los árabes a sus lugares de origen, pero tampoco quieren que los kurdos se sienten descontentos, así que se limitan a postergar todo burocráticamente", dijo Shekhany.
La comisión ha recibido hasta el momento mucho menos reclamaciones que las que se esperaban -1.658 exactamente la mañana de julio cuando visité sus oficinas, que estaban bien equipadas y casi vacías. Dos mujeres kurdas en holgadas túnicas negras -Jamila Safar y su madre, Khadija Namikh- estaban sentadas a un escritorio presentando un reclamo. En marzo de 1991, durante la insurrección en Kirkuk y el norte que siguió a l Guerra del Golfo, me dijo Safar, murió su padre. El día de su funeral, el 13 de marzo, ella y su madre volvieron desde el cementerio y encontraron su casa rodeada por soldados, miembros del Partido Baaz y hombres enmascarados que trabajaban para el ‘Químico Ali'. "¿Son ustedes kurdos o árabes?", preguntaron los hombres. Todos los vecinos estaban en la calle -kurdos, árabes y turcomanos, agrupados por etnia. Unos tanques bloqueaban las calles y los helicópteros sobrevolaban el lugar mientras los hombres kurdos, incluyendo al hermano mayor de Safar, eran atados y retirados en buses. Safar y Namikh, junto con otras mujeres y niños kurdos, fueron subidos a otros buses y trasladados a las montañas, donde fueron abandonados. Les dijeron que siguieran caminando hacia el norte. Cuando las dos mujeres se pusieron en camino, fueron bombardeadas por aviones; varias vecinas murieron ante sus ojos. Safar y su madre se quedaron en la frontera iraní durante tres meses. Cuando volvieron a Kirkuk, su casa -junto a dos mil otras en su barrio- había sido demolida.
"Gracias a Dios que sólo encontramos polvo", dijo Safar. "Gracias a Dios, por nuestra seguridad".
Un abogado de la oficina estaba rellenando un extenso formulario por ellas. "¿La casa era de ladrillos o de barro?"
"De ladrillos", dijo la madre de Safar. "Dése prisa, por favor. Estoy enferma, no puedo esperar".
"¿Quiere la tierra, o quiere una compensación?", preguntó el abogado.
"Queremos la tierra", dijo Safar.
El abogado lo apuntó, y también que necesitaban dinero para construir una nueva casa. "¿Por qué no recurrió a la comisión para gente con casas derruidas en 1991?"
"Sí lo hice", dijo la madre. "Me dieron un formulario, pero nada más".
Ayob Shaker, un árabe bien entrados en los treinta, se acercó y saludó a las dos mujeres con una reservada timidez. Había sido su vecino. El día de la deportación había ayudado a otros kurdos en el área a cargar muebles en los buses. También fue soldado de la Guardia Republicana, y cuando volvió a Kirkuk, desde Bagdad, después de que los americanos hubieran depuesto a Saddam, encontró que un grupo de peshmerga, incluyendo a otro antiguo vecino, habían ocupado su casa. En todo Kirkuk el reglamento para reclamos de propiedad fue modificado recientemente para permitir que los árabes desplazados después de la guerra puedan también hacer sus reclamos. Shaker dijo que sus hijos habían sido amenazados por los peshmerga y él tuvo miedo de pedir compensación.

"Creéme, nadie sabe lo sabe con certeza, pero en general son los kurdos los que están gobernando esta ciudad", dijo. "Para mí, como árabe, si pido un trabajo tengo que presentar un documento de un partido kurdo certificando que no soy un delincuente". La casualidad lo había acercado a esta oficina el mismo día que las dos mujeres a las que acostumbraba saludar todos los días cuando partía a su trabajo. Pensó que la injusticia que él había visto que se cometía con esas mujeres, le estaba ocurriendo a él. "Es lo mismo", dijo. "El gobierno les hizo eso a ellas. Los peshmerga nos lo hicieron a nosotros".
Las mujeres asintieron. Hubo un momento de acercamiento entre los viejos vecinos.
"Sólo Dios y Estados Unidos pueden resolver el problema", dijo el árabe.
¿Y el nuevo gobierno iraquí?, le pregunté.
"No lo sé", dijo la madre. "¿Hay ahora un gobierno?"
El abogado de la oficina terminó de rellenar el formulario. La hija sonrió y dijo: "Creo que se nos hará justicia y nuestro caso será solucionado".
Le pregunté al árabe si habría justicia en Kirkuk. Titubeó. "No creo", dijo. "Es muy difícil. Los que están ahora en la ciudad no se entienden unos con otros. Yo soy hijo de Kirkuk" -un árabe originario- "y durante 35 años nadie nos pudo hacer nada. Ahora me siento indignado, por mi casa".
Le pregunté a las mujeres si los kurdos harían a los árabes lo que estos habían hecho a los kurdos. "No, no lo harán", dijo la hija. "Creéme, juro por Dios que no lo harán".
"Han hecho cosas peores que los árabes", dijo Shaker.
La hija se puso rígida y miró fríamente a su antiguo vecino. "¿Cómo así?", le preguntó.
"Conozco a una persona que expulsó a la mitad de una tribu de sus casas en la ciudad", respondió él.
La cordialidad había desaparecido. La hija señaló que Shaker se había olvidado de lo que había pasado con los kurdos en Kirkuk. Se excusó abruptamente y ayudó a su madre a salir de las oficinas de la Comisión de Reclamos de Propiedad Iraquí.

Debido a que Kirkuk no es todavía escenario de una guerra abierta, la ciudad sigue siendo una falla oculta en el accidentado paisaje iraquí. Pero lo que es ahora una disputa entre vecinos será pronto uno de los obstáculos más grandes para hacer de Iraq un país democrático, y para conservarlo entero. En el verano de 2003, tuve una conversación con Barham Salih, que era entonces el primer ministro del gobierno regional de Suleimaniya. Un decidido partidario de la invasión americana y de la participación kurda en un Iraq democrático y federal, también estaba consciente de las arraigadas sospechas de su electorado hacia Bagdad y de su anhelo por la independencia. Durante 12 años, Suleimaniya fue una de las dos capitales del Kurdistán iraquí, un estado de hecho independiente bajo la protección de una zona aliada prohibida. Toda una generación de kurdos creció hablando árabe y desvinculada de Iraq -y la idea de unirse a un país que no hace mucho tiempo sometió a los kurdos el genocidio y la limpieza étnica es, comprensiblemente, difícil de aceptar.
"Quiero asegurarme de que mis hijos y las nuevas generaciones que el nuevo Iraq será completamente diferente", dijo Salih. "Si los árabes de Iraq no tienen el coraje de ajustar cuentas con el terrible pasado que tenemos y enderezar las terribles injusticias que se cometieron contra mi pueblo, me será extremadamente difícil convencer a los que dudan en el bazar de Suleimaniya de que Iraq es nuestro futuro".
Fui a ver a Salih nuevamente en junio pasado en Bagdad, en su primer día como vice-primer ministro del nuevo gobierno interino iraquí soberano. Después de un año de ocupación y resistencia, su ánimo era sombrío y su interpretación de la Constitución interina de Kirkuk intransigente. "El pueblo nativo de Kirkuk, las comunidades originales de Kirkuk, deben ser las que decidan el destino de Kirkuk -no aquellos que fueron traídos por Saddam u otras potencias foráneas", dijo. También los árabes importados fueron víctimas, "herramientas de una política ruin, ya que Saddam quería crear un ambiente para justificar una guerra civil permanente entre kurdos y árabes". Pero, agregó Salih: "Kirkuk no es Bosnia, y de hecho los líderes kurdos ha mostrado una gran moderación en el modo en que han tratado el asunto de Kirkuk. En Bosnia hubo una guerra civil".
Le pregunté a Rowsch Shaways, un kurdo y uno de los dos vice-presidentes del gobierno interino, qué pasaría si los árabes importados se negaban a abandonar Kirkuk. ¿Serían subidos a camiones y trasladados hacia el sur, hacia Basra y Kut?
"Bueno, habría una campaña permanente para convencerles", dijo.
¿Provocarían los intentos de sacar a los árabes de Kirkuk represalias contra los kurdos que viven en regiones árabes de Iraq? "No, es una situación diferente", dijo. "Los kurdos que viven en el sur se están trasladando hacia acá muy normalmente, y por una campaña de etnicidades cambiantes". Después de los efectos de la limpieza étnica de Saddam hayan sido anulados, "todo el mundo podrá vivir donde quiera", dijo Shaways. "Pero antes tienes que revertir esa política injusta que se aplicó para fortalecer al Partido Baaz y modificar la composición étnica de algunas regiones". Los americanos han esperado demasiado tiempo para resolver el problema de Kirkuk, dijo, y agregó: "Esta es mi opinión: Kirkuk hace parte de Kurdistán".
De los funcionarios kurdos más importantes, pensé que la persona que se sentiría más humillada con la pregunta sobre Kirkuk sería Bakhtiar Amin. Se crió en Imam Qasim, un bello barrio kurdo cerca de la ciudadela en el pasado, donde se ha dejado que las casas con columnas otomanas acaracoladas decayeran hasta el punto de derrumbarse. Amin y su familia fueron expulsados de Kirkuk durante la arabización; sus familiares fueron encarcelados y torturados. Amin, 46, vivió durante años en el exilio, trabajando como un activista de derechos humanos en Europa, donde fundó la Alianza Internacional por la Justicia. Ahora es el primer ministro de derechos humanos del gobierno iraquí soberano. Pero, cuando nos sentamos en su espaciosa oficina en Bagdad para hablar sobre justicia en Kirkuk, Amin me dejó claro que hablaba como kurdo.
Después de relatar la historia de la opresión de Kirkuk con gran detalle, el ministro me advirtió que la situación en Kirkuk se estaba haciendo explosiva. Los americanos estaban sobrecargados por el cotidiano caos de Bagdad, Faluya y Nayaf, y "quieren mantener la paz aquí -la calma de un cementerio". Amin agregó: "Es importante no ser ingenuo con sus enemigos y maquiavélico con sus amigos. La paciencia tiene límites, también la de las víctimas". La única solución, insistió, era volver a la demografía de Kirkuk de antes de la arabización, y ayudar a los árabes a re-asentarse en el sur.
Le pregunté cómo respondería a un joven árabe que dijera: "Ministro de Derechos Humanos, Kirkuk es mi casa. No tengo otra. ¿Por qué debo irme?" Amin dijo que presentaría al joven árabe a un joven kurdo que ha perdido su casa y crecido en una tienda de campaña, y cuyo hermana o hermano ha muerto de hambre o de frío. Dijo que le diría al joven árabe: "Tu padre, tu madre, vienen de otra región y llegaron y se apoderaron de la casa de esta gente y eso es lo que hicieron a esos niños. Y yo te ayudaré a que tengas una vida decente en el lugar de donde provenían tus padres".

Antes este año los líderes kurdos tuvieron considerable éxito en influir en el lenguaje de la Constitución interina de Iraq, que salvaguarda los derechos de los grupos minoritarios y propone una república federal con significante autonomía regional. En los últimos meses, sin embargo, muchos kurdos han perdido confianza en los esfuerzos por construir un nuevo Iraq. Se están alejando cada vez más de sus aliados norteamericanos, que parecen siempre más dispuestos a tranquilizar a los recalcitrantes árabes antes que a los fieles kurdos. Varios políticos kurdos me dijeron que una repetición de 1975, cuando Estados Unidos retiró su apoyo a los kurdos y los dejó en manos del régimen baazista parecía ahora enteramente posible. En mayo, Estados Unidos causaron esas sospechas cuando cedió ante una demanda del gran ayatollah Ali al-Sistani y dejaron fuera de la resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que consagraba la restaurada soberanía iraquí, toda mención de su Constitución interina. Cuando se hizo claro que los kurdos no obtendrían ni la presidencia ni la posición de primer ministro, los políticos kurdos, incluyendo a Barham Salih, estaban tan encolerizados que se retiraron brevemente de Bagdad hacia el norte. El 1 de junio, los dos líderes kurdos, Masoud Barzani y Jalal Talabani enviaron un cri de coeur al presidente Bush, que fue publicado posteriormente. "Desde la liberación hemos detectado un prejuicio contra Kurdistán de parte de las autoridades americanas por razones que no podemos comprender", escribieron, y advirtieron que si la Constitución interina "es revocada, el Gobierno Regional de Kusdistán no tendrá otra opción que abstenerse de participar en el gobierno central y sus instituciones, de no tomar parte en las elecciones nacionales, y de expulsar de Kurdistán a los representantes del gobierno central".
El episodio parecía una reacción extrema nacida de una experiencia extrema, una especie de neurosis histórica en la que tanto los kurdos como los árabes de Iraq se encuentran atrapados. Samir Shakir Sumaidaie, un antiguo miembro del Consejo de Gobierno que fue nombrado recientemente embajador de Iraq ante Naciones Unidas, dijo que entendía por qué habían reaccionado los kurdos con tanta indignación. "No puedo culpar a un kurdo por sentir rabia", dijo. "Pero sí pedirle que contenga su rabia, porque la gente enfurecida a menudo hace cosas estúpidas y termina perjudicándose a sí misma. Los árabes, por otro lado, deben reconocer la injusticia que se ha hecho a los kurdos. Reconociendo la injusticia se saca el veneno del sistema. Les he dicho a los árabes en Kirkuk: tenemos que admitir lo que se hizo a los kurdos en nombre del nacionalismo árabe, y de eso vosotros habéis sido quizás los instrumentos inconscientes". La rabia de los kurdos, dijo, se enfriará cuando vean que se hace justicia -"especialmente con las familias que más sufrieron en Kirkuk". Cuando Sumaidaie presenta estos argumentos a sus colegas árabes iraquíes, me dijo, la respuesta es rencorosa. "El nacionalismo engendra nacionalismo", dijo Sumaidaie. "Creo que deberíamos abandonar el nacionalismo y adoptar el humanismo".
El 9 de septiembre, Masoud Barzani intensificó su retórica nuevamente, diciendo: "Kirkuk es el corazón de Kurdistán, y estamos dispuestos a ir a la guerra para preservar su identidad". Un iraquí que se define como liberal, que es funcionario del gobierno interino, me dijo que más y más líderes están reaccionando ante las amenazas kurdas con una actitud de "alivio". Mantener contentos a los kurdos, piensan, quizás no vale la pena. "La verdad es que los árabes de este país -80 por ciento de la población- se están cansando de estas amenazas de secesión", dijo. "Y cualquier día la respuesta será: ‘Sepárense'".

Sin embargo, durante varias visitas a Kirkuk, encontré a menudo a gente de todas las etnias que todavía querían vivir juntos y estaban dispuestos a renunciar a parte de sus propias reivindicaciones históricas en la ciudad para vivir pacíficamente con otros grupos. Me di cuenta de que la idea de una ciudad multi-étnica no es un argumento desesperado de optimistas funcionarios de relaciones públicas americanos y británicos.
Este verano me reuní con Muhammad Abbas, un árabe en sus veinte, cuya familia se había trasladado a Kirkuk cuando él tenía seis años; su padre fue enviado a la ciudad a cumplir su servicio militar. Abbas describió el dolor de perder sus amigos kurdos después de la guerra. "No quiero irme, porque estoy acostumbrado a este lugar, al modo de vivir aquí", dijo. Hace poco fue detenido toda una noche por agentes de policía kurdos por no tener un carné de identidad. "Si esto me hubiera pasado en la época de Saddam, habría estado detenido varios días", dijo. "Y un kurdo podría haber sido hasta torturado". Abbas dijo que pensaba que árabes y kurdos podían vivir juntos en Kirkuk si los políticos los dejaban. "Somos seres humanos y ellos son seres humanos también", dijo. "En mi opinión, la ciudad de Kirkuk es de los kurdos. Ellos tienen más derechos en Kirkuk y merecen Kirkuk. Pero, con todo, no podemos simplemente marcharnos y abandonar la casa. ¿Dónde viviríamos?"
Al otro lado de la ciudad, en el barrio de Imam Qasim, conocí a un joven ingeniero kurdo llamado Sardar Muhammad. Él y su mujer e hijos viven en una pequeña casa con sus dos hermanos y sus familias. "Si no hubiera habido guerra, en quince años aquí en Kirkuk no quedaría ningún kurdo", dijo. Cuando la invasión americana pareció inminente, Muhammad bajo al sótano y cortó un pedazo de la pared de yeso, detrás de la cual había un cuarto oculto. Pensaba esconderse ahí si los baazistas empezaban a detener a los jóvenes kurdos, como habían hecho en 1991. En lugar de eso, los baazistas huyeron de la ciudad. Desde el derrocamiento de Saddam, la familia de Muhammad ha construido una edificación anexa y ampliaron la cocina, y la llenaron con electrodomésticos. "No era falta de dinero", dijo Muhammad. "Pero no estaba seguro de que pudiera conservar la casa. No sabía si necesitaría el dinero en el futuro para comprar alimentos". Hace unos años su mujer dejó los estudios porque no había ninguna posibilidad de que una mujer kurda que no corrigiera su nacionalidad encontrara trabajo. Después de la liberación, se volvió a matricular y sacó su diploma. "Antes, no sabíamos cuándo seríamos detenidos o expulsados", dijo Muhammad. "Ahora tenemos nuestras esperanzas puestas en el futuro".
Sobre los árabes que alguna vez tuvieron los derechos y privilegios que se negaron a su familia, Muhammad se mostró ambivalente. Sería más fácil para todos si se marcharan. "Pero sus hijos, porque nacieron aquí, tienen una especie de relación con la tierra, y no es culpa de ellos que amen el lugar donde nacieron", dijo. "No es justo que ellos deban marcharse". La única razón por la que Kirkuk debe unirse a Kurdistán, dijo, es que los árabes no trataron bien a los kurdos. Si el nuevo gobierno en Bagdad pudiera garantizar que todos los ciudadanos iraquíes serán tratados de la misma manera, él viviría contento bajo esa bandera, en lugar de la de Kurdistán.
Kirkuk ha sufrido inmoderadamente de mala ideas, y las más viejas han engendrado algunas nuevas: la idea de que el reloj histórico puede ser retrocedido en cuarenta años, o que Iraq puede ser repartido entre sunníes, chiíes y kurdos sin un gigantesco derramamiento de sangre e incontables tragedias personales. La idea más débil en Iraq puede ser la idea de Iraq mismo. Como me dijo Barham Salih: "No hay una identidad iraquí hacia la que pueda llevar a mi pueblo. Me gustaría tener una identidad iraquí, pero no existe". Samir Shakir dijo: "Olvidar lo que hizo Saddam, cuando la identidad étnica era lo más importante, y acercarnos a una sociedad donde lo más importante sea la ciudadanía -esa transición no será fácil. Pero tenemos que hacerlo".
La obsesión con la identidad étnica puede ser el último legado del régimen de Saddam, su diabólica venganza de sus compatriotas. En ningún lugar como en Kirkuk se siente esto con tanta intensidad. "Saddam desapareció, pero todavía no hemos terminado con él", dijo un árabe. "Incluso aunque no esté, dejó problemas plantados para el futuro".

En mi última noche en Kirkuk fui a visitar la ciudadela con Luna Dawood. Ella llevaba sandalias de taco alto; aunque llevaba la cabeza descubierta, se había recogido el pelo como un gesto de respeto. Había estado en la ciudadela sólo una vez antes, en 1988; después de los residentes fueran expulsados y sus casas destruidas, le tomó aversión al lugar.
A la puesta de sol nos abrimos camino hacia el zoco, pasando frente a tiendas kurdas que vendían pan, yogures, y unas herramientas de aspecto antiguo, y luego entramos a un callejón que nos llevó a la cima de la meseta. La ciudadela se extendía ante nosotros, un terreno enorme y prácticamente vacío lleno de basura y pasto seco, piedras quebradas y monumentos dispersos. Una jauría de perros salvajes vagaban amenazantes y los únicos habitantes humanos eran un viejo turcomano y su familia. Vivían ilegalmente en la casa de mármol de un imán muerto hace mucho tiempo. El turcomano nos dijo que había vivido en una casa a unos pocos metros. Trajo a su familia de vuelta después de la liberación de Iraq, y logró que se le dejara vivir ahí. "Aquí nací", dijo. "Soy un hombre pobre. No tengo adónde ir. ¿Dónde puede vivir un hombre pobre?"
Cruzamos el terreno, hacia una torre octogonal dorada y azul, construida por un pasha otomano para su hija muerta, y el antiguo minarete de barro de la Tumba de los Profetas. Dawood, que caminaba con un pasmado silencio, dijo de pronto sobre sus compatriotas de Kirkus. "Son estúpidos. Han destruido su historia". Al otro extremo de la ciudadela, encaramada sobre el lecho seco del río, estaba la casa abandonada de la mujer turcomana que vendía zapatos y bolsos en el zoco. Detrás de este, se hundía entonces la bola naranja del sol. En una de las paredes de la casa, alguien había escrito: "Vivan los turcomanos -son la corona en la cabeza de los kurdos". En otras paredes también había pintadas: "Kirkuk es el corazón del Kurdistán"; "La ciudadela de Kirkuk es el símbolo de los kurdos"; y "La ciudadela de Kirkuk es testigo del carácter nacional turcomano, cualquiera las condiciones". En la pared de un patio de otra cosa semi arruinada, alguien había pintado: "El pueblo turcomano es hermano del pueblo kurdo", pero alguien había rayado "pueblo kurdo".
"Aquí hay fantasmas", murmuró Dawood. "Los puedo oír por la noche. Mi madre nos decía, cuando éramos niños, que hay un camino de Kirkuk a Bagdad que es subterráneo. La puerta está en algún lugar, para la gente que quería escapar de Kirkuk".
Su inquietud se hacía mayor a medida que nos acercábamos a la Tumba de los Profetas. "Esta no es la ciudadela que conozco. Te dije, he estado aquí antes. Pero antes había un camino, y gente. Ahora no sé dónde está ese camino". Dijo que había venido con tres amigos, uno de ellos un musulmán, después de que hubiera soñado con el profeta Daniel.
Nos paramos frente a la puerta de la supuesta tumba de Daniel y Ezra. Abajo, en la ciudad, los almuecines llamaban a la oración de la tarde. Entré a la cámara vacía y esperé a que Dawood me siguiera, pero en la puerta retrocedió con un grito mudo. Me acerqué a ella.
"Era oro", exclamó. Cuando ella visitó el santuario después de su sueño, las tumbas y paredes estaban cubiertas de láminas de oro; lo habían retirado todo. "Ahora me siento deprimida", dijo Dawood. "Ahora veo la diferencia entre entonces y ahora. No puedo sentir el carácter sagrado del santuario. Me da miedo entrar".
Estaba obscureciendo y emprendimos el regreso. Dawood caminaba en silencio nuevamente. Justo antes de entrar al sendero que descendía hacia el zoco, había un hoyo rectangular en el suelo. Se detuvo. "Recuerdo el pozo que vimos. Recuerdo que había árboles. Ahora estoy recordando: yo vine aquí cuando era niña".
La noche caía sobre el zoco. Los tenderetes del mercado empezaban a cerrarse entre los llamados de las últimas ofertas, y los barrenderos sacaban la basura del día. Dawood habló tan suavemente que parecía haberse transformado ella misma en un fantasma. "¿Qué valor tiene un ser humano, si te despojan de un sitio como este? En este instante, ser un ser humano no significa nada para mí. Lamento que me hayas traído a este lugar. No debí haber venido".
4 de octubre de 2004
28 de noviembre de 2004
©new yorker
©traducción mQh
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