qué es la tolerancia
[Jonathan Israel] El historiador dice que hay razones para interrogarse sobre la tolerancia en Holanda.
Creo que lo justo es no culpar a los fundamentalistas -de los que difícilmente puede esperarse que alguna vez piensen de otro modo-, sino a los verdaderos canallas, a los verdaderos autores de nuestra actual crisis multicultural, a los que en el pasado reciente tomaron el mando de este ataque tatcheriano -en nombre del conocimiento útil, de la capacidad empresarial y de la adoración del mecanismo mercantil- a las humanidades, las ciencias sociales y los valores clásicos de la civilización occidental.
Desde el asesinato de Theo van Gogh Holanda circula en un estado de shock e intranquilidad a diversas bandas. La tolerancia, indudablemente uno de los pilares de la identidad holandesa, ha resultado ser una característica no tan esencial de su cultura. ¿Que queda de este rasgo nacional? Se respira un profundo sentimiento de crisis cultural. La gente parece estar obsesionada con las estadísticas en demografía, y teme que dentro de quince años las ciudades sean escenario de una lucha entre culturas que todo lo domine.
Ya antes del asesinato de Van Gogh, en programas de televisión extranjeros se planteaba la pregunta de si -y en tal caso, por qué- los holandeses habían perdido su imagen amable y de confianza. De si efectivamente de repente hubieran abandonado su actitud amistosa y hospitalaria hacia los recién llegados no blancos: de si no se habían convertido en un país intolerante, en definitiva. Muchos se preguntan ahora si no será que el concepto holandés de tolerancia, según se ha manejado desde la segunda guerra mundial, es en realidad ingenuo, o -más fuerte aún- arrogante y ciego a los problemas sociales que ahora padece el país.
Yo creo que la actual crisis otorga una especial relevancia a la filosofía del pensador del siglo XVII Pierre Bayle (1647-1706), que dio en Rótterdam clases de historia y filosofía. Pero el profano en la materia no deberá avergonzarse si acaso no se percató de ello, dado que ni un sólo periodista o comentarista ha dicho algo sobre Bayle en ninguno de los incontables debates de estos días. Más aún, yo creo, como cercano amigo y admirador de Holanda -pero también como alguien que opina que en este momento uno tiene todas las razones para ser, no sólo crítico con Holanda, sino sencillamente antipático- que el abandono colectivo del significado de Bayle para la cultura holandesa es tan simbólico de la actual crisis de identidad como la propia filosofía de Bayle.
Pues la flagrante negligencia en el campo de la educación, o en el cultivo de la conciencia nacional, en relación con Bayle, que se traduce en su negación absoluta, -a pesar de que, al igual que Spinoza y Descartes, vivió y trabajó en Holanda y, al igual que ellos, corresponde al grupo de grandes filósofos- es un típico síntoma de la actual depresión que sufre la sociedad holandesa. Lo que domina es una gran ignorancia a la hora de valorar y hacer propio el verdadero significado histórico y filosófico de conceptos como tolerancia, libertad de expresión y libertad individual. Son ideas sobre las que Spinoza y Bayle reflexionaron durante muchos años, y que finalmente procesaron en doctrinas políticas, sociales y culturales muy ingeniosas.
Sin duda alguna, desde una amplia perspectiva internacional, el Siglo de Oro es la más importante aportación de Holanda al desarrollo de la sociedad occidental moderna. Pero cuando constatas la sistemática y ahora prestigiosa reducción de la valoración del Siglo de Oro que se produce a partir de los años 60, te das cuenta de que no es raro que la mayoría de los holandeses considere características como la tolerancia, las libertades individuales y la libertad de expresión como bienes que caen de cajón. Valores con los que crecen y que no deben ser explicados desde una perspectiva histórica o cultural, ni justificados filosóficamente.
Esta escala de necedad y negligencia sólo ha hecho aumentar en los últimos tiempos el ataque dirigido a las humanidades desde el Estado, en la enseñanza secundaria y las universidades. Lo que domina es una obsesión tatcheriana -omnipresente en Europa occidental- por las llamadas carreras profesionales útiles, como economía, derecho y estudios técnicos. Y esto va unido a recortes presupuestarios más o menos de todo lo que contribuye a una comprensión mayor de la cultura, la sociedad y la historia.
Y aquí es donde reside la verdadera ingenuidad, la verdadera auto-complacencia y la superficialidad que tanto daño han hecho. La historia y las humanidades reciben cada vez menos dinero, que es una forma de suicidio cultural. Es suficiente con prohibir a los ministros de Educación y a los políticos en general todo derecho a derramar lágrimas de cocodrilo sobre el repentino surgimiento de un nuevo tipo de barbarie, estrechez de miras y fanatismo.
Yo conozco personalmente muchos inteligentes adolescentes holandeses que no han oído hablar nunca de Spinoza o Bayle, y que no han estudiado casi nada sobre el Siglo de Oro, ni en clases ni en casa. Y no entienden entonces por qué Holanda es siempre visto como un ejemplo de país -ilustrado, de prematuro desarrollo- en cuanto al desarrollo de conceptos como igualdad racial y sexual, y libertad de expresión. Si Spinoza es trivializado, no es exagerado decir que a Bayle es prácticamente negado. Por lo que, en lugar de echarle la culpa a otros, o estar resentidos contra los extranjeros, yo creo que el pueblo holandés a quien debería hacer reproches no es a otros sino a sí mismo.
¿Y qué es tan relevante en la teoría sobre la tolerancia de Bayle? Al igual que Spinoza, él creía que la mayoría de nosotros cree antes en doctrinas teológicas que en criterios racionales. Adoran a los jefes religiosos, que interpretan las doctrinas según tradiciones reconocidas, ejerciendo de este modo gran influencia sobre la gente.
Ambos pensadores encuentran extremadamente peligroso este simple hecho sociocultural. Bayle quería separar todo lo posible moralidad y libertad de conciencia de la fe. Mostrando las horrorosas consecuencias que tenía para la vida y el bienestar la violenta persecución religiosa, Bayle quería convencer al lector de las carencias morales de la tolerancia como justificación de las guerras religiosas, que no podían ser propagadas por Dios, Cristo o cualquier iglesia o autoridad cristiana.
Según Bayle, los creyentes asumen lógicamente que representan la creencia verdadera. Pero como esto no es posible demostrarlo racionalmente a alguien que no esté de acuerdo, concluye Bayle que todas las creencias son temporales, y consecuentemente adecuadas o no. Este razonamiento conforma la base de su famosa teoría de la conciencia errante': dado que nadie puede demostrar racionalmente la verdad o falsedad de determinada creencia, tampoco existe un método racional para convencer de su error a alguien que cree en presupuestos totalmente absurdos o sin sentido. La única salida para esto es reconocer a cada una de las minorías el derecho a la libertad de culto, del mismo modo que se lo reconocerías a aquellos que tienen tu misma creencia. Este derecho deberá también ser de aplicación a aquellos cuyas ideas son vistas por la gran mayoría como totales absurdos.
Uno de los aspectos más importantes de la filosofía de Bayle es su opinión de que el hecho de que la mayoría de las personas piensen que algo es verdadero o justo, no es razón para considerar que esto sea realmente verdadero o justo. Al contrario, dada la tendencia humana a la ignorancia y la superficialidad -así establece Bayle en Pensées diverses'- la constatación de que determinado convencimiento es compartido por la mayoría, generalmente será síntoma de la absoluta estupidez del convencimiento en cuestión. Precisamente el hecho de que la mayoría opina que dichas ideas sean verdaderas, convierte la religión y a sus líderes en la mayor amenaza para el pensamiento independiente y la libertad del individuo; pero también para la estabilidad y unidad de la propia sociedad. Porque según Bayle el pueblo y los teólogos tienen el poder no sólo para censurar y reprimir a los que piensan de otro modo, sino también a perseguirles y eliminarlos.
El actual mensaje de la filosofía de Bayle es que una buena teoría sobre tolerancia responde la pregunta de cómo pueden ser delimitados el poder teológico y los convencimientos religiosos de la mayoría. La religión debe ser mal usada para la persecución y eliminación de los que piensan de otro modo, mediante lo cual la sociedad es atiborrada de conflictos sociales y lucha política. Para Bayle esto era el punto central, como también para nosotros debería serlo. Pero es algo sobre lo que muy pocas personas en Europa Occidental, que se muevan en posiciones de importante influencia política, religiosa o intelectual, quieran discutir.
Un buen ejemplo de este abandono intelectual lo constituye la reacción ante el nuevo antisemitismo que ha invadido Francia, Bélgica, Holanda y, en menor medida, Alemania, desde finales de los años 90. En Francia, al igual que en Holanda, desde hace tiempo era costumbre del estado, los profesores y la policía negar incluso que se estaba produciendo un aumento de la violencia y de las expresiones agresivas contra judíos; a pesar de que los hechos muestran que los ataques a sinagogas, cementerios judíos e individuos judíos han aumentado enormemente (en Francia en un 14 por ciento entre 1999 y 2004).
Los rabíes franceses se vieron obligados a recomendar a sus feligreses a no llevar kipa por la calle, y en gran parte del territorio de Francia ya no es posible enseñar el holocausto, en vista que los estudiantes sencillamente no lo aceptan, y que los profesores que de todas maneras lo intenten, son duramente atacados.
Mucha gente en Holanda, y también fuera, encuentran terrible por supuesto esta situación, y están indignados, y tienen miedo a esta nueva ola de antisemitismo. Pero muchos se encogen de hombros y atribuyen la responsabilidad del antisemitismo a las acciones del gobierno israelí, o a los maltratos que reciben los marroquíes en Ámsterdam o, en Francia, los norafricanos en general.
Pero desde el punto de vista de Bayle, y desde cualquiera punto de vista que deba ser el nuestro, tales acusaciones a terceros o a circunstancias externas, son hipócritas, intolerables e incluso absurdas. Lo que un grupo religioso piensa de otro grupo es de hecho irrelevante. Lamentarse de que cierta corriente religiosa de la sociedad sea parcial, o intolerante, tiene poco efecto y no ofrece solución alguna. Pues según Bayle los convencimientos y prejuicios religiosos de la gente son automáticamente intolerantes frente a otras doctrinas religiosas contrapuestas.
El papel del derecho, del estado, los medios de comunicación y la policía tiene por lo tanto como objetivo precisamente cuidar de que ninguna ideología religiosa tenga capacidad para traducir en violencia y discriminación sus prejuicios y supuestos. Las disputas teológicas deben ser retiradas de la esfera pública y la enseñanza. Es la única manera de crear y garantizar estabilidad política y social. Esto implica que -a pesar de lo que muchos afirman- el islam en Holanda tiene sólo importancia de segundo orden en la crisis cultural y política.
De lo que sí se trata es de combatir -desde los medios de comunicación, la enseñanza y la política- prejuicios teológicos y odio; algo que durante largo tiempo ha sido dejado de lado. Durante años se ha evitado sistemáticamente un debate sobre fundamentalismo, en nombre de una concepción de tolerancia totalmente falseada y fuera de lugar. Está por ejemplo más que claro que la negativa del europeo occidental medio a tratar el nuevo antisemitismo está motivado en parte por una necesidad de no insultar a los musulmanes. Pero lo irónico es ahora que la nueva ola de antisemitismo sólo en una mínima parte se puede atribuir al musulmán europeo. En aspectos importantes el error está en unos restos' de antisemitismo no-islamista que generalmente está bien escondido detrás de una máscara de intenso anti-sionismo y una oposición a Israel.
Esto queda bien ilustrado con la notificación del llamado baño de sangre de Jenín', perpetrado por los israelíes en abril de 2002. Los informes sobre una carnicería, consecuencia de la operación israelí Escudo Defensivo', resultaron luego, según Le Monde -que fue tan sincero de admitirlo- absolutamente contrarios a la verdad. La notificación en torno a Jenín sin duda ha contribuido a la actitud hostil hacia israelíes y judíos de Europa; lo cual, naturalmente, no es la culpa de los palestinos, pues su hostilidad es comprensible debido al conflicto político y militar con Israel.
El verdadero escándalo guarda relación con los prejuicios frente a Israel que existe entre los periodistas europeos -y entre ellos los holandeses. Ello ha ocasionado que informaciones acerca de una horrible carnicería en Jenín son difundidos a diestra y siniestra sin realizarse antes el trabajo de verificación pertinente antes los hechos. Según Le Monde después se constató mediante detallada investigación que el número de muertos de Jenín fue de entre 50 y 80, siendo la mayor parte de ellos soldados, y no civiles. Por lo tanto se trata de una cifra infinitamente menor a la de, por ejemplo, el número de víctimas (combatientes y civiles) que cayeron en acciones similares del ejército ruso en Chechenia. Pero ni un solo periodista europeo que acusase a los rusos de prácticas nazis. Le Monde concluyó que cada comentarista objetivo debió constatar que la notificación que se hacía sobre Jenín fue especialmente sugestiva e hipócrita.
Un antisemitismo similar socaba pues los cimientos de una sociedad libre y democrática. Porque, como Bayle enfatiza, si las amenazas a la libertad proceden se consideraciones teológicas y prejuicios de una mayoría, la libertad sufrirá -si las autoridades públicas no sólo toleran' estos prejuicios, sino que además activamente los mantienen.
Por consiguiente, Bayle tendría para nosotros un consejo: que estamos apuntando fuera de la diana cuando nos quejamos de que un grupo religioso no reconoce los principios de la tolerancia y el respeto a la libertad del individuo. Cada uno debe poder pensar lo que quiera: ello es parte de la tolerancia. Pero no es suficiente con esta actitud. Ello lleva a la indiferencia oficial, y eso ya no es tolerancia. La esencia de la tolerancia es lograr, mediante una acción coordinada de líderes políticos, pedagogos y creadores de opinión, la neutralización del odio religioso y los prejuicios, así como la discriminación y la opresión de las opiniones impopulares.
Pero esto no hay por qué considerarlo si no se produce por parte de la sociedad una toma de conciencia de lo que son las cuestiones principiales, qué es justo históricamente, y qué no. Por ello creo que lo justo es no culpar a los fundamentalistas -de los que difícilmente puede esperarse que alguna vez piensen de otro modo-, sino a los verdaderos canallas, a los verdaderos autores de nuestra actual crisis multicultural, a los que en el pasado reciente tomaron el mando de este ataque tatcheriano -en nombre del conocimiento útil, la capacidad empresarial y de la adoración del mecanismo mercantil- a las humanidades, las ciencias sociales y los valores clásicos de la civilización occidental.
Es algo abiertamente suicida, y una absoluta plaga para la sociedad, la principal razón de la nueva estrechez de miras y el barbarismo cultural, y constituye la mayor amenaza para la sociedad. Pues principios como tolerancia, democracia, igualdad, justicia, libertades individuales y libertad de opinión -los fundamentos de la modernidad occidental- sólo pueden ser defendidos y preservados por personas que entienden lo que estos principios significan, cómo se originaron y desarrollaron y por qué son importantes.
Esta es una versión de la conferencia que dio el autor sobre Pierre Bayle el 10 de diciembre, organizada por las fundaciones Pierre Bayle Stichting y Rotterdamse Kunststichting.
El autor es catedrático de Historia Moderna en The School of Historical Studies del Institute for Advanced Study de Princeton (E.E.U.U.). Ha escrito ´The Dutch Republic´ (1995) y ´Radical Enlightenment´ (2001).
11 de diciembre de 2004
19 de diciembre de 2004
©nrc-handelsblad
©traducción mQh
Desde el asesinato de Theo van Gogh Holanda circula en un estado de shock e intranquilidad a diversas bandas. La tolerancia, indudablemente uno de los pilares de la identidad holandesa, ha resultado ser una característica no tan esencial de su cultura. ¿Que queda de este rasgo nacional? Se respira un profundo sentimiento de crisis cultural. La gente parece estar obsesionada con las estadísticas en demografía, y teme que dentro de quince años las ciudades sean escenario de una lucha entre culturas que todo lo domine.
Ya antes del asesinato de Van Gogh, en programas de televisión extranjeros se planteaba la pregunta de si -y en tal caso, por qué- los holandeses habían perdido su imagen amable y de confianza. De si efectivamente de repente hubieran abandonado su actitud amistosa y hospitalaria hacia los recién llegados no blancos: de si no se habían convertido en un país intolerante, en definitiva. Muchos se preguntan ahora si no será que el concepto holandés de tolerancia, según se ha manejado desde la segunda guerra mundial, es en realidad ingenuo, o -más fuerte aún- arrogante y ciego a los problemas sociales que ahora padece el país.
Yo creo que la actual crisis otorga una especial relevancia a la filosofía del pensador del siglo XVII Pierre Bayle (1647-1706), que dio en Rótterdam clases de historia y filosofía. Pero el profano en la materia no deberá avergonzarse si acaso no se percató de ello, dado que ni un sólo periodista o comentarista ha dicho algo sobre Bayle en ninguno de los incontables debates de estos días. Más aún, yo creo, como cercano amigo y admirador de Holanda -pero también como alguien que opina que en este momento uno tiene todas las razones para ser, no sólo crítico con Holanda, sino sencillamente antipático- que el abandono colectivo del significado de Bayle para la cultura holandesa es tan simbólico de la actual crisis de identidad como la propia filosofía de Bayle.
Pues la flagrante negligencia en el campo de la educación, o en el cultivo de la conciencia nacional, en relación con Bayle, que se traduce en su negación absoluta, -a pesar de que, al igual que Spinoza y Descartes, vivió y trabajó en Holanda y, al igual que ellos, corresponde al grupo de grandes filósofos- es un típico síntoma de la actual depresión que sufre la sociedad holandesa. Lo que domina es una gran ignorancia a la hora de valorar y hacer propio el verdadero significado histórico y filosófico de conceptos como tolerancia, libertad de expresión y libertad individual. Son ideas sobre las que Spinoza y Bayle reflexionaron durante muchos años, y que finalmente procesaron en doctrinas políticas, sociales y culturales muy ingeniosas.
Sin duda alguna, desde una amplia perspectiva internacional, el Siglo de Oro es la más importante aportación de Holanda al desarrollo de la sociedad occidental moderna. Pero cuando constatas la sistemática y ahora prestigiosa reducción de la valoración del Siglo de Oro que se produce a partir de los años 60, te das cuenta de que no es raro que la mayoría de los holandeses considere características como la tolerancia, las libertades individuales y la libertad de expresión como bienes que caen de cajón. Valores con los que crecen y que no deben ser explicados desde una perspectiva histórica o cultural, ni justificados filosóficamente.
Esta escala de necedad y negligencia sólo ha hecho aumentar en los últimos tiempos el ataque dirigido a las humanidades desde el Estado, en la enseñanza secundaria y las universidades. Lo que domina es una obsesión tatcheriana -omnipresente en Europa occidental- por las llamadas carreras profesionales útiles, como economía, derecho y estudios técnicos. Y esto va unido a recortes presupuestarios más o menos de todo lo que contribuye a una comprensión mayor de la cultura, la sociedad y la historia.
Y aquí es donde reside la verdadera ingenuidad, la verdadera auto-complacencia y la superficialidad que tanto daño han hecho. La historia y las humanidades reciben cada vez menos dinero, que es una forma de suicidio cultural. Es suficiente con prohibir a los ministros de Educación y a los políticos en general todo derecho a derramar lágrimas de cocodrilo sobre el repentino surgimiento de un nuevo tipo de barbarie, estrechez de miras y fanatismo.
Yo conozco personalmente muchos inteligentes adolescentes holandeses que no han oído hablar nunca de Spinoza o Bayle, y que no han estudiado casi nada sobre el Siglo de Oro, ni en clases ni en casa. Y no entienden entonces por qué Holanda es siempre visto como un ejemplo de país -ilustrado, de prematuro desarrollo- en cuanto al desarrollo de conceptos como igualdad racial y sexual, y libertad de expresión. Si Spinoza es trivializado, no es exagerado decir que a Bayle es prácticamente negado. Por lo que, en lugar de echarle la culpa a otros, o estar resentidos contra los extranjeros, yo creo que el pueblo holandés a quien debería hacer reproches no es a otros sino a sí mismo.
¿Y qué es tan relevante en la teoría sobre la tolerancia de Bayle? Al igual que Spinoza, él creía que la mayoría de nosotros cree antes en doctrinas teológicas que en criterios racionales. Adoran a los jefes religiosos, que interpretan las doctrinas según tradiciones reconocidas, ejerciendo de este modo gran influencia sobre la gente.
Ambos pensadores encuentran extremadamente peligroso este simple hecho sociocultural. Bayle quería separar todo lo posible moralidad y libertad de conciencia de la fe. Mostrando las horrorosas consecuencias que tenía para la vida y el bienestar la violenta persecución religiosa, Bayle quería convencer al lector de las carencias morales de la tolerancia como justificación de las guerras religiosas, que no podían ser propagadas por Dios, Cristo o cualquier iglesia o autoridad cristiana.
Según Bayle, los creyentes asumen lógicamente que representan la creencia verdadera. Pero como esto no es posible demostrarlo racionalmente a alguien que no esté de acuerdo, concluye Bayle que todas las creencias son temporales, y consecuentemente adecuadas o no. Este razonamiento conforma la base de su famosa teoría de la conciencia errante': dado que nadie puede demostrar racionalmente la verdad o falsedad de determinada creencia, tampoco existe un método racional para convencer de su error a alguien que cree en presupuestos totalmente absurdos o sin sentido. La única salida para esto es reconocer a cada una de las minorías el derecho a la libertad de culto, del mismo modo que se lo reconocerías a aquellos que tienen tu misma creencia. Este derecho deberá también ser de aplicación a aquellos cuyas ideas son vistas por la gran mayoría como totales absurdos.
Uno de los aspectos más importantes de la filosofía de Bayle es su opinión de que el hecho de que la mayoría de las personas piensen que algo es verdadero o justo, no es razón para considerar que esto sea realmente verdadero o justo. Al contrario, dada la tendencia humana a la ignorancia y la superficialidad -así establece Bayle en Pensées diverses'- la constatación de que determinado convencimiento es compartido por la mayoría, generalmente será síntoma de la absoluta estupidez del convencimiento en cuestión. Precisamente el hecho de que la mayoría opina que dichas ideas sean verdaderas, convierte la religión y a sus líderes en la mayor amenaza para el pensamiento independiente y la libertad del individuo; pero también para la estabilidad y unidad de la propia sociedad. Porque según Bayle el pueblo y los teólogos tienen el poder no sólo para censurar y reprimir a los que piensan de otro modo, sino también a perseguirles y eliminarlos.
El actual mensaje de la filosofía de Bayle es que una buena teoría sobre tolerancia responde la pregunta de cómo pueden ser delimitados el poder teológico y los convencimientos religiosos de la mayoría. La religión debe ser mal usada para la persecución y eliminación de los que piensan de otro modo, mediante lo cual la sociedad es atiborrada de conflictos sociales y lucha política. Para Bayle esto era el punto central, como también para nosotros debería serlo. Pero es algo sobre lo que muy pocas personas en Europa Occidental, que se muevan en posiciones de importante influencia política, religiosa o intelectual, quieran discutir.
Un buen ejemplo de este abandono intelectual lo constituye la reacción ante el nuevo antisemitismo que ha invadido Francia, Bélgica, Holanda y, en menor medida, Alemania, desde finales de los años 90. En Francia, al igual que en Holanda, desde hace tiempo era costumbre del estado, los profesores y la policía negar incluso que se estaba produciendo un aumento de la violencia y de las expresiones agresivas contra judíos; a pesar de que los hechos muestran que los ataques a sinagogas, cementerios judíos e individuos judíos han aumentado enormemente (en Francia en un 14 por ciento entre 1999 y 2004).
Los rabíes franceses se vieron obligados a recomendar a sus feligreses a no llevar kipa por la calle, y en gran parte del territorio de Francia ya no es posible enseñar el holocausto, en vista que los estudiantes sencillamente no lo aceptan, y que los profesores que de todas maneras lo intenten, son duramente atacados.
Mucha gente en Holanda, y también fuera, encuentran terrible por supuesto esta situación, y están indignados, y tienen miedo a esta nueva ola de antisemitismo. Pero muchos se encogen de hombros y atribuyen la responsabilidad del antisemitismo a las acciones del gobierno israelí, o a los maltratos que reciben los marroquíes en Ámsterdam o, en Francia, los norafricanos en general.
Pero desde el punto de vista de Bayle, y desde cualquiera punto de vista que deba ser el nuestro, tales acusaciones a terceros o a circunstancias externas, son hipócritas, intolerables e incluso absurdas. Lo que un grupo religioso piensa de otro grupo es de hecho irrelevante. Lamentarse de que cierta corriente religiosa de la sociedad sea parcial, o intolerante, tiene poco efecto y no ofrece solución alguna. Pues según Bayle los convencimientos y prejuicios religiosos de la gente son automáticamente intolerantes frente a otras doctrinas religiosas contrapuestas.
El papel del derecho, del estado, los medios de comunicación y la policía tiene por lo tanto como objetivo precisamente cuidar de que ninguna ideología religiosa tenga capacidad para traducir en violencia y discriminación sus prejuicios y supuestos. Las disputas teológicas deben ser retiradas de la esfera pública y la enseñanza. Es la única manera de crear y garantizar estabilidad política y social. Esto implica que -a pesar de lo que muchos afirman- el islam en Holanda tiene sólo importancia de segundo orden en la crisis cultural y política.
De lo que sí se trata es de combatir -desde los medios de comunicación, la enseñanza y la política- prejuicios teológicos y odio; algo que durante largo tiempo ha sido dejado de lado. Durante años se ha evitado sistemáticamente un debate sobre fundamentalismo, en nombre de una concepción de tolerancia totalmente falseada y fuera de lugar. Está por ejemplo más que claro que la negativa del europeo occidental medio a tratar el nuevo antisemitismo está motivado en parte por una necesidad de no insultar a los musulmanes. Pero lo irónico es ahora que la nueva ola de antisemitismo sólo en una mínima parte se puede atribuir al musulmán europeo. En aspectos importantes el error está en unos restos' de antisemitismo no-islamista que generalmente está bien escondido detrás de una máscara de intenso anti-sionismo y una oposición a Israel.
Esto queda bien ilustrado con la notificación del llamado baño de sangre de Jenín', perpetrado por los israelíes en abril de 2002. Los informes sobre una carnicería, consecuencia de la operación israelí Escudo Defensivo', resultaron luego, según Le Monde -que fue tan sincero de admitirlo- absolutamente contrarios a la verdad. La notificación en torno a Jenín sin duda ha contribuido a la actitud hostil hacia israelíes y judíos de Europa; lo cual, naturalmente, no es la culpa de los palestinos, pues su hostilidad es comprensible debido al conflicto político y militar con Israel.
El verdadero escándalo guarda relación con los prejuicios frente a Israel que existe entre los periodistas europeos -y entre ellos los holandeses. Ello ha ocasionado que informaciones acerca de una horrible carnicería en Jenín son difundidos a diestra y siniestra sin realizarse antes el trabajo de verificación pertinente antes los hechos. Según Le Monde después se constató mediante detallada investigación que el número de muertos de Jenín fue de entre 50 y 80, siendo la mayor parte de ellos soldados, y no civiles. Por lo tanto se trata de una cifra infinitamente menor a la de, por ejemplo, el número de víctimas (combatientes y civiles) que cayeron en acciones similares del ejército ruso en Chechenia. Pero ni un solo periodista europeo que acusase a los rusos de prácticas nazis. Le Monde concluyó que cada comentarista objetivo debió constatar que la notificación que se hacía sobre Jenín fue especialmente sugestiva e hipócrita.
Un antisemitismo similar socaba pues los cimientos de una sociedad libre y democrática. Porque, como Bayle enfatiza, si las amenazas a la libertad proceden se consideraciones teológicas y prejuicios de una mayoría, la libertad sufrirá -si las autoridades públicas no sólo toleran' estos prejuicios, sino que además activamente los mantienen.
Por consiguiente, Bayle tendría para nosotros un consejo: que estamos apuntando fuera de la diana cuando nos quejamos de que un grupo religioso no reconoce los principios de la tolerancia y el respeto a la libertad del individuo. Cada uno debe poder pensar lo que quiera: ello es parte de la tolerancia. Pero no es suficiente con esta actitud. Ello lleva a la indiferencia oficial, y eso ya no es tolerancia. La esencia de la tolerancia es lograr, mediante una acción coordinada de líderes políticos, pedagogos y creadores de opinión, la neutralización del odio religioso y los prejuicios, así como la discriminación y la opresión de las opiniones impopulares.
Pero esto no hay por qué considerarlo si no se produce por parte de la sociedad una toma de conciencia de lo que son las cuestiones principiales, qué es justo históricamente, y qué no. Por ello creo que lo justo es no culpar a los fundamentalistas -de los que difícilmente puede esperarse que alguna vez piensen de otro modo-, sino a los verdaderos canallas, a los verdaderos autores de nuestra actual crisis multicultural, a los que en el pasado reciente tomaron el mando de este ataque tatcheriano -en nombre del conocimiento útil, la capacidad empresarial y de la adoración del mecanismo mercantil- a las humanidades, las ciencias sociales y los valores clásicos de la civilización occidental.
Es algo abiertamente suicida, y una absoluta plaga para la sociedad, la principal razón de la nueva estrechez de miras y el barbarismo cultural, y constituye la mayor amenaza para la sociedad. Pues principios como tolerancia, democracia, igualdad, justicia, libertades individuales y libertad de opinión -los fundamentos de la modernidad occidental- sólo pueden ser defendidos y preservados por personas que entienden lo que estos principios significan, cómo se originaron y desarrollaron y por qué son importantes.
Esta es una versión de la conferencia que dio el autor sobre Pierre Bayle el 10 de diciembre, organizada por las fundaciones Pierre Bayle Stichting y Rotterdamse Kunststichting.
El autor es catedrático de Historia Moderna en The School of Historical Studies del Institute for Advanced Study de Princeton (E.E.U.U.). Ha escrito ´The Dutch Republic´ (1995) y ´Radical Enlightenment´ (2001).
11 de diciembre de 2004
19 de diciembre de 2004
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